Hace mucho, mucho tiempo, vivía un famoso y poderoso alquimista.

Éste vivía felizmente junto a su hermosa esposa, quién estaba embarazada de mellizos. Así ambos, ansiosos, no hallaban el momento de poder aumentar el número de su familia y llenar su hogar con risas y ruidos.

Pero un día, al momento de dar a luz, su esposa murió, junto con sus hijos.

Devastado por la tristeza, el alquimista se ocultó en lo más profundo de su desolación, cobijándose en las sombras y humedad de su sótano, y así paso incontables días ahogándose en sus lágrimas.

Pero ocurrió un lejano día, en el que sin gran placer se encontraba caminando por un campo bajo el cielo nublado, en el que se le ocurrió una idea, en un principio tan débil como los mismos rayos de luz que intentaban abrirse paso entre las nubes, pero ésta poco a poco fue germinando hasta hacer crecer sus raíces y asentarse definitivamente en su cabeza. Es así como, una noche, amparado por la soledad y el silencio, se dirigió hacia el cementerio, tomó varios cadáveres de tumbas recientes, y en su sótano comenzó sus intentos por ensamblar partes de los cuerpos para crear un hombre.

Pero falló en cada uno de ellos.

No se desanimó. Continuó ultrajando tumbas y cometiendo acciones en contra de todo lo natural sin ningún escrúpulo, hasta que pudo crear un hombre, pero "el hombre creado" no tenía un "corazón".

-No eres más que un títere... - decía con tristeza el alquimista. Pero aunque desalentado y frustrado, jamás se rindió.

Para crear su propia familia... para poder darle al "hombre creado" un corazón, abrió su pecho una y otra vez, y así el número de cicatrices fue aumentando en aquel maltrecho cuerpo masculino.

Su obsesión por alcanzar la perfección le hizo perder la noción del tiempo, pasándolo únicamente con esta silenciosa e imperfecta silueta, hasta que eventualmente el alquimista envejeció.

Un día, tras finalizar su intento Nº 1000 llegó a una agotada conclusión: "Ah, no es nada fácil darle un corazón a una persona". Así que decidió que su intento Nº 1001 sería el último.

Así con paso lento y agotado fue por última vez al cementerio, pero esta vez intentaría crear una mujer, por lo que uno a uno extrajo los mejores cuerpos que pudo encontrar. Una vez de vuelta, ya seleccionado y ensamblado lo mejor de los miembros y órganos en la oscuridad de su sótano, iluminado con solo la luz de una vela, observó a su última creación en la mesa de operaciones. Pero el resultado no había cambiado.

- Si tan solo tuvieras un corazón, con mucho gusto te aceptaría como mi hija - dijo cansado -. Quería crear una familia para compartir con ella mis penas y alegrías... pero tampoco tienes corazón.

La "mujer creada" sobre la mesa, solo miraba hacia arriba con sus hermosos ojos fríos y sin sentimientos. Y así, el último experimento Nº 1001 comenzó.

El largo invierno pasó sin prisa, matando lentamente toda vida exterior, obligándolos a todos a refugiarse, incluso al sol. Y así pasó un largo tiempo, hasta que esta pesada nevada que parecía que iba a cubrir el mundo al fin terminó.

Ella pareció notar aquel imperceptible cambio en el ambiente, en el que la muerte ya no anda rondando, y sin prisa bajó al sótano a comentárselo a su maestro. Así, la "mujer creada" se acercó al alquimista, quien se encontraba profundamente dormido. Lo llamó varias veces, pero el anciano no despertó.

La imagen del viejo hombre tendido allí... el frío y rígido tacto de su piel... se sintió muy extraño para la "mujer creada" ya que aún no sabía qué era la muerte, simplemente pensó que su maestro estaba en un profundo sueño.

Tras mirar a su maestro durante un largo tiempo, de pronto y sin ser consciente de ello, lágrimas empezaron a caer de sus ojos. Ella no entendía por qué, sin embargo, las tibias gotas continuaron su descenso por sus pálidas mejillas. Tomado la mano del hombre, se acercó con cuidado hasta que sus labios quedaron a centímetros de su oreja y le susurró suavemente: - Despierta... despierta... despierta, padre.

El experimento Nº 1001 del alquimista había sido un éxito. Aunque él nunca lo supo.

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Han pasado varias décadas desde entonces. La gran guerra está pronto a acabar, por lo que varias ciudades se encuentran en un silencio expectante, a esperas de ser salvadas o invadidas por el ejército de régimen.

En un alejado pueblo, lejos de las grandes urbes, un grupo de militares va descendiendo rápido y silencioso por lo que parece ser una eterna y profunda escalera en forma de caracol, internándose cada vez más en las profundidades de la tierra.

- Sé que no es nada seguro, pero siento que hemos hallado algo grande - decía uno por radio -. Puede que incluso encontremos un registro con las obras de arte robadas. Consigue muchas fotos.

- ¡De acuerdo! - respondió el soldado aludido, deteniéndose a las puertas de lo que sea que hubiera allí abajo.

Las abrieron sin gran estruendo, alumbrando la penumbra solo con unas cuantas linternas a batería.

Todo lucía sucio y abandonado, como si nadie hubiera estado allí por mil años. Las telarañas adornaban todo el lugar como si de finas telas se tratara. Pero hasta éstas eran viejas, ya que las arañas hace años habían migrado a otros lugares.

La madera antigua y humedecida indicaban la edad del lugar. Papeles apolillados y que se deshacían al tacto hacían ilegible todo lo que hubiera escrito en ellos.

Avanzaron con cuidado, desorientados por todo lo que había en ese lugar, cubriéndose la nariz y la boca para no inhalar el polvo que se levantaba al más mínimo movimiento.

De pronto, la luz de la linterna de un soldado se reflejó en algo metálico. Curioso se acercó a observar una gran fuente plana, cuyo interior contenía varios instrumentos quirúrgicos muy antiguos. Alumbró rápidamente a su alrededor para tener una idea de lo que podía ser ese lugar, hasta que el rastro de luz lo hizo vislumbrar por momentos una cama en la esquina más alejada de aquella vieja habitación. Pero eso por sí mismo no fue lo que llamó su atención. Había algo, alguien sentado a los pies de la cama, de espalda a ellos.

- Hey... - emitió el soldado, en un débil y aterrado susurro. No sabía por qué había dicho eso, ni a quién, pero había bastado para haber llamado a un compañero, el cual, igual de temeroso y sorprendido se detuvo a su lado.

- ¿Está vivo? - preguntó, sin siquiera pestañear.

- N-no lo sé...

- Acerquémonos...

Quisieron dar un primer paso, cuando un estruendoso ruido los congeló en su lugar. Algo había pasado por sobre ellos, y de un fuerte golpe había arrojado sus linternas al suelo, volviendo a sumir el lugar en penumbras.

- ¡¿Qué fue eso?! - gritó aterrado el soldado.

- ¿Era un pájaro? - intentó responder racionalmente su camarada quien, sin dejarle tiempo al miedo para que se apoderada de él, se arrodilló rápidamente para palpar el polvoriento suelo y encontrar así su linterna, la cual tenía la idea de donde podía estar por el cercano ruido que había emitido cuando impactó en el suelo -. Espera... - dijo mientras le daba unas palmadas al objeto para que esta encendiera de una vez la maldita luz. Cuando lo hizo, rápidamente iluminó aquella cama, pero ya no había nadie a sus pies.

- ¡S-se ha ido! - gritó su compañero aterrado -. ¡¿Do-dónde fue?!

- ¿Dónde...? - repitió alumbrando todo alrededor, hasta que de repente, unos brillantes ojos se encontraban a tan solo unos centímetros de él -. ¡Aaaaaaaaaaaaaaah!

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Era tarde y ya todos se habían ido a sus casas, menos él, ya que era el silencio a esas altas horas de la noche el que le permitía pensar en todas las tareas que tenía pendientes que no había podido desarrollar, y las cuales no lo dejarían descansar.

En aquel escritorio, apoyaba su frente en una de sus manos mientras, cansado, leía a toda velocidad la gran pila de documentos que alcanzaba a iluminar su lámpara. Pronto su vista se cansó, y mientras exhalaba el aire en sus pulmones, frotó sin cuidado sus párpados hasta que sus ojos se enrojecieron por el dolor - y falta de sueño -.

Era cosa de tiempo para que perdiera la concentración, y ese momento había llegado. Sin ganas levantó su somnolienta mirada hacia la esquina de su mesa, poniendo atención en una especie de collar, en cuyo centro colgaba una antigua llave, totalmente ajena a esta época. Bajo este objeto, se encontraba una fotografía, en la cual estaba él, un sonriente doctor con su blanca bata que apuntaba con su mano hacia la cámara fotográfica que había sacado aquella imagen. Delante de él se encontraba una pálida mujer, que observaba tranquila y sin ninguna expresión hacia donde él estaba apuntando, vestida únicamente con una bata de esas que dan en los hospitales.

Suspiró al ver aquellos verdes ojos inexpresivos en aquella hermosa mujer atemporal. Ella era su mayor tesoro y preocupación. Algo que tenía que cuidar a toda costa. Es por eso que el momento había llegado.

Rápidamente abrió su librera y arrancó una hoja. Apresurado, antes de que el coraje lo abandonara escribió unas cosas en el papel. Se levantó, cogió su maletín y apagó la luz, abandonando su oficina.

Por otro lado, en la habitación de ella nada había cambiado. Ella tampoco lo había hecho, ni siquiera a lo largo del tiempo. Este era algo ajeno a ella, así como los deseos y propios pensamientos. Desde hace mucho que se había dejado de hacer preguntas y solo se limitaba a respirar, a pesar de todo lo que le habían hecho.

Sentada en su simple cama, con las manos en su regazo, esperaba que el tiempo continuara pasando. A ver si en alguna oportunidad este se animaba a darle alguna idea de lo que tenía que esperar.

El médico pronto la pudo vislumbrar a través de un gran ventanal que daba hacia el interior de aquella habitación que más parecía celda. Ella estaba en la misma posición en la que siempre estaba, con esos mismos y hermosos ojos apagados, con aquellas ojeras eternas, las cuales le otorgaban un aura ausente, espectral, lo que era complementado con aquella pálida piel, como si la sangre caliente hubiera abandonado su cuerpo hace décadas. Él se detuvo un momento, siempre le había entristecido esa mirada en ella, era la mirada de alguien sin vida, sin deseos ni esperanzas. La mirada de alguien que espera la muerte. Y ella debería ser la que más supiera de ella, pero nada sabía, incluso con esas grandes cicatrices a lo largo de todo su cuerpo.

Así, tal cual estaba sentada, esperando la nada, él podía ver en su cuello descubierto aquellas extrañas suturas que parecían coser su cabeza el resto del cuerpo. "Algo imposible", pensó, pero este mismo patrón se repetía a lo largo de su cuerpo, como si se tratase de una muñeca de trapo que había sido hecha por alguien más.

En la guerra se habían hecho actos verdaderamente monstruosos como para siquiera nombrarlos, y él estaba seguro de que aquella chica había pasado por todo un infierno. Era la única explicación lógica y médica para todo ello. Sólo un único dato tenía que podía comprobar ello, y era el número "1001" labrado en su piel. Esto, sin embargo, también era extraño, ya que en los campos de concentración los códigos eran otros y estaban tatuados generalmente en el brazo o en el cuello de las víctimas. Pero no en ella. Además de que su número no había sido tatuado ni quemado en su piel. Simplemente era como si alguien lo hubiera tallado en su muñeca.

De repente, un ruido pareció sacarla del trance en el que estaba. Al lado de ella, sobre una mesa se encontraba una pequeña pajarera cubierta por una manta.

- Tengo frío... - salió desde adentro.

El médico solo observó como aquella mujer se había limitado a tomar aquel objeto, el cual envolvió entre sus brazos, con el objetivo de brindarle calor al extraño ser que lo había requerido. Fue entonces que decidió era momento de ingresar.

Cuando abrió la puerta, pudo observar complacido que el semblante de ella había cambiado. La sorpresa se pudo leer en su rostro, lo cual le alegró. No porque él hubiera desencadenado esa emoción, sino por la emoción misma expresada en su cara. Ella podía sentir emociones, simplemente no sucedía tan a menudo.

Aquella pequeña alegría que había sentido de inmediato cambió a una triste cuando observó como ella, en silencio al haber notado su presencia, mecánicamente se había puesto de pie, y poco a poco comenzaba a desabotonar su camisa, lista para el "examen" por el cual él podría estar allí.

- No - se apuró a detenerla, notando el camino de aquella sutura que bajaba hasta perderse entre sus pechos, al tiempo en que se apresuraba a tomar sus manos y volver a abrochar toda la camisa, cubriéndola -. No he venido a eso - le explicó.

La chica tomó asiento. Había dejado un par de botones libres que no se había molestado en abrochar, y con aquella profunda mirada, espero en silencio a que él dijera lo que debía decir.

Juntando fuerzas, el médico se agachó hasta su maletín, extrayendo de su interior una larga chaqueta negra, la cual colocó sobre los hombros de aquella chica.

- Prepárate - la instó -. Vas a salir de aquí.

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Los pasos de aquellos zapatos retumbaban en aquel amplio estacionamiento vacío.


Por otro lado, el mismo retumbar de los pasos eran hechos por unos finos zapatos en el frío asfalto exterior.


El médico se apuró en abrir la puerta del copiloto para que ella ingresara al vehículo.


Mientras que, en el exterior, ella apuró a tomar la manilla de aquella puerta para ingresar al interior del local. El murmullo y ruido de la gente le dieron la cálida bienvenida, como si el frío invierno de afuera no fuera suficiente para quitarles su buen humor. Secretamente complacida por el calor de aquella bulliciosa masa, pronto buscó con la mirada a quien la había citado en aquel lugar. No fue difícil dar con ella, ya que, divertidamente siempre parecía destacar en todos los lugares gracias al color de su piel, muy en contra de sus deseos. Como si aquel pensamiento la hubiera llamado, observó como aquella mujer se había percatado de su presencia, girándose hasta dar con ella, y enseguida, aquella boba sonrisa que tanto le alegraba no tardó en aparecer para saludarla.

- Hey - la saludó casualmente, acercándose hacia la mesa donde estaba esperando. Disfrutando ver aquella sonrisa.

- ¡Kuvira! ¡¿Por qué tardaste tanto?! ¡Esperé una eternidad! - exageró.

- Debes agradecer que haya venido. Algunos tenemos trabajos de verdad, Korra - emitió burlona, mientras tomaba asiento frente a ella.

- Yo también estoy ocupada ¿sabes? - se defendió, falsamente molesta, al mismo tiempo que sacaba una carpeta de su bolso, indicándole el título de su última obra.

- ¿El gran árbol? - leyó Kuvira, sin inmutarse.

- ¡He estado intentando encontrar ideas nuevas todo el día! - exclamó enérgica, entregándole la carpeta -. En fin ¡léelo!, me esforcé mucho en esta historia. Puede que te sorprendas.

Kuvira, emitiendo una socarrona risa lo cogió, contagiada por el entusiasmo de su amiga. Korra frente a ella se encontraba expectante, pero aquella gran sonrisa pronto comenzó a desvanecerse conforme observaba como su amiga poco a poco pasaba las páginas evidenciando cada vez más la decepción en su rostro.

- Apesta – dijo finalmente al cabo de unos minutos, arrojándolo al centro de la mesa.

- ¡Ni siquiera lo leíste! - se apresuró a defenderse.

- Sí lo hice. Es exactamente como el otro que me enseñaste - dijo Kuvira -. Te sigo diciendo, cambia tu estilo. Deja de escribir esta porquería tan aburrida. A este paso nunca serás escritora - continuó, apuñalando con cada frase el frágil corazón de su amiga.

Korra esta vez no respondió. La vergüenza y su orgullo herido no se lo permitieron.

- ¿No tienes ninguna idea nueva e interesante? - continuó Kuvira, y como no respondía, intentó molestarla con otro tema -. ¿Y cuándo me pagarás el dinero que te presté?

- ¡E-estoy trabajando en ello! - respondió avergonzada.

- Dijiste que a estas alturas ya serías famosa - continuó mofándose.

- Oye ¡no es fácil obtener nuevas ideas para historias! - contraatacó Korra, en un desesperado intento por defenderse -. ¿Qué se supone que debo hacer? Creo que me encuentro en un bloqueo o algo así - escupió con rabia, mientras extendía su mano para alcanzar el gran vaso de cerveza que tenía frente a ella, apurándose en beberlo, como si ello pudiera apagar el rabioso fuego que tenía en su interior -. ¡No sabes lo difícil que es! Tú nunca has escrito una historia antes - se quejó, pero la mirada de su elegante amiga frente a ella no había cambiado.

Había dicho algo innecesario. Kuvira no necesitaba escribir, no había elegido ese camino, al contrario de ella que, a pesar de haberlo escogido, seguía fracasando.

- No es que no quiera escribir nada nuevo... - continuó, en un susurro, apenada consigo misma.

- Korra - llamó su atención -, si alguien te pudiera dar un material impactante para una historia ¿lo aceptarías?

- Bueno, sí solo alguien así apareciera ... - respondió sin creer mucho en las palabras -. Pero, por supuesto que lo aceptaría.

- Incluso si es peligroso, no huirías ¿verdad? - continuó presionando.

- ¿Qué dices? - sonrió Korra -, es como si no me conocieras. ¡Aceptaría lo que fuese en este momento sin preguntar! Tendría que estar loca para huir.

- Cierto - sonrió Kuvira -. Olvidé la vez que subiste una montaña intentando conseguir ideas y al final tuviste que ser rescatada.

- ¡Lo volvería a ser cien veces más! - rió fuertemente Korra.

- Eres una estúpida - dijo Kuvira, uniéndose a la contagiosa risa de su amiga.

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El vehículo avanzaba silencioso por las congeladas calles casi desiertas a esa hora. Él manejaba en silencio, observando de vez en cuando a la taciturna silueta que se encontraba a su lado. No había pasado mucho tiempo, pero mientras más avanzaba más se convencía de que esa había sido una excelente idea. El solo haber salido de aquel lugar había cambiado un poco la disposición de aquella chica, la cual se encontraba absorta mirando a través de la ventana el montón de luces, colores y estructuras que iban pasando conforme se iban moviendo. De pronto una imperceptible exclamación salió de sus labios, y el médico lo notó.

Para ella, que siempre había estado encerrada viviendo en un mundo monocromático, todo aquello era nuevo y deleitable a su retina. Nunca había visto tanta gente vestida de tantas maneras y colores distintos. La luz roja los había hecho detenerse, y fue en ese momento que observó algo que la dejó sin habla, algo que no sabía muy bien de qué se trataba.

En el edificio adyacente a donde se encontraba, de amplios ventanales que le permitían observar la animada masa de gente en su interior, hubo alguien que llamó por completo su atención. No solo por el color tostado poco habitual de su piel, el cual nunca había visto, sino por aquella fresca y contagiosa risa que estaba saliendo sin ninguna dificultad de su boca. No escuchó el sonido de su risa ni pudo ver más, ya que la luz pronto dio verde y el vehículo avanzó. Pero ella no quiso apartar su mirada de aquella mujer que había visto, tan llena de vida que le resultaba completamente extraño.

El médico notó la escena, pero no se había fijado en la mujer morena que había estado riendo en aquel pub, sino a la imponente mujer frente a ella. El miedo le dio una descarga que lo volvió a la realidad, acelerando para alejarse de ahí. Eso le recordó: aquello no era un paseo. Aquello era parte de un titánico plan que había sido ideado por la cabecilla del lugar en el cual trabajaba. Un paso en falso y no se perderían solo años de secreto trabajo e importantes avances científicos, sino que además podría perder su vida y la de aquella chica.

- 1001 - llamó, sin ser escuchado. Ese era el nombre con que todos en el laboratorio se habían dirigido a aquella misteriosa chica, a lo que ella respondía sin cuestionamientos. Pero ésta no había escuchado, absorta en retener todos aquellos nuevos estímulos que podían ayudarla a justificar su presencia en el mundo -. ¡1001! - gritó, y esta vez, de un sobresalto ella escuchó y le puso atención -. Escúchame muy bien. A partir de ahora eres libre - comenzó, sin notar ningún cambio en el rostro de 1001 -. No importa con quién te encuentres o dónde vayas, nadie te detendrá ahora. Pero junto con esa libertad, viene mucha responsabilidad - puntualizó -. El sufrimiento que has pasado hasta ahora no es nada de lo que debas preocuparte, así que te lo ruego, no confíes en nadie... nadie ofrece bondad sin esperar nada a cambio. Nunca confíes en alguien sólo porque te sonríe.

La chica bajó la mirada por unos momentos. En su mente seguía la imagen de aquella morena mujer riendo al otro lado del ventanal. Eso significaba que no era buena. Nadie era bueno... ¿en nadie podía confiar?

- Mako - emitió ésta, llamando la atención del aludido -, ¿puedo confiar en ti?

Aquella pregunta lo entristeció. Debería poder confiar en él, pero precisamente porque él había permitido todo lo que ella había sufrido, y por lo que estaba a punto de hacer, era por lo que lo convertía en un hombre de cuestionable confianza. Lo desalentó como nunca el haber llegado a esa conclusión.

- No. Ni siquiera en mí - dijo vacíamente.

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Por las cámaras de seguridad dos personas observaron como Mako había aparcado el vehículo en el lugar designado, caminando con la pesadumbre como quien ya no quiere seguir con su vida hacia la puerta del copiloto, donde se encontraba ella, quien dentro de poco obtendría su "libertad".

- Están aquí - dijo aquella mujer, bebiendo un poco fastidiada del vaso con agua que tenía delante de ella. Enseguida cogió una de las galletas que tenía en el mesón y se apresuró a comerla.

- ¿En serio? - respondió una morena mujer detrás de ella, acercándose a la pantalla.

- No habrá más relajación ahora - suspiró con la boca llena.

- ¡Lin! ¡Estás dejando migas por todos lados! - objetó.

Lin, sin darle respuesta, extendió su mano hacia su teléfono y procedió a marcar un número.

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La vibración del teléfono sobre la mesa llamó la atención de ambas mujeres en aquel bar. Kuvira lo cogió sin apuro, y emitiendo un cansado suspiro lo guardó.

- Me tengo que ir - emitió, arreglando sus cosas.

- Hey ¿a dónde vas? - quiso saber Korra.

- A diferencia de cierta persona que conozco, yo estoy muy ocupada - dijo poniéndose de pie -. Dame algo bueno para leer la próxima vez. Impresióname, por favor.

- Por dios, me emociona tu confianza - se burló Korra, aburrida.

- ¿Quieres pagar? - amenazó Kuvira.

- Perdone señora - se apresuró a responder, bajando su cabeza -. No volveré a actuar así - ironizó, haciéndolas reír a ambas.

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- Recuerda lo que te dije - recalcó Mako, subiendo al vehículo mientras observaba a 1001 en el mismo lugar en el cual la había dejado -. Ten una buena vida.

La chica asintió, y observó como él arrancaba el vehículo, y poco a poco él se alejó, dejándola abandonada en aquel solitario lugar.

Mako la observó empequeñecerse en su espejo retrovisor, y cuando la perdió de vista sintió como su pecho se apretó al no saber qué es lo que podía ser de aquella chica. Pero no tuvo tiempo de permitirse sentir la pérdida cuando su celular vibró, y de inmediato se dispuso a responder la llamada.

- ¿Hola?

- ¿Te has hecho cargo de todo? - preguntó la voz al otro lado de la línea.

- Sí. He dejado a 1001 en frente de la casa de la señorita Korra a las 21 horas.

- Se encontrarán pronto entonces - sonrió Kuvira, quien en ese entonces ya caminaba por la calle. El plan ya se había desencadenado -. ¿Hablaste mucho con ella? Parecía que ustedes dos tuviesen mucho de qué hablar.

Mako no respondió de inmediato. Recordó lo que le había dicho a 1001.

"No. Ni siquiera en mí" le había dicho "No hay nadie en quien puedas confiar en este mundo, ya que tú no eres como las otras personas"

- No - respondió a Kuvira -. No hablamos mucho. ¿Pero no estará Korra un poco sorprendida? Es todo muy repentino - dijo, queriendo cambiar rápidamente de tema.

Kuvira se encontraba abriendo la puerta de su vehículo cuando pequeñas gotas comenzaron a chocar contra el parabrisas. Sonriendo, levantó su vista hacia el cielo, al tiempo que extendía una mano para sentir como la pequeña lluvia poco a poco comenzaba a ser más copiosa y veloz.

- No - respondió -. La verdadera Korra que conozco, estará emocionada. Es un regalo especial de mí para ella - sonrió, pensando en el tipo de expresión que pondría su despistada amiga cuando se encontrara con el "presente".

- Entendido. Nos vemos en el laboratorio, señora.

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La fuerte lluvia se había desatado sin previo aviso, tomándolos a todos por sorpresa, a todos menos a Korra, a quien le encantaba demasiado este clima como para enfadarse o incluso preocuparse por quedarse empapada bajo esta.

Es más, para ella esta era su bendición, por lo que cantando decidió que caminaría hacia su casa para disfrutar de aquel fuerte aguacero el cual solo potenciaba la sensación de libertad que le había otorgado el alcohol, adormeciendo parcialmente sus sentidos. Es por eso que no sentía frío, o preocupación de poder coger un resfriado. Ella solo flotaba en el delicioso sonido de la lluvia contra el asfalto y en el olor de la tierra mojada, chapoteando en las incipientes posas de agua acumulada, gritando con más fuerza una canción que había inventado recién.

- ¡Crear histoooooriassss! - cantaba, arrastrando feliz las palabras -, ¡Nuevas ideeeeas para las mejores histoooorias!

Saltó dentro de una gran posa, levantando el agua que había acumulada, y rió como una niña ante su ebria proeza.

- ¡Histoo-! - cortó la palabra, parando en seco tanto su canción como su actuar. Y es que, al otro lado de la calle, una alta sombra se encontraba observándola. No era solo eso, era el brillo en aquellos ojos que pareciera que la habían marcado como un objetivo... como una presa.

"¿Qué demonios?" Korra se asustó. La mirada fría y sin emociones fue suficiente para drenar todas sus energías. De repente el efecto del alcohol abandonó su cuerpo, instaurando el frío que de inmediato se le coló hasta los huesos, creando el perfecto ambiente que dio paso al miedo, el cual terminó atornillándola al piso, quitándole la capacidad de moverse.

"¡¿Quién es ese?!" gritó mentalmente, al ver que aquella alta y encapuchada figura continuaba observándola, lista para darle caza.

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N. de la A.:

Ha pasado una considerable cantidad de tiempo, y he vuelto con una nueva adaptación. Tuve un largo período de vacaciones, e independiente del hype y fandom, me dieron ganas de adaptar algo, y pues, acá estoy.

Veamos como resulta.