Primero:
¿Por qué…?
Amber había muerto, y por alguna razón desconocida, se sentía culpable. Quizás porque ella fue quien tuvo que socorrer al ebrio en lugar de su amigo. No tenía porque, no eran nada, ni amigos, ni siquiera relación laboral tenían, puesto que ella había quedado afuera del grupo.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que amar tanto a Wilson como para asistirlo a él? ¿Por qué tuvo que morir de una manera tan injusta? Gracias a ciertos métodos mortales consiguió reincorporar a la memoria esas cuatro horas, pero la única pregunta sin respuesta era por qué se había puesto ebrio en aquel bar. Es decir, le gustaba emborracharse en su casa, era más cómodo, donde ningún estúpido barman se apropiaría de sus llaves como si fuera su madre. Algo le había estado molestando y lo mejor que se le ocurrió esa noche, fue olvidarlo con las dosis de whisky que fueran necesarias.
«Olvidar es más fácil que recordar, siempre y cuando se tenga una ayudita —pensó—. ¿Qué demonios necesitaba olvidar para terminar así? —Se esforzó en traer los recuerdos nuevamente, como la última vez, pero solamente consiguió un leve dolor de cabeza. —Mierda, esta vez me va a costar más, pero Cuddy no me dejará intentar nada.»
—Tal vez, lo que necesitas no es memoria, sino estímulos que la representen.
Allí estaba, igual que antes de morir, la mujer rubia con un vestido bastante corto, insinuativo, como en el sueño que había tenido. Esta vez era distinto, él no sentía excitación alguna, solamente algo cercano a la culpa y angustia, que obviamente trataba de ocultar.
—Ya descubrí qué te sucedió, no debería verte más… —murmuró desanimado—. Lárgate. Lárgate de mi cabeza.
—Esa es la respuesta. —Amber sonrió con malicia mientras le se acercaba con lentitud. Se sentó sobre su regazo y le rodeó el cuello con ambos brazos mientras acariciaba sus mejillas rasposas. No había intención de algo más… o eso hacía parecer. —Querías que me fuera de tu cabeza y de otro lugar más. Adivina cuál.
Lo acostó sobre el sofá mientras sus manos bajaban hacía la entrepierna. La bordeaba con caricias mas no la tocaba.
—No quiero pensar más en ti, ¿no lo entiendes? ¿Por qué no te la apareces a Wilson y lo alegras un poco?
—Wilson… estamos cerca.
Apretó su miembro con fuerza. House cerró los ojos y miró fijamente a otros color café oscuro, cabello castaño, corto, la mirada amable pero llena de lascivia.
—Es del corazón de Wilson que me querías fuera. No te sientes culpable porque fui a buscarte, te sientes culpable porque lo que tanto deseabas se cumplió, pero de una forma que nadie de nosotros esperaba. Él creía que me deseabas a mí, pero siempre fue al revés. Yo era un rival con la que jamás podrías ganar, soy una mujer.
—Eso es mentira. —Con cada palabra se iba debilitando mentalmente. —Creo conocerme lo suficiente para que venga una alucinación y me diga cuáles son mis sentimientos. Primero que nada, yo carezco de toda esa hipocresía del "amor para siempre", si quisiera una pareja con chasquear los dedos la tendría. No importa lo que digan de mí, les resulto atractivo a ellas.
—Ese es justamente el problema, les resultas atractivo a ellas y no a él. ¿Qué mala suerte, verdad?
—House… House… —La voz de Cameron sonaba tan suave y melancólica. Le dio unas palmaditas en la cabeza para despertarlo. —Estás destruido, vete a casa a dormir. Cuddy me dijo que puedes tomarte la semana, el tratamiento eléctrico te dejó mal. Puedes volver a casa.
Intentó sonreírle. Nunca había visto a House en un estado tan lamentable: ojeras marcadas, la barba más crecida, los azules ojos perdidos, pensando en quién sabe qué, callado, sin emplear el sarcasmo como de costumbre. Sabía que el malestar de Wilson lo afectaba en cierto modo, pero nunca imaginó que de ese modo. Había algo más que lo inquietaba y lo deprimía.
Sí, Gregory House estaba deprimido.
—Dile que me tomaré dos semanas, al fin y al cabo, estuve trabajando con un golpe en el cráneo.
Se puso de pie y caminó lo más rápido que pudo a la salida. No quería pacientes interesantes, no quería discutir con Cuddy, no quería ver a James ¿Qué es lo que realmente quería ahora? ¿Olvidarse de todo y ya? No, por más mal que se sintiera, ese no era su estilo. Tenía un caso que resolver y esta vez era el suyo. Sin equipo, solamente él doctor y su paciente, solamente él consigo mismo. Imposible tal vez, mas estaba seguro de que luego tendría la mente más tranquila.
...
Ella gemía fuerte, próxima al clímax. Él retrocedía en la escala evolutiva, como lo hacen los hombres a la hora de tener sexo o hacer el amor. Le besó el cuello repetidas veces, le quitó las bragas, apurado, ella no aceptaba estar inactiva: mordía sus labios con voracidad y torpeza. Él era ella. ¿Por qué diferenciar por el sexo? ¿No se daba cuenta de que ellas no servían, qué no alcanzaban para satisfacerlo? Sus manos intentaban separar ambos cuerpos, pero estaba muy débil. Ni siquiera notaron que estaba allí, viéndolos desnudos.
—Basta —exclamó.
House se levantó de la cama traspirado y respirando entrecortadamente. Los párpados le pesaban, la boca estaba seca, la habitación daba vueltas. La silla donde estaba su ropa estaba ocupada por… Cuddy.
—¿Se puede saber que estás haciendo aquí? —La mujer sonrió complacida, pero no respondió.
—¿Por qué crees que no hubiera funcionado lo nuestro? —susurró con parsimonia.
—¿Por qué tu cuerpo está demasiado increíble como para que me importen tus sentimientos?
La figura de Cuddy había cambiado por la de una persona con la que contaba no volver a ver jamás. Stacy. Su mente lo quería hacer sufrir, cosa rara porque él era su mente. ¿Quién quiere castigarse así?
—¿Por qué crees que no hubiera funcionado lo nuestro? —preguntó intrigada.
—Se que no me habrías soportado y yo no soporté nunca la estúpida decisión que tomaste por mí.
Al igual que con Cuddy la imagen cambió de formas y adoptó otra, la de Cameron. Miraba sus pies con una infinita tristeza.
—¿Por qué crees que no hubiera funcionado lo nuestro? —inquirió con un suspiró.
—Congeniamos para… ah —La pierna le estaba doliendo como pocas veces. —Congeniamos a penas para el trabajo, pero nunca lo habríamos logrado como pareja… Mierda. Y tú buscas un perro para salvar. —Gruñó. — ¿Acaso es una terapia de grupo de por qué no me acosté eternamente con todas ustedes?
Intentó levantarse y medio caminado, medio a rastras, logró desnudarse y ser invadido por una ducha fría. Pero su mente no pensaba dejarlo en paz. Unas manos familiares le rodearon la cintura, le mordió el lóbulo de la oreja y preguntó, al igual que todas las demás:
—¿Por qué crees que no hubiera funcionado lo nuestro?
—Por que los iguales se repelen, los opuestos se atraen, lárgate, no lo volveré a repetir, Amber. Creo que hemos llegado al punto final ¿alguna otra que haya quedado disconforme con mi manera de ser?
—¿Por qué crees que no hubiera funcionado lo nuestro?
Una voz apagada y suave, aunque demasiado grave como para ser de mujer. No era un Wilson sediento de sexo como al anterior, era el que veía todos los días. Era el que había deseado todo el tiempo, pero por cuestiones obvias, no se lo había hecho saber nunca.
—¿Por qué nunca fui una opción para ti House?
House suspiró rendido. Las alucinaciones inconscientes que tenía no iban a desaparecer hasta que resolviera algo. Se presentarían de todas las formas posibles.
—¿Realmente quieres saberlo, Wilson?
—No, eres tú el que lo quiere saber. Yo sólo me manifiesto de una forma en que las cosas te resultan más fáciles.
—¡Esto a mí no me resulta nada fácil! Estás destruido y llorando la muerte de Amber en tu casa. Sal de mi cabeza. ¿Entiendes? Te quiero fuera, seas alucinación o ilusión.
—Estoy mal porque siento culpa —confesó sonriendo.
House abrió los ojos sorprendido y se dio vuelta para mirarlo fijamente, sin embargo Wilson ya había desaparecido. Esa era la última posta y el desencadenante final. No había porqué seguir mintiéndose: le gustaba Wilson. Quería convertirse en el dominante de su rutina, de sus días, de sus acciones. Amber estaba fuera del camino, eso era bueno, sin importar cuanto lo negara, era tener el camino libre. Salvo que no era lo suficientemente buitre como para intentar quedarse con él, ni siquiera estaba seguro de si lo lograría, pero al menos, como mínimo, debería hacérselo saber.
«Mierda… ese no es mi estilo…»
