Treinta segundos, solo treinta segundos, para una persona pueden parecerle una eternidad.
Especialmente para una enamorada. Y aún más para una Ravenclaw.
Ese día se reunieron para tomar cerveza de mantequilla. Aunque ella le había dicho que era algo importante.
Sus miradas se cruzaron, tres segundos, solo tres segundos hicieron latir su corazón, su mente decía no, pero su corazón decía que si, el rubor le cubrió levemente las mejillas, Salazar solo la vio con indiferencia casi con desprecio.
-¿Para que me llamaste, si se puede saber?- dijo con frialdad- Me avisaste que había una reunión importante y solo estamos nosotros dos y en este lugar tan... inmundo.
Se refería al bar en donde estaban, Águila de plata, a pesar de su elegante nombre no tenia mucha clientela, aparte de los hijos de muggles, lo cual Salazar detestaba, se sentía asqueado de sentarse tan cerca de los sangre sucia.
-Bueno Godric y Helga no han podido venir- dijo ella nerviosamente.
El arqueó una ceja.
-Me habías dicho que era muy importante y que nadie faltaría- replico Salazar
¡Maldita sea! ¿Por qué rayos no traía esa tiara? ¡Ah si! Quería demostrar que era muy lista aun sin esa tiara, el tiro le salió por la culata.
Ahora a usar mas el coco.
-Se enfermaron- mintió
Salazar solo suspiro y siguió bebiéndose su cerveza, tratando de olvidar que la botella habia sido tocada por hijos de muggles.
-Salazar es un reunión importante yo... -se interrumpió y trago saliva.- yo te...
¡Tring!
Un vaso se había roto distrayéndola para decirle lo que tenía que decirle. La vida había sido tan cruel que ni una sola declaración de amor podía darle a su amado.
-Olvídalo- dijo y salió con las lágrimas en los ojos, simplemente no podía, él era demasiado para ella, ni con toda su inteligencia, Rowena Ravenclaw no podría conquistar a Salazar Slytherin. No tenía sentido, ella era una mujer fuerte.
Su vida podría acabar y así solo así conseguiría el descanso. A nadie le importaría.
Apunto su varita a su pecho, donde su corazón palpitaba, a el que la había enamorado de Salazar, el corazon no lo necesitaba. Ya no podía amar.
-Avada Keda...- algo la interrumpió- ¡Que no pueden dejar en paz! Solo una vez no me interrumpan... Ni el momento de su muerte podría ser tranquilo.
Entonces un beso llego a su boca, un beso cálido, con sabor a menta, ella le correspondió con lagrimas que hacían que el beso fuera húmedo y salado. Más dulce al fin y al cabo.
Y no volvió a suceder, ese beso sabia de quien era pero no dijo nada.
¿Para que? ¿Otro beso? No era necesario, con solo uno fue suficiente. Suficiente para desatar el amor.
Treinta segundos gloriosos que jamás se repetirían, esa noche cuando esos dos cuerpos se fundieron en uno, empezó a crearse un humano que nueve meses después gritaría. Gritaría con fuerza y júbilo pues ese niño o niña seria hijo de Rowena Ravenclaw y Salazar Slytherin los más grandes fundadores de Hogwarts. Helena, jamás sabría quién era su padre.
