Advertencia: tanto los personajes como las situaciones son propiedad intelectual de George R.R. Martin.

Brighter

Las arenas se volvían rojizas bajo el cálido manto del sol. Podía sentir una leve brisa sobre el rostro, haciendo ondear aquella capa impoluta, de un blanco níveo, la misma que le impedía seguirle, pues su deber era obedecer. A lo lejos, resonando entre las paredes de cal, sus llantos lo llenaban todo, sus gritos rasgaban el cielo para alcanzarle, para hacerle saber que no estaba bien. Y él se sentía impotente, inmóvil frente la ventana, vigilante, expectante.

No podían dejarlo entrar, lo habían jurado, se lo había prometido a él antes de partir y lucharía hasta morir. Albor refulgía, arrancando destellos a un sol que moría, en su cenit. Blandió el mandoble y arremetió contra aquellos rebeldes, descargando toda la frustración que la situación provocaba, toda la ira que sentía por no haber podido acompañarle. Luchó junto a sus hermanos hasta que la hoja blanca se tornó parda, negruzca a la leve luz de una noche estrellada. El blanco de la armadura brillaba, la capa blanca parecía volar alrededor, acompañando cada estocada. Los gritos oscurecían su alma, los recuerdos se arremolinaban en su interior, sabía que pronto no podría seguir adelante, punzadas lacerantes emergían con cada movimiento que daba, sentía su cuerpo marcado, herido, surcado por plata derretida.

Pero su espada encontró al norteño y, con un gruñido, lo derribó. Entonces otra hoja rasgó su cuello, descendiendo entre las estrellas, hielo contra fuego.