Hola!
Como mencioné en mi otra historia, comencé a subir este Libro, más abajo doy mayores descripciones de como es todo el tema, ojalá les guste
disclaimer
la mayoria de los personajes pertenecen a S.M. y el resto de ellos y la trama del libro pertenece a la magnifica E.H. yo simplemente me limito a adparatr pequeñas partes para que sea congruente con el mundo de twilight y que ustedes puedan conocer y apreciar esta linda historia!.
eso!
PRÓLOGO
Erase una vez, hace mucho, mucho tiempo, cuatro soldados que volvían a casa después de muchos años de guerra. Trin tran, trin tran, trin tran, sonaban sus botas mientras marchaban con la cabeza bien alta, sin mirar a derecha ni a izquierda. Porque estaban acostumbrados a marchar, y no era fácil olvidar un ritual de tantos años. Las guerras y las batallas habían tocado a su fin, pero ignoro si nuestros soldados habían ganado o perdido, y tal vez ello no importe. Llevaban la ropa hecha jirones, sus botas tenían más agujeros que cuero y ni uno sólo de ellos volvía a casa como se fue.
Marchando, marchando, llegaron a un cruce de caminos y allí se detuvieron a pensar qué hacían. Un camino derecho y bien pavimentado llevaba al oeste. Otro conducía al este, hacia el interior de un bosque umbrío y misterioso. Y el último apuntaba hacia el norte, donde se cernían las sombras de solitarias montañas.
—Bueno, amigos —dijo por fin el soldado más alto, quitándose el sombrero para rascarse la cabeza —, ¿lanzamos al aire una moneda?
—No —contestó el que estaba a su derecha—. Yo llevo ese camino. —Y, tras despedirse de sus compañeros, emprendió la marcha hacia el este y se adentró en el oscuro bosque sin mirar atrás.
—Yo prefiero esta ruta —dijo el soldado de la izquierda, y señaló las montañas que se alzaban a lo lejos.
—Yo, por mi parte —repuso el soldado más alto, riendo —, tomaré el camino más fácil, como he hecho siempre. Pero ¿y tú? —le preguntó al último de sus compañeros —. ¿Qué camino tomarás?
—Ah, yo —suspiró el otro —. Creo que tengo una china en la bota. Me sentaré aquí para quitármela, porque hace muchas leguas que me viene molestando. —Y, dicho y hecho, buscó allí cerca una peña en la que apoyarse.
El soldado más alto volvió a calarse el sombrero.
—Entonces, está decidido.
Los demás se estrecharon las manos cordialmente y siguieron su camino. Pero no puedo contaros las aventuras que les acaecieron, ni si sus viajes les condujeron a casa sanos y salvos, porque ésta no es su historia. Es la del primero de los soldados, el que se aventuró en el bosque umbrío y tenebroso.
Se llamaba Corazón de Hierro.
De Corazón de Hierro
CAPÍTULO 01
Le llamaron así, Corazón de Hierro, por una cosa muy extraña. Aunque su cara y sus miembros, y el resto de su cuerpo, eran como los de cualquier otro hombre creado por Dios, su corazón no lo era. Estaba hecho de hierro y latía sobre la superficie de su pecho, fuerte, valeroso, inmutable.
De Corazón de Hierro
Londres, Inglaterra.
Septiembre de 1764.
—Dicen que huyó. —La señora Cope se inclinó al contar aquel chismorreo.
Lady Esme Platt bebió un sorbito de té y miró al caballero en cuestión por encima del borde de la taza. Parecía tan fuera de lugar como un jaguar en medio de un salón lleno de gatos atigrados: tosco, vital y sin civilizar. No era, desde luego, un hombre al que ella hubiera asociado con la cobardía. Esme se preguntó cómo se llamaba al tiempo que daba gracias a Dios por su aparición. El salón de la señora Cope había sido pasmosamente aburrido hasta que él hizo acto de presencia.
—Huyó de la masacre del vigesimoctavo Regimiento en las colonias —prosiguió la señora Cope en voz baja —, allá en el cincuenta y ocho. Qué vergüenza, ¿verdad?
Esme se volvió hacia su anfitriona y la miró enarcando una ceja. Sostuvo la mirada de la señora Cope y advirtió el momento exacto en que aquella necia caía en la cuenta de con quién estaba hablando. La tez sonrosada de la señora Cope se volvió de un tono parecido al de la remolacha que no la favorecía lo más mínimo.
—Es decir... yo... yo... —balbució su anfitriona.
Aquello era lo que pasaba cuando se aceptaba la invitación de una dama que aspiraba a moverse en los círculos más altos de la sociedad, sin llegar siquiera a rozarlos. En realidad, era culpa de Esme. Suspiró y se apiadó de ella.
—¿Es militar, entonces?
La señora Cope picó el anzuelo de buena gana.
—Oh, no. Ya no. Al menos, eso creo.
—Ah —dijo Esme, y procuró pensar en otra cosa.
El salón era grande y estaba decorado lujosamente. En el techo había un fresco que representaba a Hades persiguiendo a Perséfone. La diosa parecía especialmente mema y sonreía zalamera a la gente reunida allá abajo. No tenía nada que hacer contra el dios del inframundo, aunque en aquel fresco él tuviera los carrillos de un rosa subido.
Jane Smithers, la protegida de Esme, estaba sentada en un sillón cercano, conversando con el joven lord Dimitri Whiterstorp: una elección excelente. Esme asintió complacida. Lord Whiterstorp tenía una renta anual de más de ocho mil libras y una casa preciosa cerca de Oxford. Sería un enlace muy conveniente, y dado que Heidi, la hermana mayor de Jane, ya había aceptado la mano del señor Felix Hampton, las cosas estaban saliendo a pedir de boca. Claro que siempre salían a pedir de boca cuando ella aceptaba ser la guía de alguna joven señorita en los círculos de la alta sociedad. Pero de todos modos era agradable ver que sus expectativas se cumplían por entero.
O debería serlo. Esme retorció uno de los lazos de su cintura y, al darse cuenta, volvió a alisarlo. En realidad se sentía un poco deprimida, lo cual era absurdo. Su vida era perfecta. Absolutamente perfecta.
Miró tranquilamente al desconocido y descubrió su oscura mirada fija en ella. Los ojos de él se arrugaron levemente por las comisuras, como si algo le hiciera gracia... y ese algo debía de ser ella. Esme apartó la mirada rápidamente. Qué hombre tan horrible. Obviamente, sabía que todas las señoras del salón habían reparado en él.
A su lado, la señora Cope se había puesto a parlotear intentando tapar su metedura de pata.
—Tiene un negocio de importación en las colonias. Creo que está en Londres por negocios. Eso es lo que dice el señor Cope, al menos. Y es más rico que Craso, aunque no lo parezca por su atuendo.
Era imposible no volver a mirarle tras saber aquello. De medio muslo para arriba, su vestimenta era sumamente insulsa: levita negra y chaleco marrón y negro. En resumidas cuentas, una indumentaria muy tradicional, hasta que una se fijaba en sus piernas. Aquel hombre llevaba una especie de polainas indias, hechas de un extraño cuero pardusco con poco lustre y ceñidas justo por debajo de la rodilla con cintas de rayas rojas, blancas y negras. Se abrían por delante, sobre los zapatos, en solapas ricamente bordadas que caían a ambos lados de los pies. Pero lo más extraño de todo eran los zapatos, porque no tenían tacón. Parecía llevar unas chinelas hechas de aquel mismo cuero suave y deslustrado, con abalorios o bordados desde el tobillo a los dedos. Pero, a pesar de no llevar tacones, el extranjero parecía bastante alto. Tenía el cabello castaño, y, hasta donde Esme podía ver desde el otro lado del salón, sus ojos eran oscuros. No eran, desde luego, ni verdes ni azules. Tenían los párpados densos y una expresión inteligente. Esme refrenó un escalofrío. Los hombres inteligentes eran tan difíciles de manejar...
Tenía los brazos cruzados, un hombro apoyado contra la pared y una mirada curiosa. Como si los exóticos fueran ellos, no él. Su nariz era larga, con una protuberancia en el centro, y su tez, oscura, como si hubiera llegado hacía poco de una costa lejana. Sus facciones eran toscas y prominentes: los pómulos, la nariz y la barbilla sobresalían, viriles y agresivos, y sin embargo perversamente atractivos. Su boca, en cambio, era grande y casi suave, con una provocativa hendidura en el labio inferior. Era la boca de un hombre aficionado a saborear. A demorarse y deleitarse. Una boca peligrosa. Esme volvió a apartar la mirada.
—¿Quién es?
La señora Cope la miró fijamente.
—¿No lo sabe?
—No.
Su anfitriona pareció encantada.
—Pero, querida mía, ¡es el señor Carlisle Cullen! Todo el mundo habla de él, aunque sólo lleva en Londres alrededor de una semana. No es una compañía muy recomendable por lo de... —La señora Cope la miró a los ojos y se interrumpió de golpe —. El caso es que, a pesar de su riqueza, no a todo el mundo le agrada conocerle.
Esme se quedó quieta; empezaba a notar un cosquilleo en la nuca.
La señora Cope continuó sin inmutarse:
—En realidad no debería haberle invitado, pero no pude refrenarme. ¡Ese porte, querida mía! ¡Es simplemente delicioso! Si no le hubiera invitado, no habría... —Su cháchara alborotada acabó en un chillido de sorpresa cuando un caballero carraspeó justo detrás de ellas.
Esme, no estaba mirando, así que no le había visto moverse, pero supo por instinto quién era el caballero que estaba a su lado. Volvió la cabeza lentamente.
Unos ojos burlones, de color café, se encontraron con los suyos.
—Señora Cope, le agradecería que nos presentara. —Su voz tenía un rotundo acento americano.
La anfitriona contuvo el aliento ante tanto descaro, pero su curiosidad se impuso a su indignación.
—Lady Esme, le presento al señor Carlisle Cullen. Señor Cullen, lady Esme Platt.
Esme se inclinó en una reverencia y al levantarse se encontró con una mano grande y aunque blanca, curtida por el sol. La miró un momento, pasmada. Aquel hombre no podía ser tan burdo, ¿no? La risilla de la señora Cope zanjó la cuestión. Esme tocó precavidamente la punta de los dedos del señor Cullen.
Pero todo fue en vano. Él agarró la suya con las dos manos, envolviendo sus dedos en un cálido y enérgico apretón. Sus orificios nasales se inflaron suavemente cuando ella se vio obligada a acercarse para responder a su saludo. ¿Estaba olfateándola?
—¿Cómo está? —preguntó él.
—Bien —contestó ella. Intentó apartar la mano, pero no pudo, a pesar de que el señor Cullen no parecía apretar con mucha fuerza —. ¿Haría el favor de devolverme ya mi apéndice?
Aquella boca volvió a tensarse. ¿Se reía de todo el mundo, o sólo de ella?
—Por supuesto, señora mía.
Esme abrió la boca para excusarse (con cualquier pretexto) y escapar de aquel temible personaje, pero él se le adelantó.
—¿Me permite acompañarla al jardín?
No era una pregunta, puesto que ya le había ofrecido el brazo y saltaba a la vista que esperaba su asentimiento. Y lo que era peor aún: ella se lo dio. Sin decir nada, Esme puso los dedos sobre la manga de su levita. El señor Cullen saludó a la señora Cope con una inclinación de cabeza y llevó a Esme al jardín en cuestión de unos minutos, moviéndose con extrema agilidad para ser tan patoso. Esme espiaba su perfil con desconfianza.
Él volvió la cabeza y la sorprendió mirándole. Sus ojos se arrugaron por las comisuras, riéndose de ella, pero su boca siguió formando una línea recta.
—Somos vecinos, ¿sabe?
—¿Qué quiere decir?
—He alquilado la casa contigua a la suya.
Esme se descubrió parpadeando mientras le miraba. Cullen había vuelto a pillarla desprevenida: una sensación tan ingrata y desapacible como poco frecuente. Conocía a los ocupantes de la casa de su derecha, pero la de la izquierda había quedado vacía hacía poco. La semana anterior, durante un día entero, había visto salir y entrar hombres por las puertas abiertas, sudando, gritando y maldiciendo. Y habían llevado...
Juntó las cejas de pronto.
—El canapé verde guisante.
La boca de Cullen se curvó por una esquina.
—¿Qué?
—Es usted el propietario de ese horrendo canapé verde guisante, ¿no es así?
Él hizo una reverencia.
—Sí, lo confieso.
—Y sin pudor, por lo que veo. —Esme frunció los labios con gesto de desaprobación—. ¿Lo que hay labrado en las patas son de verdad búhos dorados?
—No me he fijado.
—Yo sí.
—Entonces no se lo discuto.
—Umf. —Volvió a mirar al frente.
—He de pedirle un favor, señora —retumbó la voz de Cullen por encima de su cabeza.
La condujo por uno de los senderos de gravilla del jardín de la casa de los Cope. Aquel espacio estaba plantado sin imaginación, con rosales y pequeños setos recortados. Por desgracia, la mayoría de los rosales habían dado flor hacía bastante tiempo, y el conjunto tenía un aspecto soso y desangelado.
—Me gustaría contratar sus servicios.
—¿Contratar mis servicios? —Esme contuvo la respiración y se detuvo, obligándole a pararse para mirarla. ¿Acaso creía aquel excéntrico que era una especie de cortesana? Era una afrenta indignante, pero, en su aturdimiento, se descubrió dejando vagar la mirada por su cuerpo: por sus anchas espaldas, por su cintura gratamente plana y más abajo aún, hacia una parte poco apropiada de la anatomía del señor Cullen que, ahora que se fijaba, aparecía bien marcada por las calzas de lana negra que llevaba bajo las polainas. Entonces respiró de nuevo, estuvo a punto de atragantarse y levantó rápidamente los ojos. Pero o bien Cullen no había notado su indiscreción, o bien era mucho más educado de lo que permitían suponer sus modales y su atuendo.
—Necesito una mentora para Kate, mi hermana —prosiguió él —. Alguien que la ayude a desenvolverse en las fiestas y los bailes.
Esme ladeó la cabeza al comprender que lo que Cullen quería era una carabina. Pero ¿por qué no se lo había dicho desde el principio y le había ahorrado aquel mal trago?
—Me temo que no puede ser.
—¿Por qué no? —Su voz sonó suave, pero tras sus palabras había una nota imperiosa.
Esme se envaró.
—Sólo acepto a señoritas de las mejores familias de la aristocracia. No creo que su hermana responda a esas características. Lo siento.
Él la miró un momento y apartó luego los ojos. Aunque fijó la mirada en un banco del final del sendero, ella dudaba mucho de que lo estuviera viendo.
—Tal vez, entonces, pueda darle otro motivo para que nos acepte.
Entonces se quedó inmóvil.
—¿Qué motivo?
Cullen volvió a mirarla, pero en sus ojos no había ya ni rastro de regocijo.
—Conocí a Emmett.
Esme sintió resonar en los oídos el latido de su corazón. Porque Emmett era su hermano, desde luego. Su hermano, muerto en la masacre del 28° Regimiento.
Ella olía a toronjil. Carlisle aspiró aquel olor familiar mientras aguardaba la respuesta de lady Esme, consciente de que su perfume le distraía. Y distraerse era peligroso cuando se estaba en negociaciones con un oponente astuto. Era extraño, sin embargo, descubrir que aquella sofisticada señora llevaba un perfume tan hogareño. Su madre cultivaba toronjil en el huerto de su jardín, en Pennsylvania, y aquel olor le hacía retrotraerse en el tiempo. Recordaba estar sentado, de pequeño, a una mesa toscamente pulida, viendo a su madre echar agua hirviendo sobre las hojas verdes. De la taza de barro subía, junto con el vaho, un aroma fresco. Toronjil. Bálsamo para el alma, lo llamaba ella.
—Emmett murió —contestó lady Esme con brusquedad —. ¿Por qué cree que voy a hacerle un favor únicamente porque asegure haber conocido a mi hermano?
Carlisle examinó su cara mientras hablaba. Era muy bella, de eso no había duda. Tenía el cabello y los ojos rotundamente negros, la boca carnosa y roja. Pero la suya era una belleza compleja. Muchos hombres se dejarían disuadir por la inteligencia de aquellos ojos oscuros, por la mueca escéptica de aquellos labios rojos.
—Porque usted le quería. —Observó sus ojos al responder y vio en ellos un leve destello. Había acertado, pues estaba muy unida a su hermano. Si se mostraba bondadoso, no abusaría de su pena. Pero la bondad no le había servido de gran cosa ni en los negocios, ni en la vida privada—. Creo que lo hará en memoria suya.
—Umf. —No parecía muy convencida.
Pero Carlisle sabía que no era así. Aquélla era una de las primeras cosas que había aprendido a reconocer en sus tratos comerciales: el momento preciso en que su oponente vacilaba y la balanza de la negociación se inclinaba a su favor. El siguiente paso era reforzar su posición. Volvió a ofrecerle el brazo y ella lo miró un momento antes de posar los dedos sobre su manga. Carlisle se entusiasmó al sentir que ella cedía, pero procuró que no se le notara.
La condujo de nuevo por el sendero del jardín.
—Mi hermana y yo sólo vamos a estar tres meses en Londres. No espero que obre usted milagros.
—Entonces, ¿para qué recabar mi ayuda?
Él levantó la cara hacia el sol del atardecer; de pronto se alegraba de estar fuera, lejos del salón repleto de gente.
—Kate tiene apenas diecinueve años. Yo suelo estar ocupado con mis negocios, y me gustaría que se entretuviera, que conociera a algunas señoritas de su edad. —Lo cual era cierto, aunque no fuera toda la verdad.
—¿No hay ninguna señora en su familia que pueda cumplir esa labor?
Carlisle la miró, divertido por su pregunta, nada sutil. Lady Esme era bajita; su cabeza Caramelo le llegaba al hombro. Su escasa estatura debería haberle dado un aspecto de fragilidad, pero él sabía que no era una pieza de delicada porcelana. La había estado observando durante veinte minutos en aquella estrecha salita de estar, antes de acercarse a ella y a la señora Cope. Durante ese tiempo, la mirada de Esme no había dejado de moverse. Mientras hablaba con su anfitriona, no quitaba ojo a sus pupilas, ni al deambular del resto de los invitados. Carlisle habría apostado algo a que estaba pendiente de todas las conversaciones, de quién hablaba con quién, de cómo progresaban las discusiones y de qué invitados se marchaban. En su mundo enrarecido, lady Esme tenía tanto éxito como él en el suyo.
Por eso era tan importante que fuera ella quien le ayudara a entrar en la alta sociedad de Londres.
—No, mi hermana y yo no tenemos familia —contestó —. Nuestra madre murió al dar a luz a Kate y nuestro padre la siguió sólo unos meses después. Por suerte, mi padre tenía un hermano que era comerciante en Boston. Su esposa y él se hicieron cargo de Kate y fueron ellos quienes la criaron. Pero ambos han muerto.
—¿Y usted?
Carlisle se volvió para mirarla.
—¿Qué ocurre conmigo?
Ella frunció el ceño con impaciencia.
—¿Qué fue de usted cuando murieron sus padres?
—Me mandaron a un internado —dijo tranquilamente, pero sus palabras no transmitieron el trauma que había supuesto para él dejar una cabaña en el bosque para ingresar en un mundo de libros y estricta disciplina.
Habían llegado a la pared de ladrillo que marcaba el final del sendero. Lady Esme se detuvo y le miró de frente.
—Debo conocer a su hermana antes de tomar una decisión.
—Desde luego —murmuró él, consciente de que ya era suya. Ella se sacudió las faldas con energía, entornó los ojos negros y frunció la boca, pensativa. La imagen de su hermano muerto asaltó de pronto a Carlisle: Emmett entornaba los ojos negros de aquella misma manera cuando vestía uniforme militar. Por un instante, su rostro masculino se superpuso a la cara más menuda y femenina de su hermana. Las densas cejas negras de Emmett se juntaron, sus ojos opacos le miraron con reproche. Carlisle se estremeció y ahuyentó aquel fantasma, intentando concentrarse en lo que decía lady Esme.
—Pueden ir a verme mañana. Después le informaré sobre mi decisión. Para tomar el té, desde luego. Toman ustedes el té, ¿no?
—Sí.
—Excelente. ¿A las dos en punto le parece bien?
Carlisle se sintió tentado de sonreír al oír aquella orden.
—Es usted muy amable, señora.
Ella le miró con recelo un momento; luego dio media vuelta y echó a andar con paso vivo por el sendero del jardín, dejando a Carlisle atrás. El la siguió lentamente mientras observaba su espalda elegante y el vaivén de sus faldas. Mientras caminaba tras ella, se tocó el bolsillo y al oír el crujido familiar del papel se preguntó si podría utilizar a lady Esme en su provecho.
—No entiendo —dijo tante Cristelle esa noche, en la cena —. Si ese caballero deseaba contar con tu insigne patronazgo, ¿por qué no recurrió a los cauces habituales? Debería haberle pedido a algún amigo que hiciera las presentaciones.
Tante Cristelle era la hermana pequeña de la madre de Esme: una señora alta y de cabello canoso, con la espalda terriblemente derecha y unos ojos azules como el cielo que deberían haber sido afables, pero no lo eran. Nunca se había casado, y Esme pensaba a veces que era porque a sus coetáneos debía de darles pavor. Llevaba cinco años viviendo con ella y su hijo, Seth, desde la muerte del padre de éste.
—Puede que no sepa cómo se hace —contestó Esme mientras miraba el surtido de carnes de la bandeja —. O puede que no quisiera perder el tiempo con las maniobras habituales. A fin de cuentas, me dijo que iban a estar poco tiempo en Londres. —Señaló una loncha de ternera y dio las gracias al lacayo con una sonrisa cuando éste se la puso en el plato.
—Mon Dieu, si es tan patán, es absurdo que se interne en los laberintos de la alta sociedad. —Su tía bebió un sorbo de vino y frunció los labios, como si el líquido rojizo estuviera agrio.
Esme profirió un ruido ambiguo. El análisis que tante Cristelle había hecho del señor Cullen era certero en apariencia: en efecto, Cullen tenía trazas de patán. El problema era que sus ojos contaban otra historia. Casi parecía estar riéndose de su persona, como si la ingenua fuera ella.
—Y, dime una cosa, ¿qué harás si la chica se parece a su hermano? —Tante Cristelle enarcó las cejas con exagerado espanto —. ¿Y si lleva el pelo recogido en unas trenzas que le cuelgan por la espalda? ¿Y si se ríe a carcajadas? ¿Y si no lleva zapatos y tiene los pies mugrientos?
Aquella enojosa imagen pareció ser el colmo para la anciana señora. Con gesto impaciente, pidió al lacayo que le sirviera más vino mientras Esme se mordía el labio para no sonreír.
—Es muy rico. Pregunté discretamente a las señoras del salón acerca de su posición. Todas me confirmaron que el señor Cullen es, en efecto, uno de los hombres más acaudalados de Boston. Cabe suponer que allí se desenvuelve en los círculos más selectos.
—Bah —repuso su tía, desdeñando de un plumazo a toda la buena sociedad bostoniana.
Esme cortó su ternera con toda tranquilidad.
—Y, aunque sean unos patanes, tante, no debemos reprocharle a la chica su ignorancia en cuestiones de etiqueta.
—¡Non! —Exclamó tante Cristelle, y el lacayo que estaba a su lado se sobresaltó y estuvo a punto de dejar caer la jarra del vino —. ¡No, no y mil veces no! Los prejuicios son el cimiento de la sociedad. ¿Cómo vamos a distinguir a la chusma de las personas de elevada cuna si no es por sus modales?
—Puede que tengas razón.
—Sí, claro que la tengo —replicó su tía.
—Mmm. —Esme pinchó la ternera de su plato. Sin saber por qué, ya no le apetecía —. Tante, ¿te acuerdas de ese librito que mi aya solía leernos a Emmett y a mí de pequeños?
—¿Un libro? ¿Qué libro? ¿De qué estás hablando?
Esme se tiró de una de las cintas fruncidas de la manga del vestido.
—Era un libro de cuentos de hadas, y nos gustaba muchísimo. Hoy, no sé por qué, me he acordado de él.
Miró pensativamente su plato, recordando. Su aya les leía a menudo al aire libre, tras una merienda campestre. Emmett y ella se sentaban sobre la manta mientras la mujer pasaba las páginas del libro de cuentos. Pero, a medida que el relato avanzaba, Emmett iba deslizándose poco a poco hacia delante, sin darse cuenta, arrastrado por la emoción de la historia, hasta acabar casi en el regazo de la niñera, pendiente de cada palabra, con un brillo en sus ojos negros.
Era tan vital, tan lleno de energía, incluso de niño... Esme tragó saliva mientras alisaba cuidadosamente los frunces de la cinta de su talle.
—Me preguntaba dónde estará el libro. ¿Crees que lo habremos guardado en el desván?
—¿Quién sabe? —Su tía se encogió de hombros con elocuencia, muy a la manera de los franceses, desdeñando aquel viejo libro de cuentos y los recuerdos de Esme sobre Emmett. Se inclinó hacia delante y exclamó —: ¿Por qué?, repito. ¿Por qué se te ocurre siquiera aceptar a ese hombre y a su hermana, una muchacha que va descalza?
Esme prefirió no hacerle notar que, de momento, ignoraban si la señorita Cullen llevaba zapatos o no. De hecho, el único Cullen al que conocían era su hermano. Esme recordó por un momento su cara atezada y sus ojos color café. Luego sacudió la cabeza lentamente.
—No sé por qué exactamente, a no ser porque salta a la vista que necesitan mi ayuda.
—Ah, pero si aceptaras a todos los que necesitan tu ayuda, estarías tan solicitada que no podríamos ni respirar.
—Me dijo... —Esme titubeó mientras observaba el brillo de la luz sobre su copa de vino —. Me dijo que conoció a Emmett.
Tante Cristelle dejó su copa con cuidado.
—¿Y por qué te lo crees?
—No lo sé. Pero así es. —Miró a su tía, impotente —. Debes de creer que estoy loca.
Tante Cristelle suspiró y torció las comisuras de los labios hacia abajo, realzando las arrugas de la vejez.
—No, ma petite. Sólo creo que querías muchísimo a tu hermano.
Esme asintió con la cabeza, con los ojos fijos en la copa de vino, a la que daba vueltas con una mano. No miró a su tía a los ojos. Había querido mucho a Emmett, en efecto. Todavía le quería. El amor no se acababa sencillamente porque su destinatario hubiera muerto. Pero había también otra razón por la que sopesaba la idea de aceptar a la señorita Cullen. Sentía, en cierto modo, que Carlisle Cullen no le había dicho toda la verdad acerca de por qué necesitaba su ayuda. Aquel hombre andaba buscando algo. Algo que tenía que ver con Emmett.
Y eso significaba que valía la pena vigilarle de cerca.
Bien este fue el primer capitulo, Ojalá les guste!
Para quienes no lean mi otra historia les explico de que va esto
esta es una saga de cuatro libros historica ya que se desarrolla si no me equivoco en el 1700 algo o 1800 algo, siempre se me olvida! cada libro los protagonistas son una pareja de twilight, pero eso no significa que porque un libro tenga una pareja determinada, no metan la cuchara los otros personajes ya que en la historia es consecutiva pasan una o dos semanas entre cada libro, pues asi es! esta es una adpatación que realicé, ya que el libro lo tengo adaptado completamente y lo iré subiendo a creo yo que uno o dos capitulos por semana.
eso ojala les interese.
