De la soledad y otros espejismos
De Tinta Roja
A Galilea Johnson
"Así, paradójicamente, en el colmo de la soledad
conducía al colmo del gregarismo, a la gan ilusión
de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de
los espejos y los ecos."
Rayuela, Julio Cortázar
Había motivos suficientes para estar ese día feliz; sin embargo, George sentía una tristeza tan honda que sentía un dolor hueco, una pena que le hacía sentir esa presión en el pecho que no le permitía respirar tranquilo. Estaba consciente de que el mayor problema que siempre enfrentó fue la soledad, pero hoy se le sumaba la frustación de no tenerla en su vida.
Ambos tenían en común sus orígenes: habían sido huérfanos. Por eso, cuando el padre de Albert lo recogió del orfanatorio en Francia, George Johnson juró lealtad eterna a la familia Andrew. Así siempre lo hizo desde que su patrón murió y éste se hizo cargo de cuidar a Albert: lo cuidó como se cuida a un tesoro, para él fue el hermano que nunca tuvo.
Hoy lo veía feliz a Albert, desposándose con la chica que le robó el corazón. Cuando en el altar, frente a la congregación, frente a la imagen del Cristo crucificado, dio el sí, George se sumió en la más grande agonía, pues soñaba en secreto ser él quien se desposaba con Candy y de una vez hubiera terminado con el sentimiento de vacío que toda la vida lo persiguió. Se sintió culpable de desearle la muerte a su protegido en secreto. Se sintió minúsculo de no poder actuar con la libertad que quería: era un simple empleado de esta adinerada familia. Y aunque estaba rodeado de ellos, se sentía más solo que aquellos días en la niñez pasó hambre y frío en el orfanatorio.
La fiesta que siguió a la ceremonia se realizó en la mansión. El salón estaba lleno de espejos. Las flores "dulce-candy" adornaban el lugar. Vino gente importante de todos lados, familiares que apenas tenían contacto con el Sr. Andrew. George pensó en los hipócritas que venían a festejar con Albert y después se dio cuenta que también él había sido hipócrita, pues le carcomía por dentro la felicidad de aquél que se casó con Candy.
El día que fue ordenado a buscar a la chica que se llevaban a México, jamás pensó que quedaría deslumbrado por su belleza. Cuando se la arrebató al gordinflón que la llevaba en la carreta, apenas pudo pronunciar palabra alguna. Los ojos verdes lo deslumbraron. La impaciencia de la chiquilla por saber a dónde la llevaban lo hipnotizó. Ella tenía la fuerza y las ganas de vivir que jamás tuvo y desde ese momento aprendió a amarla en silencio.
Ya era tarde y el crepúsculo se anunciaba reflejado en los espejos del salón. Cuando entraron los novios, George quedó deslumbrado. Ahora se veía distinta, ahora se veía mujer y el aire virginal que la acompañó desde que la conoció, se convirtió en un aire de verano, de madurez, de fruta madura y jugosa. Entonces, deseó estar junto a ella. Se viró para no lacerar más su ego y se vio reflejado en el espejo. Y junto a él, ella estaba reflejada también. Los segundos, que duró aquel bello espejismo, fueron como horas, porque soñar despierto que estaba junto a ella, junto a su compañía ajena, eran lo suficientes para darle un nuevo respiro a George y que éste sintiera que su triste realidad era otra aunque fuera por unos segundos...
FIN
