Leonard's Mistake

Revelación—

And when you wanted blood

I cut my veins

And when you wanted love

I bled myself again

Now that I've had my fill of you

I'll give you up forever

And here I go far away

I know you'll find another slave!

o

A veces, sin saberlo, nos encontramos en el ojo de un huracán. Un periodo de nuestras vidas en dónde el viento levanta las hojas con más fuerza, aunque no con tanta; como si quisiera advertirnos algo. Los días son más lentos y calmos, el tiempo parece paralizarse en los momentos dulces, obsequiándonos la última probada de alegría. Y los humanos —oh, seres ingenuos donde los hay— ignoran las débiles señales de tormenta inminente y disfrutan de la suave briza arremolinada y agridulce que acaricia los minutos, las horas, los días, aumentando su intensidad hasta desencadenar en un caos feroz.

Eso le ocurrió a cierto físico experimental de rizos oscuros.

El día que la tormenta estalló con la fuerza de mil esquirlas de vidrio cayendo sobre su cabeza, había salido temprano del trabajo. Las ideas sólo flotaban en su cabeza, imparables, colmándolo de teorías prometedoras y un fuerte sentimiento de orgullo que casi nunca experimentaba. Había sido un día particularmente productivo. Sheldon parecía estar de buen humor, sus manos se movieron por las pizarras frenéticamente.

De regreso a casa, decidió detenerse en una florería. Sonrió al ver el gran ramo de lirios amarillos, le recordaban a los ojos de Penny. Luchando por no dejar caer las flores, sus llaves, su chaqueta ni su bolso, logró llegar al rellano del cuarto piso. Acomodó sus gafas torcidas por el esfuerzo y rebuscó en su llavero la llave que abriría la puerta del apartamento de Penny.

Un extraño viento susurrante sopló en su nuca, pero lo ignoró.

Aún con los lirios cubriendo su gran sonrisa, se adentró en el apartamento de su prometida. Las luces apagadas y la chaqueta tirada sobre el sofá, le indicaron que Penny estaría disfrutando de una siesta. Pobre Penny, ser consultora de ventas es agotador, pensó, al acercarse a la puerta entreabierta del dormitorio. Una figura cubierta de edredones se dejó ver por la rendija; extrañamente, se veía más grande. Leonard entró, encendiendo la luz en el proceso.

Los lirios fueron los primeros en verlo. Luego su sonrisa, la cual cayó, con el ruido de un vidrio haciéndose añicos contra el suelo. Y por último, sus ojos; esos pequeños botones marrones cargados de bondad y amor infinito. Los mismos ojos que se quedaron prendidos en aquella rubia hermosa, como clavos, desde el primer instante en que la vio. Los ojos que lloraron sus rechazos y sonrieron frente a sus caricias… sus ojos se quebraron en las dos figuras de la cama.

Y la tormenta estalló sobre su cabeza. Pesada, tan fría que lo quemaba, dolorosa e insoportable.

Lo que siguió luego fue una ventisca borrosa y rápida. Gritos que resonaron en todo el edificio, llantos doloridos, explicaciones inútiles y disculpas huecas. Y un tipo huyendo en ropa interior a toda prisa por las escaleras. Leonard veía rojo. Con manos temblorosas, se deshizo de su anillo, dejándolo sobre los lirios.

Corrió sin mirar atrás.

Horas más tarde, mientras se encontraba en un bar mal iluminado que apestaba a cigarrillos y miseria, decidió que ya había tenido suficiente de esa situación. Él fue, durante años, el idiota enamorado que se doblaba ante los deseos de su novia. ¡Penny no podía pagar su alquiler! Él lo haría. ¡Penny necesitaba transportarse a sus audiciones! Él le compraría un auto. No eran las cosas que había hecho por ella lo que lo molestaba, muy dentro suyo, sabía que volvería a ayudarla. El hecho de la falta de reciprocidad era lo que lo atormentaba.

Ella actuó como lo haría la líder de las porristas con un pequeño nerd absolutamente enamorado y desesperado, tomándolo para que haga su tarea y desechándolo al día siguiente.

Pidió su cuarto whisky y tiró su cabeza atrás, riendo amargamente. Quería odiarla. Deseaba odiarla.

Jamás podría hacerlo. El odio no era algo de Leonard; él perdonaba. Él era amable, cariñoso, y bondadoso, se suponía. Él la amaría siempre.

Pero él ya no sería su esclavo.

—¿Leonard?

El ebrio hombre levantó la vista, encontrándose con Sheldon. Tenía una expresión seria y preocupada en el rostro, mezclada con un gesto de repugnancia —posiblemente por el aroma a cigarrillo, esperaba— que se esforzaba por ocultar. Leonard tomó un sorbo de su whisky, ignorándolo. Estaba física y emocionalmente gastado como para lidiar con Sheldon, y demasiado borracho como para comunicarse, de todas formas.

—Vamos a casa, Leonard. Conduciré, te prepararé una bebida caliente, te dejaré ajustar el termostato y sobrepasar tu horario de baño para una muy necesaria ducha no programada; pero déjame ayudarte, por favor —rogó Sheldon. Aún en su deplorable estado, Leonard reconoció que rogar estaba muy lejos de ser algo que haría el habitual Sheldon; a no ser que esté muy desesperado.

Dejó unos billetes sobre la barra, y se puso de píe, teniendo que sostenerse del brazo de su amigo para no caerse, como lo hizo todo el trayecto hacia el auto, y la subida de escaleras en Los Robles.

Dentro del 4A, se encontró con una imagen encantadoramente bonita. Amy, durmiendo plácidamente en el sofá, su cabello sujeto en un moño suelto, sin sus gafas, y con muchas menos capas de ropa de las que llevaba normalmente. Esa era la imagen que esperaba encontrar en la cama de Penny; ese era el cuadro que debería haber encontrado. Era lo que él merecía.

—Me disculpo, Leonard. Amy estaba algo cansada, y le ofrecí nuestro sofá. No puedo permitir que conduzca en esas condiciones —se excusó Sheldon, abochornadamente—. Iré a preparar tu baño, amigo, espera —se despidió, dándole una inusual palmadita en el hombro antes de perderse detrás de la puerta del baño.

Leonard asintió distraídamente. El alcohol se había instalado fuertemente en su cerebro, disminuyendo su dolor por un mágico momento… pero dejándolo con algunos pensamientos inquietantes.

Miró a la durmiente novia de su mejor amigo.

—Tú eres igual a mí, Amy —murmuró ásperamente.

Amy, extremadamente paciente y cariñosa con alguien que no la valoraba. Amy, rogando migajas de afecto. Amy, siendo la única que se movía en una relación estancada.

Ellos, los que siempre amaban más.

De repente, se le ocurrió que Amy estaría mucho mejor con él. Él la colmaría con ese afecto que Penny rechazó tantas veces, porque tenía la certeza de que ella sí lo merecía.

Observó su sereno rostro, labios rosados entreabiertos, piel luminosa, pestañas largas rozando lo alto de sus mejillas. Nada plástico.

Impulsado por la fuerza del dolor, Leonard conectó su labios con los de ella, en un beso húmedo, tormentoso, y con sabor a whisky.

En su ensueño, Amy sonrió. Sheldon la estaba besando, un poco ásperamente. Correspondió, aún con los ojos cerrados.

La furia de un físico teórico se sintió en los cimientos del edificio.

Y un infierno se desató en la tormenta.

Nota de autora:

Ésta idea simplemente nació en mi cabeza a raíz de una canción (frase extraída de dicha canción: epígrafe), me pareció muy acorde para una relación disfuncional, dónde uno da más que el otro. Y eso fue algo muy presente en el Lenny (y en el Shamy también, seamos sinceros).

Como sea, no quise dejar a Penny como una perra maldita, pero para que esto funcionara, alguien tenía que salir engañado, perdón, así funciona la historia.

Si les interesa saberlo: esto es Shamy. Lo juro. Sólo quería satisfacer mi fantasía prohibida de una coqueteo Leonard/Amy intenso y dramático.

En fin, ¿Críticas?