La saga Crepúsculo, así como sus personajes, son propiedad de Stephenie Meyer. Esta historia me pertenece, todo lo escrito en ella es original y está inspirada en El Rey Pico de Tordo, obra de Jakob y Wilhelm Grimm.
CAPÍTULO 1
Si esto fuera el típico cuento de hadas, la historia iniciaría con la frase: "Había una vez…". Pero no son los cuentos de hadas las historias que abundan en el mundo, son los hechos cotidianos, nuestras acciones y pensamientos quienes forman el cuento de cada vida.
Esta historia inicia en la mañana del 11 de septiembre de 2001, un martes cualquiera en los Estados Unidos de América. A las afueras de la capital política de la nación, Washington D.C., las niñas Isabella Swan y Renesmee Swan bajaban de la limusina en la entrada de su exclusivo colegio. Faltaban diez minutos para las ocho de la mañana y la agitación de los estudiantes de primaria que llegaban y la cantidad de carros que entraban y salían del lugar estaba en su máximo apogeo.
Como era normal, los choferes de las adineradas y políticamente poderosas familias de la zona eran quienes llevaban a los inquietos niños a su centro de estudio. Eran contados con los dedos de la mano los pequeños que iban con sus padres, o con al menos uno de ellos. De resto, la mayoría de esos progenitores ya estaban en sus respectivos lugares de trabajo como el Capitolio, las oficinas de los honorables Senadores e inclusive alguno que otro trabajaba en la Casa Blanca. Otros se dedicaban a dirigir sus respectivas empresas, y como no, casi todas vinculadas con la vida política de la ciudad.
Antes de ingresar al colegio, Isabella, de diez años, le arregló la corbata a su pequeña hermana. Renesmee, a la edad de seis, no se entusiasmaba mucho por despertarse temprano, mucho menos era cooperante con su nana cuando ella la alistaba para ir al colegio. Isabella sentía lo mismo, pero como hermana mayor trataba de dar el mejor ejemplo.
—Por favor, Renesmee. Por lo menos quédate quieta cuando Tanya te arregla para venir — le pidió Isabella, casi a manera de ruego. Terminó de alisar el uniforme de su hermanita y agregó —: Mira que Tanya es muy buena contigo. No le hagas pasar un mal rato, ¿si?
—Yo quiero mucho a Tanya — repuso Renesmee con seriedad —, por eso no pataleo, ni grito, ni nada. Sólo me muevo un poquitín… Y a ella le gusta.
—Bueno, algunos de los sirvientes de la casa pueden verte cuando estás de saltarina y puede contarle a papá y mamá…
—Bella, si alguien me delata, le pego un puño.
Bella puso los ojos en blanco. La mente de Renesmee estaba llena de escenas de ánime japonés con tipos que se les volvía el cabello rubio para tener más súper poderes.
—Nada de violencia, ni de puños, ni de súper patadas — le advirtió Bella, cuando reanudaban el paso para ir cada cual a su salón de clases —. Las niñas no peleamos. A mamá no le gusta.
—¿Cuándo regresa?
—Este… Creo que el viernes. Se lo escuché a papá de casualidad. Esta mañana salía de Boston hacia Los Ángeles.
—¿Alcanzará a traernos algo de Disneyworld? — preguntó la niña con interés.
—No sé. Creo que queda un poco lejos de Los Ángeles.
Renesmee hizo una mueca de desaliento, mientras un niño de raza nativa americana se acercó a ellas.
—Hola, Bella — saludó el niño con una enorme sonrisa —. Hola, Nessie — dijo a la más pequeña, dándole un empujón en la espalda a manera de saludo.
Renesmee trastabilló un par de pasos al perder el equilibrio.
—¡Jacob! — lo reprendió Bella, tanto por el empujón a su hermana como por ese sobrenombre que a su concepto era tan asqueroso.
—Perdón, Nessie, a veces se me va la mano — le dijo Jacob a la niña, acomodándole el morral que se le había torcido debido al empujón. Luego miró a Bella —. ¿Qué ha dicho tu papá sobre la visita al museo el domingo?
—Dijo que le parecía bien — contestó Bella —. Le dije que el senador Black iría con nosotros.
Jacob emitió una risita.
—Y pensar que yo lo conozco como papá…
Billy Black, el padre de Jacob, era senador por el estado de Washington. Ambos eran oriundos de un pueblito llamado Forks, ubicado en la mitad de la nada. Pese a eso a Billy Black siempre lo conocieron como un político progresista en su región, además de ser un gran activista ecológico, promulgando programas de crecimiento económico con alternativas ecológicas sostenibles; hasta que dos años atrás había sido elegido como representante del estado en el Capitolio.
—Si, bueno, él quiere que vaya alguien más, creo que nos mandará con Tanya — dijo Bella.
Pese a su corta edad, ella era consciente que Charlie Swan no veía con buenos ojos al senador Black, ya sea por su raza o por luchar con tanto esmero por controles de gases tóxicos en las fábricas que a su concepto disminuiría su productividad, o porque simplemente a Charlie no le gustaba cualquier persona del partido Demócrata.
—Está bien. La exposición de la familia Tudor y de Isabel I es alucinante… O eso me han dicho — reconoció el niño, encogiéndose de hombros.
Caminaron un poco más, mientras Renesmee los acribillaba con preguntas de la tal Isabel esa, algo a lo cual no pudieron responder con claridad. En el segundo piso se detuvieron frente al salón de la menor de las Swan. En ese momento pasaron Jessica Stanley y Lauren Mallory, compañeras de clase de Bella y Jacob. La niña se despidió de su hermana y aprovechó seguir de largo con el par de niñas que le preguntaron sobre la tarea de geografía.
—Me perdonas, ¿verdad? — le preguntó Jacob con timidez a Renesmee.
La niña asintió con decisión.
—Tendré más cuidado la próxima vez, lo prometo.
Renesmee sonrió y se sonrojó un poco.
—Si vuelves a hacerlo, te pateo — prometió la chiquilla.
En el salón de Bella, siendo las nueve y media de la mañana, en plena clase de geografía, el parloteo del profesor fue interrumpido por la voz del director en el altavoz.
—A todos los alumnos, por favor recojan sus cosas y salgan en orden de los salones. En unos minutos vendrán por ustedes para ir a casa. No corran, no griten, y no jueguen en los pasillos.
Bella le dirigió a Jacob una mirada interrogante. El niño encogió los hombros. Sea lo que sea que hubiera ocasionado el regreso a casa tan temprano, era bienvenido.
Al salir al pasillo, atiborrado de niños de todas las estaturas y todas las edades, avanzaron lentamente. Los profesores guiaban y ponían orden ante cualquier síntoma de mocoso revoltoso. En cuanto llegaron al salón de Renesmee, esta los esperaba a un lado de la puerta. Bella la tomó de una mano y Jacob de otra, y siguieron avanzando para salir del edificio.
Alcanzaron a escuchar conversaciones sin sentido, todas ellas en tono de asombro o incredulidad.
—Los aviones en las torres no son de ningún accidente…
—El Pentágono también fue impactado…
—Todo en Washington ha sido evacuado…
—Incluso en la Casa Blanca…
—¿Qué pasa? — preguntó Renesmee, frunciendo el entrecejo.
—Los adultos y sus cosas — le dijo Jacob, y soltando su mano la rodeó en los hombros.
Renesmee se recargó levemente sobre él, sin soltar a su hermana.
Bella también quería saber qué ocurrió. Por qué los adultos estaban tan serios, algunos de ellos con mirada de angustia y sobre todo, al llegar a la entrada del colegio, por qué tanto caos en los automóviles que recogían a los alumnos.
Choferes apurando a los niños a que subieran, limusinas y camionetas atravesadas, pitos allá y acá… Parecía la hora pico en el centro de la ciudad.
—Vengan, sentémonos bajo ese árbol, de allí veremos cuando vengan por nosotros — les indicó Jacob.
Esperaron pacientemente mientras llegaron por ellos. El senador Black fue personalmente por Jacob. En cuanto lo vieron percibieron que algo realmente importante ocurría en esos momentos. Su rostro serio y la mirada triste reflejaban la preocupación muda que albergaba su mente. No habló al respecto, en todo caso no dijo gran cosa. Los Black esperaron a que Garret, el chofer de los Swan, recogiera las niñas.
Cuando se dirigían a su casa estilo victoriano, ubicada en los suburbios de Washington, Bella no dejaba de preguntarse la razón por la cual el ambiente se sentía tan triste, tan tenso. Sólo horas después se enteró que esa mañana su país había sido atacado, que la historia del mundo había cambiado, y que su madre, Renee Swan, era pasajero del avión American Airlines que impactó contra una de las Torres Gemelas en Nueva York.
Septiembre 11 de 2015
Bella ingresó a la limusina, donde su padre la esperaba para dirigirse al servicio religioso y conmemorar los catorce años del fallecimiento de Renee. Iniciaría a las ocho con veinte minutos, hora en la cual el vuelo 11 de American Airlines había impactado la torre Norte del World Trade Center. Bella, vestida con un elegante pero sencillo traje blanco de pantalón y chaqueta de Chanel, cruzó las piernas con impaciencia.
—Es el segundo año que tu hermana no se aparece para el servicio — reprochó Charlie.
Bella puso los ojos en blanco.
—Porque tú no la invitas, papá.
—Este tipo de eventos no necesitan invitación.
—Se necesitan desde que eres prácticamente repudiado por tu familia.
—¿Qué más querías que hiciera? — inquirió Charlie con furia contenida —. Esa mocosa se fugó de la casa con tu amiguito en cuanto fue perfectamente legal. Me costó mucho evitar el escándalo por su comportamiento.
Bella resopló. A ella le parecía genial, completamente maravilloso, que Renesmee se hubiera ido de casa una semana después de ser mayor de edad, más sabiendo que con Jacob iba a tener la vida tranquila y llena de amor que tanto les había faltado en los últimos años.
Desde la muerte de Renee en los atentados terroristas del 11 de septiembre, la casa se convirtió en algo más aburrido y monótono que un monasterio. Los silencios abundaban, las caras hurañas de Charlie eran el pan de cada día y las estrictas y estúpidas reglas que había instaurado desde ese entonces eran el premio a lo ridículo. Estudiaba con detenimiento las hojas de vida y el árbol genealógico de todas sus amistades de Georgetown; controlaba sus tarjetas de crédito, ya que él las pagaba; estaba segura que la seguían para saber si había cambiado de religión y se había convertido en una fundamentalista islámica… Si antes de la tragedia era un padre frío, después de ella se transformó en un padre completamente congelado. Si mostraban las buenas notas del colegio no decía nada, si por horror le llegaban reportes de una nota mala o un mal comportamiento eran severamente castigadas. Con Charlie no se podía hablar de algún tema, ni siquiera de los cambios en la política de su amado y adorado partido Republicano.
Al final tuvo que inventar muchas excusas de la ausencia repentina de Renesmee en su círculo social, y para que entre ellas no hubieran contradicciones, la premisa principal es que la jovencita había viajado a Europa a estudiar. No estaba tan alejado de la realidad, porque ella estudiaba Ciencias Políticas en Alemania; pero al relato le hacía falta la parte donde se fugaba con Jacob Black, el hijo del senador Billy Black, y le faltaba la parte romántica que relataba su matrimonio como los novios fugitivos de una novela romántica histórica, en Gretna Green, Escocia.
—Llamarla a Alemania e invitarla al servicio no va a costar de más de cincuenta centavos el minuto. No creo que seas tan tacaño.
—Me va a costar mi orgullo.
—Es tu estúpido orgullo el que te tiene así, papá.
—¡No me hables así, jovencita!
—¿Quieres que te lo pinte con flores y unicornios? — replicó ella.
—Ya me estás hartando con tu comportamiento altanero de los últimos meses…
—Vaya novedad. Soy consciente que desde hace mucho soy tu estorbo.
—Por supuesto que lo eres — admitió él sin una pizca de arrepentimiento —. No trabajas, ni siquiera tienes un novio, seguramente porque no sabes freír ni un huevo. Te limitas a ir a clase a en una universidad extraordinaria y de lo cual no has sacado provecho. Eres inútil en todos los sentidos, sólo gastas y gastas mi dinero.
—¡Es mi dinero!
—Te equivocas, jovencita. Es mi dinero.
—Entonces todo es te drama es por tus cochinos dólares… ¡Que tacaño eres!
—No parecen ser tan cochinos cuando los gastas a manos llenas — replicó Charlie —; y no solo eso, eres déspota con mis amistades, personas importantes para la vida de esta nación…
—Algunos políticos y empresarios de pacotilla.
—Esos políticos de pacotilla serán el día de mañana senadores, secretarios de algún departamento en la Casa Blanca, incluso Presidente…
—¡Por favor, papá! Los ciudadanos de esta nación no somos tan ciegos e ignorantes como para elegir a un mequetrefe como presidente.
—¡Basta! No voy a llegar alterado al servicio religioso por tu culpa, mucho menos con los Cullen allí.
—Tienes razón. Y yo no pienso asistir con el genio que tengo para ofender la memoria de mi madre. ¡Garret, detente!
La limusina frenó en seco. Bella abrió la puerta y mientras salía le gritó a su padre:
—¡Búscate una amante que te quite el mal genio!
Luego azotó la puerta y la limusina siguió su camino.
La calle, rodeada de grandes mansiones, estaba desértica. Bella respiró profundo y dejó que un par de lágrimas se resbalaran por sus mejillas. Se sentó al borde del andén, sin importarle su hermoso y costoso traje. Definitivamente no iría al servicio religioso, no podía aparecerse así de alterada a algo tan importante. Seguramente Charlie la excusaría afirmando que estaba de pocos ánimos para estar presente. Debía reconocer que su padre era lo suficientemente hipócrita para poner una buena cara ante todos, y un magnífico mentiroso para encubrir lo que en realidad pasaba.
Era mejor así, no quería ver a nadie, mucho menos a una familia de la que siempre le habían hablado maravillas como los Cullen.
Eran de Boston, cuando Renee viajó a esa ciudad era para visitarlos a ellos, especialmente para visitar a su gran amiga, Esme. Bella no los culpaba de las circunstancias que rodearon la tragedia de los Swan, los únicos culpables eran los fanáticos del Islam que daban una interpretación trágica y mártir a la escritura sagrada del Corán.
Bella tomó su celular y le marcó a su hermana en Berlín. Como Charlie pagaba la factura, no le preocupaba lo que se demorara. Por el contrario, entre más, mejor.
—¡Bella!
—¿Cómo supiste que era yo?
—El identificador de llamadas indicó un número que aquí no existe, y tu eres la única persona que me llamaría desde el exterior. ¿Qué tal va tu día?
—En las pocas horas que va, bastante mal. Es la primera vez que no estaré allí.
—¿Qué ocurrió? — preguntó Renesmee, sabiendo lo que significaba ese "allí"
—Discutí con papá cuando salíamos de la casa. Lo mismo de siempre, ya sabes.
—Si, que tu lo consideras un cajero automático y que no sirves para nada.
—Hay algo más agregado a la ecuación.
—Dispara — la animó Renesmee.
—Me reprocha el trato que le doy a sus amistades. Todo porque no les rindo pleitesía ni les limpio sus zapatos.
—Pero mira que exigente está… Y yo de ti no diría "les limpio los zapatos". Eso tiene un nombre, hermana, y es lamberles el cul…
—Si, imagínate… — la interrumpió Bella con la voz ahogada.
—Llora, Bella. No te guardes nada. Y ya sabes, alista tus pertenencias que yo te espero aquí en Alemania.
—Debo quedarme un poco más, hasta terminar la universidad… — alcanzó a decir ella antes de romper en llanto.
Al finalizar el servicio religioso, la familia Cullen se acercó hasta Charlie. La ceremonia año tras año iba perdiendo asistentes, y Charlie era consciente que el morbo de la gente y su curiosidad disminuían con el tiempo. Algunos le preguntaban el por qué, después de catorce años, había ceremonia. Para la gran mayoría de cristianos luego del quinto año del fallecimiento de su ser querido dejaban las misas prácticamente olvidadas; cada cual seguía con su vida. Pero para Charlie el olvido de su amada esposa no era permitido, mucho menos permitía que la sociedad olvidara la tragedia de su prestigiosa familia. La ceremonia, como siempre, se celebró en la capilla del Colegio de la Congregación del Santísimo Redentor, al norte de la ciudad, pero a las últimas sólo asistían sus amigos más allegados, y era la primera vez que algún Cullen estaba presente en Washington. Siempre era él quien los visitaba en Boston. Bueno, en realidad en los últimos catorce años los había visitado unas tres veces.
Carlisle Cullen, tomado de la mano de su esposa Esme, encabezaban el grupo. Era uno de los más prestigiosos abogados de Boston y su bufete, Cullen e Hijos, había sido contratado recientemente por la secretaría de Salud para que los asesorara legalmente. Debido a esto se habían instalado por tiempo indefinido en la ciudad.
Con ellos estaba el hijo mayor de la pareja, Edward. También abogado como su padre, Edward se había especializado en derecho migratorio. Era alto, delgado, de cabello color bronce completamente desordenado. Poseía los ojos verdes más intensos que Charlie hubiera visto en su vida, dándole un aura enigmática pero enérgica. Luciría más joven si no llevara una barba tipo candado adornando su cara. Al lado de él estaban los gemelos Jasper y Rosalie. Él con un aire de que el mundo era lo más aburrido del mundo, ella con el porte y el rostro que harían llorar a una súper modelo. Jasper era especializado en derecho comercial, Rosalie era abogada de familia. Ellos estaban impecablemente vestidos, parecían sacados de un aviso publicitario de Tom Ford. Ellas con la elegancia y sofisticación, como si Carolina Herrera las asesorara personalmente.
—Charlie… hermosa ceremonia — le dijo Carlisle.
—Gracias, amigo mío.
—¿Dónde esta Bella? — preguntó Esme — ¿Asistió?
Ninguno de los Cullen había visto personalmente a Bella como adulta, era normal que creyeran que podría encontrarse en la capilla. A decir verdad tenían unas cuantas fotos suyas, y esas eran de cuando cursaba segundo año de Negocios Internacionales en Georgetown. No había cambiado tanto en los últimos tres años, pero la gente siempre es diferente en persona a lo que es su imagen en una foto.
—No se encuentra aquí. De hecho, no asistió.
—¿Está enferma? — inquirió Carlisle.
—De carácter — contestó Charlie —. En los últimos meses hemos discutido bastante, su actitud ante la vida me tiene bastante contrariado. Pero no es el sitio para hablar de eso. Los invito a un café.
—Declinaré su invitación, Charlie — le dijo Jasper con seriedad —. Quizás para otra oportunidad.
Se despidió de él estrechándole la mano. Rosalie acompañó a su hermano, antes despidiéndose de Charlie con una leve inclinación de la cabeza y una sonrisa austera. Tuvo que hacer todo su esfuerzo para no mirarla con suspicacia y evitar ofender así a Carlisle y Esme. Rosalie Cullen era una versión más adulta de lo que sería Bella en unos cuantos años si no corregía pronto su actitud altanera, claro que las diferenciaba dos cosas: era rubia y era útil.
Charlie no tenía planeado contarle a los Cullen lo que estaba ocurriendo con Isabella, para él era bastante vergonzoso que los demás se enteraran del comportamiento altanero y arrogante de ella, y sobre todo del escaso control que como padre había tenido sobre su espíritu orgulloso y rebelde. Pero al pensarlo bien, necesitaba de aliados o por lo menos de personas que comprendieran lo que planeara para darle un escarmiento a su hija y bajarle, literalmente, los humos, ante su actitud crítica, despectiva y grosera con sus amistades de negocios.
En cuanto diera inicio con "el aprendizaje", Bella correría a los brazos de Esme Cullen, confiando en la mujer como entrañable y apreciada amiga de Renee. Pero Charlie iría unos diez pasos por delante de ella, y disminuiría cualquier signo de protección en el cual su insolente hija pudiera ampararse.
...
FIN DEL CAPÍTULO
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