Espero que les guste :) Ante todo gracias por leer y aprecio las críticas constructivas si quieren hacerlas :D Es mi primer fanfic que termino, aunque no la primera historia. Enjoy!


Un joven vestido de azul y cabello negro entró en la enorme y antigua biblioteca, similar a un templo del desierto y de techos que se perdían de vista. Había muy poca gente, y resonaba un silencio murmurante. Se dirigió como si conociera el lugar, hacia la administración. Pero allí solo había una chica, sentada en la silla haciendo equilibrio, los pies puestos en el alto escritorio colocado sobre una tarima, y leyendo un enorme mapa antiguo que rezumaba polvo. El muchacho llegaba a asomar la cabeza por la mesa, y simplemente quedó allí. No había hecho ningún ruido, pero la del otro lado bajó el pliego de golpe y dejó caer la silla en su correcta posición; parecía malhumorada.

-Libros de magia, ocultismo, simbología, filosofía, etc desde ese estante hacia allá –chirrió sin que Jace, el vestido de azul, hubiera abierto la boca-, pero le recomiendo los pergaminos seleccionados viejos nuevos, literalmente, que se encuentran el la misma zona pero más al fondo.

Y sin más se puso a leer de nuevo. Había reconocido a un mago delante suyo y no quería perder tiempo con esa gente. Al parecer Jace Beleren tampoco tenía ganas de hacerlo, y se fue hacia ese lugar. Pasó algún tiempo, y la chica oyó exclamaciones que venían de afuera; palideció: eran unos guerreros draconianos.

El mago azul estaba leyendo unos pliegos para decidir cuál era el más importante. De golpe, apareció la misma que lo había guiado, y estaba muy enojada y evidentemente nerviosa.

-¡Los trajiste tú, maldito desgraciado! ¿Qué pretendes?

Jace se irritó ante tamaña osadía de perturbar su trabajo; la miró fijo, para encontrarse, asombrado, con una mente que se resbalaba de su control. Eso no era de todos los días.

-¿Quién...

Pero antes de que lograra terminar su pregunta, algunos demonios aparecieron al final del corredor. La muy joven bibliotecaria dio un respingo; de inmediato hizo ademán de correr al otro lado, pero otros más aparecieron y les cortaron el paso. Se asustó; era imposible que a alguien le agradara el cariz que estaban tomando las cosas. Jace se guardó disimuladamente los pergaminos, pero ella se dio cuenta y le agarró el brazo, gritando:

-¡Ahh, ni se te ocurra, esto queda acá!

Se los quita y los pone en el estante, tan nerviosa que se le caen otros. Jace ni se inmutó; simplemente se fijó adónde habían quedado.

-No creo que sea lo mejor –comentó, al ver un desagradable resplandor naranja al otro lado un crepitar creciente.

La muchacha se levantó con los brazos llenos de papeles y el corazón en un puño: sus temores se vieron confirmados al ver a un demonio arrojar una antorcha a su prolija estantería.

-¡NOOO!

Aquellos antiquísimos y valiosos pliegos se prendieron como yesca y en segundos se convertían en escamas de carbón. La chica olvidó al peligroso mago azul imperturbable, y corrió hacia el soldado, quién desapareció el medio de la cortina de humo y fuego. Se escucharon gritos de los eruditos que habían estado en la biblioteca. Oyó como algunos tomaban todos los libros que podían e intentaban salvarlos. Se sentó en el piso con los ojos llenos de lágrimas, pero no por el humo... Si todo el mundo que conocía se iba a extinguir, sería con ella. Pero su determinación se cortó un poco, al sentir como una llama le quemaba la piel del brazo. Gritó; quizás aún no estaba perdido, intentó convencerse. Corrió hacia la salida, mas a pesar de conocerla como la palma de su mano, daba vueltas y vueltas en un infierno naranja y negro, hirviente y horroroso, y no daba con ella. Se desesperó aún más, hasta que vio (no sin alivio) un destello azul que identificó como el de la túnica de aquel maldito mago, y corrió sin perderla de vista.

Una casi asfixiada bibliotecaria se desplomó en la entrada, tosiendo, llorando, y casi cegada por la luz del día. Al serenarse, levanta la mirada y ve al hombre, cruzado de brazos y con cierta mueca de pena al ver al enorme edificio en llamas. La ira pudo más que su miedo, y gritando, se arrojó sobre él, quien ni siquiera cambió de pose.

-¡Haz algo, eres un mago del agua, apaga el fuego, es tu culpa, hazlo! –a través de su cortina de lágrimas, vio los ojos del joven de un azul embriagador... sí, la expresión era de pena.

Al ver que nada conseguía, intentó apagar el fuego con un poco de agua de un pozo que había delante, lo mismo que algunos hombres, pero se da cuanta que es en vano. Los habitantes del pequeño pueblo que los circundaba se acercaron para ver, simplemente; los odiaba. No apreciaban su trabajo, si siquiera respetaban ese sagrado lugar. Lo peor era que seguramente se regocijaban de su desgracia. Por una ventana saltaron los demonios que aún quedaban; eso fue la gota que colmó el vaso. Tomo un palo, y atacó a los esbirros. La sorpresa de su ataque fue lo único que la ayudó, ya que solo mató a uno de un golpe en la nuca. Pero no la dejaron seguir: enseguida se arrojaron sobre ella, y hubiera sido lo último que se hubiese sabido de su persona, si Jace no los hubiera espantado. Lejos de agradecerle, la chica comenzó a pegarle en el pecho (adonde podía) una y otra vez, sin que se molestara en quitársela de encima.

-¡Podrías haberlo hecho antes, mira lo que hicieron, es mi vida! –chilló ella.

-No sabía que me habían seguido hasta aquí.

La gente comenzaba a irse, negando la cabeza ante el desastre, y la tarde comenzaba a caer.

El joven de cabello negro y alborotado se sacudió un largo mechón de la frente, y comentó, como al azar.

-Ven conmigo en mi viaje.

La otra abrió los ojos como platos: le causaba más miedo que otra cosa.

-¡¿Qué?! ¿Para venderme como esclava o dejarme como tributo en un puente, eh? ¡Sí, claro, no soy tan idiota, sabes! –se incorporó, ya que estaba sentada en el suelo, y guardó distancias con el mago.

-No, claro que no. Para que se turne conmigo en las vigilancias nocturnas y me ayude...

-Seré un estorbo –interrumpió ella

-A cambio, cuando lleguemos detrás de las montañas –siguió él-, a la ciudad, te prometo que con un amigo invocaremos a algunos escritos perdidos en el incendio.

-¿...?

-Sí..., si los recuerdas, los podremos invocar. Tú me dirás cuáles tenías a ver si los rememorar con exactitud, así se salvarán. Mientras, viajamos. Como trato, me quedo con dos de los textos.

-¡No puedo!

-Es justo...

-Me dejas copiar los dos...

-Mm...

-¿Uno? Y ver el otro.

-De acuerdo.

Pero la chica cambió de parecer.

-¡No, no confío en ti, no quiero viajar! –y a Jace se le acababa la poca paciencia.

-¡Acabas de decir que ésto –y al señalar la biblioteca, se ve a un madero caer y explota una ventana- era tu vida y ya no te queda nada, no te conocen y odias a los del pueblo, ¿verdad?! Entonces, ¿por qué no abres tu propia biblioteca allá, o acá mismo una nueva?

-Ya tenía una –murmuró con voz quejumbrosa.

-¿Tú la armaste?

-No, mis antepasados la...

-¡Ajá, te conviene!

-No tengo nada –sollozó.

-Bueno, no te preocupes; te compraré algo de ropa, y comerás lo mismo que yo, no habrá problema. No garantizo tu seguridad, pero no te entregaré al peligro a propósito, estés segura...

La muchacha miró a la destruida biblioteca; allí yacían todos sus recuerdos, astillados y quemados también, todo lo que conocía y la hacía sentir segura. Tendría que enfrentarse al mundo hostil, porque ya no tenía otra salida. Desde que sus padres habían muerto hacía algunos años, había creído que aquel edificio que pocas personas además de ella encontraban acogedor, la protegería y cuidaría. Era todo lo que conocía y ahora se lo habían quitado. De hecho, vivía allí, pero no era necesario entrar para darse cuenta de que su pequeña y repleta de papeles habitación había sido destruida por completo porque toda la zona se veía colapsada. Volvió la vista al mago azul: su capa ondeaba al viento y el sol, a espaldas de la chica, le daba de frente y le teñía las líneas tatuadas blancas del rostro de un tono anaranjado. Tenía cara de fastidio. No sabía si podría aguantar la situación de estar junto al que consideraba culpable de su suerte por un largo tiempo (y depender), pero ya no tenía alternativa viable. Aceptó.