Pupilas de gato

Seamos amigos,

abrázame,

cúbreme,

descúbreme.

Breath me-Sia.

Rhode es tuya, no importa lo que los demás digan. Así como tú eres del Conde.

La reconoces cuando los demás ya están dormidos.

La palpas en la oscuridad, le das una forma (carece de una hasta que lo haces, viene a ser igual a ti en ese aspecto).

La arrastras a la cama como a una falsa ciega. Las dos ríen como borrachas, también.

No se sabe cuál es la que naufraga en los brazos de la otra. Ambas lo hacen, quizás. Esa es la única libertad que conocen.

La escoges a tientas, la pones boca abajo, ella se ríe de tu dulzura cuando la posees.

Te sumerges en ella hasta que se acaba el mundo y vuelve a empezar detrás de una oscura puerta, que se abre cruzando su piel húmeda con los dientes.

Pierdes la cabeza en una nube. Eres un gato gigantesco que ronronea sobre ella.

¿Esa sobrina tuya no ha sido siempre como tu hija preferida entre las sábanas revueltas, sus brazos cubriéndole los ojos que brillan tanto como los tuyos en la oscuridad?

Se adelanta a la trampa que tiendes con tus manos hechas garras, disfruta cuando le arrancas sangre, se ríe como una posesa y un hilo de saliva le baja por el mentón.

Los espejos en los que atraparon las almas de los enemigos lloran a sus espaldas. El olor a manzanas impregna el ambiente: pecado, pecado. Dulce pecado de miel entre tus dedos. Las formas del azogue, una sobre la otra, dándose placer, hacen que sea muy difícil en plena noche decidir, cuál eres tú (arriba, arriba, moviéndote hacia arriba) y cuál es Rhode, tan iguales son (pequeña, pequeña debajo de ti, riendo, riendo).