N/A: ¡Hola! Esto es algo que acabo de escribir, a las... cuatro, casi cinco de la mañana. En realidad, es una especie de "práctica" para Gajes de Oficio, para el fatídico momento en el que añada el lemmon a todo ese lío. Antes que nada, debo aclarar que por lo anteriormente dicho no hay mucha historia aquí. Sólo son dos chicos haciendo lo que desean en lugares... eh... indebidos.
Disclaimer: Amour sucré o Corazón de Melón no me pertenece, es obra de Chinomiko. NO gano dinero escribiendo esto, y lo único mío aquí es la narración (ni la "historia" porque no hay, lel).
Advertencias: Hay lemmon/escenas sexuales explícitas, por si no quedó claro.
La puerta se cerró, empujada torpemente por un chico apurado. Jadeos leves se escuchaban por toda la habitación, y el oro y el acero chocaron. Besos húmedos y el roce de sus cuerpos mientras las ropas caían al suelo. De repente, nada más existía.
Nathaniel chocó contra la puerta, empujado por su pareja, y aprovechó para buscar desesperadamente el seguro de esta. Era ya de noche, pero nunca se es demasiado precavido. Menos si estás follando en la sala de delegados.
Sonrió ante la palabra y Castiel arqueó una ceja, ambos en ropa interior con los labios a punto de rozarse.
—¿De qué te ríes?
—De algo gracioso.
No dijeron nada más, y los besos continuaron.
Ya desnudos, el rubio jadeó al sentirse empujado sobre el repentinamente vacío escritorio. Escuchó los artículos de oficina caer al suelo, pero no les prestó atención. Tenía otra cosa en mente: se llamaba Castiel y estaba desnudo en frente suyo.
Ahogó un gemido de dolor: la primera embestida siempre era algo dolorosa. Tomó la nota mental de comprar un bote de lubricante esa misma semana, y volvió a gemir, impulsado esta vez por el placer. Sus manos buscaron los hombros del pelirrojo, rodeándole al mismo tiempo la cintura con las piernas en un intento de hacer más profundas las embestidas. Gotas de sudor perlaban sus cuerpos, y Nathaniel no pudo evitar pensar en lo jodidamente bien que se veía Castiel cuando lo estaban haciendo. Se veía bien casi todo el tiempo, claro, pero eso no era algo que fuera a decirle nunca. Era cuestión de orgullo.
Soltó una grosería y arqueó la espalda, sabía que a Castiel le encantaba cuando dejaba atrás su careta de niño bueno. Sus dedos se enredaron en el cabello rojo y los sonidos se hicieron más fuertes, no solo los suyos sino los que el contrario empezaba a dejar salir. Como pudo, se acercó a él y lo besó, sus lenguas uniéndose y separándose de manera frenética. Los besos con Castiel no eran una "danza", como algunas historias lo habrían descrito. Más bien se parecía a una lucha. Una lucha sucia en el lodo.
Las estocadas se volvieron más rítmicas, y los sonidos, aún más fuertes. Ambos estaban cerca del límite, quizás uno más cerca que el otro, y lo sabían. Se sonrieron, mirándose a los ojos, y Castiel no tuvo que hablar para que el rubio entendiera lo que le decía con la mirada: hoy no me toca limpiar el desorden.
Nathaniel siempre era el primero en caer.
De nuevo vestidos, pero aún alterados y con el cabello alborotado, dos jóvenes levantaban lápices y papeles del suelo, colocándolos luego como podían en su lugar. Soñaban con el día en que no necesitaran tanta ceremonia cada vez que terminaban, pero era el precio que tenían algunos secretos.
