Pero mira quién está aquí. Vaya.
Disclaimer: Toby Fox es dueño de Undertale. Lo odio/amo porque quiero pelear contra Omega Flowey de nuevo y no me deja. Hmph.
Hasta los huesos
Los restos de la pelea habían sido inevitables, podía verlos por todas partes—incluso si cerraba los ojos por un momento: restos de huesos — algunos siendo lo suficientemente duros para terminar completamente enterrados en el duro suelo de mármol— y quemaduras de sus armas adornaban el lugar. El pensamiento de que tal vez el lugar era demasiado elegante como para mancharlo de esa manera nunca pasó por la cabeza de Sans.
Estaba demasiado ocupado con lo que sería prontamente un cadáver entre sus brazos.
La sangre era cada vez más y más y—que la señora del otro lado de la puerta lo perdone— ni siquiera el hecho de que ese líquido era real—no ketchup. No salsa. No era una maldita broma, ni siquiera de esas que ni son graciosas— lo hacía arrepentirse de ello. Mierda. Por supuesto que no lo hacía. Él estaba ahí por eso, no otra cosa.
Era su maldito deber. Diablos.
Sin embargo, no podía evitar el sentimiento que llegaba hasta lo más profundo de sus huesos.
Su sangre manchaba en casi su totalidad el suéter que se suponía era azul a rayas, mostrando realmente la herida que lo estaba matando. No había sido el desgaste que su cuerpo realmente mostraba—incontables banditas de diferentes colores adornaban sus delgadas piernas, unas pocas en su rostro, que se veía demacrado—no había otra palabra para describirlo; su cuerpo era muy liviano, al igual que sus mejillas, y unas inquietantes ojeras descansaban debajo de sus ojos.
No. Por mucho que él lo quisiera, no había sido eso. Él era el causante de todo eso. Debería estar orgulloso, ¿no?
Un hilito de sangre se resbalaba de la comisura de su boca, y él se resistió a la tentación de limpiárselo—era sólo un niñohumanoasesino. Sus ojos no dejaban de mirarlo, sin embargo. Sans notó esto; y memorizó hasta el mínimo detalle—inexpresivo en su mayoría, coloreados de un rojo que parecía haberse mezclado con tierra.
Quería recordarlo así, en sus últimos momentos—no cuando su rostro demostraba que nada en el mundo podía saciar su sed de sangre.
La mano del mismo lado en la que tenía clavado uno de sus huesos se levantó débilmente, siendo notable el temblor que tenía esta, y rozó con delicadeza la fría mejilla de Sans.
Él no se movió—no porque no quisiera asustarlo, de alguna manera. El niño no le temía a nada—si no porque tal vez, en lo más profundo de su mente, podía sentir que de alguna manera, el chico no se había perdido del todo.
Estaba ahí—en alguna parte. Pero eso no importaba, no intentaría ni siquiera salvarlo. Lo dejaría hundirse.
—Volveré… s-sabes —su voz era débil, se moría; mas aún así, determinada—. Voy a matarte.
Y lo voy a disfrutar. Me voy a reír mientras veo cómo te mueres y—ayúdame. No me arrepiento ni por un momento de haber matado a tu hermano—lo siento tanto. Destruiré tu mundo. Destruiré todo. Sabes que lo haré—no puedo más.
Por supuesto que lo sabía. El chico volvería y su promesa se haría realidad y es que Sans ya estaba muerto.
Sólo faltaba alguien que apuñale su cadáver hasta confirmarlo.
