Hacia tiempo que quería escribir un fic sobre dinámica alfa/omega, también sentía curiosidad por el shota. Así que me decidí por unir las dos temáticas y ha salido esto. He leído bastantes omegaverse y quería hacer algo diferente. No quería repetir el mismo patrón que otros fics. Como siempre, las críticas son bien recibidas!
Para los que sigáis el fic OnyxClub, sí, estoy trabajando en el segundo capítulo. Me está llevando más tiempo de lo que creía, pero lo actualizaré dentro pronto. En menos de una semana quizás.
Shingeki no Kyojin no me pertenece.
Advertencias: Riren, Omegaverse, Shota, Smut.
Cuenta atrás
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Nosotros, los omegas, nacemos sin saber que allá fuera hay o habrá un alfa con el cual compartiremos nuestra vida. Alfas y omegas tienen la obligación de convivir y reproducirse durante la etapa del celo. Un omega que ha encontrado a su alfa debe irse a vivir con él lo más pronto posible. La conexión que los une es tan fuerte que nada ni nadie la puede romper. Su naturaleza les exige estar juntos y por encima de todo, aparearse.
En nuestra sociedad, está ley no resulta un problema. Los omegas por instinto buscan a su alfa, y una vez encontrado, se les es muy difícil separarse de su pareja. Los alfas, por otra parte, los protegen y su sentimiento de posesividad crece sin medida.
Si bien todo parece estar hecho para que no surjan conflictos entre alfas y omegas, algunas situaciones inusuales dan lugar a enfrentamientos que ponen en peligro la convivencia pacífica de nuestras razas.
Mi historia es un claro ejemplo de ello.
Todo comenzó el día después de mi cumpleaños, jugando con los muñecos de Spiderman y Batman que me habían regalado, llamaron al timbre de la puerta. Mi madre, quien estaba en el comedor conmigo, fue a recibir al invitado cuya visita mi padre había anunciado durante la comida. No tenía ni idea de quién se trataba, para mí era un completo desconocido. Regresando segundos después con un hombre que no conocía, lo miré fijamente. Era más bajo que mi madre, con corte de pelo militar, pálido y una intensa mirada que hizo que le tuviera miedo y fascinación a la vez. Enseguida noté que era como mi padre... Pero no olía igual. Su aroma era distinta y más dulce. Me gustaba su olor.
—Este es mi hijo, Eren. Ayer cumplió ocho años, ¿verdad, cariño?
—Felicidades, Eren —dijo con una sonrisa—. Yo soy Levi.
Yo le miraba con la misma intensidad que él, o al menos lo intentaba.
—Eren, ¿qué se dice? —presionó mi madre al verme callado.
—Un placer conocerle —dije tímidamente.
Levi ensanchó aún más su sonrisa. Dado que mi padre no estaba en casa, mi madre le ofreció té y unos pastelillos que tenía siempre guardados en caso de visita. Yo bebía mi batido de fresa y comía los pastelillos mientras mi madre charlaba con Levi. Cogiendo mi almohada favorita, me senté en ella en suelo, cerca de Levi. Su olor me había atrapado desde el primer momento.
No hablaron de nada importante, más bien de cosas cotidianas como el trabajo, la política o de la elección del nuevo alcalde. Nada que interesase a un niño de ocho años. Yo miraba la televisión distraído, y de vez en cuando, dirigía mi mirada curiosa al alfa que había sentado en el sofá.
Mi padre llegó a casa alrededor de las siete la tarde. Su olor se mezcló con el de Levi. Eso me molestó. Quería seguir oliendo esa aroma tan dulce.
—Vamos, Eren. A tu habitación —indicó mi madre.
Acostumbrado a que me mandaran a mi cuarto cuando mi padre tenía visita, recogí los muñecos de Spiderman y Batman, y cabizbajo salí del comedor. Allí no tenía tele, así que abrí un cajón del escritorio y saqué mis cómics de superhéroes. Eso me entretenía bastante tiempo. No sabría decir con exactitud cuánto tiempo transcurrió, pero mientras leía un cómic, Levi entró en la habitación. Su olor era más fuerte que antes, lo cual me dejó medio aturdido.
—¿Te han hecho muchos regalos? —me preguntó acercándose a cada paso que daba.
Intimidado por su presencia, le señalé el cómic y la bicicleta puesta en un rincón. Este se agachó hasta mi altura, muy cerca de mi rostro me susurró:
—Tengo un regalo para ti. ¿Lo quieres?
—¡Sí, sí! —exclamé emocionado.
Desconocía sus intenciones, y como niño inocente, aguardé un regalo. Sin embargo, Levi se inclinó y sin saber lo que hacía, me mordió el cuello. Yo sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo. Quise soltarme, pero Levi me agarró con fuerza impidiendo que huyera. De pronto, su aroma se intensificó. Era un olor exquisito, inmediatamente caí rendido ante él. Cerrando los ojos, dejé que me mordiera la piel todo lo que quisiera. Me dolía pero me aguanté, no queriendo llorar por algo como eso.
Cuando se separó, me dio un casto beso en los labios.
—Eres delicioso.
Antes de que reaccionara, Levi se puso en pie y con un brillo en sus ojos, se despidió.
—Hasta la próxima, pequeño omega.
Yo no le dije adiós. Tampoco me moví. Mi cuerpo parecía estar sujeto con cuerdas, incapaz de mover un solo músculo.
Era la primera vez que un alfa me tocaba y me mordía. No sabía qué significaba aquello, y sin embargo, no se lo conté ni a mis padres ni a nadie. De modo que atesoré ese momento en forma de secreto. Me había impactado tanto su visita que estuve pensando en él todas las noches. Quería volver a oler su aroma. Él era un alfa... Como papa... Y yo era un omega... ¿Estaría casado? ¿Tendría ya una omega? Eso me enfureció. Unos celos Yo quería ser su omega. Pero era muy pequeño aún para casarme con él...
Esa noche oí a mis padres discutir.
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Mi madre estuvo muchos días distante con mi padre. A veces cuando jugaba conmigo repentinamente se encerraba en su dormitorio y tras unos minutos, salía con los ojos rojos. Yo estaba preocupado, no me gustaba verla así. Le pregunté si le pasaba algo, pero ella decía que todo estaba bien.
Para sorpresa mía, Levi vino a casa un domingo. Iba a comer con nosotros. Mi padre y él hablaban de cosas de adultos, yo comía en silencio y le miraba constantemente. Él me sonreía. Mi madre apenas habló, parecía enojada. Terminada la comida, ella fue a la cocina para preparar café; papa se ausentó unos minutos por una llamada. Nos quedamos solos Levi y yo. Yo bajé la mirada nervioso, clavando mis ojos en el plato, su aroma aumentó considerablemente haciendo que perdiera la cabeza.
—Eres un omega muy tierno, ¿lo sabías?
Casi pude sentir mi cara arder. Evitaba a toda costa hacer contacto visual con él. Creí que moriría. Pero hice de tripas corazón, y en un acto de valentía, me senté en la silla de mi padre, justo al lado de Levi. Este me acarició el cuello y en un acto reflejo, me incliné hacia él. Pero la llegada de mi madre con la bandeja del café, nos interrumpió.
—¡Eren, a tu sitio! —gritó mi madre asustada.
Yo obedecí sin protestar. No me apetecía pelear con ella delante de Levi. Fue una decepción ver cómo poco después, Levi se marchaba. Quise decirle adiós, pero mi madre me cogió del brazo y me apartó.
Esa noche oí la potente voz de mi padre desde mi cama. Mi madre sollozaba. No sabía cómo sentirme. Estaba enfadado con ella por no haberme dejado despedirme de él, pero oírla llorar no me gustaba. Cubriéndome la cabeza con la almohada, traté de aplacar ese llanto y los gritos que le seguían.
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Siempre me pregunté por qué Levi me había mordido el cuello. Al ser un secreto, no podía preguntárselo a nadie y pese a que mi curiosidad me devoraba por dentro, mantuve la boca cerrada. Y así pasé muchas noches en vela, dando vueltas en la cama, preguntando e imaginando a Levi una y otra vez.
La respuesta a esa pregunta que rondó por meses en mi cabeza, robándome incontables horas de sueño, la oí de la boca de nuestra profesora Petra, una beta que en aquel momento, impartía una clase sobre la naturaleza alfa.
—Los alfas cuando encuentran su pareja destinada, marcan su territorio mordiendo el cuello del omega en cuestión, así se aseguran que ningún otro alfa intentará arrebatárselo. A su vez, implica una muestra de posesión y protección, pues la obligación de todo alfa es velar por su omega y cuidar de él.
No necesité oír más. Fue como si se hubiera abierto un nuevo mundo para mí. Levi me había marcado. Levi me quería. Quería que fuera su omega. La euforia se apoderó de mí y durante el resto de la clase, imaginé nuestro futuro juntos.
Por primera vez, sentí curiosidad por las clases y durante la hora de lectura, cogí un libro llamado Los omegas y su instinto reproductor. Me di cuenta que no sabía nada acerca de los omegas, mi madre nunca había sacado el tema ni tampoco me había contado cosas sobre ella.
Abrí una página al azar y empecé a leer. Había letras y dibujos y yo los examinaba atentamente. Según leí, las relaciones entre alfas y omegas daban comienzo cuando este último entraba en celo. No había una edad exacta que dijera cuando empezaba, podía variar por múltiples factores, pero solía suceder entre los doce y los catorce años.
¡Yo solo tenia ocho años! ¡Tendría que esperar por lo menos cuatro años para poder estar con Levi!
Enfadado conmigo mismo, cerré el libro y lo devolví a la estantería.
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A partir de entonces, deseé que el tiempo pasara más deprisa. Ver a Levi se había convertido en una necesidad extrema. Mi madre seguía en esa actitud arisca, a pesar de que intentara disimularlo conmigo. Quizá fuera mi instinto, pero algo me decía que no debía preguntarle a ella sobre Levi. Por tanto, un día me acerqué a mi padre y le pregunté acerca del alfa.
—¿Levi? Hace semanas que no hablo con él.
Mi decepción no pudo haber sido más evidente. Mi padre lo percibió y se encargó de darme un empujón.
—¿Te gustaría verle de nuevo?
Yo dije que sí conteniendo mi entusiasmo por tener la oportunidad de estar con él.
—Veré qué puedo hacer, hijo.
Confié en mi padre, y aguardé esperanzado. No volvimos a hablar sobre Levi, pero sabía que mi padre lo tenía muy presente. No pasó ni una semana cuando este me avisó que había hablado con el alfa y este había accedido a cuidarme una tarde que él y mi madre no estarían en casa.
—Solo te pido una cosa —dijo seriamente. Yo le escuché atentamente—. No le digas a tu madre que Levi será tu canguro.
Le prometí que no diría una palabra. Con ocho años, empecé a intuir que a mi madre no le caía bien ese alfa, y lo que menos quería era estar lejos de él por culpa de mi madre. Esperé el día acordado como si fuera Navidad: nervioso e impaciente. Desconocía qué mentira había contado mi padre, pero mantuve mi promesa. Nada escapó de mis labios. El sábado por la tarde, mi madre se despidió de mí con un beso en la mejilla. Al parecer, había reunión de padres en la escuela. Mi padre no se marchó hasta que no se presentó Levi en casa. Tras darle las gracias, cerró la puerta dejándonos solos.
—Bueno, Eren, ¿a dónde te apetece ir?
—Pues...
No había pensando en esa posibilidad. Iba a ser como una cita. Años después, comprendí por qué tuvimos que irnos de casa. Mi madre hubiera percibido el olor del alfa y ni a mí ni a mi padre nos interesaba eso.
Levi se encargó de abrir las ventanas mientras yo me vestía con mis mejores ropas. Recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida. Fuimos al cine, y elegí ver The Amazing Spiderman. Levi me compró palomitas y un refresco de coca-cola. Cuando terminó la película, me llevó al Mcdonals a cenar. Para un niño como yo, aquello era el paraíso. Pedí una hamburguesa doble con queso en tanto que Levi pidió solo un helado de nata; luego me lo ofreció como postre. Yo le dije que era para él, y tras una pequeña discusión, lo compartimos. Yo me sentía como en una nube de algodón de azúcar. Sin que nadie lo viera, Levi me robaba besos; me pillaban desprevenido y me quedaba embobado unos segundos. Completamente seducido, me dejé abrazar por él, y durante unos minutos, solo inhalé su aroma.
Volvimos al coche y la tristeza hizo su aparición. Dentro de nada Levi me dejaría en casa y lo más probable es que no lo vería más. Mis ojos rebosaban lágrimas. Aparcado el coche delante de mi casa, tomé aire y me repetí que debía ser valiente. Si no lo hacía ahora, me arrepentiría por el resto de mi vida.
—¿No vas...? ¿No vas a... morderme? —pregunté mirándome las manos.
—¿Quieres que lo haga?
Asentí enérgicamente sin levantar mi mirada. Levi intensificó su olor.
—Será todo un placer, pequeño omega.
Su boca se apoderó de un pedazo de mi piel y sacando sus dientes, mordió con fuerza. Yo gemí de dolor, mas recordé que eso era lo que quería y con las manos temblando, me aferré a sus hombros.
—Quiero... Quiero ser tu omega —confesé tras esa mordida.
—Ya lo eres.
—Pero... Yo soy muy pequeño...
—Eso no importa.
Y para demostrarlo, me besó en la boca. No fue como los de antes; castos y breves. Este fue tierno, probando los labios del otro lentamente. Por poco salté de la emoción. ¡Era su omega! No cabía en si de la alegría. No quería que ese beso acabara, pero Levi abandonó mis labios demasiado pronto. Esas muestras de cariño hicieron que me planteara las intenciones ocultas de mi padre.
—¿Papa ya lo sabe?
Levi se puso serio ante su mención.
—A tu padre le parece bien, pero no puedes decirle nada a tu madre —me advirtió—. Cuando despiertes, yo me encargaré de todo.
—¿Cuando despierte? ¿Qué quiere decir eso?
—El día en que tengas tu primer celo, serás completamente mío —declaró con la lujuria bañada en sus ojos.
—Pero hasta los doce años no tendré el celo.
Hice un puchero mientras las lágrimas se arremolinaban en mis ojos. Quería llorar. Levi me abrazó y me acarició el cabello con suavidad.
—Lo sé, tranquilo. Yo esperaré por ti.
Esa noche mi padre me obligó a ducharme hasta eliminar el olor de Levi en mi cuerpo.
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Nuestra relación dio un giro inesperado pocos meses después. Como cualquier niño, a veces mentía a mis padres, no por maldad, sino para escabullirme y no ser castigado. En ocasiones salía ileso, pero en otras mis padres me descubrían. Mentí a Levi una vez, una mentira insignificante a decir verdad, pero desde ese día no volví a hacerlo más. Descubrí que Levi no sólo podía ser cariñoso y protector conmigo.
Mi padre había acordado otro encuentro entre nosotros, satisfecho por el buen rumbo que estaba tomando nuestra relación. Levi me invitó a su casa y yo lo interpreté como una proposición para formalizar lo nuestro. A mi padre le pareció estupendo. Todo mi ser rebosaba felicidad, ajeno al castigo que se me venía encima.
—Eren, ven aquí —dijo en tono serio una vez que estuvimos en su casa—. ¿Hay algo que deba saber?
Mi corazón dio un vuelco y empezó a latir frenéticamente. Levi lo sabía.
—Eren, responde. ¿Hay algo que deba saber?
—Yo... te mentí el otro día...
—Me mentiste. Mentiste a tu alfa —recalcó, fulminándome con su mirada.
—Lo siento —dije con la cabeza agachada.
A Levi eso no le sirvió como disculpa.
—Ponte aquí —y señaló su regazo.
Sabía lo que iba a hacerme... Quería correr pero no quería enfadar más a Levi.
—Los malos omegas deben ser castigados. Si hago esto es por tu bien, para que aprendas y no lo vuelvas hacer, ¿entendido?
Balbuceé un sí con lágrimas cayendo por mis mejillas. Muerto de miedo fui hasta él y me coloqué en su regazo bocabajo. Levi me bajó los pantalones y la ropa interior, exponiendo mi trasero por completo.
—Probaremos con diez azotes.
El primer azote fue suave, no me dolió tanto como imagine. El segundo fue igual, y los tres siguientes un poco más intensos pero no dolorosos.
—Cada vez que hagas algo mal, te castigaré. Quieres ser un buen omega, ¿verdad?
Yo asentí con la nariz taponada.
El sexto azote estrelló contra mi trasero con fuerza. Grité. Y volví a gritar cuando me volvió azotar. Sentía como mi culo escocia. Un azote suave y los dos últimos seguidos y dolorosos. Al finalizar, Levi hizo que me bajara de su regazo y me pusiera en pie.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó mientras me subía los pantalones.
—Me duele el culo —respondí lloroso.
Asintiendo conforme, sacó un pañuelo y me lo ofreció.
—Toma.
—Gracias.
Me soné con fuerza la nariz y me quité las lágrimas con el dorso de la mano.
—¿Volverás a mentirme?
—No. Lo prometo —aseguré muy arrepentido.
—Así me gusta.
Y me abrazó cariñosamente. Yo sentí algo duro contra mi estómago, y separándome unos centímetros, vi un bulto en los pantalones de Levi.
—¿Qué es esto?
Levi tardó unos segundos en percatarse de lo que hablaba.
—Algo que usaré contigo cuando estés en celo.
—¿Qué es? ¿Puedo verlo? —insistí impaciente.
No tardó mucho en acceder. Desabrochándose los pantalones, me lo enseñó. Yo quedé con la boca abierta. Nunca había visto otro pene que no fuera el mío, y la comparación era abismal.
—Es muy grande.
—Sí, lo es —afirmó divertido.
—La mía no es igual —comenté sin quitarle el ojo.
—Aún eres pequeño.
—Y cuando crezca, ¿será como la tuya?
—Habrá que esperar para verlo.
—¿Y por qué es tan grande? —cuestioné lleno de curiosidad.
—Tú eres el culpable.
Me sentí mal. ¿Había hecho algo malo? ¿Y si esa cosa le estaba molestando?
—¿Puedo hacer algo?
Levi me observó atentamente.
—Puedes tocar, si quieres.
Envolví su pene con mi mano y sin ser consciente de lo que hacía, le masturbé. Levi no hizo nada para impedirlo a pesar de tener solo ocho años. A esa edad uno todavía desconoce las múltiples actividades sexuales, la mayoría aprenden la teoría en la escuela, pero yo salté directamente a la práctica. Nunca lo consideré como algo malo. Levi no me obligaba a hacer nada que no quisiera, y con eso me era suficiente. No había nada malo en experimentar antes de tiempo si era yo quien se ofrecía.
Estuve masturbándole un buen rato, escuchando sus gemidos y cumplidos hacia mí. Cerca del orgasmo, Levi me pidió que me arrodillara mientras él se encargaba de seguir masturbándose.
—Cierra los ojos.
Yo los cerré y al poco tiempo sentí algo caliente mojar mi rostro. No sabía lo que era, pero no intenté quitármelo con las manos.
—Ya puedes abrirlos.
Abrí los ojos y vi como Levi me observaba maravillado.
—Mi pequeño omega... Eres precioso.
Yo sonreí encantado.
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Levi no podía venir a verme todos los días, así que pasaba semanas volviéndome loco. Cuando venía siempre se las ingeniaba para estar a solas conmigo. A veces pedía que repitiéramos lo de la otra vez. Levi no tenía problema en aceptar. Parecía gustarle mucho cuando subía y bajaba mi mano por su pene. Hasta que en una ocasión le di una lamida como si fuera un helado de fresa. Levi abrió mucho los ojos. Me asusté.
—Perdona... No lo haré más —me apresuré a decir.
—Puedes hacerlo las veces que quieras.
Yo respiré tranquilo e imaginé que aquello era un helado. Levi gemía en voz baja y parecía muy satisfecho. Me lo metí todo en la boca pero me lo saqué rápidamente; había tenido una arcada.
—Con cuidado... No te ahogues.
Mi segundo intento fue mejor. Fui despacio y cogí aire. No me la metí toda, solo la mitad y empecé a chuparla oyendo los gemidos de Levi. Aprendí rápido. Sentía como me acariciaba la cabeza y aceleré el movimiento de mi boca. A los pocos minutos, logré que alcanzara el clímax.
—Abre la boca.
Como siempre, hice lo que me pedía. Levi agarró su pene y tras masturbarse durante unos instantes, expulsó ese líquido en mi boca. Era muy amargo.
Levi con los ojos entrecerrados me miró con lujuria.
—¿Serías capaz de tragártelo?
Cerré la boca y me tragué el semen sin pensarlo dos veces. Contuve una mueca de asco.
—Eres un buen omega.
Esas palabras dulces hicieron que mi estómago se llenará de mariposas. Abrazándome, me susurró más cumplidos en el oído.
—Eres tan bueno... Mi pequeño omega...
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No tuve que esperar hasta los doce, trece o catorce años para la llegada de mi primer celo. Mi cuerpo despertó con tan solo nueve años; lo recuerdo como si fuera ayer pues fue realmente una experiencia traumática. Podría considerarse un antes y un después en mi vida tras los acontecimientos que viví ese día y los siguientes.
Me encontraba en clase, haciendo los ejercicios escritos en la pizarra cuando la profesora Petra me llamó en voz alta.
—Eren, ven un momento.
Yo me levanté y acudí a su mesa. Esta hizo algo inusual; me olfateó de cerca. Yo me removí incómodo, solo Levi hacía eso conmigo.
Petra me miró con asombro y pánico a la vez.
—Chicos, voy a salir un momento. Portaos bien.
Quería preguntar qué ocurría, pero los nervios me lo impedían. Nunca me habían sacado de clase y temí que fuéramos al despacho del director. Al principio me desorienté, Petra no me condujo por las escaleras principales, en vez de eso, usamos el ascensor. Un lujo reservado solo para los profesores. Llegamos a la sala de profesores, la cual estaba casi vacía a excepción de dos profesoras.
—Permiso para entrar.
Petra abrió la puerta y cogido del brazo me hizo entrar. Tan pronto como entré en el despacho, las dos profesoras que había fruncieron la nariz.
—¿Y estas feromonas? —preguntó Rico olisqueando el aire.
—Este omega ha entrado en celo —explicó Petra cogiendo el teléfono.
—¿Qué? Pero si es solo un niño —exclamó Nanaba sorprendida.
Petra se encogió de hombros, marcando los números.
—¿Cuántos años tienes, omega? —me preguntó Rico.
—Nueve.
—Que curioso —comentaron las dos mujeres.
—No es algo muy común —admitió Petra—. ¿Señora Jaeger? Llamo de la escuela, soy la profesora de Eren. Su hijo parece haber entrado en celo... Señora, señora.. Tranquilícese, por favor... No se preocupe... Eren esperará a mi lado hasta que llegue usted... Sí... Muy bien. Adiós.
—Espera aquí y no te muevas —me indicó con voz autoritaria.
Estuve apunto de decir que llamarán a Levi, Sentía verdadera necesidad por tenerlo a mi lado. Nada tenía que ver con las veces anteriores. Ahora era mi cuerpo quien lo pedía. Un deseo desenfrenado se estaba apoderando de mi cuerpo, sacando a flote el instinto primario. Había leído más sobre el celo y a pesar de que en un comienzo me dio algo de miedo, ahora no quería otra cosa que no fuera ser penetrado por Levi. Sentía el trasero húmedo, era muy incómodo y molesto.
La espera fue dura. Quería llorar. Quería a Levi. Petra me observaba con el cejo fruncido, Rico y Nanaba cuchicheaban entre ellas y me lanzaban miradas indiscretas.
Transcurrida una media hora, mi madre llegó toda alterada. Al verme empezó a negar con la cabeza.
—No puede ser... No... No...
Parecía como si estuviera viendo algo espantoso; tenía lágrimas en los ojos. Tras serenarse unos instantes, dijo:
—Vamos, hijo.
—¿Está segura que no quiere que llamemos a su marido? —propuso Petra preocupada.
—No, muchas gracias. Estará muy ocupado trabajando —respondió con rapidez.
Salimos de la escuela escoltados por dos profesoras. Mi madre iba delante mío, como si me protegiera de algo. Cuando salimos, vi el coche aparcado en doble fila. Arrastrándome, corrió hacia el coche y me metió dentro apresuradamente. Yo por mi parte, luchaba conmigo mismo para no llamar a Levi a gritos. Me acurruqué en el asiento trasero en posición fetal. Cada vez me encontraba peor, la parte de detrás de mis pantalones estaba mojada e hice el amago de quitármelos.
—Eren, te cambiarás cuando lleguemos. ¡Aquí no!
—Pero mama... —me quejé con ganas de llorar.
—Enseguida estaremos.
Arrancando el coche, aceleró y nos alejamos a toda prisa de la escuela. Lo más sorprendente es que no fuimos a casa. Mi madre siguió conduciendo con toda la tensión en el cuerpo.
—¿A dónde vamos?
—Tranquilo, hijo. Todo irá bien —parecía decírselo a ella misma, y no a mí.
—¡Quiero a Levi! —grité finalmente.
Mi madre no contestó. Agarraba el volante con más fuerza de la necesaria. Empecé a sollozar.
—Mama, por favor... Llama a Levi...
No obtuve nada como respuesta. Supliqué entre lloros que diera la vuelta, que me llevará a casa de Levi, que me contestara... Pero nada surgió efecto. Lloré y lloré hasta quedarme sin lágrimas. Mi madre conducía sin mirar atrás.
Después de un largo recorrido, detuvo el coche finalmente. Yo me resistí, pataleé y grité, pero ella me ignoró y me sacó en brazos del coche.
No supe donde me había llevado, cegado por el celo, no hice otra cosa que llorar y gritar el nombre de Levi. Entramos en un edificio antiguo —aparentemente abandonado—, atravesamos toda la planta deshabitada hasta el patio interior. Una señora nos esperaba allí, a sus pies había una trampilla. El pánico me heló la sangre.
—¿Estás segura de esto, Carla?
—No permitiré que ese alfa me arrebate a mi hijo.
Me querían encerrar.
Me solté de la mano de mi madre y eché a correr. Oí gritos llamándome. Ni que decir que no llegué ni a la puerta. Era un niño en celo y no estaba en mi mejor forma para escapar. Me atraparon y entre dos o tres, me arrastraron a la trampilla. Yo me resistí todo lo que pude, pero me iba quedando sin fuerzas y el celo no ayudaba. Me metieron en un sótano que desde mi perspectiva era como un gran agujero negro.
Fueron cuatro días horribles. Me ataron a una cama vieja y llena de polvo para que no huyera, incluso estuvieron a punto de taparme la boca para que cesaran mis gritos. Me sedaban para que me calmara, pero el instinto omega no desaparecía. Tenían que cambiarme las sábanas dos veces al día debido a que mi ano las ensuciaba de lubricante.
Sentí verdadero miedo estando ahí encerrado. Mi madre solo me consolaba con palabras vacías sin explicarme nada de lo que ocurría. Yo me asfixiaba, me dolía el corazón por la ausencia de Levi y mi cuerpo era un constante descontrol. Durante las noches, me abrazaba y lloraba en silencio. Mi almohada siempre tenía lágrimas mías.
La pesadilla terminó al cabo de cinco días, mas para un niño asustado como yo, pareció no tener fin.
Mi celo se ya no era tan fuerte pero estaba agotado físico y mentalmente. Me había quedado sin voz, casi no podía emitir sonidos y la incertidumbre de no saber qué sucedería conmigo me tenía aterrorizado.
No tenía ni idea de la hora que era, estaba en cama con la mirada pérdida. Encerrado y sin ventanas por las que se filtrara la luz. No veía nada, solo oscuridad.
Un fuerte golpe en la puerta hizo que pegara un salto. No era mi madre. Tampoco las otras señoras omegas que decían "cuidar" de mí. Entonces, oí mi nombre.
—¡EREN! ¡EREN, RESPONDE!
—Le... Levi, Levi, Levi... —por mi garganta solo salía aire.
Golpeé la cama con los puños. Ahora más que nunca necesitaba mi voz.
—¡EREN!
Tenía que responder de alguna forma. Si hubiese tenido las manos desatadas hubiera golpeado las barandillas de la cama. Estaban ahí, detrás de esa puerta y yo no podía hacer nada...
—Procedemos a derribar la puerta.
Se escuchó un golpe brutal, la puerta se resquebrajó. Un segundo golpe; la grita se hizo más grande.
—¡Apartad!
Era Levi. Se produjo un silencio y cuando creí que habían sido alucinaciones mías, Levi derribó la puerta con la fuerza de su cuerpo.
—¡Eren!
—¡Está ahí! —gritó mi padre.
Angustiados, corrieron hacia mí pero Levi fue el primero en percatarse de que tenía las manos atadas.
—Pero... ¡¿Qué...?!
Sus ojos destellaron puro odio. Rápidamente me desató el cinturón que tenía en cada muñeca. No esperé ni un segundo. Al verme libre, me lancé sobre Levi y lloré sin voz.
—Ya está. Ya ha pasado. Estoy aquí. Tranquilo, no pasa nada.
Me aferraba a él con todas mis fuerzas, temiendo que aquello no fuera real. Mi padre tenía un aspecto horrible. Sus ojeras delataban que no había dormido en esos cinco días.
Con ellos venía un equipo de policías armados. En pocos minutos, me sacaron del sótano y desalojaron el edificio. Fue una sorpresa muy desagradable ver como los policías sacaban a más niños del sótano. Las señoras omegas fueron detenidas y estando en brazos de Levi alcancé a oír parte de la conversación entre los policías.
—... Meses para dar con el lugar.
—Serán necesarios los testimonios de los omegas.
—Les esperan unos buenos años en la cárcel.
Tal como dijeron, al cabo de dos días un policía me visitó en el hospital para que diera mi versión de los hechos. Todo eso después de que un psicólogo alfa me hiciera un examen para evaluar posibles traumas.
Mi declaración enfureció muchísimo a Levi y a mi padre, que no se separaban de mi lado. Relatarlo no fue tarea fácil.
—... No reconocía las calles, le pregunté a dónde íbamos, pero ella seguía conduciendo... Como no podían vigilarme todo el día, me ataron nada más ponerme en la cama... La comida se me atragantaba, tampoco bebía mucha agua... Mama solo bajó un par de veces...
No vi a mi madre en ningún momento, pero no me importó lo más mínimo. La odiaba. Odiaba a mi madre por lo que me había hecho y teniendo a Levi a mi lado, me sentí protegido. Amaba sus besos. Después de los malos tratos recibidos por parte de esas mujeres omegas, ahora solo quería estar con mi alfa.
Llevó tres semanas para que todo volviera a la normalidad. Levi me dio la gran noticia una noche en la que cenábamos los tres juntos.
—Cuando tengas tu próximo celo, vendrás conmigo.
Esa confesión me llenó de felicidad.
—¡¿De verdad?!
Mi padre asintió.
—¿Entonces viviré contigo a partir de ahora?
—Hasta que no cumplas los dieciséis, vivirás con tu padre —explicó Levi.
—¡¿Por qué?! —protesté indignado.
—Si no cumplen la mayoría de edad, los omegas deben vivir bajo la tutela de sus padres. Esa es la ley.
—Hijo, deberías estar contento. Muy pocos omegas encuentran su alfa a una edad tan temprana.
Mi padre tenía razón, casos como el mío en el mundo era contados con los dedos de la mano. Mi nombre se hizo famoso como también el de Levi por haberme rescatado de las manos de aquellas omegas. Se trataba de una organización clandestina cuyo objetivo era separar a los omegas de sus alfas antes del apareamiento y a base de tratamientos experimentales reducir sus instinto primarios; los policías lo llamaban "castración química". Todos los niños omegas que había encerrados fueron enviados directos al hospital; por mi parte estuve ingresado seis días. Mi caso salió en los diarios y por televisión. Muchos periodistas le ofrecieron a mi padre generosas cantidades de dinero por dar mi versión de los hechos en un programa de la tele. Todas fueron declinadas. Le agradecí a mi padre ese gesto. Todavía no me había recuperado del todo de esa experiencia y lo único que necesitaba era tranquilidad.
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Al cabo de dos meses, el celo apareció mientras dormía. Me desperté sudando y con el ano dilatado. Había manchado las sábanas. Con dificultad me puse en pie y fui hasta el dormitorio de mi padre para avisarle. Me resultaba muy vergonzoso que me viera en ese estado, pero no tenía a nadie más. Mi madre estaba arrestada por secuestro y pasarían años hasta que fuera puesta en libertad.
La casa estaba toda a oscuras y palpando las paredes busqué el interruptor. Me daba mucho miedo la oscuridad desde que me encerraron en aquel sótano, así como el miedo a los espacios cerrados. Mi padre siempre dejaba la puerta de mi dormitorio abierta.
Di con el interruptor y lo encendí. Un poco aliviado, recorrí el pasillo y entré en la habitación de mi padre. Sin ser demasiado brusco, puse una mano en su hombro y lo moví ligeramente.
—Papa... Papa despierta.
Repetí la acción cinco veces, quizás porque mi voz era inaudible o porque su sueño era muy profundo.
Su despertar fue brusco, pero se recompuso de inmediato.
—¿Hijo? ¿Qué pasa?
—Estoy en celo.
Tardó unos segundos en reaccionar.
—Ah, bien... Quiero decir... ¿Cómo te sientes? ¿Necesitas...?
—A Levi. Necesito a Levi.
Mi padre calló, valorando la situación en la que me encontraba.
—Quizás puedas esperar a mañana...
—No quiero esperar. La primera vez esperé y esperé y fue horrible.
Admito que utilicé ese frase como recurso para convencerlo. Funcionó.
Saliendo de la cama, cogió el teléfono. Yo sonreí feliz.
Tras una breve conversación telefónica, mi padre acordó con Levi dejarme en su casa para que pudiéramos hacerlo sin molestias. Al parecer, mi alfa tampoco podía esperar a mañana.
Una hora después estaba ya en su casa. Recuerdo su cama grande y blanda. Yo estaba ansioso, quería ser penetrado. El celo me despojada de todo pensamiento racional. Se lo pedí suplicante y desesperado. Me desnudé y me puse a cuatro a patas sobre la cama. No hizo falta que me preparara. Mi agujero estaba lubricado, podía sentir mis fluidos deslizarse por mis muslos. Mis feromonas llenaban el ambiente, pidiendo a gritos ser follado. Levi sacó a relucir su naturaleza alfa, embriagado por las feromonas que soltaba. Seguramente estaba igual o más desesperado que yo.
—Mi pequeño omega.
Sus manos me acariciaban el trasero, pero no sentí nada grueso entrando por mi agujero.
—Por favor, Levi.
—¿Qué es lo que quieres?
—Ser tu omega.
Mi interior se llenó bruscamente con su miembro que entró de una estocada, directa y veloz. Me estremecí de placer al tiempo que soltaba un prolongado gemido. No pude describirlo con palabras. La sensación de tener por fin a mi alfa dentro de mí no se podía comparar con nada. Si bien mi cuerpo aún no estaba desarrollado, no me dolió. Levi me tenía cogido por las caderas, sentía su miembro entrar y salir sin detenerse, cada embestida era más fuerte que la anterior. Mi rostro estaba pegado al colchón y apenas podía sostenerme. Sin embargo, el placer se intensificó cuando, sin yo saberlo, Levi me dio justo en la próstata. Grité en voz alta, incapaz de contenerme. Al parecer, le gustó escucharme gritar, pues me dio en el punto incontables veces. No veía mi cara pero estaba seguro que era de puro éxtasis.
Llegué al orgasmo en cuestión de segundos, pero no fue el último. Levi me siguió follando, colocándome en una postura distinta cada vez que se corría dentro de mí. Yo no protesté. Perdí la cuenta de mis orgasmos y para cuando Levi cayó agotado, yo ni siquiera podía levantarme.
Pasaron unos diez minutos en los que solo se oyeron nuestras respiraciones. Nunca había estado tan cansado en mi vida. Por supuesto, el celo seguía allí, menos intenso, pero no tardaría mucho en querer ser follado otra vez, por ello necesitaba unas horas para recomponerme. Algo me decía que mi padre no tendría noticias mías hasta dentro de cuatro días.
Levi salió de la habitación y poco después regresó con un vaso de agua. Abrió uno de los cajones de su mesilla y sacó una caja de pastillas. Yo alcé el rostro y le miré interrogante.
—Toma —dijo tendiéndome dos en su mano.
—¿Para qué son?
—Evitan el embarazado.
—¡¿Estoy embarazado?! —exclamé alarmado.
—No, pero dentro de unos días lo estarás sino te las tomas —advirtió con voz severa.
Sin discutir, me las metí en la boca y cogiendo el vaso de agua, me lo bebí de un trago.
—¿Tú quieres tener hijos? —pregunté depositando el vaso en la mesilla de noche.
—No por ahora.
Acurrucándome en el pecho de Levi, cerré los ojos.
—¿Y después de casarnos?
Hubo un silencio en el cual mi alfa apagó la luz y me rodeó con su brazo.
—Tal vez.
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Años después . . .
Eren casi no había despegado su vista del ordenador. Era de madrugada y en la casa reinaba un silencio sepulcral. Tecleando casi sin pestañear, bebía de la taza de café que tenía al lado. El llanto de Eleo lo sobresaltó. Guardando el documento pero sin llegar a cerrarlo, se levantó y salió corriendo del dormitorio que compartía con Levi.
Encendiendo la luz del cuarto de su hijo, Eren se acercó a la cuna y cogió al bebé en brazos.
—Ya estoy aquí, cariño.
Eleo siguió llorando. Eren se dirigió al salón y sentándose en el sofá, lo meció hasta que poco a poco el llanto cesó.
Dentro de poco, su hijo cumpliría un año, una fecha muy especial por varios motivos. El 25 de diciembre no solo celebrarían la Navidad, también el cumpleaños de Levi y el nacimiento de Eleo. Por esa razón, Eren quería organizar una fiesta especial y única, aunque su hijo fuera demasiado pequeño para recordarlo. Invitaría a su padre, a sus amigos más íntimos y seguramente a los compañeros de trabajo de Levi, su marido.
Su vida era perfecta. Con el sueldo que ganaba Levi podían vivir relajadamente y permitiéndose algún lujo de vez en cuando. Eren se encargaba de Eleo y de la casa. No es que le desagradara trabajar, pero su instinto omega era demasiado fuerte y prefería mil veces hacer de mama y cuidar de Eleo hasta los tres años, momento en que lo escolarizaría.
Tras cantarle una canción de cuna a Eleo, comprobó satisfecho que su bebé se había dormido. Procurando no hacer ruido, lo regresó a la cuna y lo tapó con la manta.
Sí, todo era perfecto... O al menos eso quería creer.
En la repisa del mostrador había amontonadas más de una docena de cartas. Todas tenían el mismo remitente: Carla Jaeger.
Sin dignarse a abrirlas, las recogió y las rompió por la mitad. Luego las tiró a la basura.
El mayor temor de Eren era que su madre descubriera que su nieto Eleo era un omega y en un acto de locura, hiciera lo mismo que hizo con su hijo. Eren juró protegerlo, y por ello cortó cualquier vínculo o conexión con su madre. Le dolía profundamente no saber nada de ella, pero ahora tenía una familia y su deber era cuidarla lo mejor que pudiese.
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