La probabilidad de Faberry a primera vista…

Estoy casi casi segura de que ni Glee ni el libro de Jennifer E. Smith me pertenecen, si fuera así estas dos líneas no estarían aquí.

Ésta es una adaptación de un libro que pensé podía manipular como historia de este fandom, es mi primera historia y subo el prólogo para ver cómo me va, si continúo y si algún día me animo a publicar mis propias historias.

Sin más que escribir... Disfruten?


Prólogo

Podría haber salido de mil maneras distintas.

Por ejemplo, si no hubiera olvidado el libro, no habría tenido que volver a entrar corriendo a casa mientras su madre la espera fuera con el coche en marcha, mientras del tubo de escape salía una nube de humo que se fundía con el calor del atardecer.

O incluso antes. Si no hubiera esperado hasta el último momento para probarse el vestido, entonces se habría dado cuenta de que los tirantes eran demasiado largos y su madre no habría tenido que sacar su viejo costurero y convertido la mesa de la cocina en una mesa de operaciones en un intento desesperado por salvar la vida a aquel triste trozo de tela color lavanda en el último minuto.

O más tarde si no se hubiera cortado con el papel mientras imprimía su billete, si no hubiera perdido el cargador del móvil, si no hubiera habido un atasco en la carretera al aeropuerto. Si no se hubieran pasado el desvío o no se hubieran hecho un lío con las monedas en el peaje y éstas no se hubieran caído bajo el asiento mientras los conductores de atrás protestaban haciendo sonar el claxon.

Si la rueda de la maleta no hubiera estado torcida.

Si se hubiera dado un poco más de prisa en llegar a la puerta de embarque.

Aunque tal vez hubiera dado lo mismo-

Tal vez hacer recuento de todos los retrasos de aquel día era inútil, porque si no alguna de ésas, habría sido cualquier otra cosa: el tiempo en el Atlántico, lluvia en Londres, nubes que amenazan tormentas en Nueva York durante una hora antes de proseguir su camino. Rachel no cree demasiado en cosas como el destino o la fatalidad, pero lo cierto es que tampoco ha creído nunca en la puntualidad de las líneas aéreas.

Y de todas maneras, ¿cuántos aviones despegan a su hora?

Nunca en su vida ha perdido un vuelo. Ni una sola vez

Pero cuando esta tarde llega por fin a la puerta de embarque se encuentra a las auxiliares de vuelo cerrando el acceso y apagando los ordenadores. El reloj de la pared marca las 18:48 y justo detrás de la ventana puede verse el avión como una gigantesca fortaleza de metal, por la expresión de las caras de los presentes queda claro que nadie más va a embarcar.

Ha llegado cuatro minutos tarde, lo que bien pensado, no parece mucho; una pausa para publicidad, el descanso entre dos clases, el tiempo que lleva calentar un plato precocinado en el microondas. Cuatro minutos no es nada. Todos los días en todos los aeropuertos del mundo hay personas que suben al avión en el último momento, jadeando cuando colocan su equipaje en los compartimentos superiores y se dejan caer en sus asientos con un suspiro de alivio mientras el aparato enfila la pista de despegue rumbo al cielo.

Pero no Rachel Berry, que suelta distraída su mochila que permanece de pie junto al ventanal, mirando al avión alejarse de la rampa con forma de acordeón, los motores de las alas roncando cuando se dirige a la pista de despegue sin ella.

Al otro lado del océano, su padre está haciendo el último brindis y los empleados del hotel pulen con guantes blancos la plata para el banquete de mañana. Detrás de ella, la chica que tiene el asiento 35C del siguiente vuelo a Londres se está comiendo un donut glaseada, ajena a la mancha que ésta ha dejado en su cárdigan azul.

Rachel cierra los ojos por un momento y cuando los vuelve a abrir el avión ha desaparecido.

¿Quién habría pensado que cuatro minutos le cambiarían la vida?