—De acuerdo, Zelena, ¿qué está sucediendo?— rió Regina haciendo una seña a su vestido.
Era azúl claro. Su color favorito desde que era una jovencita, pero no empezó a usarlo hasta que siguió a Henry hasta su otra versión del Bosque Encantado. Si era honesta consigo misma, el vestido era despampanante, perfecto. Pero también una cuestión banal, e inútil.
Su hermana condujo—lo cual resultaba altamente peligroso— hasta el castillo de Nieves y David, la forzó a meterse en un corsé y mantuvo con facilidad sus aires de misterio.
—Y obviamente, esto no es una reunión sobre asuntos del estado— agregó.
—Oh, ella lo captó rápido— comentó Henry a Zelena.
—Shush, Henry. Recuerda la operación Mantén Tu Boca Cerrada— la pelirroja replicó descaradamente.
Regina largó una pequeña risa al sentido del humor que su hijo y su hermana compartían, sin quitar los ojos de su ropa. Quería saber qué estaba sucediendo, pero no parecía estar entre los planes de sus acompañantes soplar ninguna información.
—Mamá— escuchó la voz del joven Henry y levantó la mirada.
—Vamos, gente, ¿qué está sucediendo?
Como respuesta, el adulto de sus dos hijos le tendió el brazo. Ella lo ojeó y cruzó el suyo con él. Zelena se desvaneció el humo verde y el adolescente imitó la acción de Henry.
Cuando abrieron la puerta, se sorprendió ante los ensordecedores aplausos que la saludaron. Sus piernas fallaron un segundo, pero siguió adelante con sus hijos.
Cuando llegó frente al altar, ambos Henrys la soltaron. Ella miró a Blancanieves y a David con sospecha y una sonrisa escapándose por sus labios.
—¿Qué es esto?
—Esto es para ti— confesó la mujer. — Los reinos han sido unidos, y ahora, necesitamos alguien que nos lidere.
—La gente ha decidido, Su Majestad— David agregó, casi con un tono burlesco a su título.
El pequeño Neal bajó hacia la multitud y se unió a ellos, mientras Regina ascendía las escaleras a Nieves y Encanto. ¿A qué iba todo eso? Eligieron a un rey, por primera vez. La pregunta era ¿a quién? Entonces, su mirada confusa bajó a la cajita que la mujer tenía en sus manos. Un corona estaba dentro. Majestuosa, brillante. Digna de una reina.
—Querían que seas tú, Regina.
La morena la miró, llena de emoción. ¿Confiaban tanto en ella como para ser su reina? Casi no lo podía creer. Debía ser un sueño, que alguien la pellizque. Cuando desvío su mirada alrededor, allí estaban. Rostro sonrientes, llenos de orgullo y confianza. Garfio, Alice, Robin, Zelena, Tiana... Ambos Henrys, sus hijos, su nieta, la gente de Storybrooke y del nuevo reino. Sus seres amados asentían en aprobación. Todos estaban allí por ella. Bueno... casi todos.
—¿Estás lista?— escuchó la voz de David.
Ella se dió la vuelta, un poco vacilante y se acercó a la pareja.
—¿Están todos aquí?— susurró insinuante, y Nieves captó la indirecta al instante.
—Creo que la bebé estaba quisquillosa— susurró en respuesta, un poco incómoda.
En entendimiento, y decepción que intentaba esconder de su rostro, asintió respirando por la boca. Emma no estaba allí. Su mejor amiga no presenciaría un momento tan importarte como ese.
—Oh... okay— dijo la morena, pero no logró esconder la afección de su voz, por lo que lo cubrió con una sonrisa.
Con mucha suerte, Nieves se la compraría. Y lo hizo. La mujer llevaba una sonrisa acuosa, como si fuera su propia hija la que estaba a punto de ser coronada. Levantó con gracia la corona, prosiguiendo con la coronación.
—Tú, Regina Mills, ¿aceptas el rol del primer gobernante electo de los nuevos Reinos Unidos?
—Acepto.
Encanto hizo una seña con la mano, y ella comprendió. Bajó la cabeza levemente, para facilitarle a Nieves colocar la joya.
—Yo, ahora te corono como...
El sonido de las puertas siendo abiertas la detuvo justo a punto de colocar la corona en el cabello moreno de Regina. Todas las miradas cayeron en los interruptores.
—Siento llegar tarde.
Una sonrisa radiante agració el rostro de Regina ante la jadeante mujer.
—Em-ma.
—No pensante que me perdería esto, ¿verdad?— dijo mientras se adentraba en la sala, seguida por Garfio, a quién Regina optó por ignorar.
La rubia llevaba colgado en el brazo un bolso, mientras el pirata cargaba a la pequeña Hope. Saludó a Henry con un abrazo.
—¿Puedes darle una mano a tu padrastro?— le pidió a su hijo, mientras Killian ya estaba trasladando a la bebé desde sus brazos a los del hombre.
Regina expandió aún más su sonrisa. Todas las personas que amaba, juntas en una misma sala. Probablemente presenciando uno de los más grandes momentos de su vida, después de la adopción de Henry y el nacimiento de su nieta, claro. El matrimonio terminaba de acomodarse mientras Henry acunaba a Hope.
—¿Cómo está la pequeña Hope? ¿Está lista para su primer coronación?
—¿Podemos, por favor, continuar con la coronación?— Nieves susurró desde su lugar por silencio.
—Perdón, mamá— se excusó Emma.
—Bien entonces— y se giró a Regina. —Regina Mills, ahora te corono como...— se acercó a colocar la corona mientras ella movía su cabeza hacia abajo. —La Reina Buena. ¡Que reine muchos años!
La gente celebró eufórica. Y en ese instante, todo lo que deseaba era abrazar a los Encantadores como si su vida dependiera de ello. Hizo amago de acercarse a hacerlo, pero se detuvo antes de en realidad actuar por sus sentimientos. No sería apropiado. Y las personas frente a ella lo sabían, así que hicieron una reverencia que, aunque la decepcionó un poco, era imposible que la haga menos feliz en ese momento.
Tomó la mano de David, y descendió las escaleras para abrazar rápidamente al jóven Henry. Y a Lucy. Y al Henry adulto, saludando a Hope.
Y a Emma.
—Señora Alcaldesa— dijo ella.
Regina casi quería reírse de ello. No recordaba la última vez que Emma la había llamado así. Antes de que se quiebre la primera maldición, ¿quizá?
—Creo que estarías bien con Su Majestad— le dijo Killian, mientras abrazaba a su nueva reina también.
—Ella siempre será la Señora Alcaldesa para mí— le discutió la rubia. — Esto es, tu final feliz.
—Mmm, no, Srta. Swan, ni de cerca— negó la morena. Tampoco recordaba la última vez que la llamó así. —Esto no es un final. Odio los finales, porque significa que la historia terminó. Y todos aquí, bueno, sus historias están lejos de ser acabadas
—Un feliz comienzo, entonces.
—Me gustaría llamarlo... una segunda oportunidad.
Asintió en un movimiento lleno de gracia y volvió hasta el altar con una sonrisa mayor a la que tenía al entrar en la sala.
Entonces los aplausos se volvieron murmullos hasta finalmente desaparecer. La luz, era ahora oscuridad. El latido apresurado por la emoción eran jadeos de una mujer con la respiración agitada.
Abrió los ojos, ligeramente confundida. Observó lentamente su alrededor, encontrándose con su habitación. La cómoda cama, la ropa desparramada por el suelo, el reloj de la mesita de noche marcando las 4:00 am.
Fue sólo un sueño. Un hermoso y perfecto sueño.
Y aún faltaban horas para que su alarma suene, y ni hablar para tener que abrir el bar.
Era extraño, sin embargo. Kelly estaba allí y Margot, pero eran su hermana y sobrina. Ese chico, Henry, estaba también, con la pequeña Lucy y Jacinda, y en realidad eran una familia. Su familia. Y un montón de personas que nunca había conocido.
Después estaba esa tal... Emma. Un nombre curioso, sin duda. Es decir, normal, claro. Pero tenía algo que... Algo se sacudía en su pecho cuando lo pronunciaba en su cabeza. Nunca había conocido a esa mujer y de todos modos era tan familiar.
Detrás de ella, Rogers, pero era el gemelo de Rogers, ya que él estaba junto a Tilly en la multitud. El hombre llevaba una bebé en brazos y un sentimiento de disgusto la llenaba al verlo a él, aunque se desvanecía ante la niña.
Tenían nombre extraños, hasta graciosos. Garfio, Blancanieves, Principe Encantador... Rió por dentro, los cuentos de Lucy se le estaban subiendo a la cabeza. Debía ser eso. Es que se percibía tan real.
Pero era un sueño. Sólo eso. Un sueño.
Suspiró saliendo de la cama, el aire fresco chocando contra sus piernas desnudas. La camiseta deJourney extragrande llegaba sólo hasta la mitad del muslo. Ni se molestó en intentar dormir, estaba demasiado intranquila para alguna vez lograrlo. Quizás un paseo por la madrugada le aclare las ideas.
Dejó su camiseta y se deslizó dentro de unos jeans y las primeras zapatillas que encontró. Se aferró a un abrigo y empezó a caminar por las calles tranquilas de Hyperion Heights. Lo cual no tenía sentido. Se suponía que estaban en una ciudad, no importaba la hora había movimiento, pero en Heights era muy extraño, demasiado pacífico.
Encogió de hombros a su idea, casi como si fuera un reflejo, y decidió por seguir caminando, en orden para que el frío le quite esa noche de la cabeza. No funcionó.
La persona en ese sueño ni siquiera era similar a lo que ella era. Roni era desfachatada, despreocupada, actuaba con demasiada libertad para una persona de su edad y estaría mintiendo si dijera que no disfrutaba de su alcohol. Ahora, Regina, la persona que interpretaba en su sueño, era regia, poseía el porte y la compostura de una reina, y al parecer llevaba positividad adónde vaya. Nada que ver con ella.
En esos momentos, desearía ser una reina. Quizás, de esa manera, podría vencer a la perra de Belfrey. En esos momentos, anhelaba ser Regina. Esa mujer lo tenía todo: familia, amigos, amor, poder y dinero. Tenía la felicidad, y Roni no podía entender por qué todos a su alrededor eran tan miserables, cuando la felicidad estaba al alcance de su mano.
Observando en su bar, ella lo veía, conocía los pensamientos más profundos de la gente, notaba las miradas de deseo entre dos personas que al final de la noche irían por caminos separados, reconocía los finales felices perdidos por todos lados. Roni era una de esas pobres almas en desgracia.
Pero en ese sueño, ella lo tenía todo. Todos lo tenían todo. Rogers tenía a Tilly y Kelly recuperó a su hija. Margot y Tilly eran una pareja. Henry tenía a su familia, a su hija y a su esposa, a las cuáles creía perdidas por siempre. Y luego estaba esa Emma. No sabía mucho de la chica de su sueño, ni porqué le atraía tanto, pero entendió al instante que su mundo necesitaba una Emma, porque sino estaría perdida.
Suspiró en decepción, cuando de repente sintió un golpe. Se acarició la frente, murmurando maldiciones bajo su aliento, hasta que finalmente miró hacia arriba. Un jadeo se atoró en su garganta. Era ella. Era ella. Cabello rubio, ojos verdes hiptonizantes, esa hermosa chaqueta roja que estaba en su sueño—pero tuvo el descaro de usarla sobre un vestido de baile.
Emma.
Emma era real y estaba frente a ella. ¡Acababa de chocarse con ella!
—Oh Dios, lo siento tanto— empezó la rubia con toda la energía que podía tener una persona a las cinco de la madrugada.
—Nah, está bien. Fue sólo un tropezón.
—De verdad, lo siento. No sé dónde tenía la cabeza.
—Está bien, en serio— insistió Roni, frunciendo el ceño ante las disculpas innecesarias de la mujer. —La verdad es que yo también andaba un poco distraía. Soy Roni.
—Emma.
—Lo sé— salió antes de que pudiera pensar en lo que decía.
—¿Lo sabes?— se extrañó Emma.
—Por alguna razón loca, lo sé— y cuando la mujer le dió una mirada se apuró a corregirse. —Nada psicópata, lo juro. Sé que sonará raro pero... hubo un sueño y...
—Oh, gracias Dios. Creí que yo era la única loca.
—¿Qué? ¿No soy la única que sueña con hermosas desconocidas?— sonrió con descaro y Emma se sonrojó un poco.
—Al parecer, no. Pero había algo diferente. No sabía que te llamas Roni.
—¿No?— preguntó ella, teniendo sus ideas de a qué se refería. —¿Cuál era mi nombre?
—Regina.
