🌹 I will no walk away... 🌹


El día había bien, muy bien, demasiado bien. Era decir, Mila había clavado todos sus saltos al primer intento, había repetido su secuencia de pasos tres veces seguidas sin equivocarse, habla recibido una felicitación tanto de su entrenador como de la leyenda viviente del patinaje artístico: Viktor Nikiforov, había reaccionado rápido atrapando la botella de su compañero de pista Georgi Popovich y había atrapado a Yuri Plisetsky mientras el mismo miraba fijamente su teléfono celular, mensajeándose con alguien que Mila estaba segura de conocer... Sí, había sido un día demasiado perfecto, y quizá la pelirroja debió esperar que alguna mala noticia llegara para arruinarlo pero jamás, nunca de los nunca, podría haber adivinado de qué forma le llegaría, mucho menos cuál sería la mala nueva.

Mila era la última en los vestidores, ya todos se habían ido y ella se disponía a hacer lo mismo, habiendo terminado de amarrar sus zapatillas deportivas y con sus patines y resto de equipo en su bolsa respectiva, cuando su teléfono vibró y parte de un mensaje se desplegó en la pantalla bloqueada.

Mila se estiró bien antes de tomar el teléfono y leer el mensaje, abriendo mucho los ojos y desbloqueando el aparato a velocidad casi sobrehumana.

No te alarmes, por favor, hija.

No.

Existe la posibilidad de que aún esté viva, no perdamos las esperanzas.

No,no.

El avión se estrelló hace veinte minutos y ya han enviado helicópteros para que revisen y rescaten a los sobrevivientes. Mila, por favor, llámame en cuanto leas esto, o a tu padre.
Te amamos, cariño.

No,no,no,no...

Nana no... —susurró Mila, apretando el teléfono tan fuerte entre sus dedos que llegó a crujir, y a la dueña no podía importarle menos—, nana no... nana no... babushka no...

Mila tragó grueso y se dispuso a llamar a su madre, sus manos temblando tanto que ni haciendo uso de ambas logró marcar correctamente antes de que un largo minuto hubiera transcurrido. Mila maldijo el no tener guardado los números de sus progenitores, porque se los sabía de memoria y para no olvidar se tenía que practicar...Esperó y esperó durante cinco timbres, y nada. Colgó y volvió a tratar, siendo recibida por la casilla de voz una, dos, tres veces. Probó con su padre y lo mismo ocurrió. Las manos de la pelirroja temblaban cada vez más, y pronto no eran solo sus manos, o sus brazos; sino sus piernas, vientre, cabeza, toda Mila temblaba y sentía la garganta seca, la respiración pesada y los dedos entumecidos.

Cálmate se ordenó a sí misma, cálmate, cálmate, Mila. Ella estará bien, babushka estará bien... Solo...

Su teléfono empezó a sonar y contestó de inmediato, rogando por oír buenas noticias de parte de su madre o de su padre.

Dime que está bien, por favor —rogó sin tan siquiera esperar oír una sola palabra de cualquiera que fuese el padre que tuviera al otro lado de la línea—, por lo que más quieras... dime que está viva o no digas nada...

El silencio le respondió.

Los ojos azules de la chica se anegaron en lágrimas.

¿Mila? —y la preocupada voz de Yuuri Katsuki se oyó, calmando el corazón de Babicheva durante unos segundos—. ¿Estás bien?

—Lo siento —dijo Mila, su voz medio estrangulada e intentando desesperadamente parecer normal—, estoy esperando una llamada. Nos vemos.

—Es— colgó y miró fijamente la pantalla de su teléfono, por si su madre o su padre hubieran intentado contactar con ella durante los preciados segundos que gastó con el prometido del emperador.

Nada.

No muy segura de si era una buena o una mala señal, hizo un segundo intento de entablar conversación telefónica con sus padres, y luego un tercero y un cuarto y una quinto.

Está viva. Está viva. Ella es fuerte, babushka es fuerte y prometió pasar el resto del año contigo...

Hizo un sexto intento y luego un sétimo.

Apretó la mandíbula cuando el número y nombre de Viktor Nikiforov apareció en la pantalla y presionó el botón rojo sin pensarlo dos veces.

Tres intentos más y maldijo en voz alta, tomando su bolso y marchando a la salida, echa un manojo de nervios, miedo y mantras positivos que se suponía debían animarla y no desesperarla como estaba ocurriendo.

Mila estaba a solo un metro de la salida cuando su teléfono saltó a sonar y ella contestó, abriendo la boca...

C-Casi... —la voz quebrada de su padre le dio la terrible noticia con apenas esa palabra—, casi... si no hubiera... sino... —el padre de Mila sorbió por la nariz—, si no hubiera protegido a esa niña pequeña... Mamá no... mamá...

Las lágrimas corrían libres por el rostro de Babicheva cuando la conciliadora voz de su madre le preguntó si estaba de camino a casa.

—C-Casi —Mila se obligó a escupir la palabra con firmeza y falló miserablemente, apretando los párpados, queriendo dejar de llorar—, estoy... estoy en la puerta del... del estadio...

Quédate ahí —comandó su madre—. Pasaré por ti en media hora, ¿has entendido?

Mila asintió, ausente, y después sacudió la cabeza y peleó con su lengua para poder decir "entendido".

—Te quiero, cariño —murmuró su progenitora.

También te quiero, mamá —susurró Mila, esperado a que la mujer mayor cortara para poder dejar que su brazo cayera, y con él, su teléfono, y no se suponía que pasaría de su palma pero la fuerza en sus dedos falló y el pedazo rectangular de tecnología se resbaló y terminó impactando contra el duro suelo, cubierto por blancas baldosas, fragmentando la delicada pantalla.

Mila observó su teléfono con sus ojos azules todavía botando líquido salado y de pronto sintió ira. El dolor seguía ahí y no se marcharía pronto mas el sentimiento predominando ahora era rabia, frustración e ira.

—¿¡Un mensaje de texto?! —Chilló—, ¿¡con un mensaje de texto me avisa sobre la probable muerte de la madre de su esposo y después recién se digna a llamarme?! ¡Y ni siquiera ella, no! —elevó más la voz—, oh, no... ¡Mamá está demasiado atareada consolando a toooodos los malditos otros familiares de los difuntos así que es mi padre, el hijo de la muerta quien debe llamar a su triste hija, al borden del llanto, para avisarle! ¡El padre y no la madre! —llevando sus manos a sus cabellos y tirando de los mismos, pateó su teléfono con tanta fuerza como pudo, arrojando del mismo modo su bolso deportivo con violencia ciega hacia otro lado y regresando sobre sus pasos a los vestidores.

—El padre y no la madre —gruñó, golpeando el primer casillero sobre el que posó los ojos con la palma derecha abierta—, el padre y no la madre— repitió, chocando ahora con el puño cerrado—, ¡el padre y no la madre! —increpó, los dos puños en esa ocasión—, ¡EL PADRE Y NO LA MADRE! —gritó, pateando el casillero de abajo y chillando como acto seguido, repitiendo la acción una y otra y otra vez.

—El padre y no la madre, el padre y no la madre, el padre y no la madre... no la madre... no la madre... —Mila tragó grueso, sin dejar de mover su mano derecha convertida en puño contra el inocente casillero grisáceo metálico, que ya estaba bastante abollado–nada a comparación de su compañero inferior– ya no lloraba, tenía los ojos rojos, los nudillos lastimados y la rodilla le dolía, mas no era suficiente, todavía estaba enojada, todavía quería golpear y patear cosas, quería destruir, necesitaba desahogarse sin importar cuánto se hiriera en el proceso. Porque ella era fuerte y las muestras de debilidad eran patéticas. Mila Babicheva no podía ser patética.

Pegó la frente del casillero abollado e inspiró hondo, las motitas de pintura que se habían desprendido del metal al momento de los golpes ingresaron a su sistema y Mila tosió. Tosió y tosió para liberar sus pulmones del dañino elemento y continuó tosiendo hasta que su garganta dolió, por puro capricho.

—Ja... —Mila carraspeó, tragando con dificultad antes de resoplar y posar sus dos palmas sobre la superficie casi lisa del metal contra el que tenía apoyada la frente— jaja... —una diminuta risa—, jajaja... —que poco a poco creció y creció y creció hasta transformarse en una carcajada, pero no una carcajada limpia y refrescante como las que tan bien caracterizaban a la pelirroja, no. No en esa ocasión. Esa se trataba de una risa hueca, desesperada y lastimosa. Una risa rota. Una risa que regresó a ser llanto, lágrimas de impotencia, de desesperación y de odio. Odio a su madre, a su padre, a su ahora difunta abuela paterna y a sí misma. A su madre por no ser el prototipo clásico de lo que una madre debía ser: mujer abnegada al cuidado de casa, de su pareja y de sus hijos; la odió por la misma razón por la que llevaba una vida admirándola, enorgulleciéndose y deseando seguir sus pasos; odio a su padre por ser exactamente el prototipo de hombre perfecto: un hombre abnegado a su esposa e hija, siempre dispuesto a escuchar, a reír, a bromear, un hombre sensible... quizá demasiado sensible..., malditamente demasiado sensible que no se había obligado a mantener la compostura al menos hasta después de hablar por teléfono con su única hija; odio a su abuela por el simple hecho de haber muerto, renegó del gran corazón que la anciana siempre tuvo y por la abnegada forma que tuvo de sacrificarse con tal de que las posibilidades de que una niña que nada tenía que ver con ella ni con su familia viviera, recriminó porque ya no podría cumplir la promesa que le había hecho... y se odió a sí misma porque, a fin de cuentas, no era sino otra niñita débil y patética, una pobre tonta que andaba por la vida sonriendo y riendo y pasándola bien como si todo estuviera bien cuando no era así en lo absoluto, se odió por pensarse mejor que el resto de sus compañeras y contrincantes, quienes muchas veces lloraban o se mostraban decaídas ante una derrota cuando ella se limitaba a retroalimentarse de sus fracasos para así no cometer los mismos errores y aplaudía con energía las victorias ajenas, llegando incluso a vitorear, porque esa otra persona verdaderamente lo merecía. Pero, ¿ahora? ¿Quién o qué merecía qué?

—Al diablo —escupió la pelirroja, empujándose a sí misma y dando media vuelta—, ya está muerta y no va a volver. Lo mejor es que me limpie la cara antes de que mamá llegue y me vea echa un jodido desastre.

Y, sí, dijo eso, pero en lugar de avanzar, retrocedió, pegando su espalda de los casilleros y dejándose deslizar lentamente hasta acabar sentada en el piso.

Mila elevó la cabeza, su mirada chocando con el alargado par de focos casi sobre su cabeza.

—Al diablo —repitió—, que venga y me vea echa mierda —sonrió de medio lado—, no me importa.

Bajó la cabeza, recogió las piernas y las abrazó contra su pecho, enterrando el rostro entre estas y cerrando los ojos.

Me da igual pensó, desecha. Completamente igual.

Le pareció escuchar una voz a la lejanía, minutos más tarde, cuando estaba a punto de cruzar la puerta del sueño. ¿O sería la de la locura? Fuese como fuese, no miró atrás y avanzó, adentrándose en la inconsciencia.


Fin de la primera parte.
Gracias por leer. 🌹