Podría decirse que todo empezó cuando ese pantalón que también le estaba de pronto le quedó pequeño, o tal vez con esa preciosa camiseta que le habían regalado y que le dejó de abrochar, pero eso sería mentir. Eso sería achacar las culpas a aquello que no la tiene, eliminar toda culpa al que dio el arma. Sería echar la culpa al pueblo por el causante de un asesinato. No, para entender esto habría que ir muy atrás. Habría que conocer al asesino que no pulsó ningún gatillo.
El primer día rememorable podría ser cuando se mudó a París, y por ende a un colegio nuevo. Por aquella época Jehan se encontraba por encima de su peso debido a que sufría hipotiroidismo y además era algo raro para el resto de niños, era lo que la sociedad llama "femenino" (Como si algo fuese para chicas o para chicos); y para algunos sendas cosas eran motivo de sobra para hacerle la vida imposible al pobre chico hecho de azúcar.
Los insultos empezaron casi nada más llegar, una no precisamente grata bienvenida. Al principio los calló por las amenazas que sufría día a día, pero según pasaban los días los insultos y las amenazas iban en aumento, empezando a ser insoportables para él. A todos ellos se le unió la peor de las personas, la persona más ruin, rastrera y malvada, una persona que le insultó de las formas más dolorosas existentes: él mismo.
Los insultos penetraron con fuerza su mente, inundaron todo su ser en odio y asco hacia sí mismo, fue una oscuridad profunda, la más negra de las oscuridades, y poco a poco fue apagando la más hermosa de las luces. Esa noche destruyó el más precioso de todos los soles.
Todo empezó tiempo atrás. Todos los insultos, todo el odio que nacía en su corazón y fuera de su piel, todo el asco que había nacido en el mismo centro de su ser. Todo este oscuro penar se juntó desembocando en el más fatídico de los días.
Ríos de asco, odio y podredumbre salieron expulsados desde el centro de su ser. Todo lo que había entrado salió con la fuerza de mil cascadas, pero no se quedó fuera, no. Volvió, volvió en forma de más odio, de más asco, de lágrimas. El sol apagado se sentó en una esquina y escondió la cabeza, quería desaparecer del universo entero. Quería morir ahí mismo.
La búsqueda de su felicidad había desembocado en la respuesta más negativa de todas, la búsqueda por su felicidad se vomitó a sí misma, intentando ser encontrada, pero se perdió entre las grandiosas cloacas de París.
Esta situación duró por varios meses. Al principió lo escondió bastante bien. A veces tenía su encuentro con la felicidad, la alegría, aquello que siempre había buscado: ser querido, que los demás al verle no susurrasen insultos en referencia a su físico. Pero para él eso no fue suficiente. Seguía obeso, seguía gordo, seguía siendo el ser más asqueroso jamás habido. Debía eliminar todo lo que le sobraba. Iba a seguir con su búsqueda de felicidad eterna. Él solo quería amor… solo quería ser feliz consigo mismo.
No encontró la felicidad. No, solo encontró una cama de hospital. Una cama blanca como su nívea piel, pura como lo había sido alguna vez él, pero que como él para seguir limpia necesitaba una limpieza. En aquel centro no duró demasiado, había ido demasiado tarde. Ya no había felicidad esperando para él.
Si hubiese vivido un poco, solo un año más habría encontrado aquella felicidad que tanto había ansiado. Habría encontrado a sus verdaderos (Y primeros amigos), unos amigos que le protegerían, le cuidarían y le querrían. Unos amigos que darían su propia vida por ver la sonrisa del más radiante de los soles. Pero no fue así.
Si solo no le hubiesen asesinado. Nunca le metieron los dedos, pero sí movieron su mano para lo hiciesen.
Si solo hubiese aguantado un poco más hubiese sido de nuevo aquel hermoso sol, habría encontrado su felicidad.
