RELIQUUS: MÁS ALLÁ DE LAS CENIZAS


I

ASEDIO

"Yo veía para los alrededores, pero siempre estaba el recuerdo de la muerte".

Triarius, Primer Lord Comandante de Baltimare.

"Esta es la historia de tres individuos que tuvieron que enfrentarse a la Reina, de la gran peregrinación que siguió la Horda y los hechos que se tejieron a partir de ambas cosas. Desde los días del Gehena que nunca se vio un evento así, y eso que el Gehena acabó con el mundo conocido. Fue un evento que revolucionó el nuevo mundo, y como en todas las historias, somos nosotros, los sobrevivientes, quienes escriben su conclusión. Pues somos historia revivida y nada más. Historias sin final, y nada más".

Steel Gears, Señor Mecánico de la Rueda.


Tuve suerte para poder escapar de esa prisión. Me ayudó el hecho de que a nadie le importaba si yo vivía o moría; en ese momento, ser una paria me ayudó a sobrevivir.

Soy una cebra. Antes éramos temidas, y ahora, con todo este caos, lo somos aún más. Iba pasando por un pueblo cuando un grupo de mercenarios del Gobierno de Baltimare me arrestaron y me trajeron a este puesto fronterizo. Como si el cansancio del viaje fuera poco, la estancia en prisión ha mermado aún más mis fuerzas. De no haber sido por el ataque, me habrían matado de hambre en pocos días.

No sé qué motivó a tantas facciones a asaltar este fuerte. Nunca los grupos de forajidos se habían unido para atacar en masa, ni las Legiones de Mercenarios del Caos, ni los Cultos de berserkers, las Cábalas de Magia ¡Ni siquiera las tribus! ¿Qué motivó a esa marea viviente atacar a este fuerte?

Me llamo Nyota. Sobreviví gracias a que un cañonazo derribó la mitad de la prisión. Casi me mata, pero como dice el dicho, lo que no mata, fortalece. Huí mientras las murallas cedían y se desataba el incendio y el caos por todas partes. Me avergüenza decir que me escondí en una alcantarilla, pero dadas las circunstancias, uno debe aprender a sobrevivir.

Salí cuando ya apenas se oían crepitar a las brasas. El suelo era un lodazal, las construcciones estaban reducidas a cenizas, y a cada tanto, montones de cadáveres con aves de presa picoteándoles para quitarles trozos de carne putrefacta. De por sí este mundo es duro, pero tanta devastación reunida me hizo sufrir por dentro.

Salir del fuerte fue casi una cruzada. Había varios magos de la Cábala de la Rueda y otros tantos magos de la Garra. Evadirlos fue difícil, pero eso no era lo peor. ¡Había Tenebrarum en el fuerte! Espíritus corpóreos escapados del mismo Tártaro, distintos Tenebrarum se cebaban con el sufrimiento y el fuego. Un Infirmor me atacó y robó gran parte de mi energía antes de que pudiera espantarlo. Estúpida criatura ínfima... por su culpa no podré sobrevivir...

Esperen. Aquí puedo sentir a alguien. Los Loas no me han abandonado aún. Puedo ver a un poni que se acerca por el camino. Tal vez él pueda ayudarme.


¿Saben? Jamás me imaginé estar viajando por este yermo sin salvación. Beber agua contaminada y comer comida más vieja que las antiguas princesas, que no eran sino meros tigres de papel.

Pero cuando el mundo más las necesitaba, nos fallaron. Tremendas heroínas teníamos.

Ahora, en lo que era Equestria y lo campos verdes que contaban las abuelas. Abuelas de cincuenta años. Créanme, si llegan a esa edad te hacen fiesta.

Pero, heme aquí. Con una tierra manchada por las cenizas y los arboles negros bajo un sol verdoso. Cargando mis alforjas rasgadas por los malditos parasprites. Je, los desgraciados no pudieron conmigo. Aunque debo admitirlo ¡Todos los malditos lugares cerca de Fillydelphia están atestados de sus colmenas! Era parte de una resolución antigua ¡Ahora miren cómo nos obliga a rompernos la columna para que simples viajeros como yo (aunque nada de inocente) puedan llegar! Maldigo a mi pasado.

Solo tenía que cruzar una colina y podría ver el fuerte sin problemas. "Sin problemas" ¿Acabo de decir eso? Joder, si no tienes tu arma al alcance de tu casco, como mínimo te matan. Los parasprites son un pellizco comparados con las bandas de saqueadores que merodean por todos lados. Comprobé que la tenía lista para todo y dirigí unas últimas miradas antes de avanzar por los bosques negros. Cuando estas tanto tiempo en el negocio te acostumbras, querido lector.

Me revisé la cola por última vez. Soy antiestético, no me importa que mi cola anaranjada este mas alborotada que un loro matado a escobazo. Es solo que te pueden inmovilizar por detrás así como así. Luego de ello, que las princesas se apiaden de ti. Nada. Volteo hacia delante, nada aún. Es mejor continuar. Solo unos metros y podré ver el fuerte de…

Mierda ¿Nadie me dijo que estaba en llamas? ¡Maldigo a mi contacto por ello! ¡Maldito cabrón! ¡No es nada! Me decían que era algo de luz en estos tiempos oscuros, pero ¡ESTÁ REDUCIDA A CENIZAS HUMEANTES! ¡Columnas de humo se alzaban entre los torreones, ya de por sí, destartalados! Esto es trabajo de artillería, no cabe duda. Y si hay artillería aquí…

Tarde o temprano estaré jodido.

¡Hay algo detrás de mí! ¿Tan cerca, joder? Espero que este de buena leche para que no se divierta mutilándome. Aunque, de ser el caso. Prefiero matarme antes de que se "divierta" conmigo.

Jamás pensé que mi vida cambiaría por ese encuentro.


Ella es una cebra joven, esbelta y con una extraña belleza, como una lanza recién elaborada. Sus franjas se vuelven más gruesas en su cuello, la crin larga y los ojos de color turquesa. Se ve debilitada y alerta. Ella se lleva un casco a los labios, haciendo el gesto de silencio.

Él es un poni de tierra, gris claro con crin y cola de color anaranjado. Lleva alforja de cuero y armadura del mismo material. Sin esta, se vería un pelaje espeso como el de un lobo. Se voltea y mira a la joven cebra, con su arma al alcance y mostrando los colmillos.

Ella, sin inmutarse, vuelve a hacer el gesto de silencio, esta vez con más énfasis. Él se agacha y mira con detenimiento, examinándola. Luego se le acerca.

Ella lo empuja y se esconden detrás de un carromato volcado él siente que se acerca un gran grupo de sujetos

Él baja la cabeza cuando ve al grupo moviéndose, sin notar sus presencias. Puede oír el sonido del viento sobre los escombros, las cenizas, el sonido de una mañana azul y fría. Luego la mira a los ojos.

—¿Algún plan?

—Esperar a que se vayan —dice ella. Su voz parece una melodía de agua fluyendo.

Al alcance de su vista, aparece una doce de ponis. Tienen soles pintados por todo el cuerpo y están entonando un cántico; fácilmente reconocibles, son los Fénix del Sol, una orden monástica y militar conformada por berserkers que adoran a la Princesa Celestia.

"Jamás pensé volver a ver a estos tipo de nuevo. Y menos tan activos".

Se acerca a ella y la olfatea.

—Restos de escombros. Me imagino que eres de allá ¿No?

—Sí —dice ella, incómoda por su proximidad—. Tú no pareces ser parte de ese ejército salvaje.

Le pone el casco en la boca, y mira sobre sus cabezas. Alguien se separó del grupo para ver. Se quedan así por un rato mientras el soldado inspecciona. Es un terrestre rojo descomunal, con soles mal pintados y hombreras con pinchos; en sus hombros sobresalen los mangos de sus armas.

Pero el soldado se va al no notar nada, prosiguiendo con su cántico. El poni terrestre gris le quita la pata de la boca.

—Estuvo cerca.

Ella lo mira, una mirada extraña, mezcla de agradecimiento y suspicacia.

—Mi nombre es Nyota. Si venías a este fuerte... ya ves que tuvo mal final.

—Creo que el final que no se merecía... A pesar de ser un criadero de ratas. Mi nombre es Compass, soy o... Era mensajero. Prefiero llamarme Voyager si no te interesa —dice con algo de orgullo.

Ella sonríe, una sonrisa sincera. Un mechón de su larga crin cae sobre su ojo izquierdo, y ella lo echa hacia atrás de un movimiento.

—Voyager, por esta zona está lleno de saqueadores, magos y Mercenarios. Los caminos deben estar repletos.

—Por eso siempre toma la ruta menos indicada —saca la cabeza de nuevo y va pasando la retaguardia, una retahíla de salteadores mal armados—. Son pocos y podemos movernos a esas ruinas, son más seguras ¿Puedes correr?

—Sí— dice ella.

—Bien —saca la cabeza pero señala hacia unas rocas— A mi señal, corre hacia allá —espera a que estén mirando hacia delante— ¿Lista? Ahora.

Ella va corriendo velozmente hacia las rocas. Pero no está en tan buen estado. escapar de la prisión la ha dejado agotada, no se ha alimentado en mucho tiempo y el esfuerzo al que ha sometido a su cuerpo durante la batalla le está pasando cuenta. Cae al suelo casi desmayada.

Compass corre y luego la ve tirada en el suelo. "¡Mierda!" La toma y corre hacia las rocas. Una vez allí la recuesta, y la ventila con la tapa de un bol que se encontraba tirada.

Ella trata de moverse. No le gusta nada estar así de débil.

—N—no estoy tan mal...

Compass la abofetea cuando se cerciora que no lo van a escuchar.

—¡Dijiste que estabas bien! Pude haberte dejado con ellos —señala por encima de las rocas.

"Yo soy una imesebelen, y un imesebelen es intocable".

Ella patea sus partes nobles.

—Solo... no estoy tan bien como creía.

Cuando Compass se recupera del golpe, se abalanza sobre ella y la inmoviliza.

—No lo vas a estar después de esto —le pone una daga en su cuello. Y cuando parecía que iba a pasarla a cuchillo, se asoma un rezagado del cuerpo principal, un pegaso oscuro de cabello y piel tatuado con toscas medias lunas blancas, que lo identifican como uno de los Cuervos de la Luna.

"Ay, no puede ponerse peor".

—¡En el nombre de Luna! —grita blandiendo un sable, se arroja contra Compass como un desquiciado, echando espuma por la boca y sus ojos inyectados en sangre. Es increíble la facilidad con que los berserkers del Sol y la Luna se vuelcan en sus frenesíes de sangre.

El mensajero forcejea para evitar que el rezagado le clave el sable. Luego ríe ante su cara.

—Tus princesas no sirvieron para nada —lo patea en el vientre y se levanta. Pero, de un modo marcial, se pone de pie usando sus alas y lo ataca. El que fuera un mensajero toma su cuchillo y carga contra él. Del impacto ruedan por el suelo de nuevo. El Cuervo de la Luna lo golpea con fuerza y lo muerde en el hombro. Compass gruñe del dolor y luego vuelve a reír.

—Chico, no sabes morder— le golpea la cara en el casco y luego le muerde el cuello hasta que le saca sangre. Aquello enfurece al berserker, quien lo golpea contra una piedra, lastimándole la pata. Toma una roca y alcanza a darle en el rostro antes de desangrarse, sacándole un par de dientes. Compass escupe los dientes y se lame las heridas mientras ve a la cebra. Mientras ellos peleaban, ella hurgó en las alforjas de él y se come su comida y bebe su agua. Aquello lo molesta un poco, pero sigue lamiendo sus heridas.

La comida y el agua hacen sentir mejor a Nyota.

—Déjame ver —dice ella acercándose—. Si quieres, puedo ponerte de nuevo los dientes.

Él la mira escéptico mientras se lame

—¿Igual como te caíste? No gracias.

Ella y recoge sus dientes.

—Sólo si querías. Pero más adelante, sufrirás mucho dolor.

Él hace una mueca y la carga sobre su lomo.

—No aquí —se dirige a la casa que había señalado.

Nyota se sonroja levemente cuando él la carga. Se aferra a él para no caer mientras él avanza sobre el suelo semidesértico, haciendo caso omiso a su herida. Una vez que han llegado, la recuesta en una pared, mientras empieza a quitarse la alforja

—¿Cómo dijiste que te llamabas? ¿Nota? ¿Nitoa? Era algo con Ni.

—Nyota —dice ella—. Curandera de los imesebelen.

Le dirige una mirada escéptica y luego ríe.

—No voy a tratar de pronunciar la tribu ¿Qué hacías en ese fuerte?

—Me hicieron prisionera cuando intentaba cruzar a otro territorio. Sobreviví casi de milagro.

—Y bien, ¿A qué venías a este fuerte?

Compass hace una mueca y luego la mira.

—Iba a entregar algo. Pero ¿Ya qué? Esta reducido a cenizas.

—En ese caso, puede servirnos a nosotros. Porque creo que dos pueden viajar de manera más segura.

—Trabajo solo, nena. Y en tu estado no eres capaz de levantar un casco.

—Mejoraré en poco tiempo —dice ella—. Y con esa Horda rondando, no es buena idea estar solo.

La mira, como si la inspeccionara de nuevo. Suspira como si lo hubieran acorralado en su mente.

—De acuerdo. No puedo dejarte así como así, irás conmigo. De paso —sonríe—, me debes una —la arropa con una manta.

—Puedo arreglarte los dientes —dice ella sonrojándose ante ese gesto.

—No creas que eso pagará de que te salvara de la Horda. Además, uno era una prótesis de oricalco. Pero, si insistes —se posiciona al lado de ella, sentándose y abriendo la boca.

—Cierra los ojos —le aconseja ella. Él así lo hace, mientras abre más grande la boca.

Ella coloca sus dientes en sus lugares correspondientes, causándole molestias. Luego susurra unas palabras que Compass no puede entender, y él siente un sabor metálico en su boca además de un escozor.

Él siente el sabor y la picadura entre las encías. Razón de ello, empieza a rascarse con el casco trasero, como si fuera un perro.

—Tranquilo —dice ella—. Enjuágate. Tus dientes están soldados.

Saca una cantimplora y se enjuaga la boca

—¡Celestia! ¡Luna! ¡A quien le tenga que pedir! ¿Cómo que lo soldaste?

Ella sonríe de manera enigmática. De pronto parece más demacrada de lo que parecía.

—Digamos que tengo... ciertos talentos. Pero usarlos cobra un precio —dice mirando hacia la nada.

—Ni hablar, rayitas. Tu vida te la salvé. No voy a bajarme si es lo que estas pensando.

Ella se confunde, luego entiende y se ríe.

—No, no, no, tú no pagas nada. La que debe pagar soy yo.

—¿Qué esperas?— la vuelve a inspeccionar y murmura para sí— Mejor en otra ocasión, Nyota. Duerme, que mañana será un viaje duro.

—Gracias, Voyager —dice ella acomodándose—. Tú también descansa.

—Eso es solo un sobrenombre —dice mientras se acurruca.

Ella le sonríe mientras se duerme.


—Empieza tú —decía el capitán Grey Harsh, de una sección penal mientras acomodaba el juego de damas, mirando a su contrincante con una sonrisa amable, contraria a su mirada desafiante—. Estoy de buena leche el día de hoy.

—¿Por? —dijo el otro en el extremo— ¿Por el trabajito que hiciste?

—Me partí el lomo por conseguirla —dijo el capitán acercándose, como forma de amenaza, a su contrincante—, murieron tres e hirió a siete de una partida de quince. Si no le tapaba la boca, no estaría para joderte la vida en damas, sargento. Ahora empiece, antes que cambie.

—Bien, bien —decía con cierto miedo—… Princesas, que carácter.

Hizo caso omiso de ello, cuando podía mandarlo a hacer doble turno en una noche como mínimo, pero las pasadas que le daba en damas eran suficientes. Además de ellos, estaban otros miembros al mando de Grey, la gran mayoría artilleros de la prisión. Algunos tomando y otros contando chistes en mesas mientras empezaban a cenar. No había movido la primera pieza, cuando la puerta se abrió de golpe.

—Espero que sea importante. Iba a empezar a jugar —Grey miro al centinela, de por sí ya era débil, jadeando. Pero su cansancio era menor comparado con su miedo. Hasta podía olerlo. Como si estuviera poseído, se levanto y salió de la sala, seguido por todos los acompañantes.

El teñir de las campanas le hizo acelerar el paso. La agitación de los cuerpos le aceleró el paso. Maldecía por dentro por no saber lo que pasaba pero, tan era así, que le volvió a aparecer su tic en el ojo. Al fin llegó a una almena de la correccional. Su fama de temeroso se fue a la papelera cuando se acercaron estos tipos.

—¡Me cago en la puta madre que los parió! ¡A sus puestos! —giró a su estupefacta unidad, agitando sus cascos y tocando su silbato.

Estos fuertes, algunos de ellos, fueron parte de la Iniciativa de Defensa Nacional de Equestria. Tenían forma de pentagrama, siendo el círculo externo una muralla y las cinco puntas zonas fuertes donde los defensores podrían montar una buena. El centro sería, a petición, lo que sea que venga en la cabeza de la gente. Pero, Grey Harsh se maldecía por dentro al tener que estar en una maldita cantera semi-derruida que representaba los castillos antes de la iniciativa. Sus muros planos y sus torres redondas ¡Cómo las odiaba!

Pero habían llegado a una, con unas tres balistas (mientras que, para su mala suerte, las otras tenían cañones), los ponis a su orden. Miraba con los binoculares, no esperaba que aquellos olvidados del cielo se movilicen tan rápido en poco tiempo. Era una marea de grandes colores devorando el horizonte de ocaso, siendo una sola voz cantando viejos himnos de guerra y cargando los cañones para arrasar el muro. AL menos tenía un detalle a su favor, brea.

—¡Carguen! ¡Saetas impregnadas de brea y préndales fuego! ¡Objetivo: trescientos metros desde el muro bajo para encender los pozos! No se preocupen por hacer los tiros sincronizados, solo denles infierno muchachos —Grey Harsh hablaba sin quitar los ojos de los binoculares, escuchando a los suyos recargar e impregnar. Cuando estuvieron listos, dispararon sin orden, solo con él esperando con una gran sonrisa.

Esperó, mirando y siguiendo las saetas. Con la perfecta sincronización, encendieron los pozos cuando la primera oleada de la Horda estaba encima. Se deleitaba con verlos arder, con verlos rodar hacía en el fuego, ya que no tenían donde más. Se deleitaba ser derretidos y llegar a ser carbonizados en cuestión de segundos. Se deleitaba ver esa pequeña marea de colores se engullida por las llamas. "¡Afrontad vuestro destino, cabrones!" Celebraba el capitán, dejando salir una sonrisa.

Se despertó con los cañones, derruyendo el torreón por las partes bajas y sacudiéndolos a ellos. Soplo el silbato de nuevo para salvarlos, siendo él quien saliese de último antes de que la torre cayera en sí misma. Corrían por los pasillos mientras estos retumbaban por los impactos. Crecían los gritos de batalla mientras guiaba a sus veinte con el resto. A ver si los cobardes tomaban valor y los valerosos se imponían. Solo para ver, ya que no sabía que los más útiles les servirían en algo que lo consumiría luego.

Salieron al patio principal, detrás de la primera línea de defensas. Jamás pensó que tendría el combate tan cerca en tan poco tiempo. Había esos minotauros, temidos por todo el mundo, arrasaban la línea defensiva. Lanzaban a los ponys a las paredes y los cortaban con sus, ya de por sí, mandobles. Cuando habrían fuego, los minotauros se cubrían con escudos. "Los muy muérdagos, no se cansan con sus armas sino que…" Fue tarde cuando recibió a un poni que había sido lanzado.

Grey Harsh no veía nada, no oía nada. Tan solo era la combinación de resplandores anaranjados y negros en un sonido único e irreconocible. Sentía ligeros dolores en la cabeza y en los flancos. Las sombras le rodeaban cuando perdió el conocimiento.

Y se sumió en una combinación de sueños y recuerdos, atormentados por aquella que respiraba su mismo aire. Sentía, no sabía a efectos de qué, su voz.

Ahí se sumió… Atormentado por dentro… Cuando despertó.

—Ya era la maldita hora en la que despertase, capitán —Harsh volteó hacía donde venía la voz, no era más que la comandante de la prisión. Pero el dolor en la cabeza le impidió ver bien—. NO te esfuerces, total: vales más que cualquiera que haya muerto anoche.

—¿Qué mierda? ¿Qué pasó al fin? —decía con la vista borrosa, con algo crema y rojo acercándose a él.

—Pues… Estos son los niveles superiores, la muralla externa cayó anoche pero los frenamos en la interna. Pero eso es lo de menos —otra vez se le acercó esa figura crema y roja— ¿Sabes de Nyota, la cebra que capturaste?... Escapó.

Esas palabras cayeron en él parecidas a un perro rabioso cuando le mencionas a un indeseable. Tan era así, que Grey Harsh escupía baba de la boca. Necesitaron a cuatro ponys para sostenerlo cuando se quitó la venda y trató de atacar a la comandante. Todo sus esfuerzos y todos los que murieron por capturarla se fueron al caño. Una vez calmado, la comandante se río de él.

—Y pensar que tuviste novias, de seguro por eso rompían contigo —continuó su risa, tapada por el casco.

—Madame, envíame de nuevo al campo. No quiero que esa desgraciada escape así como así. Quiero que ella haga lo que tenga que hacer en la capital del principado —Grey lloraba con gestos de rabia—. Haré lo que sea, pero deme un equipo y déjeme cazarla.

—¿Estás seguro? Hay monstruos allá afuera.

—No me venga con su mierda sarcástica, madame. Me encargaron capturarla y capturarla es lo que haré. Quiero-a-esa-desgraciada-deslenguada —esperó su respuesta, siempre anticipada por poner un casco sobre el otro y apartar la vista del otro. Volvió la vista asintiendo con una sonrisa.

—Está bien. Toma a los que quieras y sal por la puerta que da en la colina. Y conociéndote, eso será hoy —lo había anticipado, Grey se estaba levantando de la cama y vistiéndose. Lo detuvo en la puerta con una simple pregunta— ¿Acaso no te importó ahora? —cosa que acompañó con una sonrisa.

No me importan los muertos. Después de "rayitas", a usted la quería matar. Si no lo hacen ellos —dijo acompañándolo con un gesto en la cabeza, resaltando los tambores de la Horda—, lo hubiese hecho yo. Con permiso, madame.

Salió de la enfermería seguido por la vista de la comandante. Ella sonreía indiferente.


Espero a que Compass se duerma para levantarme. Qué sujeto más raro, pero al menos cerca de él viajaré más segura. Antes de hacer lo que pienso hacer, me acerco, con cuidado de no despertarlo. Dormido parece un lobo... y esa herida en su pata podría ser muy aparatosa en el futuro. Deslizo mi casco sobre la herida, él se queja y gruñe en sueños. Contengo la respiración, deseando que no despierte. Afortunadamente, él continúa durmiendo. Cuando retiro mi casco de su piel, la herida ha desaparecido. Poseo más trucos de lo que aparento, y Compass se dará cuenta de eso en el futuro.

La hierba del brujo crece mucho en los territorios lejos de la ciudad. Produce alucinaciones si se mastica, e incluso hay quienes dicen que simplemente mirar cómo arde basta para provocar locura. Son arbustos pequeños, de hojas púrpuras. Recojo un puñado, cuidando de no masticarlos.

Los junto en una pequeña pira y enciendo un fuego. La hierba del brujo no produce humo, ni olor; es poco probable que Compass despierte. No debe despertarse.

Las llamas crecen tiñéndose de púrpura. Murmuro suavemente las palabras de adoración, y una neblina comienza a llenar el lugar.

Un pequeño murciélago de fruta se me acerca. Es de color rojo, y sus alas no emiten el menor sonido.

—Teníamos planes para recatarte, Nyoka —dice una vez se me ha acercado.

—Estoy segura de eso —digo sonriendo.

Soy una hechicera. Y como hechicera, hago trato con espíritus de la naturaleza, distintos a los monstruosos Tenebrarum que salieron del Tártaro. Los que entienden de magia los llaman "familiares", y yo poseo tres.

—Este tipo es inestable —dice un lobo de madera; él tampoco hace ningún sonido con sus patas—. Ten cuidado.

—No estoy indefensa.

—Lo sé, pero de todas formas te lo digo.

—¡Nyoka es una luchadora genial! —dice un parasprite amarillo.

Matunda, Kuni y Matope. Un murciélago, un lobo y un insecto. Sonrío al verlos.

—Chicos, hay un cambio de planes —le digo. Tengo un poco miedo, pues los espíritus reaccionan de mil maneras diferentes. Pero ninguno se inmuta.

—Siempre supimos que tu venganza iba a retrasarse —dice Kuni, el lobo.

—Desde que te atraparon y te llevaron a esa cárcel —dice Matope, el parasprite.

—¡Y qué masacre desencadenaste! —Kuni se ve orgulloso.

Yo sonrío. Hay una gran relación entre mi pueblo y los espíritus.

—Nos espera un largo viaje, muchachos.

—Estamos contigo, Nyoka.


...Entonces la transacción de ayer de Manehattan me costó por alrededor de seiscientos bits de plata, mas el impuesto aduanero y la carga... ¿¡Ochocientos veinte!? ¡Esto me va a llevar directo a la quiebra! Tiré todo lo que estaba sobre mi mesa lejos, papeles y listas salieron volando. Diablos, tiene que haber algo que me vuelva a favorecer económicamente, espero que la caravana que mandé hace un par de días al Fuerte Del Encomiendo llegue pronto, esos extractos medicinales valen demasiado.

¡Y mientras más valga, mayor ganancia, je je!

Y ahí fue cuando tocaron la puerta.

—¡Está abierto! —me levanté y comencé a recoger los papeles. La puerta se abrió, mire y entonces...

Eran los mercenarios de la Pezuña Sangrienta. Numerosos, eficaces. Solo formado por cualquiera con características equinas, como ponis y cebras. Sabrán hacer su trabajo a un precio ligeramente alto, pero lo harán bien. Justamente los indicados para proteger mis caravanas. Una Unicornio blanca, de melena ligeramente rosa, en una ligera armadura de placas negras entro, acompañada de una cebra y un pegaso, ambos con una armadura parecida, pero con manchones rojos sangre.

—Ah, Amethyst Bolt, hace mucho que no te veía por aquí. Dime colega... —dejé todos los papeles desordenados sobre la mesa y volví a sentarme. Puse mis garras en ella y puse la mejor (o peor) sonrisa disimulada que pude— ¿Hay algo en que "yo", Kristin, pueda ayudarte? —dije, aún disimulando. No sé ni para que me molesto...

—Kristin, una de mis más queridas clientas, ¿Cómo has estado plumífera? —Okey, ahí es el punto donde matas la conversa.

—¡Pues mejor que nunca, imagínate cómo prospera mi negocio! —extendí los brazos para expresar mi falsa alegría.

—Me parece muy grata esa noticia, plumífera Eso me recuerda a algo que teníamos acordado... —Joder. Acordamos en que siempre en esta fecha me jodes. La Unicornio se acercó a la mesa y extendió su casco. Aquí vamos...— ¿Y bien, para cuando la pasta? Porque el tiempo es oro, plumífera.

Cambió su pequeña sonrisa a una cara de seriedad. Esto no me favorece.

—¿La pasta? Bueno ehm... —Giré los ojos, miré por la ventana, hacia el norte...

—Eh eh, espera un momento, espérate. ¿Me estás diciendo que estás sin pasta, es eso?—Ella suspiró cansada, y puso su casco en la cara—. Verás, Kristin... La Pezuña Sangrienta hace un excelente trabajo escoltando caravanas, tú nos escogiste, hicimos nuestro trabajo como se debe y ya llegamos a fin de mes. Así que...

Esto no terminará bien si no les pago... ¿Me arriesgo, o no? Ya que fue, mandemos todo a la mierda.

—¡Mañana, ya verás! Tengo una caravana que justamente mañana llegará, con suficientes bits como para dos meses completos, jeje. Incluso... ¡I-incluso les pagaré el doble! —¡N-no no, no quería decir eso! Pero Amethyst levantó una ceja, sin mencionar su notable cara de sorpresa.

—Con que doble, ¿Eh?—Ella acercó su cara a la mía. Casi podía sentir su intrusa respiración en mi cara, y es sumamente desagradable. Luego retrocedió, y cambió su cara a alegre de nuevo—. Chicos... ¡Mañana hay paga, informen a los demás que mañana en la mañana será! —los otros dos celebraron y chocaron cascos, para luego irse por la puerta. Amethyst siguió riendo un poco, luego se detuvo y acercó de nuevo a mí, poniendo sus patas delanteras en la mesa. —Pero si no veo la paga mañana en la mañana... —la unicornio desenvainó su espada del lomo y la levito apuntando a mí.

Directo a mi cuello. Solo empujar y adiós Kristin.

—Si no la veo en mis cascos, juro que vas a pagarla caro. Claro, las alas de grifos hoy en día tienen su buen valor comercial, jeje —¿¡Q-que!? Tragué saliva, y asentí—. Bien. Me simpatizas, Kristin. Confío en que lo harás —envainó su espada y se retiró, cerrando la puerta metálica de portazo.

Joder. No quiero ser una grifa sin alas.

Recosté mi cabeza en la mesa. Pensando... ¿Cómo me voy a salvar de esta? La caravana más le vale que llegue entre hoy y mañana, o soy grifo a la parrilla. Y si lo soy, ellos también.

Volvieron a tocar la puerta. Salté del susto y casi me voy de espaldas. Al menos toquen un poco más despacio, mínimo.

—¡Si siempre está abierto, tan solo entren y ya! —grité a quien fuera que esté en la puer... —¡Santos Dioses!

Uno de los caravaneros que envié al fuerte ya hace como cinco días atrás. Era un pony terrestre joven, de pelaje rojo y melena gris. Está bien malherido.

—M—madame Kristin... Tiene que largarse de a-aquí. —¿Largarme, de que habla? Ha de estar delirando por las heridas, aunque me incomoda un poco por como lo dice.

—¿Irme, para qué? No tengo por qué escapar de mis problemas, aún —sonreí al caravanero. El maldito apenas se puede mantener de pie. Caminó a duras penas hasta el mesón de mi oficina y recuperó el aliento, mientras estaba ahí sentada sin saber qué hacer.

—La Horda viene... Arrasaron con todo el Fuerte —¿Waa-ah? Abrí los ojos en sorpresa de eso. No jodas.

—¿Y el resto de ustedes, y la mercancía? —me asomé apoyada en el mesón—. Todos murieron allí, m-menos yo... Me dijeron: "Vete y esparce el mensaje, si es que valoras tu vida". La mercancía se perdió en el asedio, pérdida total —el joven caravanero se dejó caer, apoyado en el mesón. Está que se muere. Si la Horda viene, sea quienes sean estos lunáticos, es mejor largarme. Irme muy lejos. Pero eso deja por otro lado la deuda con la Pezuña Sangrienta.

¿Quedarme y morir, o largarme y morir? He ahí el dilema.

Si me quedo, los mercenarios me cortarán la cabeza y desplumarán, y si no son ellos, será la Horda. Por otro lado, si me voy, la Pezuña Sangrienta me va a dar caza y poner precio a mi cabeza...

Prefiero jugar al gato y ratón que ser presa fácil.

—Puedes retirarte, ve a la enfermería y toma lo que quieras, ya me da igual. Incluso si quieres tómate el día... ¿Libre? —miré al joven caravanero postrado en mi mesón, inmóvil y malherido.

Muerto, en otras palabras. Diablos...

Si realmente estamos hablando de irnos, es hora de empacar... A ver. Tendré que llevarme mi juego de cuchillos, aquí está. Y juntar bits... Y nunca olvidemos mi petaca. Jamás salgo sin ella (Ni tampoco sin una buena botella de whisky). La abrí y tomé un par de sorbos de ella. Ah, dulce néctar de alcohol. Cuéntame todos tus secretos... Pero ya dejémonos de boberías, es hora de largarme de aquí, a un nuevo rumbo.

A una nueva vida.

Todas mis cosas listas ya. Abandoné mi oficina, batí mis alas y volé. Abandoné mi local y volé. Dejé atrás mi vida...

Batí las alas, y volé.