CAPÍTULO 1
Inglaterra. Año 1651.
El barón cabalgaba lentamente sobre su caballo, un ejemplar de un hermoso color negro que había obtenido en uno de sus viajes a los países árabes. Ya tenía sus años, pero el animal seguía fuerte y sano. Y era su fiel compañero de aventuras. Le había echado mucho de menos durante su estancia en Virginia.
Habían sido años lejos de su hogar. Salió de allí cuando era prácticamente un crío. Con tan solo catorce años se marchó al norte de África tras la trágica muerte de sus padres, y de allí a América del norte. En Virginia estuvo hasta ahora haciendo fortuna con el cultivo de tabaco. Pero decidió volver porque extrañaba sus tierras. Los verdes campos de Inglaterra. El frío de las mañanas. Y sobretodo, sus raíces. A sus treinta y cinco años de edad se sentía con el suficiente valor como para afrontar su pasado y resolver su futuro.
Ya se encontraba en sus tierras. Se dirigía hacia su castillo, pero no pudo resistirse a acercarse al lago. En aquel lugar jugaba de pequeño. Y pensó que sería buena idea refrescar a su caballo y darse un chapuzón. Era verano y hacía calor. Se merecía ese premio antes de enfrentarse a su administrador.
Bajó de un salto de su caballo. Era un hombre fuerte y ágil. Acostumbrado al trabajo duro a pesar de su linaje. En realidad no era importante en la corte. No le gustaron nunca las relaciones entre la nobleza. Le asqueaba profundamente todo aquello, pero era respetado por la enorme riqueza que atesoró con sus negocios. Tenía una gran compañía naviera que se encargaba de traer a Europa la mayor parte del tabaco que llegaba y que sus propias tierras producían en Virginia.
A pesar de ello, el barón era un hombre sencillo. Y disfrutaba mucho más de un buen vino en compañía de su fiel amigo Sayid que de un exquisito manjar con el propio rey de Inglaterra.
Sayid era otro recuerdo de su estancia en el norte de África. Lo conoció allí, y le salvó la vida. Iba a ser ejecutado por haberse intentado fugar con una dama que estaba prometida a un importante príncipe árabe. Así que cuando el barón utilizó sus influencias y su dinero para sacarlo de allí Sayid decidió que le serviría y le acompañaría allá donde fuera. Ahora había decidido volver a su patria. Quería despedirse de sus padres para siempre, había dicho antes de partir, aunque el barón sabía perfectamente que lo que pretendía era secuestrar a aquella dama a la que su prometido había repudiado. Ella estaba manchada para aquellas gentes, y Sayid sabía que debía estar confinada en algún lugar hasta que el mundo se olvidara de ella.
El barón no puso impedimento alguno y dejó que su amigo marchase. No entendía qué podía llevar a un hombre a hacer semejantes tonterías por una mujer, pero le respetaba profundamente. Él jamás había sentido nada especial por una dama. Las conquistaba, las seducía y se aburría de inmediato. Así que no podía entender cómo su amigo se jugaba su vida por algo como eso. El amor no estaba hecho para él. El barón tenía otras cosas en la cabeza ahora mismo. Aunque el matrimonio estaba entre ellas. Había estado esquivando el tema, pero había llegado el momento de casarse y tener un heredero. O todos sus bienes pasarían a manos del maldito rey. Y eso no estaba dispuesto a permitirlo, aunque tuviera que contraer matrimonio.
Dejó de pensar en todas estas cosas y se desnudó completamente. Poco a poco se introdujo en el agua. Demonios! No la recordaba tan fría.
Se adentró hacia el fondo. Disfrutando de las hermosas vistas de sus dominios.
Entonces la vio. Una hermosa muchacha, examinaba sus ropas en la orilla.
La joven marquesa acudía todos los días al lago. Le gustaba mojarse los pies y respirar la fresca brisa de la mañana mientras el sol calentaba su piel. Aquel comportamiento no era propio de una dama, pero su tutor se lo permitía porque sabía que nadie iba a sorprenderla haciendo aquello. Por las tierras del barón hacía mucho tiempo que nadie paseaba.
Salía sola, a lomos de su caballo. Y aquel era el mejor momento del día para ella. Un lugar donde pensar, donde relajarse y sobretodo donde decidía el camino que debía seguir.
Tenía apenas veintisiete años, pero en aquella época ya hacía tiempo que era considerada una solterona.
En realidad la marquesa había tenido varios pretendientes. Era una mujer de belleza salvaje. Con unos ojos verdes profundos como los prados de Inglaterra. Pero los había rechazado a todos. Jamás quiso casarse. No quiso depender nunca de un hombre. No después de lo que tuvo que sufrir su madre siendo ella apenas una niña.
Hacía varios años que nadie llamaba a las puertas de su castillo para pedirle matrimonio. A pesar de que su linaje era muy codiciado entre los nobles, de todos era conocido que las finanzas de la marquesa atravesaban momentos muy delicados. Y de nada servía un título sin riquezas. De manera que ya nadie se interesaba por ella.
De todos modos eso era un alivio para la marquesa. No se sentía cómoda rechazando proposiciones. Era mucho mejor así. Estaría mejor así.
Lo único que le preocupaba era el bienestar de su hermana. Alex era una jovencita que había perdido a sus padres con tan solo unos meses de edad. Quizás era mejor así, ya que no había tenido que sufrir el infierno que sufrió ella, pero si las tierras y las cosechas seguían este ritmo acabarían en la ruina. Y no quería que su hermana se viera forzada a un matrimonio indeseable para salvarlas de la quiebra. Además, la joven Alex no lo confesaba, pero la marquesa sabía perfectamente que estaba profundamente enamorada del chico de los establos. Boone era un jovencito muy apuesto y trabajador, pero no tenía fortuna ni nombre. A la marquesa aquello no le importaba en absoluto, pero si aquello iba para adelante la esperanza de la salvación mediante un matrimonio conveniente se esfumaría.
De todos modos no tenía la más mínima intención de sacrificar a Alex. Antes lo haría ella si tenía que hacerlo, aunque lucharía con uñas y dientes antes de ceder. Odiaba la idea de unirse a un hombre por mucho que su tutor la estuviera presionando.
Cuando la marquesa llegó al lago tuvo una desagradable sorpresa. Había alguien allí. El caballo que vio fue la señal de aviso. Se bajó del suyo y caminó despacio. Sabía que lo inteligente habría sido darse la vuelta, pero la curiosidad pudo más que ella. Quién sería aquel que osaba adentrarse en los dominios del barón?
Tampoco era tan extraño, ahora que lo pensaba. Aquel hombre al que jamás había visto, a pesar de ser vecinos, era un inconsciente. Un aventurero que había abandonado sus tierras desde joven. Tan solo quedaba allí el pobre administrador, que hacía lo imposible para mantener aquello en pie. Así que el hecho de que cualquiera hubiera podido adentrarse en esas tierras era algo bastante probable.
No obstante aquello molestó mucho a la marquesa. Consideraba aquel lago de su propiedad, prácticamente. Y comprobar que había alguien allí la irritó enormemente.
La marquesa examinó con cuidado el entorno y vio a un hombre dentro del agua. Definitivamente un loco, ya que nadie en su sano juicio sería capaz de meterse en aquellas aguas heladas. Se acercó despacio a la orilla y cogió la ropa para examinarla. Una sencilla camisa blanca bastante sucia, por cierto y unos pantalones de montar. También vio unas botas y una pistola.
Se percató de que aquel hombre la había descubierto, y por un momento se asustó, pero cayó en la cuenta de que la pistola la tenía ella y también su ropa. Así que aquel tipo, fuera quien fuera no podía salir del agua. Evidentemente estaba desnudo y desarmado.
Quién sois?- gritó ella desde la orilla con su mal carácter habitual
Quién sois vos?- respondió él desde el centro del lago
Soy la marquesa Kate Austen- dijo ella altiva- Estáis en un territorio que no os pertenece, así que marchaos cuanto antes.
Y a vos? Acaso estas tierras os pertenecen?- gritó el con una sonrisa burlona
Kate dudó en responderle un poco pero finalmente lo hizo:
Éstas son las tierras del barón James Ford, y expresamente me permite disfrutar de ellas- dijo ella con firmeza
Para James aquello fue demasiado. Aquella jovencita por muy marquesa que fuera no sólo osaba entrar en sus dominios como le apetecía, sino que encima alardeaba de tener permiso expreso de ello. Además le estaba tratando como si fuera un don nadie, y había cogido sus cosas. Iba a darle un escarmiento, y lo iba a disfrutar. Demonios que si!
Nadó hacia la orilla y sin ningún tipo de pudor se puso en pie. Se acercaba hacia ella esperando el momento en el que saliera corriendo presa del pánico. Pero la joven no lo hizo. Se quedó allí. Sin ningún tipo de temor. Con los ojos encendidos en furia.
Cómo os atrevéis!- dijo ella apretando los dientes
Cómo os atrevéis vos a tocar mis cosas- dijo él mirándola fijamente a los ojos
Era sin duda un bandido, pensó Kate. De otro modo no osaría salir desnudo del agua con esa desvergüenza. Empuñó con fuerza la pistola sin llegar a apuntarle. No quería empeorar la situación. Aquel hombre la miraba con el ceño fruncido. Tenía los ojos más azules que jamás había visto, y aunque le costara reconocerlo era muy atractivo. Peligrosamente atractivo para una muchacha como ella que jamás había tenido cerca a un hombre en esas condiciones.
Cubríos!- ordenó ella tirándole encima la ropa
Como ordenéis, marquesa- dijo él con sorna
Tenía una sonrisa arrebatadoramente hermosa. Y se le formaban unos hoyuelos muy divertidos en las mejillas.
Sois muy valiente quedándoos aquí frente a un hombre desnudo- dijo él mientras se ponía los pantalones
Tengo vuestra arma- dijo ella mostrándole la pistola- Si sois inteligente os marcharéis de aquí y asunto concluido
De manera que el barón os permite campar a vuestro antojo por sus tierras- dijo él divertido con el engaño
Exacto- dijo ella altiva
Eso es extraño, marquesa. Tengo entendido que el barón no ha pisado este lugar desde que era un crío- dijo él sonriendo con malicia
Somos viejos amigos- dijo ella algo nerviosa- Mantenemos correspondencia regularmente.
Así que sois viejos amigos- dijo él sonriendo mientras se abrochaba la camisa
Por qué no habríamos de serlo?- contestó Kate sintiéndose atacada- Al fin y al cabo somos vecinos- dijo con firmeza
James terminó de vestirse y con un rápido movimiento le quitó la pistola y la inmovilizó contra su cuerpo. La miraba a los ojos de un modo que parecía desnudarla. Kate sintió que su respiración se agitaba. No tenía escapatoria.
Sois una mentirosa- dijo él con una voz muy profunda- Conozco a las mujeres como vos.
Seguro que no como yo- dijo ella desafiándolo con la mirada
James miró a aquellos ojos profundamente verdes. La seguridad en si misma y la altivez que mostraba aquella joven no era algo a lo que estaba acostumbrado. Generalmente las mujeres se rendían en sus brazos, tanto damas como rameras. Pero esto no le había ocurrido nunca. Jamás una mujer le desafió de una manera tan descarada.
Sintió un enorme deseo de probar aquellos labios. Debían saber a gloria. Pero se contuvo y haciendo un gran esfuerzo, la apartó de sí.
Marchaos- dijo subiéndose a su caballo con furia- Marchaos y no volváis por aquí.
Kate respiró aliviada viéndole irse a través del bosque. Podía apostar que aquel hombre no era un bandido cualquiera, pero entonces… quién demonios era?
