Capítulo 1: Esta vez mando yo

-¿Ya has acabado con el informe, Kuchiki? –preguntó el Capitán Ukitake cuando la teniente le dejó los papeles sobre la mesa- ¿Te importaría revisar estos reportes?

La teniente Kuchiki parpadeó dos veces, incrédula y no tomó los papeles que su Capitán le ofrecía con una gran sonrisa en su rostro. Ukitake tardó en darse cuenta que algo sucedía. Dejó de sonreír mientras Rukia se sonrojaba e abría la boca para decir alguna cosa.

-¡Perdona, Kuchiki! –dijo Ukitake adelantándose- No me acordaba que el baile de gala de los Kuchiki es esta noche. Te prometí que te dejaría dejar antes el trabajo para que pudieras ayudar a tu hermano a organizar algunas cosas.

-Lo siento mucho, Capitán Ukitake –dijo Rukia haciendo una reverencia y elevando la voz.

-No te preocupes –dijo Ukitake- Puedes irte. Espero que la gala vaya muy bien. Por favor, pídele disculpas al Capitán Kuchiki, pero este año me temo que tampoco podré asistir.

-¿No se encuentra bien, Capitán? –pidió Rukia mientras tomaba una bolsa y dejaba los papeles, correctamente ordenados en una carpeta, sobre el escritorio del Capitán.

-Me noto un poco débil –mintió Ukitake- Siento que si me sobresfuerzo tendré una recaída.

-¡Cuídese, Capitán! –dijo Rukia sonriendo- Espero que el año que viene pueda honrar la gala de los Kuchiki con su presencia.

-Gracias Kuchiki –dijo Ukitake sonriendo mientras, afuera, Renji gritaba a Rukia para que se apresurara.

Los pasos de los dos tenientes se alejaron y el despacho de Ukitake se quedó vacío y solitario. El capitán miró unos cuantos papeles más, despistado, sumido profundamente en sus recuerdos y distraído.

Cuando se quiso dar cuenta, hacía más de media hora que miraba el mismo papel. Ukitake miró por la ventana y se sorprendió al ver que la noche había cubierto el cielo con su manto de estrellas.

-Estoy haciendo el ridículo –dijo Ukitake levantándose y apagando la luz. Paseó por los desiertos pasillos de la decimotercera división, con el eco de sus pasos como acompañante. Ukitake caminaba solo, sin rumbo, sin que nadie pudiera molestarlo.

Estaba perdido en sus pensamientos, recordando. Parecía que en la división tan solo quedaban cuatro o cinco shinigamis que no habían tenido la suerte de poder colarse en la gala de los Kuchiki. Realmente esa gala era uno de los eventos más esperados del año en la Sociedad de Almas y raramente algún shinigami se perdía esa celebración.

La gala de los Kuchiki reunía a las personas más influyentes de la Sociedad de Almas, no solo a sus Capitanes y Tenientes, sino también a la nobleza. Incluso el Capitán General asistía cada año con un quimono gris ribeteado en dorado.

Nadie quería perderse esa celebración. En cambio, Jushiro Ukitake hacía al menos diez años que no asistía. Año tras año, Ukitake ponía la misma excusa: su delicada salud.

Y hoy se encontraba particularmente bien, sin ningún signo de debilidad. Estaba fuerte como un roble y rebosante de salud. Pero, aun así, no había querido asistir al acto. Ukitake hacía años que no se dejaba ver por allí y el solo recuerdo de esa gala le traía malos recuerdos. A veces era mejor evadir los malos momentos y renunciar al pasado.

Ukitake pensaba constantemente en eso cuando se acercaba la fecha. En ese baile le rompieron el corazón y el capitán de la decimotercera no había sido capaz de olvidar ese instante.

Flashback

-Es realmente muy interesante, Kurotsuchi –dijo Ukitake mientras tomaba un poco de champán.

-Dudo mucho que alguien sin conocimientos científicos como tú pueda entender al menos una tercera parte de todo lo que acabo de exponer –dijo Kurotsuchi enseñando los dientes.

Ukitake hizo una mueca desagradable mientras Kurotsuchi seguía vanagloriándose de sus conocimientos. En realidad, a Ukitake aquella conversación le aburría mucho, no tenia ganas de saber qué les pasaba a las almas modificadas cuando se les explosionaba veneno cuántico.

Pero el capitán, por educación, había decidido ser amable y esperar a que Kurotsuchi le soltara todo el rollo. Ukitake estaba aburrido y en su mente rondaba una persona de manera casi obsesiva.

¿Dónde estaba? Hacía un buen rato que no notaba su presencia, esa esencia tan masculina y embriagadora que le emborrachaba los sentidos. ¿Dónde estás Shunsui?

Ukitake se deshizo de Kurotsuchi con toda la amabilidad que pudo y pasó entre la pista de baile. La última vez que había visto a Kyoraku estaba allí, bailando enérgicamente y moviendo su trasero con un ritmo tan frenético que Ukitake se había sentido con deseos que desnudarlo al instante.

No en vano, hacia años que eran amantes. Muchos años, desde que ambos eran tenientes. Ukitake recordaba perfectamente su primera vez: era una tarde lluviosa y después de una infinidad de besos, Kyoraku lo tumbó sobre la paja de esa abandonada granja del Rukongai donde se resguardaban de la lluvia.

-Relájate –le dijo Kyoraku mientras jugaba con los dedos en su entrada- Estás muy nervioso, Ukitake… Relájate, te prometo que no te dolerá.

Pero si que dolió. El dolor era insoportable. Kyoraku entraba y salía de su interior con mucha fuerza mientras gritaba de placer. Ukitake también gritaba, pero de dolor, cada vez que el enorme miembro de Kyoraku embestía y se abría camino a la fuerza dentro de él. El placer tan solo llegó cuando Kyoraku decidió masturbarlo. El placer inmenso que la mano de Kyoraku le proporcionaba era mitigado por sus constantes embestidas.

-Kyo… Kyoraku me duele –dijo Ukitake mientras le temblaban las piernas y se sentía desfallecer.

-Se buen chico –le pidió Kyoraku- Ya casi estoy… Solo un poco más.

Y Kyoraku aumentó el ritmo.

-¡Kyoraku, para por favor! –gritó Ukitake llorando y aferrándose a la paja sobre la cual se habían tumbado. Un trueno resonó justo sobre ellos.

-Mi pobre bebé –dijo Kyoraku riendo y estrujando sus nalgas. Su lengua recorrió la espalda del joven Ukitake- Me pones a mil… No te imaginas como me excitas y las ganas que tenía de verte en esta posición…

Los jadeos de Kyoraku eran irreprimibles. El que por aquel entonces era teniente de la octava división estiró el pelo de Ukitake mientras le cabalgaba y le penetraba con toda su fuerza. Kyoraku olía sus cabellos, tocaba sus nalgas, masturbaba a Ukitake y se volvía loco. Deseaba complacer a ese cuerpo, pero ahora ese deseo restaba en el olvido y se había sustituido por su propio placer.

Finalmente, cuando Kyoraku alcanzó el orgasmo, gritó. Su grito fue ahogado por un gran trueno. Ukitake también gritó, pero de dolor, mientras Kyoraku retiraba su miembro de su interior. El teniente de la octava división se tumbó sobre la paja y se quedó profundamente dormido mientras Ukitake, a su lado, se sentía sangrando y se masturbaba en silencio para olvidar el dolor.

Pero eso le daba igual, a Ukitake. La primera vez había sido horrible ya que el dolor era insoportable. Pero a pesar de eso, jamás le dio al culpa a Kyoraku. Cuando Ukitake fue nombrado Capitán de la decimotercera, Kyoraku le puso una mordaza y le reventó toda la noche, sin parar. El solo recuerdo de como Kyoraku conseguía dominarlo excitaba al Capitán de pelo blanco.

En esos momentos, Ukitake seguía en ese baile estúpido de los Kuchiki, y solo tenía ganas de fugarse e ir al dormitorio de Kyoraku, sin hacer ruido, de noche y que él le amordazara y le dominará sin parar. Ukitake se sentía acalorado, el pesado quimono de gala le estorbaba. La Capitana Unohana lo saludó de lejos, pero Ukitake, excitado ante la perspectiva del encuentro con Kyoraku, no le devolvió el saludo y, con esfuerzo, logró salir del baile para adentrarse en la casa Kuchiki.

Ukitake paseó por los pasillos encontrando algunos Shinigamis conocidos. Un grupo de chicas de la decimotercera división gritaron cuando vieron a su capitán aparecer, pero él las ignoro. Al final había conseguido localizar el reiatsu de Kyoraku. Nada más le importaba, nada le impediría seguir adelante. Dobló la esquina, siguió por el pasillo sin luz, volvió a doblar la esquina.

La perspectiva de tumbarse en uno de los tatamis de la casa Kuchiki y dejar que Kyoraku le hiciera el amor con su fuerza característica le llenaba de pasión y empujaba sus pasos. Apenas se dio cuenta que corría. Al fin llegó, era un pasillo oscuro y sin luz y, al final de esa puerta, de la puerta que cerraba ese maldito pasillo, sintió oleadas del reiatsu del Capitán de la Octava.

Ukitake notó como su miembro estaba duro como nunca antes y se sintió terriblemente excitado. Corrió hacia la puerta, con ganas de comenzar a desnudarse, pero se reprimió.

Abrió la puerta.

-¡Aaaaaaah! –oyó. Era un grito. Era un grito de placer. Era un orgasmo. Entonces le vio la cara.

Kyoraku estaba dentro de ese armario, sentado sobre un taburete, sin sus hakamas y, sobre él, tenía una mujer a la cual había atado las manos con su cinturón verde a la barra del armario de la cual se cuelgan las ropas.

La cara que puso Kyoraku al llegar al orgasmo dejó a Ukitake de una pieza. Kyoraku cerraba los ojos con mucha fuerza y gritaba mientras tomaba con una mano uno de los pechos de la mujer. Ukitake no reconoció a la chica que abrió los ojos cuando le vio.

Ukitake se quedó allí parado. Con el pomo del armario aún entre sus dedos y viendo la cara de Kyoraku extasiada por el placer que le producía otra persona. ¿Por qué estaba sucediendo eso? ¿Por qué Kyoraku estaba con otra persona? No le importaba que fuera una mujer, le importaba que fuera otra persona y que estuviera haciendo el amor con Shunsui.

Entonces lo entendió. Para Kyoraku solo era un entretenimiento más… no le importaban sus sentimientos, ni el amor verdadero que Ukitake le proporcionaba. Kyoraku veía solo en él un instrumento para darse placer sexual.

-Ukitake… -dijo Kyoraku aun agarrando con lascivia el pecho de esa mujer. Ukitake no dijo nada. Cerró la puerta del armario mientras oía como Kyoraku ponía de espaldas a esa mujer y volvía a penetrarla. La mujer gritaba, gritaba como él también lo hacía. Entonces entendió que sus gritos no eran de dolor… Ukitake chillaba cuando hacía el amor con Kyoraku porque, muy en el fondo, sabía que era solamente un instrumento…

Fin del flashback.

Ukitake llegó a su habitación recordando la cara de Kyoraku y como gritaba esa mujer. Desde ese incidente, Kyoraku había seguido visitando a Ukitake algunas noches y el Capitán de la decimotercera se dejaba penetrar sin objetar nada. Incluso Ukitake reconocía que sentía un gran placer mientras Kyoraku lo masturbaba y se corría con mucha fuerza sobre su cálida mano.

El capitán de la decimotercera sacó el tatami para dirigirse a dormir. No estaba triste. Tampoco enfadado. Simplemente, Ukitake estaba cansado y se sentía utilizado. Con el tiempo había conseguido neutralizar sus sentimientos, pero cada vez que Kyoraku lo visitaba de noche y le hacía volar con sus embestidas rápidas y precisas, Ukitake no podía dejar de recordar como amaba a ese hombre.

Con todos esos recuerdos, Ukitake se dio cuenta que estaba empalmado.

-¡Vaya…! –exclamó para si mismo, ya que estaba solo. Decidió que tal vez tocaría arreglárselas solo, ya que seguramente esa noche Kyoraku estaba violando a alguna mujer en la mismísima cama del Capitán Kuchiki. Ukitake se lo imaginaba, desnudo, tumbándose sobre la mujer, lamiendo sus senos con avaricia y luego, sin previo aviso, introduciendo su enorme miembro dentro de ella. La mujer gritaría, entre el dolor y la sorpresa, y Kyoraku la ignoraría.

La mujer intentaría que se le quitara de encima, pero él le pondría una mano en la boca y seguiría trabajando su propio placer. La mujer lloraría, pero él tendría los ojos cerrados mientras las olas de placer empezaban a invadir su cuerpo. El curvaría su espalda y empezaría a jadear.

Ukitake, mientras se imaginaba esa escena, puso la mano en su miembro y empezó a tocar la punta, acariciando su glande con suavidad. Kyoraku gemiría, como gemía con él, y la estiraría del pelo. Entonces, la mujer dejaría su cuerpo quieto, rezando para que él se corriera temprano y el dolor acabara.

Kyoraku lamería la cara de la mujer mientras su placer aumentaba con gran rapidez. Ukitake seguía masturbándose, lentamente. Entonces, Kyoraku se correría y gritaría extasiado mientras que, sin ningún reparo y con fuerza, se tiraría cansado sobre la mujer y comenzaría a roncar.

-¿Ukitake? –dijo la voz de Kyoraku llamando a la puerta. El capitán de la decimotercera se encontraba de rodillas sobre el tatami y con la mano dentro de sus pantalones. Ukitake se puso de pie y se apresuró a quitar la mano de su erección.

Kyoraku entró en la habitación.

-¿Qué haces aquí? –preguntó Ukitake aparentando tranquilidad. Kyoraku río con una sonrisa lasciva. Ukitake había sido ingenuo preguntando, realmente sabia que si Kyoraku venia a esas horas era para hacerle el amor. O para follarlo. O para violarlo. No sabia que palabra usar para describir lo que el capitán de la octava venía a hacerle.

Lo peor de todo es que Ukitake se moría de ganas, pero se sentía más ofendido que nunca. ¿Cómo se atrevía a aparecer en su habitación, justamente esa noche? No era casualidad, Ukitake sabia que no era una maldita casualidad. Kyoraku se estaba riendo de él. Kyoraku sabia que no asistiría a la gala de los Kuchiki… Definitivamente, se estaba riendo de él.

-¿Puedo pasar? –preguntó Kyoraku sonriendo.

-Claro, pasa –dijo Ukitake prometiéndose que no dejaría que ese hombre se burlara de él esa noche. ¡Esta noche no! Esta noche… esta noche seré yo quien te domine, Kyoraku. Esta noche, cambiaremos los papeles y seré yo quien juegue contigo. –pensó Ukitake con más decisión de la que había tenido nunca.

Continuará…

En el siguiente capítulo, desenlace de la historia.