Besar con la mirada
De Tinta Roja
"El alma que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada."
Gustavo Adolfo Bécquer
Aquel secreto que los mantenía unidos, agobiaba a Neal cada noche. Por las noches se iba de espaldas al cómodo sofá que siempre lo recibía y, bajo fondo, lo acompañaba una música ligera que ayudaba a distender el alma, a sacarla de la opresión de no tenerla en su cama cada noche, porque ya ella había pasado de ser una aventura y ahora era una necesidad.
Por su mente recorrían escenas del secreto. Estas eran revividas una y otra vez. También era el momento de hacer planes que se materializarían en sueños. Quería que ella lo dejara todo por él, pero ese sueño era imposible. Ella era una mujer casada y caerían ambos en el oprobio de una sociedad enjuiciadora que castigaba a los adúlteros.
Además, Candy no dejaría a Albert, y con él su "status quo". Se casó con el heredero Andrew bajo una nube de ilusión y enamorada como las niñas lo están, de aquel hermoso Príncipe de la Colina que una vez la llenó de tantas ilusiones. Cuando se enfrentó a la convivencia diaria con su marido, despertó un buen día de esa burbuja y aquellos defectos que no le molestaban cuando eran novios, ahora pasaron a ser insoportables.
Y, el encuentro entre Neal y Candy ocurrió en un momento oportuno para ambos. Carentes de caricias y de alguien en quien se pudieran encontrar en sí mismos, la noche en que borrachos terminaron en una cama, fue el portal para muchos otros encuentros furtivos, en donde sólo el sexo era una excusa para nutrirse de un amor que debía empezar y acabar en cada encuentro.
Pero, lo más duro era tener que encontrarse con ella en las ridículas fiestas que a cada tanto hacía su marido y tener que ignorar la presencia de ella. Hacían ya muchos meses que por alguna u otra razón no habían podido coincidir en una habitación barata de hotel. Pasó todos esos meses pensando en la posibilidad de que ella no seguía interesado en él, que el amor que ella le profesaba cada vez que la hacía suya se había esfumado. Esa noche buscaría un indicio en ella que le confirmara que aún ella sentía lo mismo que él.
Llegó solo, como siempre sucedía: Neal se había convertido en un personaje solitario. Su vida no era muy interesante, pues se había encerrado en él mismo y junto a sí todas aquellas frustraciones que le imposibilitaban una vida idealizada. Caminó por el salón donde saludó a quienes conocía y se fue directo a la barra. El wiskhey era su compañero fiel y desde allí la vio llegar junto a su marido. El tiempo era siempre condescendiente con ella, ya que su hermosura no mermaba con el paso de los años, sino que sus rasgos se acentuaban con más delicadeza.
Buscaba un encuentro de miradas, eso solamente bastaría. Sin embargo, los deberes de anfitriona la mantuvieron distante, ocupada y distraída. Neal se preguntaba si habría notado su presencia. Cuando Albert y Candy se acercaron a la barra a saludar a los invitados, Neal notó una frialdad en ella que caló hondo y que lo dejó ahogado en suspiros sordos. Era imposible que ella fingiera tanto amor bajo las sábanas, por lo que decidió hundir aquellas penas esa noche con más alcohol.
Bebió, habló necedades con los que sentaban al lado suyo y trataba de olvidar por un instante aquella realidad que quería borrar. Su ego estaba destruido, ya que ella era la única fuente para que este se alimentara. Pero en un momento, en que ella conversaba con un grupo de gente y su marido, su mirada se cruzó con la suya, sintió ese choque de electricidad que siempre experimentaba cuando se veían a escondidas y sintió cómo ella lo besaba una y otra vez con ese destello genuino de sus ojos verdes que lo catapultaban a ese mundo que le sacaba de su importuna realidad y en donde ellos hablaban con el alma.
FIN.
