Vió sus ojos verdes entre toda aquella multitud, mientras sentía cómo le apretaban los grilletes en sus muñecas, llevaba varios días sin comer y se sentía débil y cansada.

Aquel hombre de largos cabellos azules la miraba desde hacía rato, pero no ofrecía dinero por nadie, sólo observaba atentamente.

Esperó hasta el último momento para ofrecer la mayor cantidad por ella, porque era justo lo que andaba buscando, cuando todo hubo terminado, se la entregaron todavía con los grilletes y sin más se la llevó.

Estaba sucia y delgada pero parecía dócil, sería otra más en la larga lista desde que trabajaba con su Señor.

Sintió pena, pero tristemente era una de sus labores.

Ella no le miró, no le habló en todo el camino, iba haciéndose a la idea de que tendría que trabajar como una bestia por apenas un mísero plato de comida, pero ya era más de lo que podía esperar.

Eso con suerte.

El hombre joven que viajaba con ella, parecía estar acostumbrado al trato con esclavos.

Sus largos cabellos estaban limpios y cuidados, su atuendo era elegante y sus modales sobrios, pero amables.

Sin duda venía de una casa muy adinerada y supo que él no sería su Señor, lo supo por la actitud que tenía, implicándose lo mínimo con la persona que tenía al lado.

Apenas llegó le suministraron ropa vieja, pero limpia y pudo darse un baño caliente, después comió cuantos platos quiso y se sorprendió del trato que estaba recibiendo.

Mientras comía, escuchó cosas que le borraron la buena impresión que le había dado la llegada al palacete.

Los demás esclavos la miraban con pena y negaban con la cabeza, mientras le contaban que su suerte se había tornado muy negra.

Según pudo saber, el dueño de todo aquello jamás había sido visto por ningún esclavo y cuando esto sucedía, no volvían a verlo con vida.

Tenía fama de ser cruel e inhumano, todos le temían, incluso la gente del pueblo, tampoco era dado a las salidas, sólo se ausentaba por motivos muy importantes y supo que tenía negocios de telas.

Reza porque no te llame a su presencia, fue lo último que le dijeron.

Cuando estaba terminando entró en la cocina el hombre de los cabellos azules y le pidió que lo siguiera.

-¿Qué te han contado?- le preguntó directamente mientras caminaban por el pasillo

-Nada- contestó por miedo a que tomara represalias contra ellos

-Todo es cierto y puede que se queden cortos, ellos al fin y al cabo no le conocen, pero yo sí- dijo para su sorpresa

Abrió una habitación pequeña y cuando estuvieron dentro cerró la puerta.

-Todos los días te traerán la comida aquí, no debes salir más que para ir al baño que tienes en la puerta de al lado, a partir de ahora tienes prohibido el trato con los demás esclavos. ¿Lo entiendes?-

Ella asintió con la cabeza.

Él prosiguió con las instrucciones que ya sabía de memoria.

-Bien, mañana vendré para llevarte a la presencia del Amo y debes recordar estas tres cosas cuando estés delante de él: no le mires, no hables si no te pregunta y nunca le digas que no. ¿Alguna pregunta?-

A ella le dio la sensación de discurso aprendido y tuvo un mal presentimiento.

-¿Para qué estoy aquí?-

-No puedo contestarte a eso -

-Ya…-

Sin más salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

El palacete era tan grande, que hasta allí no llegaba absolutamente ningún sonido, se acercó al pequeño ventanuco y comprobó que daba a un patio interior lleno de plantas.

El cuarto estaba limpio, pero era bastante pobre, sólo amueblado con la cama, una mesa y la silla de rigor, todo de tosca madera.

Su antiguo dueño, si es que lo tuvo, no dejó vestigios de su paso, era impersonal y vacío como una celda.

A pesar de la preocupación por tener que enfrentarse al día siguiente con el que había pagado por tenerla allí, no evitó que cediera ante el cansancio y cayera en un profundo sueño.

Al día siguiente le despertó el sonido de unos nudillos llamando a la puerta, cuando abrió no había nadie, sólo una bandeja con el desayuno en el suelo.

El día avanzaba perezoso y tumbada en la cama esperó hora tras hora a que vinieran a buscarla, a cada momento sentía crecer la angustia y el miedo y cuando cayó la noche creyó que se habían olvidado de ella.