Una figura encapuchada caminaba bajo la luz de la luna, acercándose cada vez más a Hogwarts, Colegio de magia y hechicería. Venía del valle de Hufflepuff, no del pantano de Slytherin, ni de la cañada de Ravenclaw ni del páramo de Gryffindor. Algo que resultaría muy curioso, de no ser porque no era la primera vez.
—Contraseña —ladró el celador tan pronto vio al extraño.
Su interlocutor se bajó la capa amarilla oscura, mostrando su rostro. Era un hombre de facciones ovaladas, y cabello castaño.
—Lerus —musitó.
Argus Filch asintió, y se hizo a un lado, abriendo las rejas. El hombre entró y se dirigió al castillo, como hacía cada viernes. Con discreción, y en silencio, llegó hasta el tercer piso, entró a la Torre del Director, y después de subir la escalera de caracol, abrió la puerta del despacho.
—¡Oh, mi querido Marcus! —era el retrato quién hablaba—. Pensé que no vendrías.
Una mujer, sentada en el escritorio, frente al cuadro de Albus Dumbledore, volteó a verlo. Llevaba una capa azul, y era muy guapa. Marcus la conocía: Susan Barrett.
—Estoy aquí, Dumbledore —replicó él, con una amabilidad forzada, sentándose junto a Susan.
—Muy bien, mis queridos amigos. Saben porque los invité, ¿no?
—La paz, Albus. Lo sabemos —habló Susan.
—Tenemos que luchar para restaurar el orden en nuestro mundo —continuó Dumbledore—. Y para ello, necesito de su ayuda.
—Ya te lo he dicho —interrumpió Marcus—. Gryffindor y Slytherin son demasiado fuertes. Ni mi casa ni la de Barrett tienen oportunidad.
Susan frunció el ceño, pero asintió.
—Harry Potter y Draco Malfoy son excelentes líderes, y no permitirán que intervengamos.
—Harry no les hará nada —aseveró el retrato—. Es un buen hombre. Y Draco es mejor de lo que pueden imaginar. Ellos, simplemente... siguen con una guerra que no les pertenece. Algo que heredaron, y a lo que se aferran desesperadamente, en un intento de honrar a sus padres.
—¿Y qué hay de los jóvenes? —interrogó Marcus, interesado—. Los herederos al trono. Potter acaba de tener un hijo, ¿no? Podríamos arreglar un matrimonio.
—¡No! —lo cortó—. No aceptarán eso.
—Además, no ha habido niñas Malfoy desde hace siglos —agregó Susan.
—¿Y qué hay de la sobrina de la reina?
La recién nacida, Julliet Sabine Pierre, era ciudadana francesa e hija de Jefferson Pierre y Daphne Greengras.
—Yo digo que lo propongamos a Wizengamot.
Dumbledore suspiró, derrotado.
—Por cierto, Dumbledore. ¿Cómo consigues sacar a Neville Longbottom cada viernes? —inquirió Susan, curiosa.
Una sonrisa nostálgica se extendió por su rostro.
—Va a visitar a su esposa. Recién casados.
Ella asintió, comprensiva.
Marcus Giggles y Susan Barret no tardaron en proponer la idea al tribunal de Wizengamot. Solo mencionaron que "hacer que los herederos del trono contraigan nupcias entre si podría detener la guerra", con todo el tacto posible.
Draco Malfoy y Harry Potter se negaron por completo. Aún así, no había nacido una niña en ambas familias desde hace muchísimo tiempo. Lo pensaron bien, y decidieron aceptar, después de todo, ¿qué probabilidades había?
El acuerdo se olvidó en los siguientes días, descartado como una idea disparatada e imposible. Y las batallas continuaron, el derramamiento de sangre no cesó y la guerra parecía no tener fin.
Entonces, sucedió.
Las dos hijas del matrimonio Pierre quedaron huérfanas, siendo adoptadas por los Malfoy. Y, un año después, nació la última hija de los Potter. Imposible, ¿verdad?
