«-Por lo que sabemos, puede que todo esto sea un sueño.
-Pero no debemos precipitarnos. Todo puede tener una explicación más sencilla.
-Sea lo que sea, tengo que darme prisa. Mi madre me está esperando.
Él la acompañó hasta la puerta. En el momento en que se marchaba él le dijo:
-Volveremos a vernos, querida niña.
Al instante siguiente, la puerta se había cerrado tras ella.

...tan vacía y falta de contenido como la pizarra antes de entrar el profesor en la clase...»

Jostein Gaarder


Capítulo 1

(o una especie de prólogo)

Sabía sobradamente que se había comportado de la peor forma posible. Había odiado, lastimado y asesinado. Había roto cuerpos y corazones, incluso el de su propia hija. Pero siempre en el fondo se había creído un ser sin maldad en el corazón. O tal vez no. Pero el hecho es que algo le había sucedido. Se había sacrificado por su pueblo. Había muerto, sí; eso era verdad y hasta pronunciarlo le raspaba la lengua. Ni siquiera a él se le ocurría la importancia que tendría este hecho para el designio de los Valar, y quizá lo llegaría a comprender alguna vez.

Pero el caso es que algo había sucedido. La separación del cuerpo y el espíritu había sido sumamente dolorosa. Las estancias de Mandos no eran un lugar tan agradable como se decía, o si se podía llamar lugar; puesto que no tenía materia ni tiempo sino una suerte de morada de espíritu inmortales. Inmortalidad. En verdad esa naturaleza tenía un sentido amplio. Le suplicó a Manwë, había expiado sus culpas, y ahora era diferente. Había renacido, en el sentido más literal; y su poder había crecido considerablemente. No solo por tratarse de un excelente guerrero, sino que su comprensión llegaba más lejos y sus emociones habían logrado la armonía. Así y todo seguía siendo capitán, eso le hubiera molestado a su "otro yo", pero ya no.

Rivendel era un lugar bonito. Por supuesto que no se comparaba con el esplendor de Gondolin, pero un pueblo tan nuevo necesitaba de un ejército nuevo; y allí estaba él. Aquel día no tenía nada para hacer, entonces salió a los jardines donde sabía que tenía lugar el entrenamiento de los reclutas. Quizá pudiera ayudar en algo, pero en verdad deseaba acallar las voces de culpabilidad que inundaban sus sentidos. Un orgulloso teniente observaba las pruebas de los potenciales reclutas. Los llamaba uno a uno y observaba su habilidad con la espada, el arco, sus maniobras defensivas, y demás. No parecían ser muy buenos. La expresión del teniente mostraba que no estaba nada complacido. El capitán avanzó hasta su lado y saludó educadamente.

-Buenos días, Lindir –resopló.

-¿Buenos? No. Estos muchachos son malos –el capitán intentó sonreír, pero sabía que no era oportuno-. Ya nada es como antes. Ni los guerreros ni las armas son tan buenos, me temo.

-Tampoco las fuerzas del mal –aventuró Glorfindel, en un intento de animar a su compañero de armas.

-¡Siguiente! –gritó el teniente ofuscado cuando el recluta falló de la forma más estrepitosa. Se quedaron observando en silencio, y era cierto, cada uno era peor que el anterior. Ahora hasta el optimista capitán resoplaba de hartazgo, entendía por qué al teniente le habían quitado el buen humor desde tan temprano.

El capitán dejó de prestar demasiada atención y comenzó a tramar el modo de irse de allí sin ofender a Lindir, necesitaba alguna buena excusa. En ese divague estaba cuando algo llamó su atención. Uno de los muchachos que se probaban para el ejército de Rivendel, de todos modos con la misma armadura y el mismo casco todos se veían iguales desde esa distancia. Pero algo había diferente, tenía una espada magnífica, casi tan larga como toda su estatura. Brillaba como el hielo más puro y cortó todos los maniquíes con toda facilidad. Era una espada de Gondolin, por Varda. Se maravilló al saber que no todo lo que él había conocido había desaparecido. Esa arma era un pequeño trozo de su pueblo, y le estrujó el alma. ¿Cómo diablos un recluta de poca monta podía costearse algo así? ¿O de dónde la había sacado? De pronto deseaba saber todo de él.

-Necesito algunos de ellos para mi patrulla, ¿crees que podrías dejarme hacer pruebas luego? –inquirió.

-¿Sólo los mejores para ti, Glorfindel?

-Sólo los mejores –repitió, y por un momento le pareció percibir que el teniente le tenía una cierta envidia.

-Quieres a ese –marcó la última palabra con evidente desagrado, pero el capitán no se dejó intimidar.

-Sí, si no es molestia –por primera vez en el día, sonrió.

-¡Recluta! ¡Aproxímese! –gritó Lindir con potencia y algo de molestia en el fondo. El joven se acercó caminando hasta llegar a una distancia prudencial de los dos oficiales, haciendo una pequeña reverencia. Entonces se quitó el casco, y el capitán abrió muy grandes los ojos.

-A su servicio –dijo con firmeza y decisión. Pero el elfo se quedó callado. Esa mirada ya la había visto antes. Ese azul elegante, profundo, helado… y de alguna manera cálido, amigable incluso. La forma de su mandíbula, sus labios, hasta la larga melena de oro que caía para formar suaves rizos en las puntas. Todo eso ya lo había visto, igual que la espada que portaba. La había forjado con sus propias manos, estaba muy seguro de eso. No podía estar equivocado. Pero ella, ¿era posible?

-¿Cuál es su nombre, recluta? –inquirió cuando hubo recuperado la firmeza.

-Elennim, señor –respondió con seguridad. Eso lo confirmó, ya no tenía duda alguna. ¿Por qué era tan fría? ¿Lo odiaba desde antes de conocerlo, o no sabía nada de él? En todo caso, esa frialdad tan cálida también la había visto. La había conocido demasiado bien hacía tantos años. Intentó sobreponerse de la sorpresa, ante la mirada desconcertada del teniente, y volvió a intentar.

-¿De dónde has sacado esa espada? –la elfa subió una ceja y esbozó una sonrisa irónica. Ese gesto, maldita sea, no era posible.

-Es una herencia de mi madre, señor –se sintió desfallecer pero no lo demostró. No tenía ya duda alguna. Quizá era esta la respuesta que buscaba para acallar las culpas que lo consumían por las noches, para redimirse en la Tierra Media como ya lo había hecho en Valinor.

-Bien –contestó fríamente-. Felicitaciones, es usted parte de mi patrulla –Elennim sonrió y estrechó la mano del capitán; pensando que en verdad las pruebas no habían sido tan difíciles. Se tomó el resto del día para instalarse en la nueva ciudad, sonriendo por haber encontrado un nuevo hogar.


Bonjour, mes amis! Pues bien, ¿qué les parece? Es un experimento. Nunca se me hubiera ocurrido seguirla. Ah, claro, quizá sería mejor leer primero Un viaje, un destino. Pero creo yo que perfectamente se puede leer en forma independiente. Creo que el experimento radica en el personaje de la mujer guerrera sin que se convierta en Mary Sue, caracterización a la que le huyo como si Morgoth me soplara la nuca.

Por favor, cuentenme que opinan, que onda, pleeease! =D Eso se traduce a pedir que dejen review!

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Au revoir, je's adore à tout le monde! Bisous!