Capítulo 1: La Profecía
Han pasado casi siete días desde que la funesta profecía fue divagada por todo el reino de los altos elfos como una plaga que infestaba de caos e incertidumbre los corazones de la población entera. Esos mismos siete días, son los que el conclave élfico ha estado atrapado en la cámara de sabiduría tratando de descifrar alguna respuesta para evitar la catástrofe.
La profecía, no es para los elfos, algo que se pueda tomar a la ligera. No se trata de una buenaventura obtenida de la nada. Los altos profetas se han pasado toda su vida estudiando el universo y la tierra en busca de indicios del futuro, y siempre han encontrado respuestas que los ayudan a prevenir a Quel'Thalas de cualquier problema que se fuera a presentar. Silvermoon, la capital de los altos elfos de Quel'Thalas, se volvió un pueblo próspero y desarrollado gracias a las predicciones de los Altos Profetas, pero ahora, desde hace una semana, la única respuesta que el universo y la tierra les otorga, es resignación ante la catástrofe inminente.
El Rey Anasterian, descendiente de la alta familia de los Sunstrider, se niega a creer que Quel'Thalas ha llegado a su fin, muy a pesar de saber de qué los altos profetas jamás han fallado en sus predicciones. La única esperanza era escuchar buenas noticias por parte de su hijo Kael'thas, que ya debía estar de regreso de su viaje diplomático a Lordaeron. Había partido hace más de un mes y ahora hace dos días se suponía que debía estar presente para reanudar sus tareas como integrante del Kirin Tor. Dos días de retraso no supondrían nada extraño en un ser humano, pero en los elfos es algo casi imposible. Algo además de las funestas predicciones inquietaba la mente de Anasterian.
Mientras tanto, en el palacio real de Silvermoon, los sabios elfos discutían acaloradamente sobre el proceder del pueblo entero ante la inminente catástrofe. El último mensajero, sentado junto a los sabios y el rey en la larga mesa de reuniones, no hacía más que agachar la mirada y reprobar con la cabeza todas y cada una de las ideas que escuchaba.
Sabio Elfo: ¿Cómo pueden estar los altos profetas tan seguros de que sus profecías son correctas esta vez? Has dicho que no pueden encontrar la causa de la catástrofe en sus develes.
Mensajero: Los altos profetas no pueden ver esta vez la causa, pero sin lugar a duda pueden ver la consecuencia, y señores, por enésima vez, las condiciones del evento no han cambiado.
Otro Sabio: Sabemos de sobra que los altos profetas no se han equivocado jamás, pero sus vaticinios siempre han sido claros, y más aún, útiles para el bienestar de nuestro pueblo. Este último sin embargo, no nos proporciona nada si no incertidumbre.
Mensajero: Mis señores sabios, mi Rey, lo siento mucho, pero el mensaje que me han dado los profetas es claro, no puede proporcionarnos incertidumbre, pues la visión del mañana no tiene otra alternativa, si bien no sabemos la causa concreta de nuestra ruina, con todo el dolor de mi corazón, les aseguro que la ruina es certera.
Anasterian: Entendemos que la profecía no cambie, y por lo que he escuchado, no hay más información que puedas darnos, ve en paz de vuelta con los altos profetas, y diles que Silvermoon no se quedará cruzada de brazos ante esta… amenaza invisible.
Mensajero: Gracias, su alteza.
El mensajero abandonó la mesa de reuniones y se dirigió al portal de transportación, donde tras activar un mural rúnico, desapareció inmediatamente, dejando solo una estela luminosa en forma vertical que engullía un espectro con su apariencia, mismo que se borró tan pronto el exceso de luz se disipó. La cámara donde aún permanecían los sabios y el rey, se ahogó en un silencio total por casi un minuto. El sentir de todos ahí era compartido, no era tristeza, tampoco caos ni rencor de ningún tipo, era impotencia lo que pesaba en los corazones élficos.
Sabio Elfo: Tal vez deberíamos buscar más información con el Dalaran.
Otro Sabio: ¿Qué crees que puedan saber esos humanos que no podamos saber nosotros mismos?
Sabio Elfo: No olvides, amigo mío, que el Dalaran también tiene a hermanos nuestros como miembros del senado.
Otro Sabio: El Dalaran se ha olvidado de su principal propósito, ahora la magia para ellos es una mera herramienta de guerra, no podrían ayudarnos aunque esa fuera su intención.
Anasterian: Basta ya, el Dalaran siempre ha sido amigo de Quel'Thalas y Silvermoon, y si han hecho de la magia un arma, es porque siempre han sido los humanos, la vanguardia de todas las guerras.
Otro Sabio: Su alteza, no pretendía poner en duda la amistad del Dalaran con nosotros, lamento mis palabras, pero aun así, no creo que puedan sernos útiles en este momento.
Anasterian: Tan solo quisiera poder tener ya información de Lordaeron, mucho se habló del regreso triunfal del príncipe Arthas, solo quisiera saber si él tiene algún indicio de lo que se avecina.
Sabio Elfo: El príncipe Arthas acabó con la amenaza de los muertos vivientes, aunque tomó medidas bastante drásticas en el pueblo de Strathome, y por lo que se sabe de su regreso a Lordaeron, también acabó con el demoniaco comandante Mal'Ganis, seguro que el príncipe Kael trae consigo más noticias al respecto.
Anasterian: Si tan solo estuviera aquí de regreso, ¿Qué puede estarlo retrasando tanto?
Otro Sabio: Con todo respeto su alteza, pero es conocido que el príncipe Kael'thas tiende distraerse en otras actividades a menudo. No debe preocuparse…
Anasterian: Lo sé de sobra, a Kael jamás se le ha dado lo de la puntualidad, pero esta vez, algo me inquieta…
Mientras el rey conversaba con los sabios, inesperadamente, la cámara del portal de transportación se encendió, y una gran cantidad de destellos alumbraron la sala entera. El rey inmediatamente se levantó de su silla para dirigirse a la cámara del portal, y al momento, lo siguieron tres sabios y cuatro guardias que aguardaban ahí. Pronto la luz comenzó a palidecer, y de en medio de la cámara comenzaron a notarse varias siluetas. Los guardias, se posicionaron en modo defensa, pero antes de completar su maniobra militar, el rey los detuvo con una señal de su mano izquierda. Las siluetas comenzaron a perder brillo, y pronto pudieron notarse los rostros y atuendos de quienes habían llegado, eran todos elfos, aunque algunos de ellos lucían bastante sucios y con algunas heridas menores esparcidas por la piel. En medio de ellos, se encontraba un joven envuelto en mantas color rojo carmesí y una armadura dorada oscura, lucía un aspecto desaliñado y sucio, pero se le notaba más fuerte que a todos los demás que le rodeaban, aun y cuando también se le veían unas cuantas heridas, claramente infligidas en batalla.
Anasterian: ¡Kael!
Kael: Padre, hemos vuelto.
