Hace aproximadamente un año, ciertas personitas comenzaron a "presionarme sutilmente" (anótese sarcasmo, que diría un amigo) para que continuara con "Por tu culpa" (también publicado aquí, en , y del cual recomiendo lectura antes de comenzar con este relato; referencias en mi profile). De ahí salió esta pequeña biografía de Pandora, de la cual es lector de pruebas y corrector de estilo mi sempiterno paladín oscuro, Lars del Zorro, mi amigo Rober, al que jamás agradeceré lo suficiente lo que hace por mí.

Gracias por empujarme a escribir a mi hermanita María Sol, mi hime-chan, el sol que me alumbra incluso cuando las nubes cubren el cielo por completo. Esta historia está escrita "por su culpa", y principalmente para ella. Te quiero, princesa.

Si me tardo mucho en actualizar y a alguien le interesa que lo haga, es libre de darme un tirón de orejas. Cada "estreno" irá en el Dark Side, así que allí también podéis reprocharme.

DISCLAIMER: No poseo ningún derecho sobre la serie Saint Seiya y, si no me equivoco, todos ellos corresponden a Kurumada-sama y TOEI Animación. Todo fruto de mi enferma mente sí es realmente mío, pero si se publica y alcanza la luz no es con ánimo de lucro, sino con intención de despejar las nieblas de la locura atrayendo al resto del mundo hacia ellas.

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Sirva este escrito para redimirme; ya no con los dioses, que conocen mis penas y mis pecados, sino con los mortales, a quienes tanto daño se ha hecho por mi culpa. Sirva para recordar que no todo es como parece ser, y que en ocasiones los peores engaños son los de nuestro propio corazón.
No pido que me compadezcan, sino que me comprendan.

Pandora Heinstein.

"Tenía tan sólo dos años cuando mis padres me dieron tan maravillosa noticia. Todos en el Castillo Heinstein me trataban bien, mi vida estaba plena de lujos y felicidad, y todo era hecho con una sonrisa y ningún reproche. Con casi tres años, ya hablaba inglés además de mi alemán natal; mi madre me estaba enseñando a tocar el arpa, y mi padre se había encargado de que conociera todas las letras y los números y comenzara a hacer incursiones en el mundo de la escritura. Todos decían que era una niña despierta e inteligente, y eso pareció confirmarse cuando, merced a mis avances, mis padres concedieron uno de mis deseos: un cachorro de gran danés. Adolf pronto se convirtió en mi compañero de juegos: se dejaba poner gorros, siempre y cuando le hiciera agujeros para las orejas, y le encantaba cuando vertía parte de mi té en su plato; había desarrollado una técnica infalible para colarse en el comedor sin que nadie le notara –ni siquiera el temible Geert, el mayordomo- y así poder compartir la comida conmigo.

En pocos meses, Adolf ya me superaba en tamaño. Siempre salíamos a correr juntos al jardín, y era habitual que termináramos rodando por la hierba e incluso, a veces, saltábamos al estanque para espantar a los cisnes."

Pandora dejó entonces la pluma al lado del libro en blanco. Su elegante y alargada escritura aparecía plasmada con tinta negra, sin ningún borrón ni mancha.

Entrecerró los ojos y recordó: faltaban apenas unas semanas para la celebración de su tercer cumpleaños, que se estaba organizando de modo impecable, cuando tras una amena sobremesa sus padres la avisaron de que tendrían una visita importante. Sabiendo lo que eso quería decir, fue en busca de su nodriza Liese para que la ayudara a escoger un bonito vestido y arreglarse como la ocasión lo merecía.

Pronto estaba junto a su mamá en la entrada del castillo; reconocía vagamente al conde y su esposa, pero sonrió igualmente e hizo una encantadora reverencia.

Se portó como una pequeña dama durante la merienda que todos compartieron y de la que, por norma común, solía excluirse a los chiquillos. Después del ágape, su padre le sugirió llevar a Adolf a dar un paseo… Para presumir ante sus invitados, como siempre hacía, del impecable adiestramiento que su pequeña había realizado con el gran danés.

Siguiendo la rutina habitual, Pandora silbó levemente a Adolf, que de inmediato corrió tras ella; y, simulando no saberse observados, le hizo ejecutar varios trucos que hicieron la delicia de sus invitados. Poco después se fueron hacia el estanque, donde ya estarían libres de las miradas adultas.

Pandora se sorprendió cuando comprobó que Adolf no la seguía en su silenciosa aproximación a la zona de los cisnes; se giró y comprobó que su amigo estaba mirando fijamente hacia los arbustos que le llevarían a la parte más distante del jardín.

Le llamó un par de veces, pero Adolf no varió su posición y, cuando su amita se acercó para reconvenirle, se le escapó sin dudarlo hacia los arbustos.

Pandora no dudó en seguirle; sabía que estaba segura en los territorios del Castillo Heinstein y era consciente de que, a una voz suya, varios de los guerreros que vigilaban los jardines acudirían en su ayuda. Se metió entre los arbustos y pronto alcanzó a su compañero de juegos: estaba mirando fijamente un panteón redondo que se alzaba en medio del pequeño apartado del jardín.

Ella lo recordaba. Sólo había ido allí una vez, pero no se le olvidaban las palabras de su padre: "Nunca debes abrir este candado".

Alargó la mano hacia el collar de Adolf, y éste tiró de su amiga como si algo le estuviera llamando desde el níveo mausoleo. Se paró tan solo cuando estuvieron delante del enorme portalón de entrada; el can se sentó sobre sus cuartos traseros y esperó hasta que su pequeña dueña decidiera moverse.

Pandora miró la enorme puerta al detalle. Blanca y pulida, sin adornos, no se esperaba encontrarla sin huella alguna del tiempo; según le había contado su padre, llevaba siglos allí, cerrado, en posesión y custodia de los Heinstein. Su hermanito sería su próximo dueño y guardián…

Porque sí, Pandora tendría un hermanito. Apenas lo había sabido hacía unos cuantos días… Se había despertado con un peculiar sonido en el Castillo Heinstein.

Carcajadas. Aquel sonido, ¡eran carcajadas! Era la musical risa de su madre, el sonido que realmente había llegado a adorar. ¿Y esas otras? Más graves, más roncas, más silenciosas quizá… ¡Era la risa de su padre!

Riendo también, la pequeña Pandora echó la ropa de cama hacia atrás de una patada, y saltó al suelo para correr en la dirección del sonido. Pronto llegó a la habitación de sus padres, donde su progenitora, con la más radiante sonrisa jamás observada, la miró y le dio una sorprendente noticia.

-Pandora, hoy es un día muy feliz… ¡Vas a tener un hermanito!

Sonriendo también, la niña se acercó; su padre la alzó en brazos y colocó su manita encima del vientre de su mamá…

Sonrió de nuevo entonces, mirando a su alrededor, acariciando la pluma con la punta de los dedos y después el libro en blanco, regresando a aquel lejano día en el jardín…