Un recordatorio: los personajes no son míos, pero la historia sí. Espero les guste esta nueva historia.
Sus comentarios siempre serán bienvenidos. Espero sus reviews.
TC GAN
Prefacio
En la mansión Andley, se están preparando para una gran celebración.
Con mucha esperanza miraban hacia el futuro; un futuro lleno de alegrías.
Esperaban la llegada de las nuevas generaciones de la familia.
Así comenzaba esta parte de la vida de la familia.
Capítulo 1
Pasaban las doce de la noche. Catherine Stewart estaba en la biblioteca. Se había servido un whiskey. Sentada frente al ventanal escuchó a alguien entrar por la puerta. Eran Anthony, Stear y Archie. Se dieron cuenta que alguien estaba ahí y fueron a ver quien era. Se sorprendieron ver a la novia sentada tomando un whiskey.
Discúlpanos. No sabíamos quien estaba aquí.
No se preocupen. No podía dormir; así que vine a tomarme algo para relajarme.
¿Nerviosa?
No, Archie. – Dijo con seriedad la señorita. – Muy nerviosa…
Jajajajaja. – Los cuatro rieron.
¿Y ustedes qué?
Tampoco podemos dormir. No todos los días se casa mi tío. – Explicó Stear. – Sin embargo, creo que él no tiene problemas con esto.
Jajajajaja. – Rieron de nuevo.
Compartieron una linda platica durante media hora. Fue en ese momento en el cual Stear preguntó cuándo se dio cuenta Catherine de amar a Albert.
Recuerdo cuando entré al colegio, William también era nuevo… lo vi por primera vez en el patio. Era alto, guapo y con un estilo diferente, aunque vestía con uniforme. La siguiente vez que lo vi, regresaba de pasar el día con mis padres. El baile había comenzado una hora antes de que llegara. Cuando entré, él bailaba con una de mis compañeras. Se miraba guapo, gallardo, atractivo, apuesto, elegante…
Nos podemos imaginar… - Dijo Archie divertido.
No pude quitarle los ojos de encima. Bailaba con una y con otra. Verlo bailar era verlo volar. Las que bailaron con él, me dijeron lo maravilloso que bailaba. – Soltó un suspiro mientras su mirada se dirigía al cielo.
Te enamoraste de él desde el principio.
No te puedo decir que estaba enamorada. Más bien creo que estaba impresionada… no… hipnotizada…
¿Qué más?
Bueno… un día me tocó trabajar con él en uno de los proyectos sociales del colegio. Teníamos que organizar algún tipo de actividad para beneficio de algo. Nos asignaron en el mismo grupo. Éramos 6. Tuvimos la oportunidad de conocernos y volvernos amigos. – Volvió a suspirar. – Después de eso, salíamos a pasear, nos juntábamos en la biblioteca a estudiar y nos escapábamos del colegio.
¿Nunca los pescaron?
No. Nunca.
¿Cuándo supiste que estabas enamorada?
No sé. De repente, me di cuenta de mi necesidad de, por lo menos, saber de él todos los días. Nos mandábamos cartas clandestinamente.
Los días que no tenía noticias eran un suplicio. – Dijo Albert dirigiéndose a su novia. – Buenas noches. – Se agachó a besar a su novia. - ¿Bebes whiskey?
No encontré vino. ¿Quieres? – Dándole el vaso.
Gracias. – Recibió el vaso, dio la vuelta a sentarse a la par de ella. – Chicos, ¿qué hacen con mi novia… a solas…?
Platicando, Albert. – Dijo Stear.
Oí.
Nos contaba de cuándo se conocieron y se enamoraron. – Archie dijo.
Ella les contó su lado.
¿Contigo fue igual, Albert?
No. Para nada… - Se quedó viendo los ojos de su novia. Iba a empezar a contar su lado de la historia.
¡Todos están acá! – La voz de Candy se escuchó.
Sí, acá estamos. – Dijo Albert al tiempo que se le iluminaron los ojos. – Acompáñanos.
Ese brillo no pasó desapercibido por la novia. El entusiasmo en su voz tampoco. Vio la reacción que ella tenía en los cuatro hombres presentes. Sintió un balde de agua fría caer sobre sus hombros. Entró la duda en su mente sobre el amor en el corazón de su prometido. Le quitó el vaso a Albert y se tomó el whiskey restante de un golpe, se levantó y retiró a su habitación sin emitir otra palabra que no fuera un deseo de un sueño agradable para todos. Se quedaron extrañados ante la forma en la que la novia reaccionó. Lo adjudicaron a los nervios normales de una mujer que está a punto de casarse. Los demás decidieron hacer lo mismo que ella.
Muy calladita caminaba por el pasillo en busca de la puerta de su prometido. Entro, se sentó a la par de él. Él se despertó. Se inclinó a besarlo en sus labios.
Mmmm… - Devolvió el beso. - ¿Qué pasa?
Nada. – Besó de nuevo a su prometido.
En serio, ¿qué pasa?
Nada. – Besó a su prometido.
Lo que sea dimelo…
Shhh… - Besándolo con más fervor.
Ella tomó el control de la situación permitiendo una lucha de placer crecer entre ellos. Era la primera vez en la cual se permitieron estar tan juntos, tan unidos. Los besos iban y venían… las caricias iban y venían… hasta que los cuerpos iban y venían…
¿Estás segura de lo que vamos a hacer?
Lo estoy, William.
Él la recostó en su cama. Soltó la moña de la bata para abrirla. Soltó el listón de su camisón con delicadeza. Bajó las prendas por los hombros de su dama enamorada hasta dejarla libre. Dejó un camino de besos desde sus hombros hasta sus pies al destapar cada parte del cuerpo. Ella, por su lado, desabotonó la camisa de la pijama dejando a la vista de la penumbra el torso de su prometido. Los labios se tocaron en un beso demandante, necesitado. Después, buscó el cuello de ella con su lengua. Siguió bajándolo al masajear sus senos, su abdomen, su vientre. Ella gemía de placer mientras acariciaba la espalda y cabello de él.
¿Segura?
Sí…
Nos casaremos en menos de doce horas.
Sí…
¿Por qué quieres hacerlo? – Preguntó con verdadera curiosidad.
¿Quieres o no hacerlo? – Respondió con decisión.
¡Qué piel más suave tienes!
Siguieron su camino. Él se colocó entre las piernas de ella. Sentía cómo su virilidad se endurecía. Bajó su pantalón. Tomó su miembro en busca de la entrada en el cuerpo de ella. Entró. La dama sintió esa intrusión con un poco de dolor y derramó unas gotas rojas. Conforme pasaba el tiempo, los movimientos encontraron su ritmo. Pasó todo entre jadeos y gemidos. Los cuerpos clamaban por llegar a la cima del placer. Así lo hicieron.
Te amo, William.
Solo recibió un beso como respuesta. Él se recostó a la par de ella. La buscó para recostarla sobre su pecho y dormir.
A las seis de la mañana, se despertó con su prometida a su lado. Le gustó verla ahí. La besó en la frente suavemente. Se levantó con precaución de no despertarla. Se fue a bañar y vestir para bajar a desayunar. Recién había salido del cuarto cuando la dama abrió sus ojos. Se dio cuenta que él ya no estaba a su par. Catherine se levantó con cuidado. Se retiró a su habitación. En ella, empacó sus cosas. En silencio, sin ser vista, abandonó la casa. Llegó al garaje. Puso su equipaje en un carro. Abrió el portón y manejó con dirección a Chicago.
Todos estaban en el comedor desayunando. Pensaron que la novia seguía dormida por el desvelo. No quisieron levantarla, a pesar de la insistencia de la tía Elroy, el novio insistió en no permitir a nadie buscarla. Se sorprenderían mucho no encontrarla en la habitación correcta. La plática estuvo muy amena y no se dieron cuenta de la hora. Eran las diez de la mañana. A esta hora, Albert decidió despertar a su prometida. Era el gran día. Subió las gradas de la mansión. Tocó la puerta de su habitación suavemente. No obtuvo respuesta. Tocó más fuerte. Nadie contestó. Abrió la puerta. No vio a su novia. La cerró y se dirigió a la habitación de la dama. Volvió a tocar sin recibir respuesta. Entró. No la vio por ningún lado. Abrió la puerta del baño tocándola antes. No la encontró. Se volteó. Vio el vestido de novia colgado en la percha. Se acercó. Lo tocó. Salió del baño. Vio un reflejo proveniente de la mesa de noche. El corazón le dio un vuelco en el pecho. Sintió su futuro irse abajo. Dejó de ver… de verla sentada a su lado en el patio viendo a sus hijos… de verla del otro lado de la mesa del comedor… de verla parada frente a él tomados de la mano… de verla como la vio la noche anterior; a su lado, en todo su esplendor, en su cama. Era el anillo de compromiso junto a una carta. En ella, estaba la explicación de su ausencia. La tomó, se sentó en la cama, la leyó. Se dio cuenta que la había descuidado. Las palabras "te amo" no se las dijo; ni siquiera en el momento compartido la noche anterior. Recordó conversaciones en las que se excusaba de visitarla o cancelaba una cita por problemas del trabajo o resolver asuntos de la familia o visitar a cierto miembro de la familia con quien no compartía una relación sanguínea. Vinieron a la memoria conversaciones con mucha complicidad, pero en ninguna expresó el amor que le tenía con las palabras que más deseaba ella escuchar. El corazón se le partió. Él estaba seguro de la fuerza de los sentimientos de Catherine hacia él, pero no al revés. Se dijo a sí mismo que ella no podía estar muy lejos. Corrió en dirección del garaje. Iría en su busca; regresarla a como diera lugar. Deseaba casarse con ella y formar su familia. Se juró a sí mismo convencerla de aceptarlo nuevamente y que le haría saber siempre lo importante que era ella para él.
La puerta del garaje estaba abierta y un automóvil faltaba. Ante esto, se le congeló la sangre.
No fue buena idea enseñarle a manejar. ¡Maldita sea!
