Este es mi primer fanfic, basado en el libro de Jane Costello. "Dama de honor", para todas las fans de Jandi y Jihoo

Boy over flowers no me pertenece.

Capítulo 1

Sábado 24 de febrero

Mi mejor amiga va a casarse dentro de cincuenta y dos minutos y la suite del hotel parece como aquellos campos destinados al Festival de Glastonbury tres días después de haberse iniciado la fiesta.

Hay un montón de parafernalia propia de las bodas desparramada por toda la habitación, entre la que incluyo a la mismísima novia. Ga eul todavía lleva puesta la bata y solo se ha maquillado a medias. Mientras tanto yo me he pasado los últimos diez minutos tratando de arreglar por todos los medios las flores que lleva en el pelo, después de que se las pillara con la puerta del coche al volver de la peluquería.

Vuelvo a rociar sus tirabuzones con una generosa cantidad de gel y tiro el bote vacío sobre la cama con dosel.

—¿Estás segura de que aguantarán, Jan di? —pregunta mientras se pone rímel a toda prisa ante un enorme espejo antiguo. Le he puesto la cantidad de gel suficiente como para que un peluquero tenga una jubilación más que generosa, así que sí, sí estoy bastante segura.

—Sin duda —digo.

—Pero no parecen muy artificiales, ¿verdad? —continúa diciendo mientras coge un tarro de perlas bronceadoras.

Toco los tirabuzones con cautela. Parecen estar hechos de fibra de vidrio.

—Claro que no —miento, recolocando estratégicamente trozos de follaje sobre las más de treinta horquillas que lleva en el pelo—. Las flores están perfectas. Tu cabello está perfecto. Todo está perfecto.

Me mira, nada convencida.

Estamos en la suite nupcial del hotel de 5 estrellas "The silla Jeju", en la isla Jeju, una zona de tanta belleza que es considerada una de las bellezas naturales del mundo. De todos modos, no hemos tenido tiempo de contemplar el paisaje. Y en estos momentos hemos echado a perder la maravillosa suite llena de antigüedades muy chic.

—¡Genial! Excelente. ¡Bien! Gracias —dice Ga eul, sin aliento—. De acuerdo, ¿ahora qué?

No sé por qué me lo pregunta a mí. Porque nadie podría estar menos cualificada que yo en una ocasión como esta.

Primero de todo, no estoy acostumbrada a todo esto de las bodas, dado que la última a la que fui se celebró a mediados de los ochenta, cuando Ji hye, la prima de mi madre, se casó con el desgarbado amor de su vida, Han Jung Woo, quien al cabo de tres años se había fugado con una pintora y decoradora. En aquella boda llevé una falda globo y no me solté de la mano del paje durante todo el día. Si hubiera sabido que aquella iba a ser una de las relaciones más importantes de mi vida, habría tratado de recordar su nombre.

Lo que me lleva a la segunda razón por la que Ga Eul haría mejor en pedir consejo al buró que hay en un rincón de la habitación: dudo mucho que yo llegue a casarme algún día.

Antes de que se lleven una impresión equivocada, debería aclarar algo importante. No es que no quiera casarme, me encantaría. Lo que pasa es que no creo que lo haga.

Porque existe un hecho, un hecho muy preocupante: ya he alcanzado la edad madura de veintisiete años y puedo afirmar con toda sinceridad que nunca me he enamorado.

Ni siquiera me he acercado a ese estado. Lo que significa que nunca me las he arreglado para estar con alguien más de tres meses. En resumen, soy al compromiso lo que Pamela Anderson es a los sujetadores de copa A: una elección muy poco acertada.

Lo curioso es que he conocido a mucha gente que cree que eso es motivo de celebración. Asumen que mi incapacidad para atarme a nadie me hace joven, independiente y completamente liberada.

Pero yo no lo siento de la misma manera. Un ejemplo típico es el de Wooyoung, con el que rompí la semana pasada. Wooyoung era, es, encantador, sonrisa bonita, buen corazón, buen trabajo. Y, como siempre, todo empezó bien, pasando noches muy agradables en mi casa y perezosas tardes de domingo en el cine.

Apenas llevábamos cuatro semanas juntos cuando él sugirió que visitáramos a su familia. Yo ya sabía que era demasiado tarde.

Había dejado de pensar en su cara de niño, mientras que no podía dejar de pensar en la porquería que tenía bajo las uñas de los pies. Y en el hecho que lo más intelectual que había en su estantería fuera un catálogo de Auto-Trader. Y… bueno, mejor no sigo hablando.

No hace falta decir que soy consciente de que nada de lo que hizo o dijo fue tan terrible y, sin duda, no puede compararse con lo que muchas mujeres tienen que aguantar. Sin embargo, mientras no dejaba de repetirme a mí misma que había cosas

Peores, en mi fuero interno sabía que no estaba hecho para mí. Lo que está bien. Pero es que nunca parecen estar hechos para mí.

Sin embargo, después de un lapso de tiempo de veintidós años, tengo tres bodas en el mismo año y soy dama de honor en cada una de ellas. Aunque si lo que está ocurriendo hoy es lo habitual, no creo que mis nervios puedan soportarlo.

— ¡Zapatos! —proclama Ga Eul mientras va de un lado a otro de la habitación, apartando cosas de en medio.

Miro el reloj: faltan treinta y un minutos. Ga Eul deambula por la habitación como una adolescente que espera el resultado de su prueba de embarazo. Coge la barra de labios, pero vacila.

—Quizá debería ponerme el vestido ahora —dice—. No, espera, necesito ponerme las medias. Oh, un momento, ¿debería retocarme el pelo con las tenacillas primero? ¿Tú qué crees?

¿Y yo qué sé?

—Esto… las medias —sugiero.

—Tienes razón. Sí. Las medias. Dios, ¿dónde están?

Ga Eul saca todas las cosas que tiene en la bolsa y las deja en el suelo una por una, hasta que encuentra las medias.

—Tengo que tener mucho cuidado con ellas —dice.

Se sienta en el borde de la cama, abre el paquete, saca una de las medias y mete el dedo gordo con la misma delicadeza con la que un albañil se pondría sus guantes. Como cabía esperar, el pie atraviesa la media y la desgarra de tal forma que se me pone el vello de punta.

—Oh, mierda —empieza a decir, pero como Hye Rim su pequeña sobrina acaba de entrar en la habitación, evita decir algo de lo que podría arrepentirse—. ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! —repite—. Solo tengo estas. ¡Y me costaron dieciocho libras!

—¿Qué? —No me lo puedo creer—. Por dieciocho libras no solo deberían ser a prueba de dedos, sino que además deberían soportar una explosión nuclear.

Quedan veintiséis minutos. Puede que sea una novata pero sé lo suficiente como para ser consciente de que deberíamos haber progresado más. La atmósfera de este sitio empieza a parecerse a la de un episodio de Urgencias.

—Vamos a ver —digo—. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

—Esto… peina a Hye Rim —grita Ga Eul mientras entra en el baño a la carrera en busca de su collar.

—Vamos, linda —digo alegremente. Pero la perspectiva de poder embadurnar la alfombra con crema hidratante le resulta más atractiva a Hye Rim.

—Vamos, cariño —repito, tratando de que mi voz no suene desesperada, sino firme y amable—. De verdad que tengo que arreglarte el pelo. De verdad.

Apenas me hace caso mientras ataca el jabón de manos Naran Ji.

—Vale, ¿quién quiere parecer una modelo? —pregunto, ya que necesito algo, cualquier cosa, que pueda convencerla.

—¡Yo! —Exclama, poniéndose de pie de un salto—. ¡Quiero ser modelo cuando sea mayor!

No puedo creer la suerte que tengo. La semana pasada quería ser bióloga marina. Le hago dos coletas y después miro el reloj. Quedan veintitrés minutos. Aún tengo mi vestido colgado detrás de la puerta y todo lo que he podido hacer con respecto a mi maquillaje es tapar el grano que tengo en la barbilla con un poco de Clearasil.

Decido que lo mejor que puedo hacer es arreglarme a toda prisa para poder ayudar después a la novia con su vestido. Me meto en el baño y, sentada sobre el borde de la lujosa bañera de pies, empiezo a maquillarme con la precisión de una niña de tres años que concursa en una competición de pintura expresionista. Cuando termino, cojo el vestido de detrás de la puerta y me lo pongo con dificultad, poniendo especial cuidado en no dejar manchas de desodorante en los costados. Después me miro en el espejo para valorar el resultado.

No está mal. No soy precisamente una modelo, pero no está mal. El vestido favorece mi figura, el cabello me llega por los hombros y es de color castaño oscuro por naturaleza. Hoy me lo han rizado de manera muy laboriosa. Perdón, me lo han alborotado de manera que pareciera «natural», cosa que ha llevado dos horas y cuarto y ha necesitado suficientes productos para el pelo de alta definición como para inflar un espantapájaros. Y a pesar de haberme maquillado de manera tan caótica y del molesto grano que tengo en la barbilla, empiezo a sentir que el resultado es bastante bueno.

Estoy a punto de salir del baño para atender a Ga Eul cuando veo mi bolsa al lado del lavamanos y me doy cuenta de que me he olvidado de algo. De algo de crucial importancia. De algo que me dará el toque final. Mis prótesis mamarias de silicona.

Más espectaculares que un wonderbra y, con un precio muchos Wons, más baratas que la cirugía. Me moría de ganas de tener la ocasión de ponérmelas. Me las meto debajo del escote y me las coloco, antes de contemplar los resultados.

No puedo evitar sonreír.

No saldría en la portada de una revista, pero constituye una mejora con respecto a lo que la naturaleza me ha proporcionado (o mejor dicho, no me ha proporcionado). Me dispongo a enseñarle a Ga Eul mis nuevos atributos cuando oigo un alarido que proviene de la habitación contigua. La novia está teniendo un enfrentamiento.

— ¿Que los recordatorios de boda de chocolate se han QUÉ? —Chilla, mientras agarra con fuerza el teléfono del hotel—. ¿Derretido? —pregunta, mientras se pone aún más colorada—. ¿Cómo han podido derretirse? —Se lleva la mano a la frente—. Vale, ¿se han estropeado mucho? Es decir, ¿siguen teniendo forma de corazón? —Se produce una pausa—. ¡Arrrrghhhh! —Cuelga el teléfono con violencia. Ay.

—¿Entonces ya no tienen forma de corazón? —pregunto con cautela.

—Aparentemente ahora parecen algo que encontrarías en una caja de arena para gatos —dice, desesperada—. No tengo ni idea de dónde está mi tiara. ¿Alguien ha visto mi tiara? Oh, Dios, también la he perdido.

—No, no lo has hecho —digo, tratando de calmarla a la antes dulce Ga Eul un poco—. Tiene que estar aquí, en alguna parte. —Aunque necesitaremos un sistema de navegación vía satélite para saber dónde.

Ga Eul se deja caer sobre la cama.

—Esto es genial —dice—. Me caso en unos quince minutos. Tengo un agujero en las medias, no puedo encontrar mi tiara y he descubierto que tengo una pizca de maquillaje en mi rodilla. Soy oficialmente la peor novia del mundo.

Me siento en la cama y la rodeo con el brazo.

—Anímate, Ga Eul. Tienes que ver las cosas en perspectiva. Solo se trata del día más importante de tu vida —bromeo.

Se pone a llorar. Oye, lo estoy intentando.

—Se suponía que iba a ir camino del altar tan elegante como Audrey Hepburn —dice—. Pero en este momento no me siento nada elegante - Me río a carcajadas.

—No seas ridícula —digo-.

Veo un atisbo de sonrisa en su rostro.

—Oye, ¿a qué viene ese pánico? —continúo—. Ni que Yi Jeong no fuera a esperarte. ¿Qué pasa si llegas un poco tarde? Y además, pienses lo que pienses, estás preciosa.

—¿En serio? —No parece muy convencida.

—Bueno, lo estarás muy pronto —digo mientras miro su bata—. Vamos, es hora de acelerar un poco las cosas.

Y entonces entro en la clásica espiral de actividad frenética propia de una dama de honor, asaltando a mi mejor amiga con las extensiones, las perlas bronceadoras, el brillo de labios, las perlas bronceadoras (otra vez) y, finalmente, el vestido, en el que hay que meter a Grace con la ayuda de ambas y de Hye Rim.

Justo cuando creo que ya casi hemos acabado y que todavía nos sobra algo de tiempo, es evidente que el drama aún no ha terminado.

—¡Oh, no! —grita Ga Eul de repente—. Mi madre tiene los pendientes. Jan di, lo siento, pero vas a tener que bajar e ir a buscarla.

Vuelvo a mirar el reloj. Estoy exhausta.

Para cuando localizo a la madre de Ga Eul, cojo los pendientes y me dirijo de nuevo al piso de arriba, reparo en que quedan unos cuatro minutos y medio. Mientras subo las escaleras a toda prisa, algo, o debería decir alguien, hace que me pare en seco.

Es sencillamente uno de los hombres más despampanantes que he visto nunca. Es guapísimo. Tiene una piel clara, sin defectos y unos ojos espectaculares. Su cuerpo es atlético de una manera perfecta.

Subo las escaleras cada vez más despacio y se me acelera el pulso cuando me doy cuenta de que me está mirando directamente. Le aguanto la mirada con descaro mientras me acerco a él. Entonces, cuando estamos a punto de cruzarnos, ocurre algo de lo más increíble.

Me mira los pechos.

Solo durante un segundo, pero sin duda ocurre. De hecho, es más que evidente que se queda embobado. Sus ojos se dilatan notablemente e incluso alcanzo a oír que inspira hondo. Mientras sigue bajando las escaleras e intenta apartar los ojos de mí por todos los medios, yo no puedo evitar sacudir la cabeza, incrédula.

Una parte de mí se siente horrorizada por lo primitivo que ha resultado ser ese hombre que, por lo demás, también me parece una criatura divina, y me recuerdo a mí misma la promesa que me hice de no juzgar nunca a nadie por su apariencia. La otra parte de mí se siente muy complacida por la aparente efectividad de mi reciente adquisición.

Así pues, entro en la suite nupcial alegremente.

—¡Mira! —digo—. Un juego de pendientes.

Ga Eul se da la vuelta y ahoga un grito, antes de ponerse a reír como una loca.

—¿Qué? —pregunto, confusa.

—No vas a salir en las fotos de mi boda con esa pinta —dice entre carcajadas, sin apenas poder contenerse.

—¿Qué pinta? —pregunto, contenta porque al fin he hecho algo para relajarla. Pero cuando bajo la vista, lo que le causa tanta alegría se hace terriblemente evidente.

¡Aqui esta mi primer aporte al fandom Jandi y Ji hoo! por fin me decidi a publicar algo.

Cuando leí este libro, simplemente pensé que era perfecto para la pareja.

Disfrutenlo y comenten!