Esta historia no es mia y los personajes no me pertenecen en absoluto.

Solo la estoy subiendo para aquellos que la quieran leer porque yo cuando la lei (me parece que la autora se borro el FF) me encanto, espero que a ustedes les guste tambien. La historia obviamente ya esta terminada y yo la tengo guardada bajo llave (?, ok no. bueno la cosa es que yo la tengo completa en word y en cuanto pueda voy a seguir subiendo.

Espero que la historia les guste tanto como a mi.

Nati

Capítulo 1: Alojamiento para dos

Me incorporé abruptamente como solía pasarme cada vez que escuchaba aquella música estruendosa de la alarma de mi teléfono celular y, como la gran mayoría de las veces, quedé atrapada entre mis cobijas, cayendo al piso y propinándome un buen golpe, a pesar de estar algo amortiguado por las frazadas. Maldiciendo en murmullos, tomé el uniforme que descansaba sobre mi pequeño sofá y me metí en el baño a toda prisa, antes de que alguien me lo ocupara, aunque lo dudaba, ya que probablemente todos estuvieran abajo a esa hora. En un tiempo record de quince minutos, salí del baño vestida y peinada, si se le puede llamar peinado a una coleta mal hecha hacia un costado, y baje a donde se encontraban el resto de los ocupantes de la casa. Llegue a la cocina y, para mi sorpresa, no había nadie, solo el perro, Tom, y un pequeño paquete con una nota a su lado, que me informaba que mi madre y su hermana, personas con las que vivía desde que mis padres se habían separado, habían salido antes de la hora habitual. Sin tiempo para preguntarme que habría sucedido, volví a subir la escalera, tomé todas mis cosas que se encontraban desparramadas sobre el escritorio, las metí en mi mochila a presión y desordenadamente, luchando para cerrarla a la fuerza. Corrí nuevamente escaleras abajo y partí rumbo a la escuela, no sin antes maldecirme por no poder despertarme nunca a la hora que me lo proponía.

Corrí un par de cuadras hasta que comenzó a darme algunas puntadas en el estómago, por comer y correr al mismo tiempo, y el aire frío comenzaba a molestarme un poco. Decidí descender mi ritmo, hasta que alcancé la puerta de mi instituto: un gran edificio blanco se erguía frente a mi, rodeado de grandes jardines, canchas y un patio abarrotado de alumnos que comenzaban a ingresar a sus respectivas clases. Atravesé la alta reja negra de la entrada y comencé a acelerar el paso. Procurando no morir en el intento de esquivar a los cientos de alumnos que se movían por los pasillos, llegue a mi casillero, ubicado en medio de uno de los más transitados pasillos, saque mis libros de la mochila y los dejé allí, pensando que cualquier día tendría una hernia de disco. ¿Desde cuándo los libros de biología, inglés, derecho y geografía se parecían tanto al tomo completo de la Historia del Universo?

Dejando de lado mis suposiciones, subí las escaleras que me separaban de mi salón de clase y entré, dando un bostezó que acallé con una de mis manos. Es que en serio, levantarme a las seis de la mañana durante tres días seguidos no era mi pasatiempo.

- Amigaaa – grito característico de una sola persona. Me giré con un intento de sonrisa mezclado con cara de sueño y Brennda Roodick sonrió levemente. Era una joven de cabellos rubios bastante claros y un poco ondulados y ojos color miel, algo más baja que yo. Tenía modos muy delicados y era de lo más chistosa, aunque un poco tímida ante la presencia de muchas personas, sobre todo si eran desconocidas. – Veo que tu mañana no fue muy bien – agregó, cuando me vio desparramar de forma brusca todos mis libros sobre el banco que ambas compartíamos, dejando mi mochila completamente vacía. Me sorprendí a mi misma al encontrar una media dentro del innovador kit de estudio.

- Lo de siempre – respondí al instante y luego sonreí radiantemente.

- Ash, Lils, Lils, nunca cambiarás – me reprendió burlonamente. Yo amplíe mi sonrisa. Lils era como ella solía llamarme, aunque la mayoría de mis amigos me llamaba Lily. Mi nombre es Lily Evans, en realidad. Cabello rojo oscuro hasta media espalda, ojos verde esmeralda, piel bastante blanca eran algunas de las características que me distinguían de los demás, pero era solo otra chica convencional. Bueno, quizás no del todo. Pero juro que mi vida era de lo más normal.

No tuve tiempo de hablar nada más con nadie, porque al instante nuestra profesora de matemática llegó: una señora de unos cincuenta y algo, léase vieja, con el pelo gris con rulos y unas gafas cuadradas. Tenía el aspecto de una dulce abuelita de esas que tejen largas bufandas a sus nietos, pero, en realidad, Hitler a su lado era quien se veía como una tierna viejecita.

Después de una hora de puros regaños regalados, en gran parte, para mi y mi compañera de banco, la huraña profesora de matemática salió del salón moviendo sus caderas como las de un pato gordo. Así se sucedieron dos profesores más que, si bien no eran los mejores, me caían mucho mejor que Desire Di Fortieu, quien impartía matemática.

Cuando la campana anunció el fin de la última hora de clases, todos salimos al pasillo provocando una habitual avalancha humana, en la que treinta personas intentaban circular por lugares en los que habitualmente entrarían cuatro o cinco a la vez. Eso pasa por encerrarnos tantas horas seguidas, lo se. Abriéndome paso agresivamente entre un grupo de chicos del ultimo año de los que solo conocía algunos nombres, salí al patio algo atontada y comencé a caminar en dirección a un árbol donde siempre solía juntarme con Brennda. Allí acostumbrábamos a charlar sobre nuestras cosas, antes de ir a almorzar, ya que el comedor en esos momentos era lo más parecido a un asilo para refugiados de guerra.

- ¿Y como van tus cosas? – me preguntó mi amiga, mientras yo muy entretenida observaba como una mariposa volaba de una hoja a otra en el árbol que se encontraba frente a nosotras.

- No lo sé – respondí con aire un tanto ausente, mientras mi vista se pasaba del insecto a un joven que distaba mucho de ello. Su nombre era Matthew Hopkins. Tenía el cabello rubio algo oscuro, ojos celestes verdosos y era bastante popular en nuestra escuela. Vamos, era el típico muchacho ganador que tiene a cualquier chica a sus pies. Y lo más patético es que yo era una de ellas, y debo admitir que no me enorgullecía en nada.

- ¿Otra vez Matthew? – me preguntó mi amiga, que ya me conocía de sobra como para saber las cosas que se pasaban por mi cabeza. Asentí taciturnamente y luego sonreí, dándole un toque menos trágico a mi expresión.

- Me gusta pero insisto, da igual, nos conocemos poco y nada, no hay ningún tipo de relación entre nosotros – explique como si fuera algo de lo más obvio y casi como autómata – por lo tanto no puedo esperar nada de él – resoplé – quizás sea momento de actuar…

- Quizás – secundó Brennda, mientras se recostaba un poco contra el tronco del árbol.

- Yo te dije que las tontas debían estar aquí – aquella voz era imposible de no reconocer. Remus Lupin nos miraba con una sonrisa enorme, muy característica de él. Era un chico algo tímido, aunque con nosotras solía vivir haciendo chistes para molestarnos y, algunas veces también, hacernos reír. Tenía el pelo rubio oscuro y ojos castaños claros, y a mi, que era la más alta de las dos, me sacaba unos cuantos centímetros. Lo considerábamos algo así como un hermano de ambas, ya que la mayor parte del tiempo estaba con nosotras y solíamos contarle todo. Si, el sabía lo de Matthew y vivía tomándome el pelo con ello, aunque más de una vez me había aconsejado y eran incontables sus ofrecimientos por ayudarme. Era un excelente amigo.

- Siempre están aquí – respondió, con una media sonrisa un tanto socarrona, el chico que estaba a su lado, ganándose una mirada asesina por parte de mi amiga. Yo directamente intente ignorarlo, aunque era imposible, ya que su ego me estaba aplastando.

- ¿Por qué no vas a ver si llueve a la otra cuadra, Black? – pregunté irritada. Sirius Black, uno de los chicos más desagradables del planeta en cuanto a personalidad, ya que en apariencia era todo lo contrario. Tan así era esto, que más de medio alumnado femenino babeaba por él: tenía el cabello negro algo largo y con un aire desordenado, ojos que oscilaban entre el celeste y el gris, sonrisa y cuerpo casi perfectos. Bah, a mi me parecía solo un descerebrado más, ya que su personalidad era de lo más arrogante, insoportable y creída. Definitivamente no era mi tipo.

- Muy graciosa, Evans – replicó, sin borrar su, a mi vista, desesperante sonrisa. – ¡Eh, Matt!, deja eso ya por favor y vamos a comer, ¡Muero de hambre! – gritó luego, volviéndose hacia atrás. Desenfoque mi vista de Black, para ver como un joven rubio se acercaba corriendo hasta nosotras y nos sonreía de forma cortés, mientras inclinaba la cabeza a modo de saludo. Se notaba que había estado corriendo, porque tenía el cabello algo húmedo, y traía puesto su uniforme del equipo de fútbol de la escuela.

- De acuerdo, a decir verdad yo también tengo mucho hambre – su voz era pausada y hasta podía llegar a denominarse como dulce. Ese chico era un caso único. Tenía miles de chicas detrás de él, pero nunca había sido egocéntrico, creído, vanidoso…

- Nos vemos luego bonitas, no me extrañen - …como Black. Esa frase, y muchas otras, solo podía salir de una cabeza tan hueca como la suya. Matthew y aquel espécimen extraño de apellido Black eran dos de los chicos más ganadores del instituto y, sin embargo, sus personalidades eran demasiado opuestas. Miré con suspicacia a Sirius, mientras me paraba y ayudaba a Brennda a hacer lo mismo. Al fin y al cabo, mi estomago ya estaba reclamando a gritos un poco de comida.

El comedor ya estaba algo vacío y agradecí que la fila para la comida fuera bastante pequeña, porque ya los rugidos de mi estómago no tenían nada que envidiarle a los del monstruo de las nieves.

Comimos a la velocidad de la luz, ya que entre charla y charla nos dimos cuenta de que se nos hacía tarde y no llegaríamos a tiempo al taller de música. En cinco minutos nos encontrábamos jadeando en la puerta del auditorio, donde ya varios alumnos estaban tomando el instrumento que les correspondía.

- ¡Casi no llegan, eh! – comentó una voz divertida. Ambas sonreímos al divisar el rostro de Alice Lohan, que nos miraba desde su puesto en la fila de abajo, con su teclado frente a ella.

- Ningún reloj puede con nosotras – comenté yo divertida, mientras tomaba aquella guitarra negra algo gastada, que solía usar en los ensayos con la banda de la escuela. Brennda tomó el bajo azul oscuro que reposaba al lado de mi guitarra, y se lo pasó por el cuello, al mismo tiempo que yo conectaba mi guitarra al amplificador polvoriento que se encontraba debajo de las gradas.

El profesor, un hombre entrado en años, con una calva prominente y ojos claro un poco vidriosos, hizo acto de presencia en el aula y nos ordenó que nos ubicáramos cada uno en sus lugares. A pesar de ser unas décadas más grande que nosotros, muchos nos habíamos sorprendido cuando recién lo habíamos conocido y nos enteramos que era fanático de bandas como los Smashing Pumpkins, The Cure, The Strokes y algunas otras bandas que varios de nosotros admirábamos. Ese día decidimos tocar "Friday I'm in love", casi un clásico para calentar y afinar nuestros instrumentos.

Cuando terminamos, nos despedimos del profesor, que nos dio alguna que otra cosa para practicar. Mientras con Brennda comentábamos algunos temas que habíamos estado practicando y aquellos que nos faltaban por practicar, bajamos la escalera a toda prisa y fuimos hasta nuestros casilleros, donde prácticamente tiramos nuestros libros y salimos al jardín, contentas de tener por fin un poco de libertad.

En la entrada, de un usual buen humor, comencé a saltar de dos en dos los escalones, hasta que patiné y, por poco pierdo la estabilidad, de no ser por la baranda de la que de casualidad me tomé antes de caer de bruces contra el piso.

- Maldito pap… - me detuve al ver un folleto en el piso, que tenía en el unas llamativas letras de colores que destacaban las palabras "fiesta de principio de curso". Lo tomé del escalón y lo analicé rápidamente.

- ¿Una fiesta de la escuela?¿Este sábado? – preguntó mi amiga, que leía sobre mi hombro en puntitas de pie.

- Así parece – respondí yo encogiéndome de hombros – es una fiesta de disfraces – advertí, al ver las pequeñitas y coloridas letras al pie de la hoja y se las señalé con mi dedo índice. - ¡Fantástico! – exclamé con una sonrisa radiante. Amaba las fiestas de disfraces y, a decir verdad, hace años que no tenía una.

Al poco tiempo se nos unió Remus, y los tres nos fuimos caminando hasta su casa, donde solíamos juntarnos algunas tardes luego de la escuela, para tocar un rato. Si, el también adoraba la música y tocaba la batería hacía ya más de un año. Los tres, como una especie de hobbie, nos habíamos acostumbrado a juntarnos de vez en cuando y ponernos a tocar lo que aprendíamos en nuestras clases, o algunos otros temas que íbamos sacando. Si bien nos faltaban algunos integrantes, teníamos en mente la idea de formar una banda aunque, por el momento, era solo un vago pensamiento. Mas que nada las reuniones luego de la escuela las hacíamos por diversión…y quizás también para no perder la práctica y despejarnos un poco de todas nuestras actividades rutinarias. Vamos, la escuela podía ser de lo más pesada.

Entramos a la casa, donde solo se encontraba el pequeño hermanito de Remus, Geremy, de siete años de edad. El era nuestro fan numero uno, ya que casi siempre solía ponerse a escuchar nuestros delirios o algún que otro tema que a el le gustaba que se nos daba por tocar.

Remus tomó su lugar detrás de la batería, mientras Brennda y yo, que habíamos dejado la tarde anterior nuestro bajo y guitarra, respectivamente, en aquella casa para no tener que ir a buscarlos, los sacamos de sus fundas y, colgándonoslos al cuello, comenzamos a tocar algunas notas sueltas para tomarle la mano antes de empezar.

Alrededor de las siete de la tarde, luego de merendar los tres juntos y hablar nimiedades como solíamos hacer siempre que nos reuníamos, Brennda y yo regresamos a nuestras respectivas casas, que estaban separadas por solo un par de cuadras. Cuando ingresé al hall, abatida y con mi ropa algo húmeda por la lluvia que había comenzado a caer en mi camino de regreso, tiré mi mochila en el piso y subí las escaleras para guardar mi guitarra, que gracias a la funda de grueso cuero que me habían regalado para mi ultimo cumpleaños se mantenía seca, y mis libros en mi habitación, a pesar de haber escuchado voces en la cocina. Era evidente que mi tía y mi madre ya habían regresado; sino tendría que empezar a preocuparme, porque la única opción que me quedaba era la de ladrones. Despejando las idioteces de mi mente, luego de guardar todo en su respectivo lugar, baje de dos en dos las escaleras y me dirigí a la cocina, aunque no me encontré precisamente con lo que esperaba.

Creo que mi mandíbula se desencajó cuando, parada en el marco de la puerta, vi aquella escena, que hubiese sido de lo más común, a no ser que se estaba desarrollando en mi cocina, sin ninguna otra persona presente para poder defenderme. Lo se, era un poco paranoico, pero no todos los días suceden cosas así: apoyado en la mesada con aire despreocupado, de perfil a mí, se encontraba un joven que debía mi misma edad, quince años, o tal vez un poco más; de piel trigueña, tenía el pelo negro, bastante lacio y muy desordenado; unas finas gafas redondas cubrían sus ojos que, desde mi posición, parecían marrones, era bastante más alto que yo, delgado y de espalda ancha; en su mano derecha sostenía un pequeño teléfono celular. Cuando estaba llegando a la cocina, podía oír sus gritos y, a decir verdad, cuando llegue su cara me confirmo que estaba evidentemente enfadado con la persona que estaba del otro lado del teléfono.

- …te lo repito por ultima vez, ¡No pienso volver! – gritó. Su voz era profunda y tenía un matiz de exasperación que podía notarse sin siquiera mirarlo. Despegó el teléfono de su oreja y presiono un botón, supongo que cortando la conversación. En ese momento giró la cabeza y se topó con mis ojos. Nos quedamos un largo rato mirándonos en silencio, y podía oír claramente como la lluvia repiqueteaba en los cristales de las ventanas que daban al patio delantero. Creo que en cierto punto aquello me tranquilizó; de haber sido un ladrón, dudaba mucho que se quedara tanto tiempo observándome con aquella cara de idiota, sin siquiera moverse de su lugar.

- Tu debes se Lilian… - murmuró el joven, con un tono más cortés que el que estaba usando con la persona con la que hablaba por su celular.

- Lily – corregí casi mecánicamente y me miró frunciendo el ceño – prefiero que me llamen Lily – aclaré. La pregunta que al instante surgió en mi mente es por qué demonios estaba dándole explicaciones a un completo extraño - ¿Y tu quién eres? – pregunté, con un tono para nada educado, casi violento, haciendo que el joven dibujara una media sonrisa, que podía catalogar como burlona y un tanto socarrona. Demás esta decir que esto hizo que mis nervios en aquél momento aumentaran todavía más, si es que eso era posible.

- Mi nombre es James, James Potter – explicó pausadamente – algo así como…tu hermano, hermanastro, no lo se, ponle el nombre que quieras – su tono era demasiado burlón, pero en ese segundo mi cerebro se congeló y creo que mi cara también, a juzgar por la sonrisa que volvió a plantarse en los labios de Potter.

- Disculpa, creo que debes haberte confundido de casa, debes haberte confundido de Lily – fue lo único que atine a decir, con una voz que no parecía mía. Es que, demonios, no todos los días te caía un hermano, hermanastro o no se que cosa del cielo.

- Lo dudo – replicó él, ampliando más su sonrisa, y tentándome a tirarme a su cuello y ahorcarlo lentamente – pero ya te explicaran los adultos cuando lleguen, yo estoy algo cansado, ¿Sabes?

Necesitaba pegarle porque sino posiblemente iba a explotar en cualquier momento. ¿Quién se creía aquel intento de muchachito rompecorazones para invadir mi casa y encima negarse a darme ningún tipo de explicación…?

- ¿Dónde esta mi cuarto?

Ajá. Creo que eso fue la gota que colmó el vaso. Supongo que muy posiblemente mi cara estuviese de forma paulatina adquiriendo el mismo tono escarlata que mi pelo, porque me miro con una pizca de miedo. Apreté mis puños y, con una mirada furiosa, exigí explicaciones. Ese chico debía tener mucha suerte, a diferencia mía, ya que en ese mismísimo instante sonó el timbre. Suspirando sonoramente, con exasperación, me dirigí a la puerta, y miré con cara de pocos amigos a mi madre, mi tía y…¿Quién era ese? Un hombre de pelo muy oscuro y ojos color marrón verdoso ingresó a mi casa y me miró con simpatía. Una simpatía que me sulfuraba, a decir verdad. Es que de honestamente, puede llegar a ser medio extraño que de un día para otro una casa pase a ser un hotel alojamiento.

Miré a mi madre con un gesto desesperado pidiendo una explicación. Exigiéndola más bien. Ella simplemente sonrió

- Lily, quiero presentarte a Charlus Potter, un viejo amigo – mi tía tosió intencionalmente ante la mención de la palabra "amigo" y mi humor cada vez empeoraba un poquito más - que se quedará un tiempo con nosotros – se me desencajó la mandíbula mientras mi mente procesaba la información. Increíblemente deduje yo solita que, el joven que antes estaba en la cocina debía ser… - y él es su hijo, James Potter.

- Si, si, ya nos conocimos – mascullé, mirando de soslayo al joven en cuestión, que ahora se encontraba apoyado en una de las paredes, mirando toda la escena de lo más divertido.

- Voy a mostrarles sus habitaciones – comentó mi tía risueña. Era una mujer de unos treinta y cinco años, pero que parecía de dieciocho. Tenía siempre una sonrisa pintada en la cara y era casi como mi hermana, en vez de la de mi madre, ya que solía ser ella la que complotaba conmigo para hacer desastres o cosas descabelladas, y muchas veces la que me daba permisos que mi madre me negaría rotundamente. Su cabello rubio claro caía en gruesos bucles por sus hombros y hasta un poco más arriba de media espalda. Tenía los ojos de un color verde brillante muy parecido al mío, era delgada y casi de mi altura, solo que un poco más baja, además de que estar siempre con zapatillas o botas sin taco no la ayudaba demasiado.

Cuando mi tía, Samantha Tomphson, subió con los invitados para mostrarles donde se quedarían durante su estadía, yo me volví con una mirada escéptica hacia mi madre, esperando mi merecida explicación. Ella, a diferencia de mi tía, tenía el cabello castaño claro con algunas ondas, aunque sus ojos eran la clara muestra de que era mi madre. Era alta y bastante delgada, e increíblemente parecida a mi tía, solo que en ella se notaba más madurez, a pesar de solo llevarle tres años. Su nombre era Hannah Tomphson.

- Disculpa que no te haya avisado nada – se anticipó mi madre, dando un corto suspiro – lo que sucede es que no me lo esperaba yo tampoco, se supone que iba a venir en un par de días, pero se le presentó una oportunidad de trabajo y… - se cayó y miró el suelo unos segundos. Cuando tenía la intención de preguntar que era lo que sucedía, ella pareció despejar las ideas de su cabeza con un movimiento de la mano – somos muy viejos amigos y con la cantidad de cuartos que hay aquí… - me miró con una sonrisa y yo suspiré resignada. Supongo que no podía ser tan terrible…¿Verdad? Pero de nuevo la cara del maldito Potter Junior surgió en mi mente y algunas de sus palabras.

- ¿Pero por qué el idiota que tiene tu amigo por hijo dijo que seríamos como hermanos? – inquirí sin rodeos y, en momentos como esos, mi madre parecía tener una capacidad extra para eludir las preguntas. Pero no se me escaparía. La miré con una ceja alzada, mientras ella se notaba mucho más nerviosa que antes.

- Lo que sucede es que…bueno… - mi tía entró nuevamente en la habitación, reclamando la presencia de mi madre en el piso superior. Con una mirada que claramente significaba "hablamos luego" la deje ir. Pero sabía que tarde o temprano tendría que decirme que era lo que sucedía.

Estaba realmente cansada, así que decidí subir a mi cuarto y darme un baño reparador. Creo que eso era lo que más necesitaba en esos momentos. Uhm, a excepción de una bomba atómica para volar mi casa con los Potter adentro, pero dudo que alguien pudiera darme eso, así que con un baño supongo que me conformaba.

La cena fue algo extraña, aunque debo admitir que el señor Potter cocinaba delicioso así que quizás, solo quizás podía no volarlo con mi anhelada bomba y perdonarle a él, no a James, la vida. Es que, de verdad, cocinaba de maravilla, casi hasta para hacerle competencia a mi tía, la mejor cocinera del mundo, a mi criterio. Mi madre, su hermana y Charlus se quedaron conversando en la cocina, mientras tomaban un café. Yo me levanté de la mesa deseando las buenas noches y decidí subir a mi habitación, aunque, cuando subía la escalera, unos pasos detrás de mi me retrazaron.

- Lily… - llamó suavemente el joven Potter. Yo me volví interrogante. – mañana empezaré en tu escuela – comentó despreocupadamente. ¿Cuál era su intención? ¿Ponerme de mal humor? ¿Más? Luego, como si esa charla nunca hubiese existido, pasó por mi lado y siguió subiendo las escaleras a sus anchas.

Solté un bufido de exasperación y terminé de subir el tramo que me quedaba, cansinamente y como si mis pies pesaran dos toneladas. Debía aprovechar el tiempo que tenía para descansar, porque algo me decía que el día siguiente sería largo y, sobre todo, difícil. Muy difícil.