Otra vez te había dejado sola, siempre lo hacía, a veces para trabajar para Aogiri, otras para irse con otra mujer, a veces incluso por que sí. No lo entendías, ¿Por qué si prefiere a otras mujeres para pasar el rato seguías tú ahí? No tenía sentido, pero claro, pocas cosas tenían sentido desde hace tiempo, como el hecho de que no lo hubieses abandonado cuando te engañó por primera vez con Touka o cuando le dijeron que tendrías que pasar por las manos de un torturador si quería que quedases allí o al ver esas asquerosas miradas de los otros ghouls, unos te miraban con asco, otros con lujuria, incluso algunos te trataban como un gato callejero, era humillante, era denigrante, pero sobretodo, era real.

Era una suerte de que tuviese acceso a red en ese desolado lugar, le habías pedido a Kaneki un ordenador con acceso a internet, ese había sido tu regalo de cumpleaños, pero claro, siempre hay peros, ellos habían estado mirando tu historial, por si acaso, eso lo habías descubierto ese mismo día. Los ghouls encargados no habían podido resistirse y habían dejado una pintada en medio de la pared con el ordenador encendido y la página del historial abierta para darle ese mensaje. "Canta pajarito, canta.". Tú solo te descargabas música, no había nada más en tu ordenador música, música y más música, adorabas cantar, a veces bailabas al son te la música. Antes te gustaba ahora te aferrabas a ella, desde esos días a manos de ese cerdo que había sido el primero en minar tu auto estima. Kaneki se había aferrado a los números, tú a las canciones, a cada una de sus letras, a cada uno de sus acordes.

Y lo peor era que era verdad, eras como un pobre pájaro que tontamente había entrado a una jaula que ni siquiera era de oro, era de hierro y estaba llena de óxido, que además estaba rodeada de gatos hambrientos con la única protección de un descuidado amo. Quizás por eso, en aquellos raros momentos en los que Kaneki era tierno, te decía que eras como una preciosa joya que resplandecía en medio de un basurero. Pero las joyas deberían estar donde brillan, donde se cuidan con esmero y se elogian por su belleza, pero claro, no podías decirle eso a tu "novio" o mejor dicho a tu protector, sería como pararse en frente de una manada de leones y esperar que no te coman, estúpido y suicida.

Después de ver esa pintura hiciste escándalo durante media hora, los primeros diez minutos te salió una risa amarga y envenenada desde lo más profundo, el resto del tiempo lloraste amargamente las pocas lágrimas que te habían quedado después de la tortura. Finalmente cuando paraste, te quedaste en medio de un abrumador silencio, que se te hizo tan abismal como tu soledad. Lo que no sabías era que habías hecho tanto ruido que Ayato, quien pasaba por una extraña casualidad por allí, se había pasado a echar un vistazo.

Oe, humana, deja de hacer tanto ruido, es molesto. – te dijo, una especie de locura extraña que habías desarrollado durante los días de tortura se apoderó de ti en ese momento, a pesar de que sabías que te podía matar con solo una de sus manos, empezaste a hablar con la cara empapada de lágrimas y algunos mechones de pelo en la cara.

Oh, lo siento tanto maestro, mis más sinceras disculpas, un pájaro no debería hacer ruido ¿Verdad? – preguntaste de manera retórica, viste en su cara que pensaba que o bien te habías vuelto loca, o bien querías morir, en todo caso te iba a matar por el tono ácido e irónico que habías empleado. – ¿Qué debería hacer? ¿Me perdonaría si canto para usted? ¿Cómo era? Ah sí, "Canta pajarito, canta" – entonces y solo entonces vio la pintada que estaba detrás de ti, por increíble que pareciese no le gustó nada, más por el mal humor que se gastaría Parche con él, después de todo estaba a cargo de la supervisión de ese asunto.

Te levantaste, te tambaleaste y te volviste hacía el ordenador, pasaste por la lista y encontraste una, Continued story, dejaste que te llenara, te secaste las lágrimas y en medio de la estancia te pusiste a bailar mientras cantabas, te dejaste llevar por la hermosa música y dejaste de ser consciente de que Ayato estaba allí.

Él no sabía que hacía todavía allí, quería haberte parado cuando te dirigiste hacía el ordenador, y ahora se veía sí mismo el gran Ayato, cuyo Kagune eran prácticamente alas, uno de los capitanes de Aogiri Tree, viéndote bailar, comparándote con un pájaro. Y por primera vez en muchos años encontró algo bello, te encontró a ti una humana, una miserable y estúpida humana, bella.

No sabías cómo pero había acabo la canción y con ella tu locura, volvías a estar en tus casillas otra vez y no podías creer lo que veías, Ayato se había quedado a verte, pensabas que se había ido en cuanto habías empezado a cantar la canción de instrumentos de viento y suave tono. Te quedaste mirándole, y entonces él volvió en sí, pudiste o creíste ver un rubor en su cara, pero fue tan mínimo tan fugaz que pensaste que lo habías imaginado.

Entonces Kaneki entró por la puerta, primero te vio a ti, con los ojos rojos e hinchados de llorar, frunció el ceño, luego vio a Ayato y lo frunció aún más.

Tu novia estaba haciendo mucho ruido y vine a ver, me la encontré llorando. – esas palabras bastaron para que el ojo de Kaneki se volviera negro y rojo. Ayato señaló la pared y por tanto la frase. – "Canta pajarito, canta." – repitió casi aburrido.

Viste como Kaneki apretaba los puños y luego los relajaba, su ojo volvió a la normalidad.

Pensé que habría sido algo más grave. – esas simples palabras bastaron para romperte el corazón. Al final lo eras, realmente lo eras, era el pajarito de Kaneki. El estúpido pájaro que se había dejado atrapar como una boba, la bailarina que da vueltas en la caja de música, la marioneta del ghoul de un solo ojo, de Parche, uno de los capitanes de Aogiri Tree. No te diste cuenta de cuándo pero cuando volviste del shock Ayato ya se había ido y Kaneki te miraba inexpresivo como siempre.

No lo miraste a los ojos, con la mirada gacha te dirigiste a la cocina, sentiste que te cogían de un brazo y te volvían con fuerza y rapidez, de un momento a otro Kaneki te estaba besando posesivamente, dominante y posesivo, esas eran las características de Kaneki al besar desde hacían un tiempo. Ni siquiera te resististe, ¿Para qué? No tenía caso hacerlo, respondiste débilmente. Cuando el aire os faltó os separasteis, nada, no podías decir que estaba pensando, desde que lo pillaste con Touka ya no podías decirlo, a veces habías pensado que nunca pudiste. Seguramente sería así.

Te soltó y te dio las buenas noches, ni un abrazo, ni un te quiero, nada; estabas convencida lo único que Kaneki sentía por ti era posesión. Pero eso era peligroso, después de todo hasta ahora no te había dado nada más que besos, pero eso podía cambiar en cualquier momento y sin previo aviso.

Desganada fuiste a la cocina, cogiste un cubo y un estropajo, llenaste el cubo de agua y metiste el estropajo dentro, te lo llevaste a donde estaba la pintada y empezaste a restregar, despacio, sin prisas, no había ninguna a fin de cuentas. Y empezaste a llorar otra vez, esta vez en silencio mientras limpiabas la pared. Le diste de repente algunos golpes a la pared, como si con eso pudieses romper las palabras, las letras, el significado de aquella frase, como si con eso pudieras romper los barrones de la jaula que te aprisionaban.

Mientras, aunque no lo sabías Ayato te miraba desde lejos.

¿Cómo he podido pensar que era hermosa? – se reprochó a sí mismo con rabia y el entrecejo fruncido, no solo eras humana sino que también eras débil, dos de las cosas que él más odiaba en este mundo. Casi podía ver unas alas a tu espalda, blancas y grandes que podrían llevarte a cualquier lado lastradas con cadenas oxidadas que no te atrevías a romper.

Como tampoco sabías que arriba estaba Kaneki metido en la ducha, lamentándose de lo estúpido que era. ¿Cómo he podido decir eso? Se preguntaba, ¿Solo eso? ¿Algo más?, por favor acaban de llamar a la mujer que amaba pájaro, marioneta, juguete.

Pero ¿Tenía derecho a reclamarla como suya? ¿Después de todo lo que había hecho? ¿Después de todo lo que le había hecho? No lo creía, pero aún así lo hacía te reclamaba como suya, te había encerrado en una jaula y te había retenido entre sus brazos privándote de libertad, quizás sonara enfermizo pero así lo sentía, que eras suya y solo suya, que te amaba desde lo más profundo de su alma. El motivo de este encierro era simple y llanamente que quería que lo eligieras, por encima de todo y de todos, pero no estaba seguro de si lo elegirías a él estando en libertad, por eso no correría ese riesgo.

No cuando podía evitarlo.

Pero lo que él no sabía era que lo único que hacía así era hacerte cambiar de opinión, que poco a poco, lentamente, empezabas a ansiar la libertad, empezabas a amarla más de lo que le amabas a él.

¿Estaría bien? Él te había protegido, pero también te había hecho daño; te había amado, pero acababa de demostrar que no le importabas, y así podías seguir la lista.

Ken… – llamaste, aunque sabías que no podía oírte, y formulaste la terrible y liberadora pregunta. – Si yo desapareciera… ¿Me buscarías? – antes la respuesta estaba clara como el agua, pero ahora que el agua se había enturbiado no la sabías.

Quizás deberías comprobarla…