BPOV
4:03, 5 de Marzo. Y hacía un calor increíble.
Supongo que de verdad me había acostumbrado a Forks, ese viejo pueblo con olor permanente a madera y barro.
Era algo realmente triste.
Bufé, pisando el pedal con fuerza mientras esperaba un milagro, una señal del cielo que me ayudase a calmar mi alma de una vez por todas. ¿Y si no…?¿Y si fallaba?¿Y si no lo conseguía?
Había venido a California con el deseo expreso de inscribirme en el más grande centro de aprendizaje del mundo en lo que respecta a la danza, el Nectar Academy, pero ahora estaba tan paralizada que resultaba difícil pensar en otra cosa que no fuese lo posibilidad – ínfima, según Alice: enorme, según yo- de fracasar y tener que volver al lluvioso Forks.
Creedme, fue muy duro dejarlo. Soy realmente buena con los estudios y mudarme a California en pos de un sueño imposible sólo sonaba a adolescente con las hormonas revueltas, que probablemente cambiaría de idea en cuanto se diese cuenta del número de horas que era necesario practicar. De hecho, incluso yo me encontraba cuestionándomelo en ciertas ocasiones: ¿era realmente esto lo que quería?¿No era simplemente por llevar la contraria a todos aquellos que habían sostenido durante años que yo sería una muy buena médico, o arquitecta, o literata?
Pero en el fondo, muy en el fondo, sabía que si tiraba por otro camino lo iba a lamentar toda la vida.
Y, por supuesto, Alice eligió California de entre todas las universidades en que la habían aceptado, porque Alice siempre estaba ahí. Siempre era un apoyo, el apoyo más incuestionable que jamás podrías imaginar.
Comencé a buscar piso, pero literalmente me suplicó que fuera a vivir a su casa.
Perdón, a una de sus casas.
Sabiendo que era de los Cullen, nunca esperé que fuera algo pequeño, austero y poco llamativo. Nunca esperé que hubiese turnos para entrar en el baño, ni preocupaciones por ahorrar en electricidad. Pero, sinceramente, la visión con que mis ojos se deleitaron al llegar a la mansión en primera línea de Middle Coast, la playa más hermosa y céntrica de California, era algo para lo que nadie estaba preparado.
La pequeña y patosa Bella, en California.
Y aún no había resbalado ni tropezado con nada.
Controlé la esfera de mi pequeño reloj plateado y aceleré lo máximo que pude. Mi bufanda voló entre el tráfico y la suave y excitante puesta de sol.
Por suerte, llegué al Nectar diez minutos antes de mi prueba. Crucé apresuradamente las puertas, ajena a su belleza sobrenatural. No, hoy no. No podía pararme y disfrutar de la maravillosa cúpula renac… "¡Bella! ¿La estás mirando?"
No necesitaba preguntar cuál era el aula donde sería la prueba, pues ya había recorrido ese pasillo mil veces a lo largo de la última semana. Tampoco dónde se encontraban los vestuarios, ni en qué zonas tenía restringido el acceso por no ser aún una alumna de la academia, ni… en fin, no tenía por qué preguntar absolutamente nada. En momentos como este, agradecía haber heredado esa manía del orden.
Me precipité como una loca por el centro de la recepción, un espacio de mármol que era tan grande como quince veces mi casa en Forks, y entré en los vestuarios. Parecía imposible que hubiese tanta pulcritud y lujo en unos simples baños, pero así era.
Me cambié rápidamente los tejanos por un maillot negro y mis zapatillas específicas, recogiendo mi pelo castaño en un rodete alto, y volví a poner la ropa en la bolsa de deportes, así como la bufanda y demás aditamentos. Luego salí corriendo hacia la sala de pruebas de nuevo.
Dicha sala de pruebas respondía a un perfil muy específico: parqué, espejos alrededor y una barra de madera rodeando la habitación. La principal diferencia era el descomunal espacio que constituía.
- Isabella Swan.- oí una voz profunda justo al entrar en la habitación. De hecho, la oí antes de identificar a quién pertenecía, pues el aula parecía por completo vacía.- Hemos oído hablar mucho de ti.
El mismo hombre que había hablado con voz autoritaria me hizo una seña para que entrase en la clase, y yo saludé con la cabeza.
Pero justo entonces miré al frente, y enfoqué algo nuevo con los ojos. Había alguien más. Un chico. Joven, muy joven; de hecho, aparentaba apenas un par de años o tres más que yo. A simple vista se lo podía calificar como un chulo del bronx: alto, ojos verdes, sonrisa ladeada. Su trasero se hallaba aprisionado en unos vaqueros de cintura baja, y un buen trecho de sus bóxer negros sobresalía por arriba. En definitiva, era guapo. Bastante guapo, en realidad.
- ¿Ah, sí?- murmuré débilmente, dejando la bolsa de deportes junto a la puerta.
- Permítame presentarme, Isabella. Don Victorio Delapierre, profesor de improvisación.- alcé una ceja al oír la forma en que había remarcado el "Don" de forma casi presuntuosa. No era la idea que yo tenía de un profesor de improvisación.
-Encantada.- musité, estrechando la mano que me tendía. El chulo seguía sonriendo burlonamente.
-Yo soy Edward. Simplemente Edward.- se acercó y le tendí la mano de forma rápida y mecánica, dispuesta a empezar a bailar cuanto antes. Pero él la tomó y, alzándola con una suavidad exquisita, posó un beso lento en ella sin romper el contacto entre nuestros orbes. Por alguna extraña razón, me pareció algo tan sexy como falso.- Tu compañero, si es que logras pasar esta prueba.
Lo dijo en un tono desafiante y sin bajar la mirada de sus ojos claros, pero por alguna razón no me hizo sentir incómoda. Amagué una sonrisa. Tanto tiempo envuelta en historias sin sentido me habían cansado y prevenido contra los hombres especialmente guapos. Estudié su rostro, lo escudriñé por algunos momentos. ¿Pretendía ser ingenioso? ¿Creía que me estaba deslumbrando?
-Lo haré.- dije, resuelta.
-Buena actitud.- sonrió, a su vez. No dejaba de sonar irónico.
-Perdónelo, a veces no sabe controlar su orgullo.- intervino el hombre mayor, dedicando una mirada asesina a su pupilo. Apoyó la mano en su hombro y se lo estrujó.- Pero el señor Cullen es uno de nuestros alumnos más destacados en la rama de improvisación. Me pareció más…- paró un momento, tratando de buscar la palabra indicada.-… cómodo y lógico que él fuese el que evaluase sus conocimientos y capacidad artística. – abrí la boca, dispuesta a protestar.- Es una tradición. Créame, es completamente imparcial – "Ya, claro.."- Pero si no considera su deliberación justa siempre puede reclamar y se le repetirá la prueba ipso-facto.
-Ajá.- murmuré, lacónicamente.
-Ahora…- divagó un rato para acabar marchándose de la sala. – Tienen dos horas.
Miré exasperada al muchacho que se encontraba a tres pasos de mí, el cual me miraba divertido. Resoplé.
-Bien Bella, comenzaremos con una serie de ejercicios sencillos.
Pasé mucho, mucho tiempo haciendo pas de buré, poniendo posturas en attitude y manteniéndome sobre las puntas. No era tonta, sólo trataba de cansarme, así que dediqué una ínfima parte de mi rendimiento al calentamiento.
-Inteligente.- susurró, cuando me ordenó otro paso en la barra.
-¿Qué?
-Puedes hacerlo mejor.
No contesté.
- Sabes lo que estoy haciendo.
- Artículo 6, apartado b. Técnicamente, sólo se puede evaluar la idoneidad de un alumno a base de una coreografía, y esto no se parece en nada a una coreografía. Si piensas dar por concluida la sesión aquí, puedo poner una hoja de reclamaciones en administración.- le repliqué. Me estaba hartando de jueguecitos.
- Así que tienes carácter.
Tampoco respondí.
- Está bien. ¿Lírico, verdad?- preguntó.
- Hmhmmm…
- Quiero que bailes hip-hop.
- ¿Qué?
- Eso no está prohibido, ¿no es cierto?- se rió.
Me quedé mirándolo fijamente.
- Mira, quizás crees que sólo soy una niña de papá y probablemente lo sea. Quizás no tengo los conocimientos previos necesarios. Pero he cruzado medio mundo y dado la espalda al resto de universidades sólo por una pequeña oportunidad aquí, y no sólo me parece injusto que un inmaduro con pinta de duro me elija como su juguete particular porque se aburre esta mañana, sino que…- estallé.
- Hazlo o estás fuera.- estaba serio.
Lo miré, con una furia que rayaba en las ganas de llorar. Había pasado siglos, meses ensayando esta coreografía y…
- Puedes hacerlo.- indicó. Su voz no dejaba traducir esperanza, ni ánimo, sino simplemente una certeza absoluta.
Tenía ganas de gritarle a la cara, de cercenarle los genitales y colgarlos en la puerta, de pegarle. Pero esta era mi única oportunidad, y no podía tirarla así tan rápido.
- Tú no sabes nada. ¿Estás haciendo esto porque te caigo mal?
- ¿En serio te crees tan importante?
Tocada y hundida. Pero pareció arrepentirse en el último segundo.
- En esto consiste la improvisación, es una prueba ordinaria. Si no te importa, mientras antes dejes de hacerte la víctima antes acabamos.
Qué gilipollas. Mis conocimientos en hip-hop eran nulos, y probablemente él lo sabía. Pero tenía tanta furia dentro, tanta sangre acumulada en el pecho, que me propuse hacerlo bien.
Me sorprende admitirlo, pero salí del paso bastante bien. Traté de aunar todos los conocimientos en danza clásica que poseía, y los pocos que conservaba de hip-hop, principalmente adquiridos por observación. La combinación de ellos dio lugar a una hermosa coreografía, quizás demasiado impregnada de ballet… pero interesante, al fin y al cabo.
Cuando finalicé, sencillamente extenuada, me acerqué con lentitud hacia él y lo miré fijamente. Sabía lo que mi cara, mi pelo, mi olor, mis labios dejaban traslucir por todos los poros. Baile.
"Já.", pensé mentalmente.
- No está tan mal.- dijo con una mueca, como si le costase la propia vida admitirlo.- Pero esto no era ballet. Es cierto que has salido del paso, y de hecho tu coreografía me habría encantado sólo si…- me miró y sonrió, apartando un mechón de mi frente. Me retiré como si me hubieran electrocutado.- … te hubieras olvidado de que yo estaba aquí.- su voz destilaba presunción. Bufé.
- Eres el que me evalúa. Pretendo hacer algo correcto, no pasional.
- ¿Quién ha dicho que no quiero algo pasional?- sus ojos chispeaban. Se estaba divirtiendo mucho, de eso no cabía duda.
- Es hip-hop, no…
- El hip-hop tiene muchísima intensidad. Necesitas aprender a mimetizarte con el estilo.
Encendió el sistema que había incorporado a paredes y techo, y la misma música volvió a comenzar. Se acercó y respiró, muy cerca de mi cara, inclinándose hacia mí.
- Escúchame. Olvida el resto. Olvida que me odias.- susurró en mi oído.
- ¿Te crees tan imp…?
Rió.
- Entonces, olvida lo mal que te caigo y lo incómoda que te sientes conmigo.- acarició lentamente mis manos por la parte exterior y cerró los ojos.- Olvídate de todo.- pensé en irme. En quitármelo de encima. Pero era una orgullosa y no pretendía perder el duelo contra ese tal Cullen…
Mi corazón vibraba con la música. Mi alma.
Abrió mis palmas y yo permití que me tomara de las manos.
Deslizó una sobre mi cadera derecha e insistió para que me moviera de una forma determinada. Suave, rítmica. Casi circular.
- Deja caer las rodillas. Estás tensa.
Bufé.
Tras ensayar algunas posturas y aprender algunos pasos básicos con salto, la canción tocaba a su fin. 16 minutos. Increíblemente larga.
Acarició la línea de mi cadera y deslizó la mano hacia abajo, más abajo, por la parte trasera de mi muslo y mi rodilla. Me miraba expectante, esperando que saliera corriendo, esperando que suspirara, esperando que dijera algo, pero yo no pensaba hacerlo. Aquella sonrisa presuntuosa seguía ondeando en su jodidamente bella cara, y no pensaba quedar como una puritana.
Ante mi falta de respuesta alzó mi pierna y la posicionó en su cintura. El contacto era excesivo para mí, pero no protesté.
Fijando sus pies en el suelo, se acercó más aún hacia mí, y yo alcé la cara. Mala idea. Nuestros labios quedaron muy juntos, prácticamente rozándose.
No sabía qué tenía él, pero me estaba volviendo loca. Su aliento olía muy lejanamente a ron y caramelo y a coco, y me gustaba. Demasiado.
Rodeó por completo mi cintura con su brazo izquierdo mientras seguía sosteniendo mi pierna, y luego descendió casi hasta el suelo.
- ¿Puedes relajarte?- repitió.
Lo intenté, de verdad que lo intenté. Dios sabe que lo intenté… Pero su aliento estaba en mi cuello y mi pierna enredada en su cintura y su mano en la parte baja de mi espalda, y tenía que hacer grandes esfuerzos para no abalanzarme sobre él. Me indigné conmigo misma.
Eso era justo lo que él quería que yo hiciera.
Volvió a elevarme, y yo bajé con rapidez la pierna que me tenía presa. Paré de repente y me alejé dos pasos, tomando aire… La cara me ardía, y los jadeos escapaban de mi boca casi incontroladamente..
- ¿Pasa algo?- Oh, Dios, cómo deseaba borrarle esa sonrisa cínica de la cara.
- ¿No tienes suficiente para evaluarme con esto?
- ¿Por qué has parado?
- Mi tiempo es valioso, Ed…- pero justo entonces él cruzó los dos pasos que nos separaban y yo, sin apenas darme cuenta, retrocedí ante su avance.
- Ya veo. Lo siento, no sabía que te estaba intimidando.-y sonrió de nuevo.- No todo el mundo puede resistirse a mí…
A esas alturas, yo ya lo odiaba. Lo odiaba por ser la persona más petulante sobre la faz de la tierra y por tratarme como a una cría inmadura… pero, sobre todo, lo odiaba porque me atraía, y no podía soportarlo. Lo odiaba porque no me había dirigido una palabra amable desde que nos conocimos, y aún así yo estaba pensando en tener sexo con él… mucho sexo con él.
- ¿Intimidarme?- lo miré a los ojos.- Já.
- Ajam. No te gusta mucho confraternizar con desconocidos, ¿verdad?- podría jurar que su voz tenía un matiz socarrón.
Se que cualquier señorita habría respondido de forma graciosa "No, por supuesto que no, no es eso" y habría reído de forma falsa. Pero yo estaba quemada. Sólo estaba reivindicando mi derecho a no ser una señorita, a ser ruda y vulgar, así que en su lugar…
- La verdad es que no.- mi voz había salido más alta y grave de lo normal, pero me dio igual. No quería hablar con él. Sabía que tenía que huir de aquí mientras antes mejor.
- Oh, vaya.
- ¿No esperabas esa respuesta?- murmuré socarrona.
- Ya sabes lo que dicen: perro ladrador, poco mordedor. – dijo, sonriendo. Debía reconocer que tenía una sonrisa verdaderamente hermosa, pero me daba igual. Grosero.- Sí, me ha sorprendido. Supongo que eso es un punto a tu favor.- volvió a deslumbrarme con sus dientes blanco perla.
- No voy por puntos. No tengo complejo de carnet de conducir.- repliqué.
- ¿Sabes qué?
- ¿Hmhmm?- contesté impaciente.
- A mi tampoco me gusta que de todas las personas que me podrían haber tocado evaluar… haya ido a dar justamente con la estudiante resentida con la vida en general y con los hombres en particular.- me miró.
Allí estábamos, rompiendo todos los esquemas educativos que nos habían impuesto mantener con las personas extrañas. Y, de alguna forma extraña, me gustaba. Esto era justo lo que necesitaba. Discutir. Discutir y llorar mucho, a lo cual no me pensaba rebajar.
Fruncí el ceño, elaborando rápidamente mi discurso de contraataque.
- En fin, de todas las personas calladas y comprensivas que podrían haberme evaluado … vengo a topar contigo, que a leguas eres un engreído narcisista y probablemente un mujeriego subnormal que disfruta el beber cerveza con sus amigotes y presumir de cuántas te has tirado durante la última semana.
- ¿Tienes la regla?
- ¿Te sientes muy frustrado porque no te estoy chupando la polla?
- Sin duda.- murmuró, divertido.- Suponía que eras una de esas gilipollas que se te cuelgan al cuello a la menor oportunidad. De esas que se dejan… intimidar.- rió de nuevo.
- No me intimidas.- repetí.
- Siento decirte que tendrás que aprender a convivir conmigo.- ¿no me había escuchado? ¡No me importaba! ¡Él no me importaba! ¿No le había quedado claro el concepto?- Felicidades, Bella. Eres una alumna nueva de la academia.
Y diciendo esto se giró y caminó hacia la puerta, dejándome confusa y completamente aturdida. ¿Dentro?¿Estaba dentro?¿De verdad me habían aceptado?
