El perfecto equilibrio

CAPÍTULO 1

Rey caminaba por la ciudad sin prisa, disfrutando de los últimos rayos de luz de aquel bochornoso atardecer. El verano estaba acabando y sin embargo, ella se aferraba con fuerzas al calor, saboreando todos aquellos pequeños momentos que el sol y su calor pudieran darle. Los edificios se extendían poderosos ante ella mientras caminaba a paso ligero sumergida en sus propios pensamientos, con la música rugiendo fuerte y poderosa contra sus oídos y el estómago vacío.

''El verano es la mejor época del año'' —se decía—. ''Siempre y cuando tengas tiempo y gente con la que compartirlo''.

El sol ya se ocultaba entre los lejanos edificios cuando llegó. El bar hacía esquina con la calle principal, el cartel era de luces de neón, no habían ventanas y la puerta de entrada era una maciza masa de hierro negra a prueba de golpes, resistente a todo.

Rey saludó al gorila de la puerta, se hizo a un lado y la dejó entrar.

"Un día mas" —se dijo.

Cada noche, cuando comenzaba su turno en aquel antro de borrachos y vagabundos, debía mostrar una feliz sonrisa y aparentar amor y devoción por su trabajo. Servía cerveza, vino y todo tipo alcohol a todo aquel que le pidiera. Soportaba la música alta y estridente, el repugnante olor amargo que emergía de los lavabos y el que desprendían más de algún cliente, soportaba al borracho que se acercaba más de la cuenta o el que no tenía dinero para pagar las quince cervezas que había pedido.

Rey soportaba sin queja cualquier cosa a la que tuviera que enfrentarse. Tenía que sobrevivir con algo, su piso no se iba a pagar solo. El esfuerzo que la chica hacía cada noche, soportando todo aquello, merecía la pena cada mañana cuando al despertar tenía algo de comida en la nevera y podía pagar los recibos del agua y de la luz.

Aquella noche fue especialmente agotadora. El bar había estado lleno hasta las 3 de la madrugada, ella y su compañera de turno tuvieron que echar a patadas a los cuatro borrachos de siempre, alguien vomitó en los servicios, hubo una pelea entre unos chavales que terminó a puñetazos en la calle y, sin olvidar, los gritos y desprecios de su jefe, quien la humillaba y despreciaba siempre que tenía la oportunidad.

Llegó a casa sin aliento, exhausta. Su piso estaba en las afueras, en un pequeño barrio cerca del río. Era un piso pequeño, austero y muy humilde. Su sueldo de camarera en aquel antro nocturno de borrachos, a duras penas le daba para pagarlo. Pero todo aquello merecía la pena, Rey lo sabía y esperaba ansiosa el día en el que su vida cambiara para siempre.

Se metió en la cama, cerró los ojos y pensó en su futuro. Era una visión reconfortante. En su mente se visualizaba sentada en algún lugar lejano, con los pies hundidos en arena cálida, el sol sobre ella y dibujado en el horizonte, la promesa de un futuro dorado.


Muchas gracias por leer, nos vemos pronto.