-Capítulo uno-

Fregotego!

Sábado. ¿Porqué no puedes disfrutar un día sábado y más cuando hay partido de Quidditch? Más encima ese día jugaba Ravenclaw contra Slytherin, el mejor juego de la temporada. Vale, no el mejor, todos esperaban con ansias el clásico entre los leones y las serpientes; pero Ravenclaw era mi casa y verlos jugar era un gran acontecimiento.

Entonces se supone que uno, por lo general, debe estar alegre el sábado, contenta, saltando de aquí para allá, ayudando a tus compañeros a hacer banderines bronce-azulados para apoyar a tu casa; pero ese no era mi caso. Como siempre, yo estaba a última hora reescribiendo mis largos trabajos sobre Transformaciones que nunca me convencían. Sí, lo sé, algunos podrían llamarme ociosa, yo me llamaría "pequeña perfeccionista con altura de miras a largo plazo."

Estaba yo resignada a revisar una vez más mis apuntes, tras varios libros gruesos y a veces sin sentido, cuando una de mis compañeras de clase, Úrsula Broderick, llegó hasta mi mesa y comenzó a molestar para que saliera de mi sopor literario.

-No puedo… de verdad que no puedo – le dije luego de un rato de escucharla convencerme.- Iría con mucho gusto, pero de verdad no puedo.

-Elanor, no seas mala, hoy juega Ravenclaw, la gente ya se está yendo al campo¿cómo te vas a quedar sola en la biblioteca?

-No estaré sola… está Madame Pince también aquí.

-"Gran compañía" –dijo Úrsula con cierta ironía y señalándome a la vieja bibliotecaria, que en ese momento reempastaba libros como loca.- En serio¿qué te cuesta? Ya lo terminarás a la noche…

-Úrsula, lo…

-Además, no te puedes perder jugar a Sean… - me interrumpió, mirándome pícaramente.

Inmediatamente mis mejillas se encendieron tras los pergaminos que puse frente a mi cara, para que Úrsula no lo notara, pero yo sabía que ella reía a causa de eso mismo.

Sean Linmer, quinto año, Slytherin, atractivo y cautivador; vi caer al suelo a varias niñas con la sola mención de su nombre y tiritar las rodillas con una vaga sonrisa de sus labios. Era un mal argumento para hacerme caer, pero estaba segura -y Úrsula también- de que al final cedería. Como todas, lo venía siguiendo desde primer año, pero realmente nunca le había escuchado una frase lógica de más de cinco palabras. ¿Sería tímido? Siempre me preguntaba lo mismo, pero jamás me atrevía a averiguarlo. Él, cazador y capitán del equipo de las serpientes, había llevado al nuevo equipo a la victoria por dos años consecutivos. Yo, una ratona de biblioteca, de cabellos disparatados y rebeldes, ojos de gato y figura corporal no muy prominente. Sería mejor olvidarlo; nunca posaría su mirada en mí.

-Te llevaré a rastras si no vienes, OK? – me advirtió Úrsula antes de dejar mis libros a un lado y llevarme literalmente arrastrando hacia la salida.

La algarabía se hacía presente en el ambiente; cánticos y gritos por doquier se expandían de camino al estadio escolar. El estadio estaba lleno de estudiantes y profesores, todos apoyando a su respectiva casa.

Nos sentamos junto a Fairy, una chica de tercer año, también de Ravenclaw, y que llevaba consigo una enorme águila de papel maché que movía sus alas de arriba abajo.

-¿Cuánto falta para que empiece? – le pregunté, por sobre el clamor del público.

-Poco… creo que ya… - un ensordecedor grito dejó a Fairy sin palabras y entendimos que tenía razón. El partido iba a comenzar.

Los jugadores de ambos equipos sobrevolaron el estadio, pasando sobre nuestras cabezas. En las últimas graderías, un grupito de Slytherin vitoreaba a Sean con locura. Él se desenvolvía en el aire como una verdadera águila.

No les voy a mentir. Soy negadísima para el quidditch, así que sólo entiendo cuando me hablan del marcador del juego; porque de jugadas o faltas, ni idea. A los 10 minutos, Slytherin nos daba la paliza del siglo: 100-0. ¡A los 10 minutos! En fin; ese día no fue bueno para los Ravenclaws al parecer.

Muy cerca de nosotras, una chica de Gryffindor levantaba un banderín de la casa de las serpientes.

-¿Y eso? – me preguntó Úrsula, indicándome hacia donde la chica estaba.- ¿Una Gryffindor apoyando a los Slytherin? Eso sí que es loco.

-No sé quién es… - le dije, mientras miraba como ella saltaba y gritaba un nombre que no alcanzaba a entender.

-Espera, le preguntaré – dijo Úrsula, decidida, y se levantó de su asiento para ir con la chica. Vi que conversaba con ella durante un minuto y le enseñaba a uno de los jugadores. Al poco rato mi amiga volvió a mi lado.- Dice que está jugando su hermano… es el guardián del equipo¿lo ves?

Miré en la dirección que Úrsula me indicaba y sólo vi una manchita verde moverse de aquí para allá en los aros.

-Neles… ni que tuviera vista de halcón, Úrsula.- le reproché.- ¿Te dijo como se llamaba?

-Ammm… sí, eso creo… - se quedó pensando un rato.- Luigi… sí, eso me dijo. Su hermano Luigi, el guardián de Slytherin.

Desde ese momento mi atención se dividía entre las jugadas de Sean y las atajadas de Luigi, el hermano de la chica de Gryffindor. Cinco minutos después había sucedido el milagro: el marcador iba 140-0 y el bendito buscador de Ravenclaw, Dawson, había atrapado la snitch en las narices del otro buscador.

-¡Ujú¡Y en su cara, Slytherins! – gritaba Úrsula, eufórica con el resultado. Ambos equipos bajaron al campo y desaparecieron por los vestidores. La casa se preparó para celebrar la victoria en la sala común.

Mi alegría fue en aumento, sobre todo cuando varios de mis compañeros llevaron en andas al buscador y a los demás jugadores del equipo y celebraron con cerveza de mantequilla para todos.

Eran cerca de las 7 cuando decidí ocupar las últimas horas de biblioteca que me quedaban para terminar mi tarea de transformaciones. Salí de la sala común hacia los pasillos de la escuela, la algarabía por el resultado del partido todavía tenía algunas consecuencias y Filch trataba de apaciguar los ánimos de los más aventajados.

Al llegar a la biblioteca me encontré con alguien que jamás esperaría por esos lados: Sean Linmer, enfrascado en un libro sobre pociones nivel intermedio que levantaba muy cerca de su cara. Me senté a unos metros de él, esperando que no se diera cuenta para poder observarlo mejor, pero al girar sobre mí misma, me percaté que varias chicas de otras casas hacían exactamente lo mismo que yo. Suspiré y abrí mi libro de transformaciones para acabar de una vez por todas con mis deberes.

Pasados unos quince minutos nada había cambiado, salvo el largo de mi redacción, que ya iba por los dos pergaminos y no conseguía llegar a una buena conclusión. Se me estaba acabando la tinta, así que busqué en mi bolso el otro frasco que llevaba lleno, pero desgraciadamente la tapa de éste parecía haber sido sellada por las fuertes manos de un gigante.

Sacudí el frasco con fuerza, lo forcé a abrirse con todo el dolor que eso acarreaba en mis manos, lo golpeé contra la mesa (¡Qué dura fui con el pobre!) y nada. Me sobé las manos y volví a intentarlo; fue tanta la presión que ejercí sobre la tapa que ésta se quebró por la mitad y un chorro de tinta negra fue a parar al uniforme de un estudiante de Slytherin que justo se cruzara con la trayectoria de la tinta.

Mi cara de sorpresa y vergüenza se vieron reflejados en los ojos del muchacho, que intercambiaba su mirada entre yo y su manchada ropa. Me puse de pie rápidamente y traté de arreglar la situación.

-Perdóname, fui una tonta… deja que lo arregle – le dije, totalmente nerviosa.

-No, déjalo. Lo llevaré mañana con los elfos – me contestó, aunque parecía que se controlaba para no estrangularme.

-Fue mi error, permíteme ayudarte – le dije, avergonzada. Saqué mi varita y le apunté - ¡Fregotego!

Pero mi varita no apuntó necesariamente a la ropa del chico, porque a los cinco segundos él escupía enormes pompas de jabón por su boca.

-¡Ay, no¡No¿qué hice?! – me pregunté, más que desesperada.- Te juro que no fue con intención.

El muchacho trató de hablar, pero no le salió más que jabón, así que disgustado salió de la biblioteca. Miré a todos lados y ahora yo era el centro de atención. Hasta Sean me estaba mirando, pero parecía reírse por lo bajo. Me fijé en su libro de pociones: en la mitad del tomo había un ejemplar de "El mundo de la escoba" abierto.

Tomé mis cosas y corrí hasta la sala común. Ya eran casi las nueve, así que dejaría todo para el día siguiente.

-¡Rayos! Por algo mi madre siempre me decía "manos de hacha" - me dije a mí misma, dejando los libros sobre una de las mesas de la sala común. Resoplé muy fuerte. Había otros chicos de la casa que se dieron vuelta al escucharme y se me quedaron viendo.- ¿Qué tanto me ven¿Les gusto o les debo dinero?

Tenía un humor de perros, así que menos podría acabar con mi tarea. Lo dejé todo de lado. Obligada al día siguiente a sacrificar el domingo. Pero, seamos sinceros¿qué hay de bueno los domingos? Nada. O al menos eso pensaba yo.

A la mañana siguiente desperté con el cuerpo sumamente adolorido, y ni siquiera tenía ni la más mínima intención de mover un dedo de entre las sábanas. Pero Úrsula estaba ahí nuevamente, molestando para que saliera de la cama.

-¡No seas perezosa, Elanor! – me dijo, tironeándome de un brazo.- Afuera hace un día espléndido.

-¿Y qué hay con eso? – le pregunté desde debajo de la colcha.

-Bueno es… espléndido¿no sé si te dice algo la palabra? – me preguntó.- Saldremos a dar un paseo¿te parece? Y luego iremos a las cocinas por algo de helado¿quieres?

-No, me mata la pereza… ya estoy muerta, no respondo – le dije, mientras ella seguía sacando mi cuerpo por entre las sábanas.

-¡Elanor Potter, deja ya la cama! – y seguía tirando de mí. Al cabo de unos minutos me tenía cabeza abajo con medio cuerpo en el aire y el resto aferrado a las colchas.- Por ahí decían que tu hermano Harry era igual de perezoso.

-Úrsula, sabes de sobra que ese chico no es mi hermano – le dije mirándola al revés.- Sólo es alcance de apellidos. Yo todavía tengo padres… uno en Alaska, la otra en la China, pero los tengo.

Me entró la risa. No sabía por qué cada vez que hablaba de ellos me ponía a reír. ¿Sería de nervios? A ambos los quería demasiado, pero mi madre era un caso que mi padre nunca pudo resolver.

-Vístete, mujer – me dijo Úrsula, dejándome por fin en paz. Terminé de caer al suelo y me puse de pie enseguida, aunque la modorra aún no abandonaba mi cuerpo. Me deslicé hasta el baño, como una autómata y me metí en la tina. Los vapores del agua y los diversos olores a jabón me despertaron por completo.

Cuando salí, Úrsula ya había bajado a la sala común. Me vestí de la manera más sencilla que encontré: jeans, una camiseta con cuello y zapatillas, y até mi rebelde cabello en una coleta.

Como no encontrara a Úrsula en la sala común, fui por ella hasta el gran comedor. Mi sorpresa fue mayor cuando la encontré a ella y a la chica del día anterior conversando en la mesa de Gryffindor.

-¡Elanor, por aquí! – me gritó Úrsula con la mano levantada. Caminé hacia ella y ocupé un puesto vacío para desayunar.- Elanor Potter, ella es Maheba, la chica de Gryffindor de ayer. Está en quinto año.

-Hola, mucho gusto – le dije, tendiéndole mi mano por encima de las tostadas.

-Igualmente – me dijo. – Por casualidad tú… ¿eres algo de este chico… ammm… Harry Potter?

-Eeeehh… no, la verdad. – le respondí. Siempre me pasaba, todo el mundo me preguntaba si era hermana de Harry Potter, por mi apellido, pero no… no lo era. Yo tenía dos papás (una mamá y un papá, entiéndase), dos hermanos menores y una hermanastra mayor estudiando en Beauxbatons.- Es sólo un alcance de apellidos.

-Ah, ya entiendo – contestó.- Yo soy Maheba Lestrange. Mi hermano quedó en Slytherin, se llama Luigi.

-Sí, así me dijo Úrsula ayer – le dije.

-Sip, esa fui yo – asintió Úrsula a un costado.

-Ayer estaba de capa caída el pobre, con eso de que Ravenclaw les ganó por la snitch a última hora – se lamentó Maheba.- Pero por otro lado eso nos pone en ventaja a nosotros.

-Yo sólo espero que Úrsula no deje de sacarme de la biblioteca cada vez que haya partido y yo aún no haya terminado mi tarea.

-Ay! Pero qué matadita eres, Elanor – protestó Úrsula.- El sábado es para los partidos, el domingo para salir y conversar con los amigos, no para repasar las tareas de transformaciones.

-Concuerdo con eso – dijo Maheba, sonriendo.- Más encima el pobre ayer llegó echando humo por las orejas y pompas de jabón por la boca.

Me sorprendí mucho. ¿Había dicho "pompas de jabón"?

-¿Cómo es eso? – le pregunté, acongojada.

-Ammm… lo que le pude entender mientras se le pasaba el efecto del "fregotego" fue que una chica en la biblioteca lo había manchado con tinta y en su intento por ayudarle, el hechizo le salió mal y lo dejó echando espuma por la boca. – me explicó, tentada de la risa.

Yo no lograba mover ni un músculo. Atando cabos aquí y allá, ahora resultaba que Maheba Lestrange era hermana de Luigi, el chico que se había cruzado en la trayectoria de mi intempestiva tinta y que había terminado siendo víctima de un hechizo mal efectuado.

-Oh, mira, hablando del rey de Roma – dijo de pronto y me volví de piedra.- ¡Luigi, hermano, por aquí!

"Ay, no! Ay, no! Yo tengo que arrancar de aquí o no le vuelvo a ver la cara más a estos chicos" me dije, sin mirar a nadie más y tomando mis tostadas para dirigirme a la mesa de Ravenclaw. "Soldado que arranca sirve para otra guerra"

-¿Dónde vas, Elanor? – me preguntó Úrsula al ver que me paraba de mi puesto.

-Olvidé algo… - le respondí, pero como no veía nada ni a nadie, choqué con alguien en el camino y caí al suelo con todo y tostadas. Ese alguien me ayudó a ponerme de pie nuevamente. Ese alguien me sonrió y luego cambió su expresión a una de sorpresa espontánea.

Ese alguien era él.