-Princesa de Cheng, manténgase lejos de la ventana o cobrará un gran resfrió.
Con un lastimero suspiro, una joven chica de cabello negro recogido en un bollo con palillos. Sus grandes ojos azules contrastaban con la anciana de ojos rasgados que la regañaba.
-¿Es eso importante?
-Princesa de Cheng, cuando el señor Agreste esté aquí, usted debe estar lúcida y radiante.
La chica rio amargamente.
-Estoy segura de que lo que atrae al Gato Negro de Francia no soy yo, nana.
-¡Princesa de Cheng!
Ésta joven era la Princesa de Cheng. Su verdadero nombre era Marinette, pero tanto eso como sus imperdonables ojos, permanecía en secreto, para proteger el honor de su difunta madre. Marinette era el deshonroso producto del romance de su madre, una princesa china hija de la concubina predilecta del Emperador, con un simple panadero francés. Ella era una deshonra, pero su abuelo la había protegido a petición de su abuela, de modo que ahora ella existía encerrada en la Ciudad Prohibida, oculta del pueblo chino, donde nadie pudiera observar sus vergonzosos ojos grandes y azules.
Ahora, inesperadamente, un hombre de buena cuna y fortuna se había tomado la libertad de escribir al mismo Emperador revelando su conocimiento de la razón por la que la princesa de Cheng permanecía oculta, prometiendo su silencio y rogando la oportunidad de pedir formalmente su mano. Si bien era impensable que una princesa china desposara a un extranjero, y más si ese extranjero no pertenecía a la realeza, también lo era la existencia de Marinette.
-El Gato Negro de Francia -susurró Marinette observando la luna. El hombre se apodaba de esa manera debido a su fortuna en los juegos de azar, que significaba la mala suerte para otros.
-Princesa de Cheng, por favor, cuando Monsieur Agreste llegue, evite llamarlo de esa manera.
-¿Por qué hacen esto? Es obvio que permitirán que me despose, ¿por qué no solo me enviaron con él?
-Es impensable que usted abandone la Ciudad Prohibida, señora.
Sin prestar atención, Marinette sonrió soñadoramente.
-¿Cómo crees que sea Francia? He leído que allí todos tienen ojos grandes y claros.
La nana arrugó el ceño.
-Los europeos son así.
-¿Así? ¿Quieres decir... como yo?
No se sentía herida, estaba acostumbrada a ello, después de todo "Deshonra del Imperio" fue el primer nombre que conoció.
La mujer asintió.
-Cuando este hombre me lleve jamás volveré a ver a mi abuelo.
-Señora, será lo mejor para usted. Irá a un país donde nadie la mirará mal, donde apreciaran su belleza.
-¿Cómo supo este hombre de mi existencia?
-No lo sabemos señora, pero tal vez tenga que ver con su padre.
-¿Mi padre?
-Es muy posible.
Un hombre llamó a la puerta.
-Monsieur Agreste está aquí.
La anciana dio un paso al frente. Un hombre joven de cabello dorado y grandes ojos verdes entró con elegancia.
-Wan an -dijo con un acento casi nativo.
La nana hizo una reverencia.
-Monsieur Agreste -saludó con un aceptable francés.
Marinette ladeó la cabeza con curiosidad mirando al recién llegado.
-¿Princesa de Cheng? -preguntó el francés mirando hacia Marinette.
Nana se aclaró la garganta para llamar la atención del extranjero.
-Perdone, Monsieur, pero debo preguntar, ¿ha ido ya a rendir pleitesía al Emperador?
-He ido, buena mujer, y he tramitado ya lo necesario para hacer de la princesa de Cheng mi prometida. Ahora estoy aquí para conocerla.
Marinette no pudo evitar arrugar el ceño ante la idea de que se hubiera comprometido sin siquiera verla.
-Princesa de Cheng, preséntese a su prometido.
Marinette avanzó. Su mirada y la del extranjero quedaron enlazadas. Él interrumpió el contacto inclinándose para besar su mano. Ella se sobresaltó, siendo que hasta ese día ningún hombre había tenido permitido tocarla.
Él sonrió.
-Lo lamento si la he incomodado, mas se trata solo de un saludo galante en Europa.
Marinette solo asintió.
-No importa. Tengo que aprender eso si viviré en Francia con usted.
Él volvió a sonreír.
-Así es, milady. Temo que el viaje sea demasiado apresurado para usted.
-En absoluto. Deseo irme lo más pronto posible.
El francés sonrió.
-Entonces que así sea. Partiremos mañana por la noche.
Nana se aclaró la garganta.
-Monsieur Agreste, ¿ha discutido eso con el emperador
-Así es.
La anciana arrugó el ceño.
-Lo lamento, monsieur, pero es imposible que partan mañana. La ceremonia de bodas llevará al menos una semana de preparación.
-No hay necesidad. La princesa de Cheng y yo nos casaremos en Francia.
-¡Imposible! La princesa no saldrá de la Ciudad Prohibida sin haberse casado antes.
-He expresado al emperador mi deseo y él lo ha aceptado.
La mujer estaba escandalizada, por lo que Marinette decidió intervenir.
-Nana, si mi abuelo lo ha aceptado, entonces nadie puede oponerse. Partiré con el señor Agreste mañana y nadie puede evitarlo.
-Marinette, ¿deseas manchar más el honor de tu madre? Le suplico, monsieur, que perdone la rudeza de mis palabras, pero esto es un escándalo.
-Lo comprendo, pero como la princesa ha dicho, no puede hacer nada.
El gato negro de Francia se retiró con esas impertinentes palabras.
-Nana, debo ir a dormir. El viaje a Francia es largo, según sé.
-Marinette, cuídate mucho de hablar sobre tu origen. Y mantente muy reservada de ese hombre.
-Nana, él será mi esposo, en un lugar que desconozco totalmente, si no puedo confiar en él, ¿entonces en quién?
La mujer le tomó las manos con expresión preocupada.
-Marinette, al menos, conócelo antes de confiarle todo.
-Lo haré, nana.
La princesa se retiró a su alcoba.
-Adrien, ¿estás completamente seguro de lo que estás haciendo?
-Totalmente, Nino. Me casaré con la princesa de Cheng estando en el barco, según lo planeado.
Un chico moreno negó con la cabeza.
-Adrien, ¿qué es "según lo planeado"? Esa chica es una deshonra para el Imperio, ¿qué esperas recibir a cambio?
-De la corona, nada.
-¿Entonces? ¿Acaso se trata todo esto de Nathaniel y Theodore?
Adrien se sonrió.
-Quizá.
-¡Adrien! ¿Cómo puedes tomarles importancia? Sabía que no debería haberte hablado de Marinette...
-¿Toda la Academia de Artes sabe sobre ella?
-De ella como una leyenda.
-¿Y como una verdad?
-¡Eso ya lo sabes! Luka, Nathan y yo.
-¿Y mi padre?
El otro arrugó el ceño.
-No lo sé. Me prohibió hablar sobre ella, así que creo que sí lo sabe, pero lo niega.
El gato negro sonrió.
-Veremos su cara cuando se enteré de que me casé con ella. Y las de Luka y Nathaniel.
-Y Lila.
Inmediatamente, el rubio volvió la mirada hacia su amigo.
-Nino, te...
-Ya sé. No lo mencionaré de nuevo.
Un silencio tensó se instaló entre ellos.
-Sabe, monsieur Agreste, debería volver a la Academia.
-Jamás.
Nino Laheffe era su mejor amigo, alumno en la academia de artes de su padre, un prestigioso diseñador francés. Todos sus conocidos habían pasado por allí, no podías llamarte parisino si no sabías de algún arte. Él, sin embargo, no había terminado, era el infame Chat Noir, el gato negro de Francia. Había andado en todas las ramas de la academia sin terminar ninguna: en pintura con Nathaniel, en escultura con Theo, en música con Luka y Nino y en teatro... con Lila.
Lila.
Era una mujer preciosa, de indiscutible intelecto. Ella era como él, despiadada, manipuladora, fría, inteligente y encantadora, pero existía una diferencia: él se había enamorado de ella, pero ella no, ella había fingido algo que no era, ella lo había usado, él le había proporcionado todo lo que ella había pedido, habría muerto por Lila si ella lo hubiese pedido, mas ella, por otro lado, lo había engañado, con muchos, se había quejado del maltrato y las escasas atenciones de Adrien, llorándolas como si fueran ciertas. El gato sacudió la cabeza. No había permanecido en la Academia el tiempo suficiente para escuchar de la leyenda, pero Nino y Lila le habían contado mucho y desde que escuchó a esos imbéciles de Luka y Nat anhelar por la misteriosa princesa de Cheng, y antes a Lila enfurecerse por su mera mención, decidió que iba a ser suya. Escribió al emperador de China y pidió su mano, sabiendo por las descripciones detalladas de Nino y las palabras despectivas de Lila cual sería el aspecto de la mística mujer que se disponía a desposar.
Con una sonrisa fría, se preparó para dormir.
Al día siguiente, Marinette observaba a sus criadas guardar ropas en un baúl.
-Nana, ¿qué es esto?
-Sus vestidos, señora.
La chica alzó impactada la vista.
-¡¿Qué?! ¡Pero son tan...! -bajó la mirada buscando un sinónimo menos rudo de la palabra indecente.
La nana sonrió.
-Lo sé, princesa, pero eso es lo que usan las mujeres francesas, allá no es indecente.
Ella sonrió.
-Ya veo. ¿Puedo llevarme este puesto?
La mujer hizo una mueca.
-Si ese es su deseo, pero lleve una capa nuestra hasta que esté en el barco. Buscaré a una concubina que la arregle.
El vestido era más bien sencillo, de caderas no tan amplias como los vestidos de fiesta, de tonos agua y azul pastel. Combinaba con sus ojos y su cabello negro. Se colocó su capa encima para esconder su vestimenta.
-Gracias.
-Adrien, me informan que tu prometida esta lista para irse, ¿voy ya a recogerla?
-Ve, Nino, los esperaré en mi carruaje.
-Adrien, un carruaje francés llamará mucho la atención, creo que deberías esperar en el barco y dejar que ella llegué allá.
-Es por eso, que nadie te considera galante, mi querido amigo.
El moreno arrugó el ceño.
-Como quieras.
Se llevaron a cabo los preparativos y Nino se fue rápidamente a buscar a Marinette.
-Su alteza, mi nombre es Nino Lahiffe, la llevaré al carruaje que la transportará al barco.
La chica pidió un momento y se volvió hacia su nana.
-Adiós, Nana. Por favor dile a mi abuelo...
-Lo sabe, Marinette. No te olvides de él ni de ninguno de nosotros. Quiera el cielo que tu esposo te permita volver a visitarnos.
La joven sonrió.
-Eso espero.
-Cuídate mucho, mi niña.
Marinette miró a todas sus criadas y su nana a modo de despedida antes de volverse hacia el francés moreno y partir.
-El viaje será largo, princesa, -habló él en chino- monsieur agreste ha traído dos maestros para enseñarle el comportamiento de una dama francesa y el idioma en la medida posible.
-Gracias, monsieur Lahiffe, pero creo no será necesario aprender el francés, puesto que lo he estudiado casi toda mi vida -respondió ella en francés.
El moreno sonrió.
-Excelente, a su prometido le alegrará saber eso.
Dos carruajes esperaban al final del camino, Adrien bajó del primero y saludó a su prometida con un gesto galante.
-Su Alteza -le ofreció su mano para subir a un carruaje.
El trayecto fue silencioso, pero no incómodo. Adrien revisaba un par de hojas, permitiendo a Marinette observarlo. Su cabello era dorado y de aspecto suave, su piel pálida y sus ojos verdes brillantes le daban un aire fantasmal. Su rostro afilado lo hacía ver muy duro.
Intimidada, bajó la vista antes de que él se percatara de que lo miraba.
Una vez en el puerto, los carruajes, el equipaje y las provisiones fueron rápidamente subidos al barco de los franceses. Adrien se olvidó de su mujer por un largo rato, que dio a Nino la oportunidad de hablar con ella nuevamente.
La chica se encontraba mirando el mar mientras el barco zarpaba. La tierra que jamás conoció pero que no dejaba ser la suya se alejaba lentamente.
-Su alteza.
Se volvió y vio a Nino.
-Monsieur Lahiffe
-¿Cómo se encuentra?
-Bien, gracias.
-He venido a explicarle como se darán las cosas a partir de ahora.
-¿A qué se refiere?
-Yo cuidaré de usted, cualquier cosa que necesite solo debe pedírmela. Recibirá sus clases en su camarote, donde dormirá hasta el final del viaje. Su boda será celebrada un día antes de llegar a Francia. ¿Tiene alguna pregunta?
Marinette negó.
-Vaya a descansar, le mostraré su camarote. Allí encontrará una criada a su servicio.
-Gracias.
