Los personajes pertenecen únicamente a la gran Rumiko Takahashi, así como lo hace también la historia original de Inuyasha.

Información.
Tsubaki/Kikyō. Romance/Drama.
Advertencia: Relación lésbica. Leve modificación de los sucesos de la historia original.


Participante del concurso «Adictos al crack».


Té helado

1

Tsubaki tiene cinco años. Se encuentra sola, acostada en su cama de sábanas blancas y sedosas, tapada hasta el mentón. En verdad, está completamente sola. Piensa que quiere a sus padres a su lado y, por sobre todas las cosas, no quiere ser una maldita sacerdotisa. Pero no tiene a sus padres y, aunque no quiera, está destinada a ser una.

La señora mayor con arrugas en los ojos se lo dijo. Su poder podía ser increíble... luego podría tener todo lo que quisiera. Si eso era así, Tsubaki iba a tener a gente alrededor, gente que la quisiera y la alabara, como la señora mayor con arrugas en los ojos lo hacía. Y cuando sea grande y bella y poderosa, todas esas niñas que entrenaban para ser futuras sacerdotisas junto a ella, pero que sí tenían a sus padres, sentirían envidia de ella, como la envidia que le corroía el alma cada vez que esa chica de las coletas abrazaba a su madre de mejillas sonrojadas.

Un día sería grande, bella y poderosa, y ese día… ese día ya no tendría esos sentimientos.

2

Tsubaki tiene diez años ahora. Es una jovencita hermosa y poderosa, como la señora mayor con arrugas en los ojos se lo había dicho una vez. Es una de las preferidas de la pequeña aldea donde se entrena; pequeña aldea, pero importante, y ahora la han elegido para ir a un lugar de entrenamiento más importante aún. Las niñas que sí tienen padres, y esa niña de las coletas rojas, ahora la observan marchar frunciendo el ceño, porque ella es grande, hermosa y poderosa.

La señora mayor con arrugas en los ojos había muerto tiempo atrás, pero ahora otra mujer cuida de Tsubaki. Tsubaki odia su nombre, así que nunca lo dice en voz alta y se refiere a ella como sensei. Tampoco le gusta decirle sensei, porque siente que no lo merece. Pero la mujer pone esfuerzo en cuidarla y siempre la mima, eso Tsubaki lo aprecia.

Tsubaki se asoma por la ventanilla de la carreta y saluda con la mano a sensei y, con una sonrisa de autosuficiencia, se despide de sus compañeras. Ninguna de ellas la quiere, pero enseñan una mueca parecida a una sonrisa y una que otra hace una pequeña reverencia.

Vuelve a tapar la ventana de la carreta con la débil cortina roja, se tapa la cara con ambas manos y llora en silencio.

Cuando fuera la guardiana de la Perla de Shikon, pediría nunca más estar sola.

3

Tsubaki tiene trece años y es la favorita del templo. La sacerdotisa mejor preparada, la más seria, la que más rápido aprende. Tsubaki está feliz consigo misma, y también lo estarían sensei y la señora mayor con arrugas en los ojos si acaso pudieran verla.

Tsubaki le sonríe a su maestro y se sienta con tranquilidad en el banquillo, mientras él sigue hablando. Habla de nuevas alumnas que llegaron al lugar, todas candidatas a ser guardianas de la perdida Perla de Shikon.

Tsubaki vuelve a sonreír para sí misma. Nunca dejará que nadie le gane en lo que ella es la mejor. Además, ella más que nadie necesita de la Perla, necesita tenerla cerca. Porque, desde que había llegado allí, había hecho amigos y la gente la respeta. No puede decepcionar a la gente que la alaba todo el tiempo.

El maestro nombra a las chicas que estarían junto a ella en el entrenamiento y Tsubaki asiente. El maestro le pide también que brinde sus conocimientos a sus compañeras, porque eso haría crecer su propia grandeza. Tsubaki también asiente esta vez. El maestro la despide y Tsubaki, con calma, se incorpora, saluda a su maestro con una leve inclinación y se va a sus aposentos.

Al día siguiente las conocería. Tsubaki apenas siente un leve nerviosismo que no se hace notar en su semblante serio y altivo.

4

Tsubaki practica la sonrisa cordial, esa que tiene bien entrenada, y las saluda con pequeñas reverencias y risitas ante los comentarios. Ninguna le llama la atención realmente, a excepción de una sola chica que se mantiene levemente apartada del grupo. La mayoría de ellas se mantienen con una sonrisa nerviosa, la mirada perdida, o miran el suelo, repasan algo en su mente.

Tsubaki sabe que chicas que estén asustadas, como lo están ellas, no tienen realmente un futuro en ese lugar. No son una amenaza para ella y sonríe ahora con una sonrisa verdadera, realmente sincera.

La chica en la que Tsubaki se fija es la única que mantiene la cabeza en alto y, por lo que Tsubaki es capaz de deducir, los pensamientos claros. Es de tez pálida y de largo cabello negro, que lleva suelto. Sus ropas parecen demasiado grandes para su delgado cuerpo y tiene ojos calmos, de un marrón claro.

La chica cruza una mirada con ella, y Tsubaki le sonríe, pero la chica no devuelve la sonrisa.

A Tsubaki, la chica le cae mal.

5

Han pasado los días y, de las cinco alumnas que llegaron esa vez, solo quedan dos. Las demás jóvenes, supuso Tsubaki con amargura, extrañaban tanto a sus padres que tuvieron que volver. Con un deje nostálgico, Tsubaki, en el fondo, las comprende.

Además, el entrenamiento no es lo que se dice fácil y requiere de una gran fuerza física y espiritual para resistir el ritmo. Ella ya está acostumbrada a eso, puede hacerle frente a cualquier cosa de ahora en adelante.

Tsubaki recorre la habitación donde duerme para observar a sus compañeras. La chica de mejillas regordetas duerme profundamente, soltando pequeños ronquidos que se pierden en las esquinas del lugar. Tsubaki suele encontrarse pensando que se ríe demasiado y le sorprende que sea capaz de seguir entre ellas, aunque muchas veces la ayudó en sus cosas.

La otra chica, para desgracia de Tsubaki, es la que le cae mal. Tiene el pelo negro revuelto sobre la almohada; parece respirar paz al dormir. Sin embargo, Tsubaki, a pesar de su corta edad, puede darse cuenta con facilidad que ella no duerme en lo absoluto.

La chica abre los ojos y la observa. En la oscuridad de la noche, los ojos de Kikyō, como se llama, parecen dos pozos negros, acaso sin fondo.

Tsubaki no dice nada, se da la vuelta en la cama e intenta reconciliar el sueño.

No es que Kikyō le cae mal todo el tiempo. Kikyō a veces le asusta.

6

Hace tiempo que la chica de mejillas regordetas ha dejado el diminuto grupo y ahora solo quedan Tsubaki y Kikyō para seguir con el severo entrenamiento. Bajo la mirada del maestro, ambas muestran sus habilidades diariamente con tenacidad. Y ambas saben que eso no sirve de nada.

La mujer alta y flaca que cuida de ambas jovencitas, y que conoce de hace mucho más tiempo a Tsubaki, suele decirle a escondidas, en susurros, como si fuera un secreto, que el entrenamiento se hará mucho más largo porque Kikyō también es muy buena. Además, aún no están de todo preparadas para cuidar la Perla, la cual sigue perdida, en todo caso.

Tsubaki siempre chasquea la lengua cuando se lo repite, o siquiera cuando saca el tema de Kikyō. Y la mujer alta y flaca siempre la reprende porque odia que chasquee la lengua. Tsubaki a veces lo hace a propósito.

Aún no logra acercarse a Kikyō. La joven la esquiva. Su mirada siempre es dura y parece que, cuando la mira a ella, sus ojos adquieran un tono negro en vez del común marrón claro. Tsubaki cree que Kikyō la odia y se pregunta el porqué. ¿Otra vez volvía a ser esa misma chica de hace tantos años?

Tsubaki nota cómo la gente del templo comienza, de a poco, a distanciarse de ella. Sabe que Kikyō adquiere popularidad. Y la observa cuando cree que no la está viendo. Es bondadosa y servicial con todo el mundo, ayuda en lo que puede y siempre sonríe.

Y se vuelve a preguntar, ¿por qué? ¿Por qué con ella es tan diferente? ¿Es acaso por el entrenamiento?, ¿acaso porque son rivales?

Tsubaki piensa, acostándose, mirando hacia la cama de Kikyō, a su espalda y sus cabellos negros despeinados enroscándose sobre la blanca almohada, que le gustaría decirle «no soy una enemiga». Le gustaría ser amiga de la chica que le cae mal.

Pero solo tiene trece años. Tsubaki sabe que las chicas de trece años solo piensan idioteces, como todas esas idioteces que le ocupan la mente en ese momento.

Se gira en la cama e intenta dormir. No lo logra y siente la sosegada mirada de Kikyō clavada en su nuca.

No es que Kikyō le asuste todo el tiempo. Kikyō despierta su curiosidad.

7

Tsubaki se mira al espejo y se peina su larga melena negra con delicadeza. Está algo exhausta por el entrenamiento del día. Sigue pensando en cosas sin sentido, y casi todas tienen que ver con Kikyō. No puede sacarse de la cabeza que ella la vea siempre con cautela, como si se estuviera resguardando de algo. Tsubaki no piensa pelear contra ella; Tsubaki sabe que será la guardiana de la Perla, por lo que pelear con Kikyō no está en sus planes. Solo le gustaría saber un poco más de la chica de largo pelo negro, tan largo como el suyo e igual de cautivante.

Le gustaría saber porqué se aleja tanto de ella, por ejemplo. ¡No tiene la maldita peste!

Tsubaki hace una mueca y sonríe por el reflejo. Es hermosa y lo sabe. La señora alta y flaca se lo dice con frecuencia. Le dice que los chicos la observan caminar y ríen bobamente. Incluso algún joven terrateniente se ha fijado en ella alguna vez.

Se acaricia las mejillas. Su piel es tersa, suave; blanca como la nieve, aunque no tan pálida como la tez de Kikyō. Sus ojos son azules, bonitos; y sus labios son redondeados y rosados. Sonríe otra vez al espejo y se dice que sí, es hermosa.

Recuerda las palabras de la mujer alta y flaca, pero chasquea la lengua como molestando su ausencia. A ella no le importa que los chicos la miren. Con su edad, debería pensar en eso, pero no le importa. Supone que está muy ocupada con su entrenamiento, pero bueno, no puede estar segura.

Kikyō entra en el dormitorio y la observa con inusitada calma, incluso con cierta indiferencia. Tsubaki la ve por el reflejo del espejo. Sus mejillas están sonrojadas y sus ojos cristalinos, los cabellos sueltos despeinados por la prisa. Kikyō no la deja seguir escrutándola, corre la mirada de inmediato y se acerca a su cama.

Tsubaki se levanta de la butaca y se acerca unos pasos a su propia cama, observando de reojo los movimientos de su compañera.

Ellas pocas veces charlan. A decir verdad, nunca tuvieron una conversación decente. Kikyō pasa de Tsubaki totalmente, y eso mosquea un poco a la jovencita. A veces intercambian unas palabras, sobre todo en el entrenamiento. Pero en su dormitorio es diferente. Kikyō únicamente llega y se recuesta. Vuelve a pasar de ella completamente.

Pero Tsubaki sabe que esa vez es diferente, porque es la primera vez que Kikyō regresa llorando a la habitación.

—No me mires —suelta, y es la primera vez, también, que Kikyō se dirige a ella de manera directa.

Tsubaki parpadea.

—¿Por qué estás llorando?

—A ti eso no te interesa.

Kikyō se deshace de su kimono blanco, quedando en la fina tela que cubre su cuerpo y ropa interior. Luego, se mete en la cama con rapidez y le da la espalda.

Afuera está oscuro, no hay luz que entre por las ventanas. Los días se están acortando mucho y a una velocidad tan alarmante como sorprendente.

Tsubaki vuelve a hacer una mueca, molesta.

—Pues… puedes charlar conmigo si quieres.

«Niña tonta», tiene ganas de agregar, pero se lo guarda para ella.

Kikyō guarda silencio por demasiado tiempo. Tsubaki suspira con resignación y arruga un poco el ceño, pero solo un poco.

Comienza a desvestirse para acostarse así mismo, al tiempo que Kikyō apaga de un soplo la vela de su lado de la habitación. Tsubaki la mira por encima de su hombro, con molestia.

Se acuesta en su cama y se tapa con las frazadas, pues el frío no tarda en aparecer y hacer tiritar su cuerpo delgado. También de un soplo apaga su vela y se gira a ver la pared, de ese tono pálido que no llega a apreciarse en las penumbras.

—Tal vez lo haga —susurra Kikyō en la oscuridad.

Tsubaki no responde al comentario, pero espera que Kikyō sepa interpretar su silencio.

8

—¿Hace cuánto tiempo estás aquí? —le pregunta.

Tsubaki suelta un soplo, sorprendida, y se voltea a verla. Kikyō está a su lado. Ambas han terminado su sesión con el maestro y caminan de vuelta a su dormitorio a paso lento, a buscar sus cosas para la próxima tarea. A pesar de que la presencia de Kikyō rara vez le pasa desapercibida, no esperaba que le hablara tan de repente.

Kikyō la observa unos segundos y, luego, pasa a ver al frente sin cambiar de expresión. Tsubaki también se cansa de mirarla al poco rato y pasa a ver el camino que recorren, lleno de verde pasto húmedo que moja apenas sus pies vestidos con iguales sandalias.

—Cinco meses antes de que llegaras —responde.

La última vez que había hablado a solas con Kikyō, la chica le había dicho «tal vez lo haga». «Y, tal vez, este es el momento», piensa Tsubaki, confundida.

Sí, frecuentemente en ese último tiempo, Kikyō permanece cerca de ella. La acompaña, aunque en completo silencio. Ya no se aleja. Incluso sostiene la mirada más segundos que antes; cinco segundos más que antes, Tsubaki los contó.

Tsubaki es descarada, lo sabe desde hace mucho tiempo. Sonríe antes de formular la próxima pregunta, aunque desea no sonreír en realidad.

—¿Por qué llorabas?

Kikyō la mira un segundo, con los ojos de ese matiz negro, pero no, deberían ser dos claros ojos marrones, ¿cierto?

—¿Te importa?

Tsubaki acepta que es simple curiosidad, por lo que se encoge de hombros y vuelve a mirar al frente. Kikyō no responde. Siguen caminando en silencio. La gente de la aldea sonríe al verlas pasar e inclinan la cabeza en señal de respeto hacia las jóvenes promesas.

—Extraño a mi hermana —responde finalmente, en un susurro escurridizo. Tsubaki también frena el caminar. Están frente a su dormitorio. El rostro de Kikyō sigue apacible; el sol del ocaso ilumina levemente sus mejillas sonrosadas por la caminata.

Tsubaki asiente, intentando parecer comprensiva.

—¿Tú no extrañas a nadie? —le pregunta luego, con un deje curioso en la voz.

—No.

La respuesta de Tsubaki tarda dos segundos en aparecer. Kikyō alza una ceja, algo confundida. Tsubaki muestra una sonrisa especialmente fría y se encoge de hombros una vez más. Tsubaki no sabe lo que es extrañar a alguien y probablemente nunca lo sepa. Y eso está bien. Después de todo, es una sacerdotisa. No necesita a nadie de todos modos.

—¿No... tienes a nadie?

—No.

Tsubaki sonríe otra vez, mientras Kikyō adopta una mueca algo extraña. Pero no quiere seguir viendo ese rostro pálido de ojos calmos, así que ingresa a la habitación. Kikyō espera unos segundos antes de seguirla, el tiempo suficiente para que se saque de encima esa lágrima rebelde que oscila en sus largas pestañas oscuras.

9

Están en el templo y hace frío, tanto que siente las manos entumecidas. El maestro les acaba de dar otra lección importante y ambas están guardándola en sus cabezas, repitiéndose internamente las sabias palabras.

Cuando el maestro las despide, Tsubaki y Kikyō se incorporan, se inclinan en una reverencia corta y respetuosa y caminan hacia la salida a pasos tranquilos.

Afuera hace aún más frío, y Tsubaki pasa a abrazarse para darse calor, con los dedos rojos y agarrotados. No lleva su saco y ahora se reprende mentalmente por eso.

Kikyō la observa de reojo y se acerca más hacia ella, mientras estira la manta que cubre su espalda menuda.

Tsubaki la observa con sorpresa, mientras Kikyō pasa a taparla también. Tsubaki nota que, cuando Kikyō sonríe dejando entrever sus dientes blancos, le gusta. Sonríe en respuesta y se acerca aún más a su cuerpo.

Los hombros de ambas están juntos.

10

Ambas miradas refulgen, y Tsubaki, en ese momento más que en ningún otro, desea golpearla con algo contundente en la cabeza.

Están peleando. Kikyō se había destacado mucho esa mañana en el entrenamiento, y Tsubaki está realmente cabreada. Apenas llega a su dormitorio, comienza a molestarla.

En realidad, a Tsubaki poco le importa las excusas que usa. ¿Qué su parte de la habitación está desordenada? ¿Qué no se comunican? ¿Qué es una molestia?

Da igual.

A Kikyō también le da igual. Sabe que Tsubaki solo quiere meterse con ella porque está enfurruñada. Porque, esa vez, Kikyō fue mucho mejor.

—Pues eres una imbécil —suelta de repente. Kikyō se guarda la carcajada que apura por salir. Tsubaki le causa gracia, todo el tiempo. Es ridícula. Intenta acercarse a ella y luego se aleja de nuevo, por cosas como esa. Y otra vez intenta que se fije en ella y otra vez se quiere alejar.

Así que no hace caso y no responde al insulto. No tiene sentido después de todo. No quiere pelear con ella después de todo.

Tsubaki le da la espalda y sigue enojada hasta su cama, donde se sienta sin levantar la mirada. Se lleva las manos a la cara y contiene las ganas de llorar con todas sus fuerzas. Odia ser peor que otros. Más odia ser peor que Kikyō, enfrente de su maestro… enfrente de Kikyō. Para qué negarlo, no quiere que Kikyō la vea menos que ella. Nunca.

La joven se acerca a paso lento pero decidido y se sienta junto a su compañera. Tsubaki siente el peso de Kikyō junto a su lado y el calor que extiende su cuerpo, que choca con ella. Se saca las manos de la cara y la observa con el ceño fruncido. La odia, la odia tanto. ¿Por qué es tan buena? ¿Por qué no la insulta y se va a dormir? ¿Por qué no la deja jodidamente en paz?

Kikyō le sonríe apenas, las comisuras de sus labios rosados elevándose un poco, y Tsubaki frunce el ceño incluso con más fuerza. Suele fruncir el ceño con frecuencia.

Entonces, Kikyō acerca una mano a su entrecejo, lo toca e intenta deshacer el frunce aplicando algo de presión. Lo logra, separa su mano, acariciándole la mejilla al tiempo que borra un rastro de lágrima, y le sonríe.

—Vas a arrugarte —le susurra divertida. Tsubaki abre los ojos, sorprendida, y titubea un momento sin saber exactamente lo que va a decir. Kikyō ríe, y ella no puede hacer menos que sonreír también, dejando que sus ojos hablen por ella.

Puede que odie a Kikyō a veces, muchas veces tal vez. Pero, bueno, Kikyō ya no es la chica que le cae mal.

No lo es para nada.

11

Kikyō es muy dulce a veces, piensa, sonrojada. Se despierta a su lado, ambas acurrucadas en la cama de ella. Recuerda las cosquillas que le hacían sus pestañas en su rostro y sonríe sin poder evitarlo. El rostro de Kikyō refleja paz, los ojos cerrados, la boca entreabierta.

Tsubaki se pregunta qué sueña en ese mismo momento e intenta memorizar preguntárselo luego. Pero olvida eso totalmente porque los recuerdos de la noche anterior la azotan con rapidez.

A veces, puede ser muy idiota. Las chicas de su edad siempre lo son, se repite. Pero no pudo evitarlo, en verdad. Cuando Kikyō le contó de su pequeña hermana, quien había quedado a su cuidado luego de las muertes de sus padres, se quedó de piedra. En realidad, no tenía mucho para decir.

Le había preguntado con cautela y cierta curiosidad porqué la había dejado sola si la extrañaba tanto. Kikyō le respondió en un susurro, porque les gustaba hablar en susurros en la oscuridad, que lo hacía porque debía. Tsubaki no entiende los deberes. No lo había entendido la noche anterior cuando Kikyō se lo dijo y no lo entiende ahora cuando lo recuerda.

Y entonces, lloró. Lloró y Kikyō la observó preocupada. Primero le tomó una mano y, cuando, entre hipidos, Tsubaki le contó lo sola que se siente, lo sola que realmente está, pasó a abrazarla.

No recuerda haber llorado tanto desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera recuerda porqué lloró en primer lugar. Eso la molesta un poco. No le gusta parecer débil frente a Kikyō, no frente a ella, que es fuerte y hermosa.

Ella también quiere ser fuerte y hermosa, y quiere que Kikyō lo reconozca.

12

—¡Me besaste! —susurra, aún con los ojos como platos. La observa horrorizada, como si ella no lo hubiera visto venir, luego del silencio de sepulcro y la sonrisa extraña, y la mirada marrón clara de Kikyō clavada en la suya; luego de sus narices chocando, de las miradas asustadas, de sus alientos mezclándose. Como si ni siquiera se le hubiera cruzado por la cabeza una vez.

Kikyō cierra los ojos y luego mira alrededor intentando observar a alguien en la casi completa oscuridad que castiga el dormitorio.

—Será mejor que lo guardemos como un secreto —sonríe, entre preocupada y divertida.

Tsubaki no sabe qué decir. Le encanta eso de Kikyō, que siempre parece reírse de lo que ocurre. Por ejemplo, que se le ocurre reírse después de besarla. ¿A quién se le ocurría eso?

«¡Eres una chica!», quiere gritarle. Las chicas besan chicos, y ella, por mucho, no es un chico. Y además, son sacerdotisas y son contrincantes, y… demonios, ella la besó igual. ¡No le importó nada de eso!

Se sonroja de nuevo e intenta controlarse.

—Mejor durmamos —agrega, incorporándose. Tsubaki aún está sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra su cama y las mejillas ardiendo a más no poder—. Siento si te molestó.

«A veces me dejo llevar», podría agregar. Pero esas veces eran tan pocas que ni siquiera valía la pena decirlo en voz alta.

—Descuida —murmura Tsubaki.

Cuando Kikyō le da la espalda para ir a su cama, Tsubaki se pasa una mano por sus labios y siente un cosquilleo que comienza en el bajo vientre y se expande por todo su cuerpo tan rápido como el fuego.

¿Qué significa esto?

13

Los días pasaron. Ninguna de las dos volvió a mencionar lo de esa noche, aunque Tsubaki muchas veces está por hacerlo. Se muere de curiosidad. Quiere romper el muro que impone Kikyō, quiere saber qué oculta en su cabeza. Quiere saber qué siente por ella. Quiere saber, además y esto con mucho ahínco, porqué rayos la besó.

Pero no se anima. Supone que es demasiado cobarde, pero los ojos de Kikyō… otra vez los ve con ese matiz oscuro, casi negro. Y teme que la chica se aleje de ella de nuevo.

Ya comienzan los días cálidos y, para los días cálidos, no hay nada mejor que té frío. Tsubaki lo adora, pues solía tomarlo cuando vivía con la señora mayor con arrugas en los ojos. Diablos, cómo los disfruta.

Kikyō está sentada en la silla de enfrente y no la observa, tiene sus ojos fijos en el vaso que sostiene. Tsubaki tiene ganas de chasquear la lengua, pero la señora alta y flaca está dando vueltas y no tiene ganas de escuchar sus berrinches, así que no lo hace.

La mira con molestia y bufa, para lo que ella es imperceptiblemente, tomando la taza con té helado entre sus manos. Kikyō levanta la vista de su bebida tan solo un poco y la observa con cierto desdén reflejado en su semblante.

Están solas y Kikyō la está cabreando, indudablemente.

—¿Qué te ocurre? —le pregunta ella, también tomando su taza.

—Iba a preguntar lo mismo, señorita «esto sabe a limón».

Kikyō sonríe apenas y se encoge de hombros; sus cabellos se mecen graciosamente con sus movimientos.

—Tú eres la que está bufando.

—Pues no.

—Sí, Tsubaki, eres tú.

Va a responder, pero no lo hace. Tiene un deseo incontrolable de sacarle la lengua, pero eso es muy infantil. Tienen casi quince años, pero ya no hacen idioteces de niñas de catorce, esas idioteces como besarse a escondidas, por ejemplo.

—¿Por qué ya no me hablas?

Kikyō alza ambas cejas y, al ver la expresión de Tsubaki, sonríe.

—Sí te hablo.

—No, no me hablas —asegura. Deja la taza de nuevo sobre la mesa de manera brusca—. Desde aquella noche…

—Ya te dije que eso es mejor dejarlo como un secreto —la interrumpe, mirándola ahora con seriedad—. No es por eso, de todos modos.

Tsubaki presta atención, alzando ambas cejas negras. ¿No es el beso? ¿Por qué parece que un peso se le va de encima? ¿Acaso estaba preocupada por su reacción? Eso era un poco ridículo, pues ellas son dos chicas, y esas cosas… fue solo un error.

—¿Ah, no?

—No. —Kikyō toma un pequeño sorbo de té helado y luego clava con calma la mirada en Tsubaki.— Es porque creo que yo seré la próxima guardiana de la Perla.

Tsubaki parpadea. ¿Acaso está escuchando correctamente? ¿Cuántas veces había compartido con ella sus pensamientos respecto a su futuro? Ella necesita mucho más la Perla de lo que alguien como Kikyō la necesitaría jamás.

Antes de que pueda responder, Kikyō se adelanta.

—No creo que debamos ser amigas —murmura, ahora sin mirarla. Tiene la mirada petrificada sobre su té helado y le habla a Tsubaki con tibieza, con palabras claras y un tono de voz tranquilo—. No voy a fingir ser mala en esto, Tsubaki, porque no lo soy.

Tsubaki se incorpora como un resorte y es entonces cuando Kikyō levanta la mirada, inquieta.

—Lo siento —agrega, con ambas manos alrededor de la taza.

Tsubaki niega con la cabeza. «No, no lo sientes». Kikyō no es capaz de sentir nada, porque entonces, por mucho, siendo esa la primera charla entre las dos después del beso, no diría eso jamás.

Tiene ganas de mandarla al diablo, pero no puede. Eso la confunde. Kikyō la confunde todo el tiempo. Es una niña engreída que gusta de molestarla.

No puede creer que luego de besarle, porque, demonios, fue ella quien se acercó;… luego de… luego… ¿por qué le hablaba así? ¿Por qué le decía eso?

«Kikyō…»

Kikyō es tan fría como ese té helado.

«Incluso más.»

14

Hace un mes y unos días que no le habla.

Tsubaki tiene un poco de envidia de que al maestro parece gustarle más las técnicas de Kikyō; también de que Kikyō parezca más poderosa que ella; incluso envidia al chico que saluda a Kikyō cada mañana con una sonrisa en el rostro y los ojos brillantes.

«Tal vez ya me estoy volviendo loca», piensa de vez en cuando, observando a Kikyō sonreírle a la gente.

Todavía no se deciden en quién será la guardiana de la Perla, incluso después de todo ese tiempo pasado. A Tsubaki le da un poco igual, tiene sentimientos encontrados al respecto y anda indecisa con casi todo lo que pasa en su vida.

A veces, Tsubaki atrapa a Kikyō mirándola, con esos ojos claros que una vez se cerraron para besarla. Y a Tsubaki no le sorprendería que Kikyō supiera que algunas veces se queda mirando su cabellera negra y despeinada, esos largos mechones de cabello ébano escurriéndose entre las sábanas, enroscándose entre ellos, antes de dormirse por fin.

15

Kikyō entra en la habitación en silencio, apenas pisando el suelo, cerrando la puerta con cautela. A pesar del silencio, siente la presencia de Tsubaki, fuerte como si vibrara en su pecho.

—¿Qué haces despierta? —pregunta, olvidando guardar silencio.

Tsubaki se incorpora tan solo un poco en la cama, apoyándose sobre sus brazos desnudos. No le sorprende que sintiera que estaba despierta; en realidad, no le sorprende para nada, las habilidades de la gran Kikyō iban mucho más lejos que eso.

—Te escapaste —rezonga—. Esto puede salirte caro, Kikyō.

La mujer se acerca a su cama y hace caso omiso del comentario, sin dignarse a dirigirle ni siquiera una mirada.

—¿Adonde fuiste? —insiste Tsubaki—. ¿Crees que puedes seguir en plan de ser la guardiana de la Perla si les digo que estás muy ocupada escapándote de noche? ¿Tienes un novio o algo así? No creo que les interese una mujer embarazada como guardiana, ¿sabes?

—Ocúpate de tus asuntos, Tsubaki.

Sin embargo, Tsubaki puede notar el temblor en su voz. Suelta una carcajada descarada, de esas que últimamente se le daba muy bien soltar y que Kikyō odia con el alma.

De hecho, Kikyō cree que Tsubaki se está volviendo ni más ni menos que una imbécil, y luego de la anterior charla, ya vieja entre ellas, esa mujer no duraría en reportarla al maestro. Posiblemente pierda la oportunidad de ser la guardiana, si en un futuro la Perla de Shikon reaparece.

—Cállate —suelta, molesta—. Solo fui a ver a Kaede, puedes creerme o no.

Tsubaki sonríe y vuelve a recostarse.

—No hagas ruido cuando te acuestes. —Es lo único que dice.

Tsubaki sabe que, aunque cree que Kikyō se merece que lo haga, nunca podría delatarla con el maestro.

Joder, esa mujer podría hacer lo que quisiera y ella la cubriría como imbécil.

16

Los días pasaron.

Tsubaki de nuevo encuentra a Kikyō observándola, pero ahora con curiosidad. Cuando se encuentran solas, Tsubaki puede jurar que la joven quiere hablarle.

Tsubaki sonríe contra su voluntad. Sabe que Kikyō no entiende porqué no la delató.

Alguien como Kikyō, tan fría como el té helado, es incapaz de entender su reacción, piensa Tsubaki. Observa a la joven abrir la boca y cerrarla, y luego recostarse en su cama, exhausta de las luchas contra demonios que últimamente son parte vital de su entrenamiento.

Tsubaki hace caso omiso. Si Kikyō nunca volvía a hablarle, mejor. Así no tendría que dar explicaciones.

Si tenía suerte, pronto la odiaría de vuelta.

17

—¿Vas a dejar de comportarte así? —suelta con las mejillas apenas sonrojadas.

Tsubaki saca la vista de su reflejo, pero sin girarse. Utiliza el espejo para observar la figura esbelta de Kikyō detrás de ella, a unos cuantos pasos.

—¿Así cómo? —pregunta con descaro y vuelve a cepillar su cabello.

—Como imbécil.

Tsubaki suelta una risa desfachatada.

—No seas ridícula, ¿quién está siendo la imbécil? —rezonga, incorporándose luego de acomodar su cabello. Se gira a verla y se cruza de brazos.

Kikyō parece calma, pero Tsubaki sabe leer las energías y siente el enojo de esa mujer con suma facilidad.

—Dime, ¿por qué no me delataste? —gruñe, acercándose un paso adelante—. ¿A qué estás jugando, Tsubaki?

La mujer le sonríe con sorna y se dirige a su cama sin volver a mirarla.

—¿Qué quieres? —responde—. ¿Quieres que te delate, eso quieres? Pídemelo y lo haré.

«Pídeme lo que quieras»... es igual de válido, piensa con molestia. Odia a Kikyō tanto, y aún así…

—Quiero que dejes de estar tan... distante. Eso quiero.

Tsubaki suelta un «¡Ja!» irónico; ni siquiera se gira a verla. Sus ojos azules no quieren recorrer el contorno de su cara ni ver sus ojos de nuevo.

—No sé porqué te sorprende que lo esté, Kikyō.

El nombre sale raro de su boca, ella misma se da cuenta. Es que detesta decir su nombre, lo detesta y lo adora.

Kikyō va a rezongar, pero no lo hace.

—Yo no deseo... ser la guardiana —suelta, acercándose a ella. Queda unos pasos más atrás, pero Tsubaki no se gira.

La escucha con atención, ¿está hablando en serio? ¿O acaso la engaña?

—¿Y eso? —ruge ella, todavía sin girarse.

—No soy tu enemiga, Tsubaki.

Kikyō acorta la distancia entre ellas y la toma del brazo, haciéndola girar. Tsubaki se controla para no soltar una maldición, pero no le cuesta mucho cerrar la boca al observar los ojos de Kikyō clavados en los suyos, el siempre rostro calmo de la sacerdotisa con un matiz oscuro, casi torturado, y el ceño fruncido. El ceño fruncido es su especialidad, y no la de Kikyō. Kikyō es perfecta y nunca se enoja.

Nunca siente nada.

—¿Qué haces? —murmura, pero lo sabe, no hay necesidad de respuesta alguna.

Kikyō acerca su rostro y sus labios chocan contra los de Tsubaki, que no hace absolutamente nada para negarse.

Siente la calidez de los labios de Kikyō y se pregunta porqué tardó tanto en acercarse a ella. Kikyō aún la toma del brazo con fuerza, sin llegar a lastimarla, de alguna manera le gusta.

Se separa apenas centímetros para recuperar la respiración. Tsubaki mira los ojos de Kikyō y vuelven a ser los mismos ojos claros de siempre. Sonríe y toma el rostro de la sacerdotisa, acercándola de nuevo a ella. Deja que el cabello negro que siempre usa suelto se enrede entre sus dedos, mientras sus bocas se encuentran de nuevo.

Que se vaya todo al diablo.

18

El demonio se desintegra con suma facilidad, como si el soplo del viento lo carcomiera hasta hacerlo desaparecer. Tsubaki sonríe con suficiente. Kikyō, por su parte, se mantiene con el rostro sereno.

Tsubaki medio que suelta un bufido. Kikyō es demasiado seria. Incluso luego de vencer a ese demonio, no se toma un tiempo para ser normal, ni siquiera un mísero segundo.

Bueno, ya son sacerdotisas. Está bien, cree, no tienen tiempo para ser normales. Además, son las dos mejores sacerdotisas que puedan encontrarse. Y Tsubaki piensa, con una sonrisa tonta, que hacen una pareja ejemplar.

—Kikyō. —Su nombre se oye dulce en sus labios; Tsubaki lo siente, como decir la palabra más hermosa.

La relación entre ellas está mejor. Vuelven a hablar, a ser compañeras. Son estupendas, y el maestro las alaba. La decisión de elegir una guardiana es difícil. Pero Kikyō no desea serlo, se lo dijo y se lo repitió; y Tsubaki se siente tranquila con eso. Dará su mayor esfuerzo y finalmente será ella la guardiana.

Y hay otras cosas.

A veces se besan. A Tsubaki se le colorean las mejillas de solo pensarlo, pero es la verdad. Kikyō dice que es mejor que nadie se entere de eso. Kikyō ya tiene dieciséis años y a ella aún le faltan unos días para cumplirlos, así que Kikyō es la mayor y, por ende, la más sabia.

Kikyō la observa, esperando a que siga.

—¿Lo nuestro está mal?

La voz le sale temblorosa. Ella está temblorosa, pero lo disimula bien. Levanta la cabeza y observa a su compañera. Kikyō también la está mirando, seria.

¿Está mal que pregunte si está mal lo que siente? Quién sabe.

—¿Hablas de los besos?

Tsubaki la mira más fijamente, sorprendida. Es la primera vez que Kikyō se refiere a los besos. Siempre se hace la desentendida, a pesar de que siguen besándose a escondidas cuando pueden.

—¿De qué otra cosa estaría hablando, tonta?

Kikyō deja entrever una sonrisa tímida.

—¿Lo sientes mal?

Tsubaki niega con la cabeza luego de tres segundos de mirarla. ¿Sentirlo mal? ¿Es que acaso parece que lo siente mal? ¿No nota la ternura que dedica en cada caricia de labios? Diablos, Kikyō es una sacerdotisa excepcional, pero también bastante idiota.

—Entonces no está mal —asegura. Se acerca a ella y le toma la mano.

La mano de Tsubaki es cálida, como sus sentimientos y sus pensamientos sin orden. La mano de Kikyō es fría, fría como se siente el vaso con té helado contra sus manos; refrescante como se siente en verano, y cruel como lo es en invierno. Los ojos claros de Tsubaki se fijan en los marrones de Kikyō y sonríe.

—De todos modos, será secreto —agrega Tsubaki—, ¿cierto?

Debe serlo.

«Lo sé», piensa replicar.

¿Qué puede ser peor para dos prometedoras jovencitas que estar de tontas entre ellas? No pueden apartarse de su meta. Y ambas lo tienen en claro. Tsubaki va tras la Perla. Kikyō sólo da lo mejor de ella para el bien común. Cuanto mejor fuera su entrenamiento, mejor estaría la pequeña Kaede, su hermana. A Tsubaki le enternece eso.

Se pregunta si algún día no sentiría miedo de tomar la mano de Kikyō en público, o besarla sin preocuparse de quien esté cerca, acechando.

Se pregunta si Kikyō piensa lo mismo.

Joder, Kikyō es indescifrable para ella.

Su mano sigue fría en el pequeño contacto.

19

Kikyō se sigue escapando de noche para ver a Kaede. Lo hace dos veces por semana, a veces tres. Tsubaki la espera despierta. No sabe porqué lo hace. Pero le gusta verla cuando vuelve porque está feliz.

Una noche le contó lo que hace Kaede en la aldea mientras ella no está. No vive en su aldea de origen, sino en la aldea cercana al templo, protegida por las sacerdotisas.

A Tsubaki le gustaría conocer a Kaede.

20

Tsubaki está nerviosa, pero Kikyō sabe cómo tranquilizarla con facilidad.

Comparten pequeños besos que apaciguan el nerviosismo de Tsubaki y finalmente se quedan en silencio o charlando de cosas sueltas que no vienen al caso.

A Tsubaki le fascina el cabello de Kikyō. Siempre lo lleva suelto, como ella misma, y es de un negro tan oscuro como la noche más cerrada. Su frente blanca se esconde detrás de un flequillo denso y del mismo negro azabache. A Tsubaki le causa gracia cómo intenta peinarlo cuando hay mucho viento.

Toma un mechón de su cabello y lo acaricia lentamente. Kikyō le sonríe, demasiado cálida, y Tsubaki recupera sus nervios. Recuerda lo que quiere darle, pero así como vanidosa, también es atrevida, así que no se queda pensando si seguir adelante o no.

Kikyō la mira con curiosidad cuando saca una cinta blanca que lleva guardado entre sus ropas. Se coloca detrás de su compañera, toma su cabello para formar una cola y lo ata con la cinta blanca, pero de modo que quede algo suelto. Luego, se gira de nuevo para estar frente a ella y se apresura a tomar dos mechones de cabello de manera delicada. Los saca apenas del lazo que une todo el pelo, rápido. A continuación, le sonríe y toma a Kikyō de la mano hasta llevarla ante el gran espejo que usa para admirar su belleza.

Kikyō la observa con una sonrisa y luego fija su vista en el reflejo. Se encuentra incluso más bella que con el cabello suelto y le da un aire incluso… superior.

—Te ves hermosa —le dice Tsubaki al oído, acariciando su cabello con gracia, y lo dice aunque eso fuera un golpe para ella misma.

Kikyō le sonríe abiertamente.

21

Tsubaki está segura de que el maestro pronto decidirá quién será la guardiana de la Perla, aunque aún no haya reaparecido en el mundo.

Es algo que todos teman, que la Perla aparezca y, junto a eso, otra vez los ataques a aldeas por demonios que la codician. Pero ella es capaz de purificarla, es capaz en este momento; entonces, hasta que la Perla volviera a ser vista, ella sería incluso más capaz.

De todos modos, la tiene preocupada la gran capacidad de Kikyō. Le dijo que no deseaba ser la guardiana, pero, ¿y si mentía? En todo caso, si el maestro consideraba que ella era mejor, no tendría más remedio.

¡Cómo la odia momentos como ese! Ella es la única que podría llevar encima el peso de la Perla; Kikyō, con su pequeña hermana a cargo, no es una mujer apta. Tsubaki está sola en el mundo, ella puede encargarse de eso y acabar con los problemas de una vez por todas.

Mira a Kikyō un momento, mientras la chica se sienta a su lado.

—¿Por qué estás tan callada? —sonríe Kikyō.

Que Tsubaki se mantenga en silencio es solo indicio de que muchos pensamientos la acechan, Kikyō eso ya lo sabe. Y no le gusta verla así, incluso parece amargada en esos momentos. A Kikyō le gusta verla sonreír.

—Estaba pensando en la Perla.

Kikyō suspira y mira al frente. «Lo supuse.»

—¿Por qué te preocupas por eso?

Apoya su mano siempre fría sobre la mano tibia de Tsubaki. Ambas están sentadas en la cama, en el día libre sin demonios rondando los alrededores. Dado lo grandes sacerdotisas que se han vuelto, ya no requieren seguir con el entrenamiento del maestro, aunque a veces las envían a ambas a pequeñas misiones en aldeas vecinas y alrededores.

—La Perla sigue perdida, Tsubaki —continúa.

La aludida asiente. Eso es cierto, pero no disminuye sus preocupaciones.

—Creo que pronto podré volver con Kaede —suelta de repente, observando de reojo la reacción de su compañera.

Tsubaki primero se sorprende, sobresaltándose apenas. La observa un momento, sin decidirse respecto a qué sentir.

—¿De verdad? —murmura finalmente, algo decaída.

—¿Quisieras venir con nosotras?

La pregunta la asalta de sorpresa. Tsubaki se queda de piedra. El agarre de la mano fría de Kikyō se fortalece un momento.

Tsubaki sonríe. ¿Qué si le gustaría? Le encantaría.

Asiente y su sonrisa se ensancha al ver el rostro de Kikyō contenta así mismo. Y es entonces cuando Kikyō pasa una mano helada por su pierna, que Tsubaki lleva casi desnuda, y la joven siente los colores subírseles a la cara, pero, ¿no lo disfruta acaso? De hecho, lo disfruta mucho.

A pesar del frío de las manos de Kikyō, un lento calor comienza a subirle hasta el rostro, como un lento fuego que la quema por dentro.

Kikyō acerca su rostro al de Tsubaki, entrecierra los ojos y finalmente se encuentra con la boca de su compañera. La besa con ternura, pero algo de premura. El tiempo apremia, es pleno día y cualquiera puede abrir la puerta. Y eso le gusta. Les gusta a ambas.

La boca de ella es cálida, y Kikyō siempre parece curiosa de indagar la suya. Pero Tsubaki también es curiosa y, cuando se separan apenas unos centímetros para verse los rostros, es la misma Tsubaki la que vuelve a acercarse a su boca. Besa los labios con delicadeza y, con la misma delicadeza, pide acceso adentro.

La lengua de Kikyō también es cálida.

Y si Tsubaki alguna vez pensó que Kikyō es fría, fría como ese té helado que compartieron una vez, demonios, ¡cómo se arrepentía de pensar así en ese momento!, porque puede jurar ante todos los dioses que nada la llena más de fuego que la mano fría, fría, cálida, de Kikyō sobre su pierna y sus labios jóvenes y bellos sobre los suyos.

22

Han pasado los días y es el maestro quien las desliga de sus obligaciones para con el templo. Kikyō y Tsubaki, ambas de rostro serio, se inclinan con respecto frente a su maestro y, cuando se incorporan, ambas están sonriendo.

23

Tsubaki y Kikyō siguen trabajando juntas, sacando del planeta a ciertos demonios, pero la mejor parte de la vida de Tsubaki se perdió. Kikyō vive junto a la pequeña Kaede, una niña risueña pero algo malhumorada, que admira a Kikyō incluso más que lo que la misma Tsubaki es incapaz de aceptar.

Se ven solo cuando combaten contra demonios y su relación no enflaquece, pues cuando se encuentran a solas, sus besos siguen siendo tan dulces como los recordaba.

—Deberíamos dejar de hacer esto —sonríe contra su boca. Tsubaki frunce un poco el ceño y Kikyō vuelve a posar un dedo sobre la frente, como tiempo atrás había hecho—. A veces creo que Kaede me sigue.

Tsubaki gira los ojos.

—¿Ni siquiera ella lo sabe, Kikyō?

—Esto es secreto, Tsubaki. Se irá conmigo a la tumba.

Tsubaki la mira con sorna.

—¿Soy un secreto?

Su boca se modifica en una mueca que a Kikyō le causa gracia. Su arco y sus flechas están en el suelo junto a las armas de Tsubaki, y el viento mece con delicadeza el verde pasto que las rodea.

—Sí, mío.

Tsubaki ríe como boba y toma el cabello de Kikyō, que sigue atado con la cinta blanca que le ha regalado… a Tsubaki eso le gusta, hace que algo se remueva en su interior.

La abraza y Kikyō le corresponde.

24

Ha pasado un año. Ambas tiene diecisiete años y se siguen queriendo como antes… ¿no?

Tsubaki a veces lo duda.

25

—¿Por qué no me has dicho de él?

—No tengo porqué decírtelo.

Tsubaki la mira con el ceño fruncido. Sus cabellos negros se enredan con el viento.

—Estás curando a un bandido, Kikyō. Eres una gran sacerdotisa y pierdes el tiempo con un bandido —ríe, pero está tan molesta—. Y lo que más me fastidia es que ni siquiera me lo digas.

Kikyō la observa de reojo y sigue limpiando sus ropas con manos hábiles.

—Deberías dejar de espiarme.

—¿De qué otra forma quieres que sepa de tus cosas? —gruñe Tsubaki, ahora dolida.

Las cosas entre ellas otra vez están frías; Kikyō se está alejando de ella poco a poco, teniendo sus propios asuntos, asuntos en los que no se ve incluida.

Tsubaki está rabiosa. Siente que la odia. ¿Por qué le hace ese daño? ¿Por qué la corre de su vida?

—Tsubaki —habla Kikyō con voz siempre pacífica. Levanta la mirada y se encuentra con Tsubaki frunciendo el ceño, como sabe hacer más que bien—, tengo la facultad de hacer lo que quiera con mi vida. Sería bueno que lo aplicaras a ti también.

—¡No seas insolente! —grita Tsubaki, girándose en redondo.

Lo único que quiere hacer es alejarse de nuevo de Kikyō; no puede verla, no lo soporta. No soporta el dolor que esa indiferencia le está causando.

Observa a Kaede espiando desde una esquina de la cabaña y aunque siempre le sonríe cuando la ve, esta vez corre la vista. Kikyō, detrás de ella, sigue con sus tareas.

El viento corre algo frío de repente, o será que lo único que puede sentir Tsubaki en el momento es frío.

26

Tsubaki no es tan estúpida. Sí bastante a veces, pero no siempre, y no ahora.

Se da perfecta cuenta de lo que siente por Kikyō y eso la desanima un poco. Ella siempre dijo que las sacerdotisas no debían enamorarse, porque ese es el final. Ese es el maldito final. Ella está tan jodida, tan mal.

Camina junto a Kikyō luego de destruir a un demonio que asolaba a un pequeño pueblo, en los alrededores del pueblo de la sacerdotisa. Kaede revolotea entre ellas, corriendo por delante, atrasándose al observar las flores, volviendo a alcanzarlas.

Tsubaki la observa con ternura. La jovencita le cae bien, le recuerda a ella misma… Solo que ella no tenía una hermana mayor que la cuidara.

Intercambian unas pocas palabras respecto a la recompensa y Tsubaki aprovecha el momento, sin poder ocultar su frustración. Está tan enojada con ella, con esa mujer frívola que no corresponde nada de lo que ella grita.

Piensa en maldecirla, la asusta con eso. No debe enamorarse de nadie, porque, cuando lo haga, morirá violentamente. Se lo dice. Kikyō la observa con diversión. Como siempre, Kikyō se pasa sus comentarios por el arco del triunfo.

—Kaede, adelántate —ordena Kikyō, sin apartar la mirada de Tsubaki. La pequeña observa a su hermana, luego a la sacerdotisa y asiente, apurándose a caminar delante de ellas.

Guardan silencio un momento. La mirada fría de Kikyō hace que a Tsubaki se le estruje un poco el corazón. Acaso recordaba haber pensado que esa mujer era más fría que un té helado. Oh, cuánta razón tenían sus pensamientos de niña tonta.

—¿Qué dices con todo eso, Tsubaki? —suelta—. ¿Yo enamorarme? ¿De un hombre? ¿Es que no me conoces ni siquiera un poquito?

—No, no te conozco nada, Kikyō —rezonga con rabia—. Solo tú te conoces. Eres un maldito misterio.

—Serás torpe —ríe Kikyō, haciendo un gesto divertido con la mano. Tsubaki frunce más el ceño—. Hablas de enamoramiento. Tú estás enamorada.

—¡Sí! —grita ella, con los ojos azules refulgiendo.

El viento corre distraído entre ellas, despeinando el flequillo de Kikyō y haciendo que su largo pelo atado por la cinta que la misma Tsubaki colocó una vez en su cabello, se moviera como si tuviera cosquillas.

Kikyō le sonríe débilmente.

—Estás mal, Tsubaki. Estás mal si crees que esto es por ese bandido.

La sacerdotisa se acerca a Kikyō y la mujer la recibe en sus brazos. Le acaricia el cabello, mientras el rostro de Tsubaki se esconde en su pecho, sintiendo los latidos del corazón que le tranquilizan el alma, como lo hacían cuando aún eran amigas en una habitación de una aldea lejana.

—¿Es que tu no sientes nada? ¿Por qué no me dices nada? —vuelve a replicar, separándose de ella de vuelta, llena de ira, llena de dolor.

—Mi trabajo no permite sentir nada por nadie, Tsubaki. Tú me lo has dicho, ¿recuerdas?

—Las cosas cambiaron.

—No —sonríe—. En aquellos tiempos también nos besábamos.

Tsubaki guarda silencio, observándola con los ojos cristalinos. Quiere llorar, pero no lo hace. Observa el rostro pacífico de Kikyō. ¿Acaso esa mujer está diciendo que la quería desde hace tiempo?

—Lamento haber elegido esta profesión —asegura, alejándose un paso atrás. Tsubaki no intenta frenarla—. Pero debo ser fuerte, por mi hermana.

—¡No le debes nada a nadie!

Kikyō ríe con amargura y comienza a caminar, observando a Kaede juntar unas flores del camino.

«Tú no sabes de eso, Tsubaki.»

—¡Kikyō! —grita Tsubaki—. ¡Kikyō! ¡No te conozco! ¡No te conozco nada!

Ni siquiera sabe porqué las lágrimas caen por sus mejillas, pero se siente aliviada cuando el viento le susurra que Kikyō también llora.

Y no sabe qué quiere decir eso. Demonios, no lo sabe.

27

La Perla reapareció. La encontraron un grupo de exterminadores. Designaron a Kikyō como guardiana.

Tsubaki no había llorado tanto desde que los brazos de Kikyō la habían consolado años atrás.

28

Pasó un mes. Se enteró por terceros y espías que Kikyō cuida la Perla bien. Incluso vio con sus mismos ojos cómo compartía momentos con un hanyō. ¡Ja! La gran Kikyō, escupe su mente cada vez que lo recuerda, la gran Kikyō gastando su tiempo con gente que no lo vale, que no lo vale nada.

¿Por qué? ¿Todo por qué? ¿No es ella suficiente para la gran Kikyō? ¿No le había regalado a ella sus primeros besos, sus primeros roces, sus únicos roces? ¿No es lo suficientemente hermosa, lo suficientemente poderosa? Es grande. Tsubaki es grande y lo sabe, y lo duda, y se traga las lágrimas.

También es rencorosa. Y el odio le está carcomiendo el alma de a poco, por eso está ahí en ese momento. Está indecisa en llevar eso adelante. Pero si la gran Kikyō, si la maldita gran Kikyō fuera capaz de mostrarle algo de amor, solo una pequeña parte de lo que le mostraba a ese maldito hanyō, la perdonaría. Solo debía dejar su orgullo de lado.

Incluso dejaría que siguiera su vida con ese estúpido hanyō, ¡no le importa! ¡Ya no la quiere! La odia, la odia. El odio corre como veneno por sus venas y cada vez que recuerda sus momentos a solas, las caricias y los besos que le daba, su estómago se revuelve y siente ganas de gritar. A veces grita.

Kikyō está frente a ella y la mira con indiferencia. Tsubaki siente dolor cuando observa que Kikyō sigue usando la misma vieja cinta blanca en su cabello, y vuelve a pensar las palabras que una vez le dijo al oído. «Te ves hermosa

¿Y cuándo no, gran Kikyō?

—Hace tiempo, Tsubaki —dice a modo de saludo. Tsubaki tuerce la boca y frunce el ceño. Demonios, cómo la odia.

¿Hace tiempo? ¿Eso es lo único que puede decir? Ve su semblante serio y puede vislumbrar un dejo de amargura. ¿Por qué, si Kikyō era tan feliz junto a ese hanyō? ¿Acaso se debe a su visita? ¿La amarga verla? Seguramente, piensa Tsubaki, si ella no es más que un estorbo. Tsubaki es solo un estorbo para la guardiana de la Perla de Shikon.

—Sí, hace tiempo.

Parece que Kikyō se piensa lo que va a decir. Sus ojos se ven marrones claros, eso tranquiliza en parte a Tsubaki. La tonalidad de sus ojos siempre fue un punto débil.

—¿Qué buscas por aquí?

Tsubaki aprieta los dientes. Esa maldita mujer… no es siquiera capaz de decir «amiga, cuánto te he extrañado». Fría, es tan fría y le hiela hasta el corazón.

La sangre fluye por sus venas con fuerza y vuelve a sentir rabia. El viento corre despeinando los cabellos, y Kikyō sigue esperando su respuesta con muda paciencia.

—Le diste tu corazón a un hombre —suelta, obviando su pregunta—, a un medio hombre.

Kikyō guarda silencio. Le reprocha de los demonios que Tsubaki ha estado enviando a la aldea los últimos tiempos. Tsubaki no hace caso a eso. ¿Qué importa? Había algo más importante de que hablar.

¿Por qué guarda silencio? ¿Es tan cobarde como para ni siquiera responder eso?

—¿Qué buscas aquí, Tsubaki? —vuelve a preguntar Kikyō, esta vez con voz más dura.

Sus labios no titubean, pero, por desgracia, Tsubaki se fija en ellos más tiempo del necesario. ¿Flaquearía ahora sobre lo que tenía que hacer?

—Dame la Perla, Kikyō —ordena, estirando el brazo—. La purificaré en tu lugar.

Kikyō suelta una risa divertida, girando a verla completamente.

—Estás siendo ridícula.

—Dame la Perla. Te dejaré vivir con ese asqueroso hanyō tuyo, pero dame la maldita Perla, Kikyō.

Kikyō guarda silencio, provocándola. La gran serpiente que acompaña a Tsubaki se enreda en su mano blanca y se alza al lado de la sacerdotisa. Kikyō apenas recae en ella, despreocupada.

—Yo la necesito mucho más que tú, Kikyō —insiste, con la voz apenas temblando.

Le duele el cuerpo de repente. Está cansada y solo quiere irse a casa.

Solo esperaba encontrar un poco de reconocimiento de esa mujer. Y no encuentra nada. No encuentra nunca nada con ella.

—La purificaré en tu lugar —vuelve a repetir.

—Simplemente —comienza Kikyō, girándole lentamente hasta darle la espalda, con una mirada cansada, amargada—, no eres capaz, Tsubaki.

Y la sacerdotisa siente todo ese fuego que una vez esa insensible mujer había sido capaz de provocarle subir hasta su rostro. Siente mil voces en su cabeza y, a pesar de que le pesa el corazón, ¿o qué es ese peso, qué es?, ¿qué importa?, a pesar de sentir ese peso, ve la espalda de Kikyō y el largo cabello negro atado con esa cinta blanca, como una cruel manera de reírse de ella, y ordena a su serpiente atacarla.

Desea con su alma, en ese preciso momento, que Kikyō muera. Que muera y sus ojos nunca más vean la luz del sol. Desea que se arrepienta. Desea que la detenga, que la abrace y le diga que está siendo imbécil, demasiado imbécil, demasiado rencorosa, y sin razón alguna para serlo.

Desea estar recostada con ella en una misma cama contándose cosas tontas. No desea ser sacerdotisa y ya no desea la Perla.

«Kikyō, detenme.»

Kikyō no la detiene, pero es más que capaz de devolver el ataque. La serpiente vuela con increíble fuerza de vuelta a su dueña y se introduce en su ojo derecho, mientras Tsubaki grita de dolor, de miedo.

No sabe qué sentir o hacer. La maldice en voz alta y lleva su mano al rostro, ahora con manchas azules decorando su semblante.

La mira con furia y miedo. Desea con su alma que Kikyō la destruya.

—Ahora vete y te perdonaré la vida.

Eso es lo último que Tsubaki escucha de Kikyō, mientras la sacerdotisa se gira y sigue su camino, mientras las flores rosadas de los cerezos revolotean a su alrededor, llevadas por el viento. El viento también se detiene a jugar con su cabello, enredándolo; y la visión se pone borrosa pasados unos segundos, se nubla…

¿Por qué esa escena es tan hermosa y le causa tanto dolor?

Tsubaki se desmaya y la última vista que tiene es el contorno de Kikyō a la distancia, llevando su gran arco consigo, y un destello de la cinta blanca que sostiene su cabello.

29

Kikyō muere en brazos de su amado. Tsubaki recibe la noticia como una daga fría clavándose en su pecho. Como una mano apretándole los órganos internos, haciendo un revoltijo con su cabeza.

Las lágrimas se acumulan en sus ojos, se desparraman por sus mejillas; se maldice a sí misma, una, mil veces. Ella predijo aquello y aquello se cumplió. Y todo recae en sus hombros.

Y se repite, y le repite a ella, que debe estar escuchándola, le repite «Si estuvieras conmigo, Kikyō, si me hubieras elegido». Y llora. Porque prefiere que esté viva junto con ese medio demonio que alejada de ella para siempre.

Es una de las pocas veces que Tsubaki vuelve a sentirse una persona.

30

A veces recuerda la muerte de Kikyō y, aunque le duele un poco, sonríe con lágrimas en los ojos y sigue maldiciéndola en voz alta.

Su corazón se estruja un poco y recuerda la mano fría de Kikyō sobre su pierna desnuda, y el fuego vuelve a expandirse por su cuerpo. Los demonios en su interior le gritan cosas; odia oírlos todo el tiempo, incitándola, pudriéndola más que de lo que está.

El rencor se hace presente, aún cuando recrea las escenas que habían hecho juntas.

Ve su reflejo en el espejo y solo puede pensar: ¿será tan malo seguir observando esa cicatriz por siempre? No. La cicatriz está dentro suyo, después de todo.

Lo siento.

Tsubaki piensa que dejaría de lado su vanidad y orgullo por volver a besar los labios de Kikyō una última vez. Incluso sería capaz de morir en paz solo con rozar los rosados labios de la sacerdotisa y sentirla suya, solo una vez. Imaginarse, solo por un momento, que Kikyō la quiere tanto como ella, que sueña con ella y le sonríe de nuevo.

Observa la fea marca en su rostro y arruga el entrecejo. Luego se pasa un dedo entre la cejas y una voz conocida le dice «Vas a arrugarte.»

Hace tiempo que Tsubaki no puede llorar, sino lo haría. Suspira con desánimo y se pregunta porqué las cosas habían cambiado tanto tan drásticamente.

¿Era muy difícil,… era tan difícil seguir jugando a darse besos? Ahora que tiene tanto tiempo sola para pensar, se dice que no. Pero ella era una tonta niña de quince años en ese tiempo. Las niñas de quince años piensan idioteces. Las niñas de quince años no deberían ser sacerdotisas.

Mira su reflejo de nuevo y la cicatriz desaparece. De todos modos le gusta observarle, le trae el aroma de Kikyō ese día donde las flores del cerezo revoloteaban a su alrededor, cuando ella aún la quería. Si Kikyō se hubiera dejado leer con más facilidad lo hubiera notado al instante. Lo hubiera notado al instante y, en vez de atacarle, se hubiera acercado a besarla. ¿Las cosas hubieran cambiado? Valía la pena imaginárselo.

—Ahora es muy tarde. —Se repite.

Espera que en el infierno haya un lugar más para una pobre condenada. Tal vez ahí podría decirle que la amaba de una jodida vez.

FIN


Nota de la autora:

# One!Shot para el concurso del foro ¡Siéntate!: «Adictos al Crack». Tan peligroso como suena.
9860 palabras.

# ¡Gané el tercer lugar en el concurso y morí de felicidad! ¡Muchas gracias por sus votos!

Hacía mucho, mucho tiempo que quería escribir algo de esta pareja. Me gusta mucho y creo que dan para más y más fics.

Espero que la historia les haya gustado, de todo corazón. Espero que les haya hecho sentir algo, aunque sea una mínima cosita. No será EL fic, pero para mi es muymuymuymuy importante, significan muchos cambios en mi «carrera» de ficker. Muchos avances. :3

Gracias por leer. C: Si tienen algo que decirme, ya saben cómo hacerlo.

Mor.