Nota: Los siguientes fics participan en el reto "Horror a mares" organizado en el foro La Mansión Hellsing. Decidí publicar ambos en una sola tirada solo porque sí(?). Como ya sabrán, mi nulidad con los títulos alcanza proporciones épicas, así que solo dejé el mismo prompt, ups.

Hellsing pertenece a Kouta Hirano.

Os dejo el índice:

1. Prompt: Insectos. [Soy consciente que gusanos/lombrices no son de la familia de los insectos, pero decidí agregarlos porque van con los sucesos]. Personaje: Heinkel Wolfe. Universo: Semi AU. Angst.

2. Prompt: Payasos. Personaje: Pip Bernardotte. Universo AU. Suspenso/Tragedia.

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INSECTOS

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La palabra «detestar» se quedaba corta cuando trataba de explicar su sentir. No, ella no los detestaba: los odiaba. Con ese desagrado que raya en la exageración que provoca el miedo a algo tangible.

La molestia se arrastraba desde que era pequeña, cuando vivía en el orfanato y solía jugar con los otros huérfanos en el patio trasero de la capilla. Ver las cucarachas arrastrándose bajo las tablas podridas le parecía una visión repugnante, trabajar en el huerto del padre Renaldo era la peor tortura que podía sufrir, con las lombrices y gusanos retorciéndose en la tierra húmeda, lentos y viscosos, ciegos a todo y con el único objetivo de escarbar para esconderse y comer; hastiarse hasta el día de su muerte, para que sus cuerpos podridos sirvieran de alimento a la nueva camada de asquerosos seres que vendría a ocupar su lugar en una cadena de vida eterna. Y el ruido de los grillos en el verano, chirriando esa melodía que a los demás le parecía un sonido propio de la calurosa estación y que para ella no era sino un ruido que le taladraba los oídos con una persistencia incesante que se le ocurría casi maligna, digna de cualquier tortura de esas que la Iglesia guardaba en su archivo secreto. Imaginaba las patas tiesas y ásperas de los insectos subiendo por la colcha de la cama en esas noches claras, yendo a instalarse sobre su almohada mientras rozaban sus alas llamando a sus compañeras justo a un lado de su cabeza. Anidando entre sus cabellos, como esa terrible vez cuando una efímera se enredó entre sus hebras una tarde de primavera cerca del estanque y ella se asqueó tanto que decidió cortarse las largas trenzas doradas para evitar cualquier otro desastre similar en el futuro.

Sí, Heinkel los odiaba. Con el mismo fervor que más tarde profesaría contra los herejes a quienes debía asesinar en nombre de la Iglesia Cristiana.

Cuando se hizo mayor, la vida y problemas adultos llegaron para tapiar en parte sus temores de infancia, ocultándolos tras el velo de miedos infantiles y delegándolos al papel de pesadillas infrecuentes. La peor de todas era esa donde ella despertaba convertida en una enorme cucaracha que estiraba sus patas rígidas hacia el techo, luchando por levantarse de la cama. Se odiaba por haber leído a Kafka.

Pero a pesar de que logró esconder su miedo, nunca pudo acabar con él.

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Ahí, otra vez. Había algo que rozaba la piel desnuda de su pierna. Suave, apenas perceptible. Contuvo la respiración, evitando cualquier minúsculo movimiento de alerta. Pasaron los segundos y el roce no se repitió. Trató de acomodarse para dormir mejor, no lo logró. La ropa de la cama estaba demasiado pesada esa noche. Refunfuñó, demasiado cansada como para levantarse a quitarla. Además, estaba frío, podía sentirlo en sus dedos helados cuyas yemas parecían haberse quedado sin sangre debido a la baja temperatura de la atmósfera. Cerró los ojos buscando nuevamente la visita de Morfeo, pero los abrió de inmediato. El roce estaba ahora en su muslo, suave e irregular. Persistente. Había algo allí en la cama. Bajó la mano para levantar su camisón. La bilis se agolpó en su garganta, ahogándola en una sensación de asco que la mareó: allí, entre sus piernas pálidas, se estaba formando un nido de cucarachas que iban saliendo una a una de la tela blanda del colchón bajo ella, moviendo patas y antenas mientras se orientaban en la penumbra, buscando a tientas la piel suave, fría como la porcelana, que las esperaba más adelante. El grito ahogado se perdió en una arcada espesa que lanzó pequeños gusanos amarillentos sobre su pecho; cayeron retorciéndose lentos y pesados, como recién nacidos. Larvas. Trató de quitárselos, arañándose la ropa fuera, pero el espacio reducido nuevamente le impedía moverse con soltura, ¿por qué Yumie la arroparía tanto esa noche? Tiró de la ropa, desesperada, mientras sus ojos seguían desorbitados el movimiento desorientado de los bichos sobre ella, colándose entre los pliegues de la seda blanca, destacando con su impecable asquerosidad. Avanzando hacia su carne expuesta, siempre avanzando.

Si esto era una pesadilla, sin duda alguna era la peor que había tenido en su vida. Sabía que lloraba, podía sentirlo en sus entrañas, más ninguna lágrima había humedecido aún sus mejillas. Se llevó las manos a la cara, tratando de pellizcarse para despertar del horrendo sueño, y entonces se congeló: su mandíbula estaba desfigurada.

Sus labios, una vez llenos y sensuales, parecían agrietados hasta lo imposible, y había una cicatriz surcando sus mejillas, abriéndolas en una herida que supuso horrible por la forma en como la piel se levantó alrededor del corte. Sus dedos tocaron las fibras de carne seca que pendían entre los huesos, dejando visible sus dientes. Había sustancias viscosas y blandas retorciéndose entre los huecos de sus encías. Entonces lo recordó.

Heinkel Wolfe, ella, la mujer que llevara ese nombre mientras vivía, ya no existía. Estaba enterrada dos metros bajo tierra, encerrada en una caja de pino húmeda, junto a esos bichos asquerosos. Para toda la eternidad.