A fonte do demo(La fuente del demonio). Leyenda

1.

La bruma, etéreo manto que caía leve sobre la floresta, enturbiando cuanto sus cristalinos ojos celestes podían ver, envolvía al niño con ternura, acariciando su rostro angelical El intangible velo peleaba celoso con una suave brisa que se escurría entre los árboles, pugnando por mimar con mayor esmero al pequeño serafín. Haría ya un cuarto de hora desde que, persiguiendo a una pequeña liebre saltarina que se había cruzado en su camino, se alejó del camino y de sus padres, a través de los vetustos robles del bosque, perteneciente al pazo(1) del que eran señores, y cuya familia regentaba desde hacía ya varias generaciones.

Ahora, derrotado frente al pequeño animal, que se había revelado más astuto y ágil, y al que había perdido de vista cuando aquél se había escurrido entre unas matas de retama, se veía incapaz de retroceder sobre sus pasos y regresar al cobijo proporcionado por sus progenitores, desorientado a partes iguales por la niebla y la espesura de la arboleda. Llamó a su madre, tímidamente al principio, y con mayor fuerza después, al no hallar respuesta alguna. Pronto, sintiéndose impotente, comenzó a sollozar, temeroso ante la perspectiva de no volver a sentir el cálido pecho de su madre atrayéndolo hacia ella en confortables abrazos, cubriéndolo de besos, reemplazando su feliz y breve vida hasta aquel momento por una horrible muerte en medio de un vasto robledal, bien por inanición, o, peor aún, por los afilados colmillos de los lobos que poblaban la región.

Acrecentó sus miedos hasta lo indecible un aullido lejano, dotando de inusitadas fuerzas a las piernas del rapaz, que empezó a correr como potrillo desbocado a través del bosque, ignorando las tramposas zarzas que arañaban sus piernas y entorpecían su marcha. Para colmo de males, las prisas le hicieron tropezar contra una piedra traicionera, oculta entre una mata de violetas salvajes. Cayó al suelo, lastimándose una de sus rodillas, que comenzaba a sangrar. Las lágrimas del niño se hicieron más abundantes, nublándole la vista, de tal forma que en un primer momento el cambio en el paisaje no se le hizo perceptible.

Cuando decidió que ya se había cansado de llorar, miró a su alrededor, sorprendido. Se hallaba en un pequeño claro, en el que se alzaban unas ruinas antiguas, apenas un par de columnas semiocultas por silvestres enredaderas, que las rodeaban en un posesivo abrazo y restos de paredes de piedra, derruidas en su mayor parte. En el centro se situaba una pequeña laguna, rodeada por juncos entre los cuales podía distinguirse el canto de unas ranas. El agua procedía de una fuente natural, que corría despreocupadamente por un pequeño reguero que nacía en unas rocas semiocultas entre matorrales, del otro lado del claro, hasta desembocar en la charca. El conjunto resultaba de una belleza irreal, casi fantasmagórica, a la que contribuían los jirones de niebla, más tupida que la que durante todo el día caía sobre la región. El niño se acercó a la laguna, para lavarse la herida, sucia debido al suelo del bosque. Mientras el agua purificadora bañaba la lesión, el escozor hacía al chiquillo retomar su llanto.

- ¿Por qué choras, pequeno?(2) – una voz sobrenatural, melódica y envolvente como el propio canto de las aguas, sorprendió al niño, que se giró bruscamente, asustado.

Sus ojos captaban las formas del ser más bello que jamás había contemplado antes. Un joven desconocido le sonreía con dulzura. Su hermosura era de otro mundo: rojos cabellos, brillantes como la más roja de las rosas al alba, cuando el rocío acentúa en gran medida su belleza, se mecían al compás que marcaba el leve viento que más que soplar, susurraba palabras y oraciones desconocidas para el pequeño, pero que ejercían en él un efecto tranquilizador, aunque no tanto como el muchacho. Aquellas hebras enmarcaban un rostro perfecto, que rivalizaba con el de los mismísimos arcángeles, cuando no los superaba ampliamente, constituyendo el centro del mismo dos piedras preciosas que parecieran haber atrapado la noche en su interior: de un profundo azul oscuro, partículas más claras brillaban en aquellos ojos, titilantes como estrellas, iluminando el asombrado rostro del menor. Aunque estaba inclinado en cuclillas, podía comprobarse que era de elevada estatura, aunque delgado, y de finos rasgos, acentuados por su tez, blanca al igual que las telas que le cubrían, se asemejaba a las nieves que todos los inviernos cubrían las cercanas montañas. Una de sus níveas manos se posó en la rubia cabellera del niño, jugando con la revoltosa cascada dorada, mientras aguardaba una respuesta de aquél.

- Me he perdido, y no sé dónde están mis padres...y me asusta el bosque…y me he caído…y…y…- las palabras se apelotonaban, y eran emitidas con torpeza, balbuceando en ocasiones, por el pequeño, que comenzaba a llorar una vez más.

- No llores más… -la tenue sonrisa del misterioso joven poseía un intenso efecto calmante, y los espasmos del chiquillo cesaban, al igual que el salino manantial que brotaba de sus ojos. Llevó unos dedos finos y alargados al rostro del niño, acariciándolo, y provocando una desconocida sensación en éste, que se mantenía inmóvil, presa del hechizo causado por los orbes del mayor. Extendió su brazo, y lo asió de la mano, atrayéndolo hacia sí. Rozó su frente con sus labios, en un beso que revolucionó para siempre el universo del pequeño. De pronto, su madre, hasta aquel momento el ser más bello de la creación, se le antojaba poco menos que vulgar, sus cariños torpes: nada era comparable a lo que aquel muchacho había provocado en él con tan simple movimiento. - ¿Cómo te llamas?

- Milo

- Es muy hermoso¿sabes? Igual que tú. – Estrechó al niño entre sus brazos, a los que éste se entregó sin dudar, aún bajo el mágico influjo de aquel ángel, pues eso pensaba Milo que debía ser el muchacho. Éste se acomodó sobre la hierba, sentando sobre su regazo al pequeño rubio – Ahora no tienes nada que temer. Duerme en paz…

A los pocos minutos, el niño dormía beatíficamente. El joven observaba pensativo, como meditando una trascendental decisión, cómo la pequeña caja torácica de Milo subía y bajaba rítmicamente, coincidiendo con la ahora tranquila respiración, y sonrió con tristeza. Besó sus cabellos, y susurró en un murmullo casi inaudible…

- Tan inocente…coma un anxiño…Non é o momento… non de esta vez, meu rei….(3)


- ¡Milo! – la preocupada voz de su madre despertó al niño, que dormía aún apoyado sobre una roca rodeada de largas briznas de hierba. Como si le fuera la vida en ello, estrechó con todas sus fuerzas al pequeño, pretendiendo con tal acto que jamás volviera a alejarse de ella- ¡Gracias a Dios que te encontramos¡Nos temíamos lo peor!

- ¿Mamá¿Papá? – la visión de sus padres entre lágrimas sustituía ahora a la de aquel joven misterioso. Extrañado, preguntó - ¿Y el chico de pelo rojo?

- ¿Qué chico, querubín? Sólo estamos nosotros tres aquí. Vamos, regresemos al pazo. Ya es tarde.

De la mano de su padre, Milo caminaba ahora. Se frotó los ojos, desperezándose, y llevó su vista atrás. El paraje lucía ahora totalmente diferente: La laguna no era ahora más que un simple charco de arcilla seca, la niebla se había despejado totalmente, dejando paso a los cegadores destellos del sol, y no había rastro alguno del joven de cabellos rojos.

Notas y traducciones

(1)Pazo : Casa solariega gallega, especialmente la edificada en el campo.

(2)¿Por qué choras, pequeno: ¿Por qué lloras, pequeño?

(3)Tan inocente…coma un anxiño…Non é o momento… non de esta vez, meu rei.…: Tan inocente…como un angelito…no es el momento…no esta vez, mi rey.