Antes de leer: Bienvenidos a mi nuevo fanfic, espero que os guste.

Recordad que Saint Seiya es propiedad de Masami Kurumada, Shueisha y Toei Animation.

Capítulo 1:

Después de haber dado varias vueltas sin encontrar a nadie, finalmente encontró lo que buscaba. O más bien a quien buscaba. Junto a él, un niño pequeño de pelo oscuro y de rasgos orientales.

El hombre avanzó tembloroso hasta estar a una distancia prudencial. Seguramente doblaba en edad al otro, que no debía ser más que un adolescente, pero aún así le tenía mucho miedo. ¿Cómo no tenerlo de un Santo de Oro? Y no de uno cualquiera, ¡sino precisamente de ese Santo!

Miró a su derecha, el niño seguía a su lado. Tenía la boca abierta. El chico los estaba mirando de arriba a abajo, con los brazos cruzados. Pobre criatura, vivir a partir de ese momento con aquel psicópata. ¡Cómo se alegraba de no ser más que un soldado!

- ¿Y bien?- preguntó con desgana el joven, moviendo un pie sin cesar, impaciente.

- Vengo desde El Santuario, mi Señor- anunció el soldado, con voz temblorosa.

Deathmask puso los ojos en blanco.

- Eso ya lo sé.

El soldado dudó e incluso retrocedió al ver como el Santo de Oro de Cáncer se acercaba.

Pero no le miraba a él, miraba al niño.

- ¿Es este?- preguntó, inquiriendo con la mirada al soldado, quien apenas acertó a afirmar levemente con la cabeza-. ¿No es un poco mayor?- el niño se mordió el labio-. No le quiero aquí- sentenció, a ver si conseguía deshacerse de los dos pronto.

- Son órdenes del Sumo Sacerdote, Señor...

Deathmask le miró con odio, el soldado deseó con todas sus fuerzas que la tierra lo tragase en ese instante.

- Podría matarte, ¿sabes?- le preguntó. El soldado bajó la cabeza, asustado-. Podrías formar parte de mi colección- añadió. El soldado empezó a temblar. Había oído muchas cosas sobre ese Santo y, francamente, no quería comprobarlas. Finalmente, Deathmask suspiró con resignación-. Vete- ordenó.

No esperó que se lo dijeran dos veces, apenas escuchó la orden, salió corriendo, lo más rápido que pudo. Cuanto antes saliera de Sicilia mejor.

El niño estuvo tentado de ir tras él, pero la voz de Deathmask se lo impidió.

- Eh, Niño, ven aquí- le ordenó. Él obedeció-. ¿Cuál es tu nombre y cuántos años tienes?- el niño no respondió, pues no se atrevía-. No voy a matarte, al menos no por ahora- añadió.

- Mei- anunció, con voz temblorosa-. Mei Kido- Deathmask arqueó una ceja-. Tengo nueve años.

- "Si que es mayor, sí"- pensó el italiano-. Óyeme bien, Mei, a partir de ahora te vas a olvidar de ese apellido, ¿entiendes?- Mei le miró con la duda pintada en el rostro-. Y da gracias que no te cambio ese estúpido nombre.

Deathmask dio la espalda a Mei, para regresar a su pequeña casa, alejada de la población, a los pies del Etna.

- ¿Cómo se llama, Señor?- le preguntó inocentemente el pequeño Mei, mientras le seguía, tratando de olvidar la pequeña conversación anterior.

Deathmask se detuvo.

- Mi nombre es Deathmask, Niño. Pero para ti soy "Maestro", ¿estamos?- le preguntó autoritariamente.

- Sí...

- ¡Habla más alto, Niño!- le ordenó- ¡Los Santos son personas fuertes, no quiero convivir con un enclenque!

- ¡Sí, Maestro!- gritó casi sin pensar Mei.

Deathmask sonrió levemente. Después de todo, eso de "Maestro" no sonaba tan mal.

Aún así no le iba a perdonar a Saga que le eligiera.


Deathmask recordó, unos días atrás, en el Santuario, de cómo se había enterado de la noticia de que tendría que entrenar a un niño.

Siendo uno de los pocos que conocían el secreto de Saga era uno de los que gozaban de mayor confianza del Sumo Sacerdote, de modo que acudió lo más deprisa que pudo desde Sicilia en cuanto sintió su llamada.

Tan rápido como fue capaz subió las escaleras hasta llegar al Templo de los Dos Peces, donde se sorprendió de encontrar a su dueño, su único amigo, allí. Teóricamente tenía que estar en el país donde se entrenaba, que en ese momento no recordaba cuál era.

Sin embargo estaba en El Santuario. Apenas intercambiaron unas pocas palabras y Deathmask siguió subiendo. Más que en el templo, de hecho, se habían encontrado en las escaleras que conducían del Templo de los Dos Peces al Templo del Sumo Sacerdote. Aphrodite estaba plantando unas rosas. Según el guardián de la duodécima casa, "una medida de precaución". O tal vez le había dicho "por seguridad", ya no lo recordaba, aunque tampoco era demasiado importante.

Ascendió con paso firme hasta encontrarse ante la puerta del Gran Salón, donde unos guardias custodiaban la entrada. Deathmask los miró por encima del hombro.

- Ábreme esa puerta, Imbécil- le ordenó a uno de ellos-. Y que nadie nos moleste.

El guardia obedeció. Segundos después, Cáncer se encontraba arrodillado ante el Sumo Sacerdote, siempre cubierto con casco y máscara.

- Mis respetos, Sumo Sacerdote.

- Lévantate, Deathmask- el Santo obedeció-. Veo que has venido tan rápido como has podido.

- Por el Sumo Sacerdote lo que sea- dijo con marcada ironía.

Saga se levantó del trono y se quitó tanto el casco como la máscara. Unos mechones de su largo cabello azul cayeron sobre sus hombros. Tenía los ojos cerrados.

A Deathmask le impresionaba bastante que alguien como él hubiera urdido todo aquel plan tan solo unos pocos años atrás. De igual modo la idea le gustaba, así que estaba realmente dispuesto a seguirlo donde fuera. Y era por eso que conocía su secreto.

- ¿Para qué me has llamado, Saga?- preguntó entonces, no quería andar con rodeos.

Saga se mostró visiblemente molesto.

- No me llames así, te pueden oír.

Deathmask rió.

- No, no lo creo- miró a la puerta-. Les he ordenado a esos idiotas que no dejen pasar a nadie.

- De cualquier forma, no me llames así- pidió, abriendo los ojos.

- Como gustes, Saga- el aludido se cruzó de brazos-. Está bien, está bien. ¿Para qué me has llamado?- volvió a preguntar.

Saga suspiró largamente antes de responder.

- Te he llamado porque necesito que me hagas un favor.

Deathmask sonrió de oreja a oreja. ¿Cuántos tendría que matar esa vez? ¿Cuántas cabezas podría añadir a su colección, ya de por si bastante abultada?

- Quiero que te ocupes del entrenamiento de un niño.

La sonrisa de Deathmask se esfumó.

- ¿Entrenar a un niño? ¿Yo?- Saga afirmó con la cabeza-. ¿¡Es que has perdido la cabeza!?

- Posiblemente hace algún tiempo- comentó Saga en respuesta, mas Deathmask no le hizo caso.

- ¿Por qué yo?- quiso saber Deathmask-. ¿Es que no hay nadie más? Aphrodite por ejemplo, he visto que está aquí.

- Él está aquí por otros motivos, supongo que ya lo has visto al venir aquí.

- Sí, sí que lo vi- dijo entre dientes-. ¿Pero por qué yo?- quiso saber.

- Porque eres el más indicado.

Con eso, Saga quiso dejar zanjada la cuestión, pero Deathmask no pensaba lo mismo. Siguió protestando largo rato, hasta que Géminis se vio en la obligación de lanzarlo con fuerza contra una columna, solo usando su cosmos.

Cuando Deathmask le miró, allí ya no vio al hombre que todo el mundo daba por desaparecido, aquel al que consideraban casi como un Dios. Más bien vio todo lo contrario.

- Me estás haciendo enfadar, Deathmask de Cáncer- anunció Saga, furioso. Sus ahora ojos rojos estaban fijos en el guardián de la cuarta casa.

- Lo siento- balbuceó. No era típico en Deathmask el pedirle perdón a nadie. Pero aquel otro Saga le daba verdadero miedo.

Saga dio varias vueltas antes de decidirse a volver a hablar. O quizá, intuyó Deathmask, intentaba calmarse.

- Dime, Deathmask, ¿qué sabes de los Gigantes?


Sacudiendo la cabeza, Deathmask volvió al presente. Aquel niño le estaba mirando.

- ¿Qué miras?- le espetó.

Mei retrocedió ligeramente.

- ¿En qué piensa?

- En el maldito día que supe que me iba a encargar de ti, Niño- Mei torció el gesto-. No me caes bien- agregó Deathmask-. Y espero que yo a ti tampoco. Sin embargo no nos queda más remedio que convivir el uno con el otro.

Mei desvió la mirada.

- Antes has dicho que te llamabas Kido, ¿cierto?

- Sí, Maestro, Mei Ki...

- ¿Por qué llevas el apellido del hombre que ha enviado a tantos niños fuera?

Mei le miró con la boca abierta, ¿lo sabía?

Imaginando lo que estaba pensando Mei, Deathmask rió.

- En el Santuario se conoce toda la actividad relacionada con los Santos, aún cuando se esté lejos- explicó-. Y hace poco el Sumo Sacerdote se enteró de que un vejestorio japonés había enviado no sé cuantos enanos por el mundo, a ver si se hacían Santos algún día- miró de arriba a abajo a Mei-. Aunque no sé si tú lo lograrás, Niño.

Mei apretó los puños.

- ¡Sí que puedo!- gritó, algo alterado desde que había oído en boca de Deathmask "un vejestorio japonés".

- ¿Es tu padre?- le preguntó con curiosidad, con una amplia sonrisa sarcástica pintada en el rostro.

Mei no respondió, aunque la respuesta era obvia. Era el hijo legítimo de Mitsumasa Kido y aún así le había enviado, como al resto de los niños de la fundación, a entrenarse.

- Fíjate que has ido al lugar menos indicado- Mei le creyó-. Sin embargo, visto lo visto, seguro que estarás mejor que si siguieras con tu papaíto- Mei negó con la cabeza, eso sí que no se lo creyó. Su padre era bueno, pese a todo.

- Él es bueno- aseguró.

Deathmask rió.

- Tan bueno que te manda conmigo.


Aquel primer encuentro había sido durante la mañana. Bastantes horas después, con el sol ya poniéndose, Deathmask y Mei se entrenaban.

El primero estaba enseñando al segundo como defenderse. Llevaba con eso todo el día y pensó que era el momento adecuado de enseñarle algo más importante para los Santos.

- ¿Qué es el cosmos, Niño?

Mei abrió los ojos como platos. ¿Cosmos? ¿Qué rayos era eso?

- ¿Qué es el cosmos?- volvió a preguntar Deathmask. Al ver que Mei no respondía, el santo se cruzó de brazos, impaciente-. Mei- le llamó la atención.

En las pocas horas que llevaba con él Mei había aprendido, entre otras cosas, que si su maestro lo llamaba por su nombre es que se estaba molestando bastante ya que, por lo general, le llamaba "Niño".

Así que era mejor no hacerle esperar más.

- No lo sé, Maestro- respondió cabizbajo.

- Idiota- murmuró Deathmask, más para sí.

Mei se puso triste. ¿Qué culpa tenía él de no saberlo? Nadie lo sabía todo. ¿O él sí?

- ¡Seguro que usted no lo sabía, Maestro! ¡Seguro que a mi edad no lo sabía!

Deathmask rió con fuerza.

- Enano, a tu edad yo ya era el Santo de Cáncer.

Mei se quedó con la boca abierta, sin saber qué decir.

- Supongo que no todos deben ser tan listos como nosotros- hizo clara la referencia a la élite dorada-. En fin...- sacudió la cabeza-. Niño, ¿qué te explicaron antes de venir aquí?

Mei dudó un poco antes de responder.

- Mi padre me explicó que los Santos velan por la seguridad del mundo- Deathmask entornó los ojos-. Y también me dijo que no debo volver a casa si no es con una armadura.

- "O en un ataúd"- pensó Deathmask-. Está bien, Niño. Te voy a enseñar lo que es el cosmos y luego haremos una práctica, ¿entendido?- Mei respondió afirmativamente con la cabeza, con absoluta convicción-. Presta mucha atención porque no te lo voy a volver a repetir, ¿estamos?- de nuevo, Mei afirmó con la cabeza con energía-. Bien. Veamos...

A partir de ese momento, Deathmask procedió a explicar, casi sin dar tiempo a Mei de reaccionar, y mucho menos de hacer alguna pregunta, aquello que todo Santo aprende en sus inicios, durante sus entrenamientos. Desde el Big Bang hasta nuestros días, de los millones de partículas que componen cada ser, incluído el humano, y el como los Santos son capaces de hacer estallar el pequeño universo que existe dentro de ellos, el cosmos.

- ¿Lo has entendido?

Mei dudó. Quería preguntar alguna cosa, pero Deathmask no le dejó.

- Bien, ahora pasemos a la práctica- anunció-. ¿Ves esa piedra?- preguntó, señalando una piedra concreta. Quiero que la destruyas.

- ¿Destruirla?- preguntó Mei-. ¿Cómo?

- ¿Como que "cómo", Mei? ¿Es que no escuchaste?

- Sí, pero...

- Tú sólo destruye la piedra y punto- en ese instante se encaminó hacia su pequeña casa-. Yo me voy a descansar, no quiero que regreses si no destruyes la piedra, ¿entendiste?

Mei se quedó mudo. ¿Cómo iba a hacerlo? Intentó impedir que Deathmask le dejase solo, pero no pudo.

Encima empezaba a hacer frío.


Una vez solo, el resto de recuerdos sobre aquel día en que Saga le anunció que tendría un alumno, regresaron de nuevo a su mente.

- Dime, Deathmask, ¿qué sabes de los Gigantes?- lo último que el santo había recordado, una pregunta que en aquel momento se le antojó sin sentido, pero que hoy se daba cuenta que tenía toda su lógica.

- Se supone que Atenea luchó contra ellos- Saga afirmó con la cabeza-. Pero eso fue hace siglos, ¿no? ¿Qué tiene eso que ver con que me tenga que encargar de un niño?

- Mucho, Deathmask, mucho.

Deathmask estuvo tentado de quejarse nuevamente, mas prefirió no hacerlo. Ahora que Saga volvía a estar tranquilo no quería volver a hacerle enfadar. Simplemente esperó a que el Sumo Sacerdote le explicase todo.

- Durante la primera Guerra Santa Atenea, junto a los Santos, luchó contra los Gigantes, los Hijos de la Gran-Tierra. Su líder era el dios Typhon. Pero incluso saliendo vencedora, ellos no pudieron ser destruidos, pues eran dioses. Atenea entonces decidió exiliarlos a las profundidades del Tártaro. Para poder aprisionarlos, lanzó sobre ellos el Monte Etna, en Sicilia.

- El Monte Etna- repitió Deathmask en un susurro.

- ¿Entiendes?- no esperó respuesta así que continuó-. Pero ese sello puede romperse, hay una armadura que no es ni de oro, ni de plata ni de bronce. Se trata de la armadura de Cabellera de Berenice y se encuentra precisamente en el Monte Etna.

Deathmask sonrió con malicia.

- Ya veo. Y quieres que entrene al Santo que llevará esa armadura. Interesante.

¡De nuevo Saga con un plan magnífico! Como se alegraba Deathmask de formar parte de él.

Aunque tuviera que entrenar a un niño.

- Pero, eso sí- añadió Saga. Deathmask arqueó una ceja-. Hasta que llegue el momento no permitas que el niño muera, nos hace falta para romper el sello- Deathmask torció el gesto-. Trátalo bien, Deathmask- insistió.

Sin responder, Deathmask hizo amago de irse, mas antes de abrir la puerta, se volteó ante Saga, que nuevamente llevaba puesto el casco y la máscara, y habló:

- No le prometo nada, Sumo Sacerdote.


Hacía largo rato que había caído la noche. Deathmask había estado leyendo un par de libros que había tomado "prestados" de la biblioteca de El Santuario la última vez que estuvo allí. El primero trataba sobre la Batalla contra los Gigantes, la conocida Gigantomachia, de la que Saga le había hablado. El segundo hablaba sobre las armaduras de Atenea, pero ni rastro de Cabellera de Berenice, así que lo arrojó al fuego.

Justo cuando pensaba que era hora de irse a dormir escuchó una voz débil, temblorosa, al otro lado de la puerta.

- Maestro...

Deathmask puso los ojos en blanco y abrió la puerta. Allí estaba Mei, gimoteando y temblando de frío. Tenía los puños ensangrentados.

- Maestro, por favor- pidió Mei al verle-. No puedo hacerlo, no puedo- sollozó-. Me duele, Maestro- añadió, mostrando sus puños, por si Deathmask no lo había visto.

Con expresión indiferente, la mirada de Deathmask voló de Mei a la piedra y de la piedra a Mei. Miró los puños ensangrentados y, sin mediar palabra, cerró la puerta.

Deathmask escuchó un gemido del otro lado.

- "Idiota"- pensó.

Durante un rato, tumbado ya en la cama, siguió escuchando los sollozos del niño, pero no hizo caso.

Hasta que llegue el momento no permitas que el niño muera, nos hace falta para romper el sello. Trátalo bien, Deathmask.

Las palabras de Saga retumbaron en sus oídos en ese instante.

- Maldita sea- masculló.

Volvió a ponerse en pie y regresó a la puerta. Mei no estaba allí. Le buscó con la mirada y allí le encontró: dando puñetazos contra la piedra. No pudo evitar reírse.

- "Mira que es idiota"- pensó, esbozando una sonrisa traviesa-. ¡Niño!- le llamó la atención.

Al oír la voz de su Maestro, Mei se detuvo y sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas. ¡Había ido a buscarle! Sin pensar corrió hacia Deathmask.

- Ni me toques, Niño- ordenó. Mei detuvo su carrera-. Antes de poner un solo pie en MI casa quiero que dejes de llorar y que te limpies los mocos- no hizo mención alguna de la sangre.

Mei obedeció como pudo y Deathmask le dejó pasar.

La casa de Deathmask no era muy grande, Mei pudo dar buena cuenta de ello. Aquello no se parecía en nada a la mansión Kido.

- Siéntate ahí- ordenó Deathmask, señalando una silla.

Apenas se sentó sus tripas rugieron. Deathmask no hizo caso y se ocupó de vendarle los puños.

- Maestro, ¿y la comida?- preguntó Mei.

- En mi estómago- se limitó a responder Deathmask. Mei le miró contrariado-. Esto ya está- anunció.

Mei se miró los puños, ya casi no le dolían. Pero ahora tenía hambre.

- Puesto que has venido antes de cumplir con lo que se te había dicho hoy te quedas sin cenar.

- ¡Pero si no he comido en todo el día!- gimió Mei-. ¡Tengo hambre!

- ¡He dicho que no comes y es que no comes!- Mei bajó la mirada, sollozando-. Y si vuelves a llorar te vuelvo a dejar fuera, ¿está claro, Mei?

El simple hecho de oír su nombre en boca de aquel tipo hizo a Mei estremecerse. Se secó las lágrimas y se puso en pie, resignado a que no comería. Pero entonces se fijó en que había otro problema.

No tenía cama.

- No pensé que vinieras hoy, así que no preparé otra cama- explicó Deathmask, lo cierto es que tampoco se había interesado mucho en traerla-. Dormirás en el suelo- sin decirle nada más, se tumbó en la cama, dispuesto a dormir.

Mei ahogó un gemido. No quería que su maestro le escuchase.

Mientras se tumbaba, sin nada con que cubrirse, pensó, por un instante, que aquello era lo peor que le había pasado. Aunque tenía la impresión de que ganarse una armadura no iba a ser precisamente un camino de rosas.

Y mucho menos si su maestro era Deathmask de Cáncer.

Continuará...

N.A: ¡Hola! Aquí estoy con una nueva historia, espero que os guste. Hace algunos días que me estaba rondando por la cabeza la idea de este fanfic y al final no aguanté y escribí el primer capítulo. No sé cuándo verá la luz el siguiente, en realidad estoy más centrada en "Siglo XXIII", aún así espero que os guste.

No espero que sea un fic demasiado largo, pero espero que sirva para poder ver -al menos tal y como me lo imagino yo- cómo fue la vida de Mei en Sicilia bajo la tutela de Deathmask.

"Coma Berenices" es el nombre en latín de la constelación de Cabellera de Berenice, aquella para la que está Mei destinado.

Todo comentario, sugerencia, críticas o tomates serán bienvenidos. ¡Hasta la próxima!