Disclaimer: Nada relacionado con HP es mío
Este fic participa en el reto especial de aniversario "Lo bueno viene de a cuatro" de foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
Antes de Hogwarts
I
Un toque de modestia
Había una vez una posada. No se caracterizaba por ser la más grande o la más lujosa, pero siempre podías encontrar las habitaciones limpias y comer los platos más abundantes allí. Gente entraba y salía de aquella posada, todos contentos por el buen servicio y la honradez de su dueña, una mujer de mediana edad a la que se podía ver cocinando y barriendo el piso junto a sus ayudantes. La ves y te cuesta trabajo creer que ella tenía un destino más elevado que atender a viandantes en busca de un buen estofado y frazadas cálidas.
Pues de eso se trataba la vida, más o menos. Algo, o más de algo, siempre iba a cambiar, para bien o para mal.
Ese día llegó cuando un cliente muy especial solicitó alojarse en la posada de la que ya les he hablado. Bueno, la dueña del local no lo sabía en su momento, pero lo sabría más tarde, si es que tienen ánimos de seguir leyendo. Como fuese, este cliente era un sujeto alto, con toda la apariencia de un caballero que ha peleado su buena cantidad de batallas. En efecto, había regresado hace unos tres días de una refriega en la que unos muggles habían intentado atrapar a un mago desarmado. Hay que aclarar que, en esos tiempos, la magia era algo que los muggles temían y detestaban en la misma medida.
—Benditos sean esos muggles. ¡No saben lo que hacen! —dijo la dueña de la posada—. Actúan por miedo, no porque realmente nos odien.
—Bueno, supieran o no lo que estaban haciendo, tenía que hacer algo —repuso el cliente, dejando una espada con un nombre grabado en la hoja sobre la mesa—. No podía dejar indefenso a ese pobre mago.
—Eso es muy admirable de su parte —aprobó ella, echándole un ojo a la espada—. ¿Y tiene que dejar eso en la mesa? Un arma no sirve para comer estofado.
—Mis disculpas. Aquello fue muy grosero de mi parte. —El hombre tomó la espada y la envainó—. Tampoco me he presentado apropiadamente, mi dama. Mi nombre es Godric Gryffindor.
—No es necesaria tanta cortesía —repuso ella, poniéndose ligeramente colorada—. Puede llamarme Helga, así, sin apellido.
La tarde llegó y se fue en un parpadeo, y Godric y Helga seguían hablando. Por supuesto, eran temas intrascendentes para lo que intento narrar. Pero, si realmente quieren saber, ambos hablaron de sus respectivas vidas, de qué los hizo ser lo que eran y esa clase de cosas. Sin embargo, las palabras que iban a cambiar la vida de Helga vinieron a medianoche, cuando Godric decidió que sus párpados se estaban cerrando solos.
—Helga, ¿ha pensado alguna vez que está destinada a más que esto?
La aludida arqueó las cejas. La pregunta había sido muy extraña.
—No creo que esté destinada a más, o menos, de lo que soy ahora —respondió Helga sin ninguna clase de pretensión—. Ahora, si piensa que puedo hacer algo distinto sin que eso cambie lo que soy, eso es otra cosa.
—Pues he notado que tiene un buen dominio de la magia —dijo Godric, quien había visto cómo Helga podía hacer muchas tareas al mismo tiempo, con y sin ayuda de sus asistentes—. Y, a juzgar por cómo se expresa, creo que usted es una persona modesta. No discrimina y atiende a sus clientes de la misma forma. Son valores que todo niño en estos días debería tener.
Helga volvió a arquear las cejas, como si hubiese leído entre líneas las intenciones de Godric.
—¿Me está pidiendo que enseñe?
—Es usted muy perceptiva —admitió Godric con admiración—. Es eso precisamente lo que necesito de su persona. Ya he convencido a otras dos personas bastante notables para que me ayuden con tan noble causa.
—Pero… pero nadie ha intentado formar un colegio que enseñe magia.
—No, nadie lo ha intentado —volvió a admitir Godric, componiendo una sonrisa—. Pero eso no significa que no funcione.
—Usted no sabe eso.
—Por eso lo vamos a intentar, para averiguarlo. —Godric se puso de pie, bebió el último sorbo de vino y se fue a su habitación, no sin algo más que decir—. Puede darme su respuesta mañana en la mañana, esté interesada o no en ello.
El comedor estaba vacío cuando Helga vio a Godric irse a dormir. Aquí podría poner un sinnúmero de racionalizaciones a favor y en contra de la desconcertante propuesta que había recibido, pero aquello sería aburrido de narrar, pues el tiempo tiende a pasar más lento de lo habitual cuando se piensa mucho o se describen muchos pensamientos. Lo que necesitan saber es que Helga pasó la noche en vela tratando de decidir si aceptar o negar la propuesta de Godric.
Ya eran las nueve de la mañana cuando los primeros comensales aparecieron, pero Helga no podía verse por ningún lado. Uno podría pensar que se fue a la cama, vencida por el sueño y las dudas, pero yo no lo creo. Godric fue atendido por uno de los ayudantes de Helga y el desayuno transcurrió en completo silencio. Por supuesto, había notado que Helga no estaba allí y, cuando preguntó dónde podría estar, nadie supo responder con certeza. Creyendo que ella había declinado de ir con él, Godric salió de la posada al aire matutino de otoño.
Helga esperaba en el lado opuesto de la calle, con un morral a cuestas.
—Pensé que no aceptaría.
—Creí que mi ausencia en el comedor era una pista —dijo Helga, acomodando el morral en su espalda—. Ya hice los arreglos correspondientes para que la posada siga funcionando.
—¡En marcha entonces! —exclamó Godric y, con Helga a su lado, comenzaron el largo viaje hacia la planicie sobre la cual mil años de historia mágica estaban a punto de comenzar.
