-...Al fin soy libre...- murmuró en medio de la penumbra del callejón. - Tuve suerte de encontrar un huésped...-
La penumbra inundaba Seika. Un infortunado apagón había dejado su luz a la ciudad desde hacía dos horas. Los ciudadanos, desconcertados, se peguntaban en cuanto tiempo actuaría la compañía eléctrica. El cielo estaba cubierto de nubarrones grises en una noche de luna nueva. No se veían si siquiera las luces de las ciudades cercanas, debido a lo densa que era la niebla baja. Sin embargo, el clima no era tan frío. No pareciera que fuese a nevar.
-Que aburrido- se quejó Meimi en su habitación, mirando por la ventana con una vela encendida al lado suyo. Rubí miraba con curiosidad la flama que chisporroteaba inocentemente. -Papá! Aun no hay noticias del corte?-
-No hijita...-la voz de Genichiro resonó en el pasillo detrás de Meimi. Ni siquiera hemos recibido alguna notificación de la policia. Esta oscuridad es terreno fácil para los ladrones. Aunque sean las ocho de la noche, no es seguro salir.- La chica bufó, resignándose a una noche sin nada que hacer. Pensó en salir como Siniestra solo para dar la vuelta y quizás investigar, pero no sabría si Seira le diese el permiso o si estuviera siquiera en la capilla. Desde hace días estaba bastante ocupada analizando aquel antiguo manuscrito de la familia Lancaster. La curiosidad había picado a la joven novicia, quien se empeño en saber más sobre aquel antiguo almanaque lleno de inscripciones extrañas y diagramas sin sentido aparente. A Meimi le impresionaba la dedicación y ahínco que ponía su amiga por resolver aquel enigma, algo que era poco frecuente en su sosegada amiga. Quizás estaba empezando a obsesionarse, suspiraba la pelirroja.
La muerte de su buen amigo Jack aún pesaba en su consciencia, y no tenía en realidad tantas ganas de salir y volver a ser Saint Tail. A pesar de los consuelos de Seira, sentía que podía haber hecho mucho más en aquella noche fatídica en la que el hombre se electrocutó para salvar a su inquisidora, Rina Takamiya. Sin embargo, una pequeña luz había surgido en su vida. Daiki había cesado de pelear y discutir con ella como antes y la trataba de manera muy amable. En ocasiones era la propia Meimi quien, sin saber entender sus sentimientos por el joven detective, le gritaba o lo insultaba, para después sentirse terriblemente culpable. El joven parecía tener una actitud más ecuánime hacia la joven y solo ponía un gesto de molestia o se daba la media vuelta cuando la chica respondía de forma errática. No podía negar que el chico le gustaba muchísimo. Pero no podía revelarle sus sentimientos aún.
Los minutos pasaban en medio de aquel tedio. Y algo sacó de su concentración a la chica. Mientras miraba por la ventana, le pareció ver una figura encorvada moverse por la calle. Cosa rara, ya que ningún vecino quería salir ni estaba tampoco asomados a las ventanas como ella. La silueta se desvaneció tan pronto como llegó. Una sensación de pánico invadió el corazón de la joven. Era un tanto supersticiosa, pero aquella persona en medio de la penumbra la había perturbado más que cualquier otra cosa que hubiese experimentado recientemente. ¿Y si se trataba de un fantasma? En el colegio corrían muchas historias de aparecidos y espectros, que ella no había creído mucho hasta ese día. Solo pudo comenzar a rezar de manera incontrolada para tratar de calmar sus nervios.
-¿...donde estará?...- farfulló- Aún no tengo energías suficientes para moverme tanto como quisiera...- ¡Mi dolor!. Este es un lugar seguro...por ahora...-
Seira estaba leyendo en el escritorio de su habitación, auxiliada por la luz de una vieja lámpara de aceite. También en los dormitorios del convento estaba fuera la energía eléctrica. En aquel lugar era donde pasaba las noches muchos días a la semana desde que había decidido tomar los votos religiosos. Las páginas se estaban resquebrajando bajo sus dedos, dejando hojuelas de papel envejecido de más de quinientos años de antigüedad. Pasó sus delicados dedos por el listón negro, que hace días acababa de abrir, retirando un antiguo sello de cera color rojo sangre. Un escalofrío recorrió su columna vertebral. No había encontrado nada especial en el sobre mas que un dibujo extraño que no reconoció como parte del libro, que no correspondía al diseño del libro. Lo dejó donde estaba, pero se olvidó de cerrar de nuevo el sello de cera. En la impresión , grabado sobre la cera color carmesí estaba el escudo de los Lancaster. Roto aquel seguro, era muy difícil colocarlo como estaba antes.
Algo en ella le insistía que debía de detenerse y evitar seguir examinando aquel libro antiguo, pero su febril curiosidad se lo había impedido. Al fin, tras hacer un últimos esfuerzo para librarse de su obsesión,cerró firmemente el libro y lo guardo bajo llave en un viejo baúl del dormitorio. No debía continuar con eso, y más aun después de que las hermanas mayores amonestaran a las novicias por creer en cosas como los horóscopos o la lectura del café. Una buena monja no debía seguir creencias ajenas a la Biblia, insistían. Se dio la vuelta sobre la almohada, y se quedo dormida casi de inmediato.
-...no conozco este lugar. ¿Donde estoy?- el viento nocturno sacudía su capa en medio de aquel callejón. - .. como llegué aquí?-
-Pero no importa.- rió- . Lo siento por ese pobre diablo de hace un rato. Pero tenía que ayudarme, lo quisiera o no...- se arrastró renqueando por los botes de basura. No se escuchaba ningún sonido en aquel callejón, mas allá del sonido de las telas arrastrándose contra el suelo.
-Me pregunto si ese sujeto sabe lo que acaba de hacer...- gruñó de manera socarrona-...Ya firmó su sentencia de muerte.-
-Vamos a ver...- empezó a acariciar un objeto redondo y poroso. Los minutos pasaron mientras el callejón seguía tan oscuro e inhóspito como siempre.
-Menudo idiota. Se lo merecía - resopló con dificultad.- Pero eso hace las cosas más fáciles. Aunque no conozco este lugar, puede ser un buen comienzo...-
