Disclaimers: La historia, el juego y los personaje no me pertenecen… este documento solo es una rallada mía, como supongo que habréis notado.
Prólogo
Había una vez una isla, la Isla de Grans, que contenía varios reinos que vivían felices y joviales, con grandes relaciones de amor y amistad. Uno de esos reinos insulsos y con poca personalidad era Granseal, cuyo mayor atractivo era una extraña torre que nadie sabía de dónde había salido pero que atraía al turismo, que era lo importante.
Cuando los primeros colonos llegaron a la isla, hubo un grupo que se quedó extasiado ante tal magna obra arquitectónica. Tanta belleza, tanto arte, tanto poderío en ese pedazo de torre de doscientos metros de altura fue más fuerte que el amor propio de esas gentes las cuales no dudaron en poner sobre sus hombros la sagrada tarea de cuidarla, limpiando las paredes de graffiti y que ningún perro hiciese sus necesidades cerca de allí, ese tipo de cosas. Ah, sí, también tenían que cuidar de la puerta sellada. Nadie, bajo ningún concepto debía abrir la puerta. Eso sí, que no le pregunten a nadie la razón, porque nadie la sabía.
Además, durante un tiempo circuló una leyenda sobre un par de gemas que tendrían que ver con el fin del mundo pero, dado que en esos tiempos aparecía una leyenda cada dos o tres días, pronto fue olvidada dando paso a otras sobre sagrados conejitos rosas voladores, mucho más del agrado del pueblo llano.
Todo iba bien hasta que el paradero de tales gemas, que por suerte o por desgracia no había sido olvidado por todo el mundo como podría haber sido de esperar, llegó a los oídos de alguien que no se le ocurrió otra cosa que robarlas para demostrar a sus amiguetes lo macho que se puede llegar a ser, cosa que, si bien es una estupidez como una catedral, es un argumento tan válido como cualquier otro para hacer un videojuego.
Una noche de tormenta empezó a oírse un ruido extraño y repetitivo en el interior de unas ruinas abandonadas. Era el inconfundible sonido de un cráneo chocando contra unos escalones de mármol viejo, seguido por unos agudos gritos de dolor, o lo que es lo mismo, alguien se había caído por unas escaleras.
-¡Joder con el escalón! Ay, ay, ay… –se lamentó una voz chillona-. Genial, ¡ahora no veo nada!
-¡Jefe, jefe! ¡¿Está usted bien?! –se escuchó decir a una voz desde las escaleras.
-Sí… Ay… Bajad de una vez con las antorchas, ¡panda de inútiles! –ordenó secamente.
-Ya vamos, ya vamos –dijo otra voz, arrastrando las vocales, sin que aparentemente el interpelado se hubiera ofendido.
Las antorchas bajaron e iluminaron a los tres personajes que habían participado en la conversación. La voz chillona que daba las órdenes pertenecía al gran Slade, famoso ladrón hombre-rata conocido por robar a los ricos para darlo a los pobres. Lo que poca gente sabía es que también acostumbraba a robar de los pobres para quedárselo él que, en sus propias palabras, era el más pobre de todos. Slade vestía un par de guantes negros, unos pantalones de piel marrones, que llegaban hasta unas grandes botas negras. Un triste jubón de piel con manchas de chorizo cubría su cuerpo. Al cinto llevaba una bolsa con sus preciadas herramientas de ladrón, con las que honradamente se ganaba la vida y un saquito con jugosas delicatessen de queso. Las otras voces pertenecían a los hermanos Anónimo, Primen y Segun, que vestían unos pantalones verdes y un pañuelo que les cubría la cabeza. Ambos iban a pecho lobo, sin armaduras ni camisas ni ostias.
-Pues era verdad lo que decía la vieja esa desquiciada del pueblo que dice ser vidente… -comentó Slade a sus compañeros-. Sí que habían unas ruinas abandonadas, sagradas e importantísimas aquí, en medio de ninguna parte. En estos tiempos modernos, si no apareces en la Guía Michelín no eres nadie.
-Y hay que ver cómo hablaba la mujer… -se quejó Segun Anónimo-. Desde que le dio de beber aquel vino, que más que vino parecía vinagre, fue como si alguien le hubiese dado cuerda. Dios, aún me duele la cabeza de oírla… que si el santuario, que si los antiguos… lo único interesante fue lo de esas gemas de valor incalculable.
-Lo que no entiendo es como no lo ha encontrado nadie antes… los cartelitos que hay colocados en todo el bosque son bastante indicativos… seguro que incluso se ven desde Granseal –continuó la rata, ignorando a su amigo-. Y entrar ha sido todo un juego de niños, por más que la vieja se empeñase en que esto estaba protegido por el poder de los Antiguos «¿Quién iba a pensar que para abrir la puertecita de marras bastaba con tirar de la puerta, en vez de empujar?» –reía la rata mientras imaginaba la cara que pondrían sus amiguetes cuando lo contara el sábado por la noche.
-Bueno, tanto como un juego de niños… Con la tontería de la tormenta, nos hemos calado hasta los huesos durante las tres horas que han pasado hasta que al final nos hemos dado cuenta… -indicó Segun, con delicadeza.
-¡Menos cháchara y a trabajar! –contestó Slade, indignado-. Que hay mucho que hacer y poco tiempo. No vaya a ser que alguna de las patrullas de soldados del castillo se aburra lo suficiente como para acercarse al bosque y, por una de esas casualidades de la vida, encuentren por fin estas ruinas que llevan aquí desde Dios sabe cuando sin que les hagan ni puto caso.
-Ya va, ya va… -replicó Primen, arrastrando las vocales.
Al momento, todos se pusieron manos a la obra, buscando por todas partes entre los escombros y desperdicios que adornaban el interior del lugar.
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-Maldita sea, ¿dónde estarán…? –exclamó Slade con frustración, tras casi una hora de búsqueda-. No aparecen por ninguna parte, ¡y este sótano es pequeñísimo!
-No se sulfure, jefe -intentó tranquilizar Segun, con el tono afable que solía usar con la rata cuando ésta estaba de mala leche- Verá como pronto encontramos algo que nos ilumineeeeeeee! –alcanzó a decir antes de desaparecer súbitamente por un agujero que se había abierto sin aviso previo en la pared en la que se había apoyado.
-¡Cielos! –acudió al momento Slade- ¡He encontrado un pasaje secreto a unas escaleras que bajan aún más! ¡Soy increíble!
Primen dedicó una larga mirada al hombre-rata, antes de descender tras él, con sumo cuidado eso sí. Las malditas escaleras, como aquellas que se habían tragado a su hermano, eran traicioneras.
-¡Por fin! –gritaba excitado Slade, corriendo de un lado para otro tras pasar por encima, literalmente, del estómago de Segun- ¡El Santuario de los Antiguos!
-Ay, ay… Gracias por preocuparse por mí, sniff sniff –decía emocionado, el pobre Segun.
-No hay tiempo para banalidades, ¡aún no hemos terminado! –contradijo el ladrón-. Oh, dios, ¡un cofre! –señaló con emoción- ¡Seguro que están ahí dentro, esperando ser recogidas por mis hábiles manos! –adivinó, antes de lanzarse de cabeza contra el citado cofre.
Un par de horas de esfuerzos más tarde, en las que Primen abusó de la ingenuidad de su querido hermano para desplumarle en una partida de poker, Slade consiguió abrir la cerradura.
-Muhahaha, pan comido, chicos –se congratuló- ¡Esa cerradura no estaba a la altura del gran ladrón Slade! –dijo a sus acompañantes con su prepotencia habitual.
-Grandioso –replicó con sarcasmo el bueno de Primen, mientras recogía las cartas.
Slade ignoró el comentario de su compañero, cosa que no le costó mucho pues nunca les prestaba atención, y se concentró en rebuscar en el interior del cofre.
-Esto no es… esto tampoco… ni esto... ni esto… -iba diciendo Slade, mientras arrojaba a sus espaldas una serie de suculentos tesoros como platos de oro, pociones de poder, un secador de pelo, pedazos de Mithril...- ¡Mierda! ¡No están aquí! ¡¿Para qué quiero yo toda esta basura?! –gritó desesperado, señalando con el dedo la fortuna que tenía a sus pies-. Nunca las encontraremos –dejó escapar en un hilillo de voz.
De pronto, advirtieron un extraño brillo procedente de una de las antiguas estatuas en forma de voluptuoso ángel femenino que adornaban el interior del Santuario. Tras mirarse unos instantes, corrieron a ver de qué se trataba. Al parecer unas misteriosas luces emanaban de los pechos de la estatua central.
-¡Siií! ¡Por fin! –exclamó Slade, posando sus ojos sobre las tetas de la estatua sin el más mínimo miramiento-. ¡Las Gemas de la Luz y del Mal son mías! –dijo, sin molestarse en ocultar que, como bien había dicho, el fruto de sus esfuerzos iba a ser única y exclusivamente suyo- «¡Muy bien, Slade! De ésta te retiras. Con la pasta que vamos a sacar de este par de pedruscos, por fin podremos ir al continente de Parmecia, a retirarnos a una lujosa mansión llena de lozanas y sugerentes jovencitas dispuestas a complacer todos mis deseos, ¡bwhahahaha!».
-Jefe, tiene usted una cara de pervertido asqueroso que asusta… -dijo Segun, con voz intranquila, observando la babilla que se le iba formando a Slade en la boca-. Además, sólo es una estatua… -añadió, malinterpretando lo que pasaba por la mente de la rata en esos momentos, aunque tampoco se equivocaba tanto.
-Tranquilo, muchacho, a partir de ahora todo va a ir bien –sonrió Slade con satisfacción, limpiándose las babas -. Ahora solo tenemos que sacarlas de ahí… -se dijo a sí mismo, mientras buscaba algún agujerito o algo en lo que poder hacer palanca.
Tras unos minutos de inspección, se giró lentamente hacia sus compañeros, los Anónimo.
-Venga, Segun, que nos van a dar las uvas –dijo rápidamente, para ocultar así su propia ineptitud.
-¿Cómo dice? –contestó el aludido, notando como empezaba a sonrojarse.
-Las Gemas, hombre, que las saques. -No había encontrado nada para sacarlas con maña, así que no había más remedio que sacarlas por la fuerza, y eso era algo en lo que, al fin, podrían serle útiles sus patosos acompañantes-. Ten cuidado con ellas, que son muy valiosas, no las aprietes mucho, vaya a ser que las rompas.
-S… sí jefe, ya lo sé. Pero es que… yo no…–continuó Segun, que se iba poniendo cada vez más colorado, paseando sus ojos de la cara de su jefe a la delantera de la estatua.
-Tú no ¿qué? Explícate muchacho, que no te entiendo –quiso saber el ladrón-. Si te contraté a ti y a tu hermano fue precisamente para esto, para los trabajos de fuerza física.
-Ya... ya sé, jefe, pe... pero esto… -Segun miró a su hermano en busca de auxilio.
-Será mejor que yo me ocupe de esto –interrumpió Primen, apartando a su hermano a un lado-. Segun, Segun… que ya eres un hombre hecho y derecho…
-Bueno, ya vale, ¿no? –espetó Segun a su hermano.
-Pero, ¿de qué estáis hablando, desgraciados? –explotó con impaciencia Slade, que no se enteraba de la misa la mitad-. Quiero que saquéis esas Gemas de inmediato, ¿me habéis entendido?
-En eso estamos, jefe, en eso estamos… -contestó Primen con su apatía característica.
Tras unos momentos que se hicieron interminables, Primen se dio por vencido.
-¡Uf! Están muy bien ajustadas, no hay forma de moverlas de ahí –opinó.
-Tal vez, si probáramos a traer una carreta… o quizá dos, podríamos atarles una cuerda y arrancarlas estirando –aventuró Segun, con convicción.
-No creo que eso funcionase… -ponderó Primen, rascándose la cabeza-. ¿Acaso no sabes lo que dice el dicho popular?
-¿A qué te refieres? –preguntó Segun, sin comprender.
-Sí, ya sabes, lo de que "Tiran más dos…" -empezó a recitar Primen.
-Por los dioses que sois inútiles, ¿eh? -interrumpió bruscamente el hombre-rata, viendo cómo su mansión de retiro se alejaba de él, junto a sus jóvenes sirvientas-. Dejadme a mí –despreció sin piedad, acercándose nuevamente a la zona de actuación. Habiendo fallado el plan B, no quedaba más remedio que pasar al plan C, que no era si no una vuelta elegante al plan A. Por un momento, el hombre-rata sopesó si no sería mejor ir preparando un hipotético plan D en el que sus dos acompañantes se perdieran para siempre en el bosque cuando, de pronto, se dio cuenta de algo que se le había pasado por alto.
-¡Ajajá! –exclamó triunfante Slade- ¡He encontrado un botón! Veamos lo que pasa si lo pulso… -comentó apretándolo, lo cual hizo que las gemas cayeran en su poder- ¡Siií! ¡Ya son…! –empezó a decir la rata.
De pronto, un fuerte terremoto les arrojó al suelo, mientras una agradable voz femenina, que salía no se sabía de dónde, hablaba en una lengua extraña.
-¿¡Cómo dice!? –gritó Segun.
-¡No le entendemos! –exclamó esta vez Slade, intentando hacerse oír entre todo el jaleo que se había montado en un instante.
-Yo creo que ha dicho que todo esto va a volar por los aires… -aclaró Primen, con la alegría que le caracterizaba.
-¡Salgamos de aquí! –ordenó el ladrón.
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No muy lejos de allí, en el Castillo, el Rey Granseal (sí, como el reino) y el Ministro conversaban sobre la tormenta que caía en un intento vano de matar el agudo aburrimiento del que hacía tiempo que eran víctimas. El Rey era ya mayor y su apariencia recordaba a la de Papa Noel, sólo que sin el estúpido atuendo rojo y la estúpida risa bobalicona. El Ministro, por otra parte, no era muy mayor aunque estaba completamente calvo. Un largo camisón verde cubría su cuerpo del cuello a los pies, dándole la apariencia de un pepino.
-Menuda tormentita se nos ha formado… habrá que suspender el campeonato de petanca de mañana… -decía el Rey, no muy satisfecho de tener que cancelar el acontecimiento nacional más importante del año.
-Sí, menos mal que no somos nosotros los que tenemos que ir hasta la puñetera Torre a ver si alguien ha logrado abrir la puerta sellada imposible de abrir y, además, ha sido lo suficientemente estúpido como para entrar…
-No sé si les pagamos lo suficiente a esos soldados por el trabajo tan aburrido que tienen… -meditó el Rey, preguntándose si él sería capaz de hacer lo mismo si estuviera en el pellejo de los jóvenes soldados.
Un fuerte terremoto se dejó sentir, causando el terror entre los habitantes de la ciudad, que salieron de sus casas en la noche multiplicando la confusión generada por los temblores y aumentando el número de víctimas mortales que, de no haber cundido el pánico, no hubiera habido.
-¿¡Qué demonios ha sido eso!? –dijo el Rey poniéndose de pie, enfadado por la súbita interrupción de sus aburridas vidas.
-¡La Torre! ¡Se está desmoronando! –chillaba el Ministro desde un ventanal, estirándose de sus inexistentes cabellos.
-¿Que la Torre se está desmoronando? –repitió el Rey, asombrado –No puede ser, esa torre es indestructible.
Un soldado entró de repente en la sala del trono, con un palmo y medio de lengua colgando, y se arrojó volando a los pies del Rey.
-¡Su Majestad! Arf, arf –jadeaba el soldado- ¡Ministro! Arf, arf –jadeó de nuevo- La puerta… de la Torre…
-A ver, muchacho, respira un poco… Vaya a ser que te nos mueras tras darnos la noticia…
-La puerta de la Torre… ¡está abierta! –pudo decir el soldado, instantes antes de besar el suelo, muerto.
-Qué típico… -murmuró el Rey.
-¡Abierta! ¡Arg, arg, arg! ¿¡Pero, cómo es posible!? ¡La puerta de la Torre está sellada, no se puede abrir! –chillaba el Ministro, totalmente fuera de sí.
-Querido Ministro, ¿por qué no, en vez de gritar tanto, coges a unos cuantos soldados y miras a ver qué ha pasado? –sugirió el Rey con gran amabilidad.
-Pero Majestad… está lloviendo a cántaros –se quejó el calvo.
-No me hagas repetírtelo de nuevo –sonrió escalofriantemente el Rey.
-Sí, Majestad, ahora mismo –se dio por vencido el alopécico Ministro, haciendo unos gestos a los soldados de la sala para que le acompañaran.
En instantes, el Rey Granseal se quedó totalmente solo en su sala del trono, iluminado por un puñado de candelabros.
-Más cobarde y no nace… me pregunto cómo pudo llegar a Ministro, con el valor que hay que tener para hacer política… -meditaba el viejo Rey para sus adentros- Y encima ahora me he quedado solo, sin un cochino guardia que me cubra las espaldas… Tendría gracia que, precisamente ahora, hubiera un asesino entre las sombras, que viniera a darme el golpe de gracia, jajajaja.
El sonido de un cristal que se rompe borró la sonrisa de la cara del Rey, al tiempo que una repentina corriente de aire apagó todas las velas de los candelabros de la sala, sumiendo al Rey en una poco agradable oscuridad.
-¡Mis ojos! ¡No veo nada! ¡Óscar! –llamó desesperado al ministro-. «Bueno, no pasa nada… Lo mejor es no perder la calma. Estoy a oscuras, sí, pero no hay porqué preocuparse. Aquí no hay nadie más que yo… a pesar de esta asquerosa sensación de que alguien me esté mirando. A fin de cuentas soy el Rey… y estoy bien protegido en mi Castillo, con muchos guardias a los que pago bien, aunque sólo sea por aguantar una lanza. Será mejor que me siente en el trono de nuevo y me quede quietecito hasta que el desgraciado del Ministro vuelva y encienda las velas otra vez… Como se le vuelva a olvidar pagar el recibo de la luz el mes que viene las va a pasar canutas…» -pensaba, para darse ánimos.
Una respiración sibilante empezó a oírse en la sala, para desgracia de los maltratados nervios del pobre Rey, cuyo corazón parecía que se le fuera a salir por la boca.
-¡¿Quién anda ahí?! –gritó al borde de la histeria sabiendo ahora con certeza que no estaba solo.
Una clásica risa demoníaca fue la única respuesta a la pregunta del asustado rey. Una risa que, por cierto, venía del techo donde un extraño ser verduzco ataviado con unas ropas aún más extrañas si cabe y un simpático bombín marrón cubriéndole la cabeza le observaba con interés.
-¿Quién eres tú? ¿Cómo has entrado? ¿Sabes jugar a la petanca? –Terribles dudas que atenazaban el intelecto del Rey- ¡Aléjate de mí! –chillaba el anciano, que iba retrocediendo cada vez más, totalmente aterrado.
El extraño ser volvió a soltar una risa demoníaca que heló la sangre del Rey y, acto seguido se desplazó por los aires, emulando un salto mortal hacia atrás con doble tirabuzón, hasta situarse encima del trono real. Después, señaló con el dedo al anciano y, tras proferir unas palabras en una lengua extraña, un rayo verde salió de la punta de sus uñas e impactó de pleno en la frente de su víctima, la cual cayó en redondo al suelo, besando la alfombra y, ya de paso, la mugre que habían dejado las botas de los soldados.
Lo último que pudo escuchar el Rey antes de que la oscuridad lo envolviera todo (aun más) fue la puñetera risa demoníaca del extraño ser verde del bombín marrón.
Fin del prólogo
Comentarios: Bueno, hasta aquí el prólogo. Espero que os haya gustado, es lo primero que escribo, jeje. Ya tengo escritos un par de capítulos más los subiré cuando pueda, aunque son un poco cortos…
