Las luces de neón y las sombras hacían imposible visualizarlo por completo,buscando ocultar la edad del chico. Inútil, incluso bajo el maquillaje sobresalían sus pecas infantiles. Él mismo era un juego de luces y sombras, con esa piel acusadoramente blanca y la ropa y maquillajes lascivamente negros. El brillo ingenuo de sus ojos verdes puesto en duda por las mortuorias ojeras. Los labios rosas y la lengua roja, el cabello rubio mal arreglado.Se quedó sin habla ante el ritmo decidido con que recorría la diminuta pista del salón privado. Justo frente a él, sólo para él. Un miembro alto de la mafia que podía dilapidar una obscena cantidad de dinero en esa breve hora a solas. Desde que su mejor amigo, Clyde, lo arrastró a aquél lugar y lo había visto por primera vez, atrayendo las hambrientas miradas de otros hombres ,meneándose de una forma más que erótica, no había pasado ni una noche sin volver. Aunque era la primera vez que juntaba el coraje para solicitar un baile privado, harto de compartir su punto de vista con otros. Las botas negras de tacón no lo hacían trastabillar ni un poco al girar sobre el tubo de metal y caer con gracia en la alfombrada pista. El diminuto short de cuero y el arnés también de cuero con detalles metálicos dejaban al descubierto una porción importante de su piel. Blanca y aterciopelada, hipnotizante como todo él. Le dio otra calada a su puro, cruzando las piernas para no hacer notar su erección. Vaya si sabía moverse, círculos desde los hombros hasta las caderas y sus manos bajando el short, mostrando la diminuta trusa negra. Se lamió los labios, ansioso por ver la prenda en el suelo. Dio la vuelta, mostrando sus nalgas redondas y la fina espalda. La música fue bajando, anunciando el final de la canción. Miró de reojo el reloj. Faltaba media hora de lo que había pagado, pero al voltear a mirar al bailarín, notó su pecho subir y bajar a un ritmo frenético. Debía estar agotado. Le hizo una seña para que se acercara y notó un pequeño tic en su ojo ante aquello. Se le dibujó una sonrisa. Debía sentirse realmente vulnerable a solas con un hombre, a pesar de las cámaras. El rubio se mordió el labio inferior, tratando de ocultar el tic con su cabello, mientras recogía su short del piso.

-Por favor, quédate así- el tono del ojiazul era serio y pausado- te pagaré-

-No hace falta, ya pagaste mucho por este baile- se acomodó en el sillón a una distancia prudente del pelinegro, quien tenía los brazos extendidos en todo el respaldo, por lo que rozaba su espalda desnuda con el antebrazo. Más suave de lo que podía describir. El sudor exacerbaba su olor corporal. Amargo, afrutado como café gourmet. Cerró los ojos, queriendo impregnar su nariz hasta el cerebro con aquella fragancia. Honestamente por el oficio, pensó que usaría un perfume barato. Pero esa naturalidad le sedujo más si era posible.

-¿Cómo te llamas?-

-Kaffe- su tono era agudo denotando sus nerviosismo.

-Me refiero a tu verdadero nombre- le extendió su vaso con whiskey.

-No puedo decirlo- miró con duda el vaso, sonrojado ante notar que el hombre lo miraba a él. Le dio un trago pequeño y se lo regresó- gracias-

-Jajaja. Era lógico- volteó el vaso para beber sobre las marcas de saliva- yo me llamo Craig, mucho gusto- le extendió la mano y el rubio se la estrechó- ¿tu edad también es un secreto de estado?-

-Eh... - se rascó un codo- no soy mayor de edad-

-Está bien- Kaffe parecía al borde de sus nervios así que dio por terminada la conversación. No podía apartar los ojos de aquél niño. Qué hacía en un lugar así, dónde estarían sus padres. Una jarra de miel ofrecida a un centenar de gusanos, noche tras noche. Una flor abandonada en un montón de mierda. Temblaba, y el tic en su ojo parecía ir en aumento a medida que el silencio se hacía más pesado entre ellos- ¿Está bien si te beso?- su voz lo sobresaltó y la pregunta lo inquietó todavía más. Sin embargo asintió, girando la cabeza y cerrando los ojos. Ese gesto fue tan frágil e inocente que le hizo arrugar el ceño con angustia, el deseo fue más fuerte y buscó sus labios con los suyos. Sabía a perder la cabeza, mientras sus manos guiaban al rubio bajo su cuerpo, recorriendo de paso su cintura. Su tacto era brusco y quizá desconsiderado, pero se excusaba con la falta de práctica. No era virgen, por supuesto, pero todas sus aventuras habían sido tan sucintas y desabridas que ni siquiera quería recordar. El rubio temblaba bajo él, apretando las rodillas con fuerza, moviendo sus labios con rapidez, deseando que todo terminara. Lo veía en sus ojos amargamente cerrados y la manera en que tiraba de su camisa, queriendo apartarlo. No debía ser fácil estar en una situación así para alguien tan joven. Para cualquiera, sin duda. Pero no podía frenarse, no con ese calor fundiéndole, no con esos dientes mordiendole sin intención, por el tic. Bajó sus manos más, a sus caderas y sintió la vendita que había puesto en una mordida que su mascota, desairada por haber olvidado alimentarla, le había propinado en la mañana. Entonces el rubio abrió los ojos ante el tacto.

-Debes detenerte- ordenó con miedo, más como una súplica.

-¿No venía esto incluído?- exclamó curioso, no enfadado.

-No, sólo es el baile. Debo... están subastando mi primera vez , déjame ir, no puedes tocarme- si no hubiera estado tan cerca de él, no habría escuchado más que sus dientes castañeando. Pobre chiquillo y su manojo de nervios deshechos, a punto de quebrarse. Se incorporó , viéndolo correr a recoger su short.

-¿Cuánto?- juntó las palabras con pesadez.

-No lo sé, lo siento. Yo no llevo esos negocios- no volteó a verlo mientras se alejaba por donde había entrado.

Unas manchitas de sangre en la cadera izquierda del niño le hicieron mirar su dedo escurriendo el líquido rojo, seguro no lo había notado.Iban río abajo hacia sus muslos, pequeños peces rojos arrastrados en la marea de su cuerpo.