HOGAR, DULCE HOGAR
Corría el año de 1958, en las frías tierras de Edimburgo, Moscú, pero sobre todo en la zona que habían elegido los patrones para iniciar la apertura del circo, entre Livingston y la propia ciudad.
«Conozca a Hellgirl, la niña demonio», rezaban los carteles que el dueño del circo, Antón Ivanović, ordenó poner en cada poste de luz, en cada pared de las tiendas más transitadas al igual que en todos los aparadores. « ¡Vengan! Vengan a ver a la hija del mismo diablo y su amante humana».
Aquella niña-demonio era la atracción principal desde que la encontraron y "criaron" hace trece años, elevando enormemente el prestigio del circo como el interés de todas las ciudades europeas por conocer a tal fascinante criatura. Y esta fama, como en una montaña rusa, se fue cuesta abajo cuando Antón llegó a la cúspide de la ingenuidad de la niña, pero sobre todo de su paciencia. A pesar de sus trece años de edad, Kalah —ese era su verdadero nombre, y ocultaba el alto desprecio al nombre artístico que escogieron para ella— se sentía con una madurez increíble para alguien de su edad. Y, sorprendentemente, no mostraba índices de agresividad o venganza hacia sus criadores o compañeros de show, jamás lo hizo ni piensa en ello a la fecha. No valía la pena hacer nada al respecto… hasta ese día.
Había sufrió de maltrato físico y psicológico, humillaciones, tanto por parte del circo como por parte del público; sin derecho a nada tras ser una abominación y un error de Dios, como gritaba la audiencia, abucheándola con gran fervor y diversión. El cirquero Ivanović había incitado a la gente que le aventaran cosas para hacerla enfadar y así obligarla a abrir la jaula en la que se encontraba encerrada, de acuerdo al acto: una enorme piedra que conformaba el brazo izquierdo de Kalah se mantenía preso al igual que permanecía inmovilizada de la cabeza, teniendo los cuernos rodeados de cadenas altamente resistentes. Desde siempre había tenido aquellos cuernos largos como también aquel extraño brazo hecho de roca, el cual le llegaba un poco más allá del antebrazo con ese detalle pedrusco.
Ella desobedecía tanto al cirquero como al público por el temor de herir a alguien. Sentido común se decía algo preocupada, aunque su mirada permanecía inexpresiva a la gente.
Sin embargo al final destruyó la jaula, con el uso de una fuerza sobrenatural y peligrosa, o al menos solo si la hicieran enojar como ellos intentaron hacerlo.
"Maldita fenómeno. Púdrete y regresa al infierno del que has venido", le gritó uno de los tantos niños que habían asistido al espectáculo, mismo que resultó ser un total fiasco a causa de la niña y el miedo que sembró en vano en el corazón podrido de las personas que asistieron. Aquel infante, que la había insultado, sostenía un guijarro afilado en una de las manos para después arrojándoselo a la cara con todas sus fuerzas tras acabar de maldecirla, acertando en uno de sus ojos amarillos. Kalah lo había estado mirando desde que empezó el espectáculo, ya que era el único que hacía un gesto de lanzar algo hacia el aire y volverlo a atrapar, dedicándole a ella una mirada burlona y maldosa. No grito, no lloro, no se enfureció ni pidió clemencia por no ser como los demás personas. Simplemente, con esa fuerza impresionante y esa mirada fría, se deshizo de las cadenas restantes y abrió la jaula con ambas manos. A pesar que el brazo derecho se mostraba como un brazo normal, era igual de fuerte que el de piedra. Tomó al presentador de su ropaje y lo lanzó lejos al ver que pretendía usar el látigo contra ella como solía usar con cualquiera de sus criaturas exóticas que osaban desobedecerlo, y siguió su camino al niño que le había arrojado aquella piedra.
La gente comenzaba a retirarse del circo por temor a que Kalah desatara sus poderes sobrenaturales contra ellos como castigo del señor del infierno tras burlarse de la naturaleza de su gran creación.
El niño no mostraba ningún tipo de miedo hasta el momento en que tuvo a la niña-demonio a una pestaña de distancia de su rostro, dejándolo sin escapatoria alguna cuando ella interceptó el cuello de su camisa con la mano de piedra. "Ya me estoy pudriendo en él", le confesó en voz baja y con una mirada mortal como también escalofriante, de pesadilla pura, haciendo que el niño se meara en los pantalones, pero sin emitir ni un solo sonido por temor a que aquella criatura roja de luceros amarillos le arrancara la lengua de un solo jalón con ese inmenso brazo. Kalah lo soltó tras decirle eso a lo que el niño salió corriendo entre griteríos; diciendo que debían exterminarla, clamando un auxilio que jamás llegaría hasta él, mientras el resto de infantes lo seguían con un gran terror que la niña sembró en sus corazones.
El acto había terminado.
Miró irónicamente cómo había acabado el circo por su culpa.
"De todas maneras, en algún momento esto iba a pasar, ¿no?", se decía al mismo instante que de su pantalón roto sacaba un par de dulces de menta, los cuales le había robado a la mujer barbuda antes de empezar su show. Pensaba retirarse a su camarote cuando alguien posó la mano sobre su hombro y alzó la vista de inmediato, encontrándose con un hombre desconocido en lugar del enfurecido cirquero. De entre treinta años de edad; barba algo escasa, tanto en la barbilla como alrededor de los labios, dándole ese aire de tener más edad de la que aparentaba; dueño de una mirada compasiva y misericordiosa, casi paternal. Una mirada que jamás creyó que alguien se la dedicara a una maldita criatura como ella. Kalah sintió una emoción de tranquilidad por parte suya, como si con tan solo mirarlo comprendiera que todo había acabado.
Su infierno personal le había abierto las puertas e iría a casa.
-Ven conmigo —dijo con una voz amable tras tenderle la mano con ese aire que desprendía su castaña mirada—. Todo estará bien, pequeña, estás a salvo. Ya no sufrirás más dolor ni vivirás el miedo de nuevo.
-Jamás lo he sentido —le confesó aunque parecía mostrar algo de indiferencia en sus gestos, continuando comiendo aquel dulce—. Curioso, ¿no lo cree? Toda mi vida he pertenecido a este lugar sacado de un cuento de horror. Pero no tengo miedo ni he sentido dolor en estos trece años. Nunca lo tuve ni sé cómo es la experiencia, pero cuando llegue el momento, yo ya estaré preparada, señor.
Y, sin más, agarró la mano del profesor Trevor Bruttenholm, encaminándose a las afueras del circo, mientras él parecía algo sorprendido ante la actitud de la niña como la forma en que se había expresado, a diferencia de su querido hijo: Hellboy. Así que nadie los detuvo, quizás porque había hombres trajeados y armados señalando a los dueños del circo para que no intentaran nada para retenerla.
Habían dado con ella gracias a la división europea de la BIDP (Buró de Investigación y Defensa de lo Paranormal), y ante la consciencia de Hellboy, tomaron la decisión de llamar al profesor para que la adoptaran. Él había sido la persona que le había cambiado la vida por completo y en cuanto dejaron atrás Edimburgo, conquistando con su llegada a los Estados Unidos; el Nuevo Continente, como muchos lo llamaban. Y por extraño que pareciera, y por cómo se había comportado al principio la niña, Kalah mostraba un estado de emoción cuando viajaron en barco, o más bien cuando lo vio tras arribar a los muelles. Siempre quiso subir a uno. Le preguntaba al señor Trevor por lo que señalaba, casi yendo hacia donde se encontraba tal objeto a lo que él con una sonrisa y con mucho gusto le explicaba que era cada cosa, pero sin soltarle la mano.
Kalah corrió a la cubierta, apreciando el salvajismo del mar golpeando el rompeolas del barco. No pudo contener un emocionante grito hacia el horizonte a la vez que alzaba los brazos, recibiendo un cálido gesto por parte del viento.
El profesor se mantuvo a su lado, estudiando su conducta con una pequeña sonrisa.
«Es la pareja o es una especie de hermana para el muchacho. Además posee mucha energía como él, a pesar de ser un poco reticente al principio —reflexionó el señor Bruttenholm, mirando a la niña demonio de reojo, que sostenía el peso del cuerpo contra el barandal, bailando al mismo son que el mar—. Pero algo es seguro, ella está a salvo con nosotros y ya nadie la volverá a humillar ni a lastimar».
-Dime, pequeña, ¿cómo fue que acabaste con ellos? —Le preguntó el profesor lleno de curiosidad cuando entraron al interior del barco.
-Estuve vagando por meses en el invierno siendo solo un bebé y me parece extraño que siga recordándolo —mencionó al guiar la mirada a un punto inexistente de la cubierta y de la nada soltó una risa irónica—. No sé cómo termine ahí, pero al parecer perdí la memoria del acontecimiento cuando encontré un golpe en mi cabeza. Entonces esas personas me encontraron —alzó los brazos como si sostuviera algo desde una extremidad—. "Esta criatura nos hará millonarios, Esme" —intento imitar la voz de Antón—, había dicho el dueño del circo mientras me sujetaba de la cola. "A la mierda la mala vida, ella es nuestra salvación". Así fue que acabe ahí, pero no me contamine como el resto. Fui más lista que el circo completo, pero a la vez una estúpida por no irme cuando tuve la oportunidad.
-Eso ya no importa…
-Kalah —se presentó con una inclinación de cabeza—, me llamó Kalah.
-¿Algún significado especial? —La niña de piel rojiza se encogió de hombros. Se le había ocurrido un día cuando limpiaba la jaula de los leones y así decidió llamarse—. Bueno, desde ahora he de decirte que te encuentras en buenas manos, Kalah.
-Gracias… ¿Gusta un dulce de menta?
-¿No prefieres un chocolate?
Los ojos amarillos de Kalah brillaron intensamente ante la palabra "chocolate" y el profesor sacó dos barras rellenas de aquel delicioso dulce. Sentados, conversando y disfrutando del dulce sabor, padre e hija adoptiva viajaron a su futuro hogar.
«Por el amor de Dios, Kalah, tienes que preservar la calma. Sólo… sólo es un pequeño y enorme paso el que tienes que dar. Y entonces todo volverá de nuevo a ti, como el primer día que llegaste a la agencia —pensaba al llegar al recinto y dejar las cosas en su respectivo sitio de la guarida, inhalando un aire de nostalgia en cada paso que daba por el edificio subterráneo—. Pero esta vez el pasado se pegara a mí como abejas a la miel, sobre todo… él. Él también regresará a mi vida. Mierda, no sé cómo llegue a reaccionar en cuanto me vea».
Kalah era la figura de una sombra semejante a la de una hembra hecha y derecha, pero con unas características poco peculiares y que la hacían destacar de entre las demás personas. Claro, sí decidía salir de la agencia como suele hacer él. La luz mortecina del pasillo del área médica, que se encontraba en la zona 51, muy apenas lograba dibujar la piel rojiza de su perfilado rostro, como también la chaqueta de cuero marrón que portaba encima de su ropaje y que él le había obsequiado, y que conservó después de su gran discusión, terminando ella por irse de ahí sumamente furiosa. No antes de plantarle una buena paliza al grandulón, tirándole uno de los molares. Aunque él anhelaba —pero jamás lo admitirá en frente de nadie, más que de Kalah— que se llevara algo que la hiciera recordarlo cuando iban a misiones por separado desde su primera y horrible pelea. Como ella lo había hecho desde siempre.
«No hacía falta que lo hicieras, grandote. Siempre has permanecido en mis pensamientos, aunque de forma deliberada».
Desde que dejó su hogar, durante casi ocho meses y medio, no hacía otra cosa más que pensar en ese enorme simio de piel igualmente roja como la de ella.
En Hellboy.
Meneó la larga cola roja, detonando indecisión de abrir o no la puerta metálica que la separara del pequeño cuarto clínico. Según el agente Clay, quien era un gran amigo suyo desde hace ya quince años, le había mencionado que el profesor Bruttenholm se encontraba ahí junto a Azul (Abraham Sapien) revisando al grandote después de una misión en el centro de New York tras presentar un problema en un zoológico barato, en el cual habían sido asesinados la mayoría de los animales y de una manera poco común para un depredador a lo que el guardia de seguridad logró identificar parte de la bestia. Se encontraban, además, acompañados por un nuevo agente que hacía de papel de niñera para Rojo. Su nombre era John Myers y venía egresado de una de las mejores escuelas de la FBI.
La joven mujer, en apariencias, de veinte años tomó aire una vez más después de darle muchas vueltas al asunto y darse una pequeña cachetada para comportarse como tal, así que con la mano normal abrió la puerta.
-…Y sin besitos —escuchó a Hellboy decir, quien volteó a ver quién había entrado a la habitación, quedando en un ligero estado de shock tras reparar en esos ojos amarillos y esa corta melena negra que no lograban cubrir la base de los cuernos y que ahora los tenía casi por terminar—. ¡¿Kalah?!
-¡¿Existe alguien más como Hellboy?! —El agente Myers exclamó, sorprendido ante lo que apreciaban sus ojos claros y soltando una risa nerviosa—. No… No me lo creo…
-¡Oye! Yo la vi primero, niño, incluso antes de que tú nacieras —soltó el enorme simio, casi como un niño pequeño al que intentaban quitarle algo preciado, para después aclararse la garganta—. Quiero decir… Me alegra que hayas regresado, Kalah.
-Hogar, dulce hogar —canturreó ella con una media sonrisa, dando unos cortos pasos, ya que la sala no era muy grande—. Hermano Azul, agente Myers…, Padre.
Los saludó con un pequeño nudo en la garganta al detenerse en el profesor y cuando les dedicaba una mirada a todos ellos. Sonrió al terminar la mirada en Hellboy, pasando detrás de la silla metálica donde éste se encontraba siendo curado y aprovechando el momento para halarle la cola con la suya.
-Hola, Rojo.
-¡Hey!
Kalah rio entre dientes y se colocó a su lado, rozando la yema de los dedos contra su mejilla, obviamente a propósito para ver su reacción. Hellboy intentó levantarse del asiento para ir hacía ella y tomarla entre sus brazos, dejándola sin escapatoria para después llevársela lejos de ahí. A un lugar donde nos los molestaran por nada del mundo; pedirle disculpas por haberse comportado como un egoísta idiota y sin sentimientos aquel día, ganando que ella se marchara de la BIDP por tanto tiempo. Y el hecho de tenerla a su lado de nuevo. ¡El volver a verla después de tantos meses y que le hablara como si nada hubiera pasado! Como en los viejos tiempos cuando eran adolescentes, escapando a un lugar, ausentes del mundo y disfrutaban de ambas compañías sin la intervención de sus niñeras.
Pero Azul no se lo permitió al sentir sus pensamientos gracias a su capacidad de leer a las personas estando cerca de ellas o tocándolas. Recargó la cabeza en el cojín, algo irritado por la situación, mientras la muchacha volvía a sonreír.
-Veo que sigues siendo un bebé llorón —mencionó ella para molestarlo y ambos se miraron, acabando con la sonrisa de la pelinegra. Un segundo para el resto, pero una eternidad para ellos, significó esa mirada. Kalah no pudo evitar acariciar su brazo con la mano de piedra, dirigiendo los ojos a la gran herida que tenía en el brazo—. ¿Qué fue esta vez?
-Verás, fue un lindo perro cruzado con un pulpo, una araña, una iguana y un demonio que inyecta huevos con la lengua —detalló con ese aire tan sarcástico e irónico que ella conocía tan bien de él—. Es muy simpático, deberías conocerlo.
-¿Me consigues uno? —Le preguntó con una voz de niña pequeña, cual lo volvía loco. Y algunos pensamientos inapropiados pasaron volando por su mente a lo que se revolvió en el asiento, un poco incómodo en unas zonas algo sensibles del cuerpo—. Rojo, quiero un perro como ese.
-Claro —le prometió e intentó mantener la mente clara—. En cuanto encontremos su localización, te traeré uno. Pongámosle Sammy…
-Serás asignada también a la misión. —Decidió Bruttenholm, encaminándose a la puerta, mientras que en uno que otro paso se apoyaba sobre su bastón, no antes de posar la mano en el hombro de su querida y tercera hija adoptiva, como si le dijera con ello "bienvenida a casa". Kalah despegó la mano del brazo de Rojo para ponerla en la de su padre, sonriéndole como le sonreiría una hija a su padre que ha vuelto de una guerra—. Abraham te contará el caso y lo que hemos descubierto hasta ahora. Saldrán mañana por la mañana para obtener más información y así acabar con esto lo más rápido posible. La habitación de huéspedes estará lista para que…
-No hay necesidad, padre —lo interrumpió Rojo, aunque sonaba entre nervioso y emocionado, mirando a Kalah—. Tu lado del cuarto sigue intacto.
-Agrega dos comidas de panqueques y nachos, y cerramos el trato.
-Trato hecho. —Dijo él con una ancha sonrisa y estrechándose las manos.
-Te veo allá, grandote. Tenemos cosas de que hablar. Pero antes…
De la nada, le metió un gran golpe con la mano de piedra y él se encorvó un poco ante el dolor, llevando la mano de piedra a la cara. Myers respondió con un gran sobresalto más no saco el arma que lo acompañaba en el cinturón, más bien, le sorprendió que ella lo golpeara de esa forma después de cómo se miraban y hablaban.
-Con su permiso, caballeros —se despidió ella con una ancha sonrisa.
-Carajo, Kalah. ¡¿Cuál es tu maldito problema?! —Gruñó Hellboy al notar que le sangraba la nariz y viendo como ella se marchaba a la habitación que compartían desde niños, mientras el padre de ambos muchachos solo giraba los ojos, aunque sonreía en el interior al ver que estaban juntos de nuevo—. Regresa después de mucho tiempo y me rompe la nariz. ¿Pueden creerlo?
-Ella lo ha dicho —hablo Abe, quien si tuviera los conductos, sonreiría y se dirigió a la bandeja que contenía una especie de huevos parecidos a los de los peces pero con una extraña criatura dentro de ella—. Hogar, dulce hogar.
