Recuerdo cada instante desde que conocí a Remus Lupin. Cada sonrisa, cada mirada y cada palabra. Porque a veces, lo único que tienes que hacer para saber por qué haces lo que haces, por qué amas tan intensamente y por qué luchas como si lo único que tuvieras fuera el ahora, es mirar atrás y recordar. Y entonces te das cuenta de que todo tiene una razón, de que hoy eres lo que eres gracias a lo que has vivido, a lo que has sentido y a quienes has amado.
Hoy recuerdo nuestra historia, no porque lo necesite. Hoy recuerdo, por el simple placer de hacerlo.
Parte I
Era 1993.
Era una estudiante de quinto año en Hogwarts. Era joven y verdaderamente feliz.
Hasta ese entonces mi vida consistía en romper las reglas y gastar bromas a la gente junto a Fred y George. Y por qué no, también en arrastrar a mis dos mejores amigos con nosotros.
Lo que hizo diferente a ese año de cualquier otro, es que es el año en que conocí a Remus Lupin.
Quizá demasiado mayor, quizá demasiado inapropiado.
Pero definitivamente fascinante.
Capítulo 1
Cheryl Peters es un dolor de cabeza
Como era de esperarse, Nymphadora no escuchó el primer llamado de su madre cuando ésta le habló desde el primer piso de la casa. Varios gritos después, Andrómeda Tonks decidió subir y ponerse afuera del cuarto de su hija de quince años para que ésta vez si la escuchara.
– ¡Nymphadora Tonks, es hora de levantarse!
La chica despertó de golpe. Desafortunadamente estaba acostada bocabajo y demasiado cerca de la orilla de la cama. El fuerte grito de su madre había ocasionado que se incorpora bruscamente, por lo que resbaló por un lado de la cama aún envuelta en las sabanas.
Afuera, Andrómeda escuchó un golpe. Rápidamente abrió la puerta para ver qué había sucedido, pero su preocupación desapareció una vez que su hija asomó su rostro somnoliento por un lado de la cama. Su cabello era de un azul color cielo y estaba completamente desordenado. Sonrió con cariño.
– ¿Qué hora es? – le preguntó Dora mientras se ponía de pie.
– Son las nueve y media – le contestó su madre levantando una ceja en su dirección. Dora volteó a verla con pánico en sus ojos.
– ¡Merlín, Cheryl va a asesinarme!
Cheryl. Cheryl Peters. Durante el primer año de su hija en Hogwarts, Andrómeda y su esposo habían recibido cartas de Dora en donde les contaba las cosas que pasaban allá. En la segunda carta les contó de Cheryl, una niña amable y la única de sus compañeros que no le hacía preguntas interminables sobre su condición de metamórfomaga (capacidad de nacimiento para transformarse a su antojo). Volvió a mencionarla en las siguientes cartas, pero al parecer no todo era perfecto. Se quejaba mucho sobre el hecho de que Cheryl parecía ser una obsesiva del control y el tiempo. "¡Se despierta una hora antes que todo mundo para arreglar sus libros! ¿Quién hace eso? Y por si fuera poco, me despierta a mí porque dice que la retraso mucho. Está loca."
– ¿A qué hora te dijo que pasaras por ella? – le preguntó mientras la observaba correr de un lado a otro, metiendo toda clase de cosas en su baúl; libros, playeras, zapatos, calderos e incluso caramelos.
– A las nueve y media tenía que pasar por Henry y después los dos teníamos que pasar por ella – dijo Dora mientras sacaba más ropa de su armario.
Henry. A él también lo había mencionado en sus cartas. Aparentemente era un chico agradable del que se habían hecho amigas ella y Cheryl.
– Estas en problemas – dijo Andrómeda cruzándose de brazos. Su hija se detuvo para mirarla.
– No ayudas en absoluto – la chica dijo en un todo desesperado. La mujer dejó escapar una pequeña sonrisa divertida.
– ¿Querías mi ayuda? Sólo tenías que pedirla – le informó mientras sacaba su varita del nudo de su bata. Con un sencillo hechizo terminó de meter en orden al baúl las cosas de su hija, e incluso acomodó las que ya estaban adentro. Dora suspiró con alivio. Le lanzó una sonrisa a su madre.
– Gracias, mamá.
Posterior a eso cogió un par de prendas más del armario y se dirigió al cuarto de baño. Cuando volvió a salir, traía puesta otra ropa y su cabello era purpura.
– ¿Estás segura que no quieres que te acompañe? – le preguntó Andrómeda por lo que parecía ser la decima vez. Era la primera vez que no acompañaría a su hija a tomar el expreso a Hogwarts y eso estaba afectándole de una forma que no vio venir. Dora formó una suave sonrisa una vez más.
– No te preocupes, estaremos bien.
– Lo sé – aceptó con una sonrisa, intentado que Dora no se diera cuenta de su preocupación. Pero su hija la conocía demasiado bien.
– ¿Es por… es por tu primo que te preocupa que vayamos solos?
La pregunta no la tomó por sorpresa. Tanto Dora como su esposo habían visto lo pálida que se había puesto cuando leyó en el diario matutino que Sirius Black, su primo, había escapado de Azkaban. Ambos habían asumido que su reacción se debía a que tenía miedo de lo que Sirius pudiera hacer. Ni siquiera se le ocurrió comentar que en realidad no estaba preocupada, sino feliz. Era consciente de las acusaciones por las que su primo había terminado en la prisión mágica de alta seguridad, pero ella no las había creído ni por un segundo.
– Me preocupa, si – mintió. Su hija se acercó a ella y tiró sus brazos sobre sus hombros. Ya era tan alta como ella.
– Estaremos bien – le dijo cálidamente.
– Eso espero.
Diez minutos después su hija había desaparecido por la chimenea. Ted Tonks estaba de pie a su lado, con su mano sobre el hombro de la mujer.
– Seré honesto ahora que se fue; lloré la noche en que nos dijo que no necesitaba que la lleváramos ésta vez - su esposo dijo en voz baja para después soltar un profundo suspiro. Andrómeda volteó a verlo con una sonrisa.
– Lo sé, te escondiste en la despensa.
Andrómeda amaba a su familia. Amaba a su esposo y al padre que era. Y amaba lo mucho que su hija se parecía a él, algo torpe y risueña.
...
Decir que su amiga iba a asesinarla tal vez sonaba un poco exagerado, dramático y completamente incierto, porque Cheryl jamás haría algo que la metiera en prisión. Sin embargo, eso no evitaría que se molestara mucho con ella y que le aplicara la ley del hielo durante todo el camino a Hogwarts, cosa que torturaría profundamente a Tonks.
Apareció en la chimenea de Henry. El chico estaba sentado en el sofá de enfrente. Su cabello castaño era tan rizado como lo recordaba.
– Estas en problemas – le dijo sonriendo en cuanto la vio aparecer.
– Cállate, mamá – Tonks mustió con enfado al mismo tiempo que salía de la chimenea – ¿Estás listo?
– Desde hace como una hora – Henry contestó poniéndose de pie. Tonks salió de la chimenea sin sacar su baúl.
– Vas primero – le dijo.
– ¿Por qué yo?
– Porque si.
– Porque te da miedo verla.
– ¿Por qué diablos tengo que ser yo la que pase por ustedes primero? – Tonks protestó de pronto – ¿Por qué no podías irte con ella y yo encontrarme con ustedes en el andén? ¿Por qué tiene que tiene hacer un plan sobre todo?
Henry se encogió de hombros.
– Porque es Cheryl – dijo contestando a su última pregunta. El chico suspiró –. Vale, vale, voy primero – se metió a la chimenea, haciendo a un lado a Tonks –. No olvides mi baúl y no tardes – le advirtió pero en seguida sonrió. Y tras tomar polvos flú y soltarlos mientras recitaba la dirección de su otra amiga, desapareció.
Bien, ahora era su turno. Metió a duras penas el baúl de su amigo en la chimenea junto con ella. Tomó un largo respiro antes de soltar los polvos grises. "Allá voy", pensó, no realmente lista para encara a su amiga. Tan pronto como dijo la dirección de Cheryl, tiro los polvos. El fuego verde la abrazó y la llevó a su destino.
Apareció en la chimenea de una bonita sala de estar donde casi todo el mobiliario era blanco y de caoba. Henry ya estaba allí, por supuesto. El cabello del chico se había desordenado un poco más de lo que ya estaba. Le regaló una suave sonrisa. Quien no parecía estar contenta de verla, era la chica junto a él. Cheryl era de su estatura, su cabello era de un tono entre rojizo y castaño. Sus impresionantes ojos cafés la miraban gélidamente. Sus labios estaban apretados en una fina línea.
– ¿Casi una hora después? ¿En serio? – Cheryl mustió sin realmente abrir la boca.
– ¿Lo siento?
– ¿Lo preguntas?
– Escucha, ¡Tenías que haber sabido que era mala idea que yo fuera quien tuviera que pasar por ustedes!
Cheryl abrió la boca para responder, pero la cerró rápidamente. Tonks pudo ver en su cara la realización de que si, ella tenía razón. Su expresión molesta se fue desvaneciendo lentamente, hasta la aparición de una mirada de suficiencia.
– Que más da, sigue siendo temprano – dijo y Tonks no podía creerlo –. Vamos – añadió con una sonrisa. Se dio media vuelta y tiró de su baúl hacia la puerta de la entrada. Tonks miró a Henry, quien lucía tan sorprendido como ella se sentía – ¿Vienen o no?
Los dos chicos se apresuraron a seguirla.
Llegar a la estación fue rápido y sencillo. La casa de Cheryl estaba situada en Londres y no quedaba muy lejos de su destino. Aún así, tuvieron que detener un par de taxis que los llevara junto con sus baúles. Una vez en la estación y empujando sus carritos con sus cosas en ellos, cruzaron la pared que los llevaría al andén 9 ¾. Desapareció toda la desesperación que había sentido desde que se había despertado al ver el Expreso de color escarlata que echaba humo. El bullicio de los padres y los estudiantes le resultaba familiar y bienvenido. Por donde quiera que mirara había magos y brujas de toda clase despidiendo a sus hijos. Amaba toda esa escena frente a ella.
Con una sonrisa alegre se encaminó con sus dos amigos en búsqueda de un vagón para los tres. Encontraron uno vacio cerca de la mitad del tren. Allí, todo se sentía bien. Cuando el expreso de puso en marcha, la señora de los dulces ya comenzaba a hacerse escuchar por el pasillo, Sin perder más tiempo, los tres chicos compraron algunas golosinas para el camino.
Al cabo de un rato Tonks perdió la cuenta de cuantas ranas de chocolate llevaba. Echando un vistazo a sus amigos, se dejó envolver por una cálida sensación de felicidad. Cheryl también volteó a verla. La chica pelirroja le sonrió. Diablos, Cheryl Peters era un dolor de cabeza, pero era su dolor de cabeza… y también su mejor amiga.
