El Potterverso pertenece a J.K. Rowling, esta historia está hecha sin fines de lucro.

(*Notas al final del capítulo)

RINGMISTRESS

Deedeem

Para bien o para mal, Ginny Weasley era infinitamente obstinada. Tal vez eso volviera loca a su madre, pero Ginny jamás paraba de creer en su instinto. Por eso, ayudar el circo era tan importante. O quizás sólo fueran los intensos ojos verdes de Harry desde lo alto del trapecio lo que la llevó a sacrificar la salvación de una carrera como Cazadora de las Holyhead.

I

Era uno de esos momentos que te obligan a reflexionar. Rodeada por las consecuencias de uno de sus actos, no tuvo de otra que empezar a…reflexionar. ¿En qué exactamente?, era la pregunta. El concurrido vestíbulo acunó sus pensamientos mientras observaba personas ocupadas ir de un lado a otro; reconsiderar los hechos, si quiera por el bien de no caer aburrida, se le hacía terrible. Su madre cumplía con maestría la tarea de recordarle bien lo tonta que había sido, no había necesidad de hurgar un poco más en la herida. Sí, tonta había sido, sin duda alguna. Que sintiera una profunda necesidad de presumir por ello quizás fuera el problema. Sabía que su obstinación podía llegar a niveles insospechados, y viéndose AL FÍN en solitario, sin una madre que no paraba de abrir viejas heridas y hermanos con la sutileza tan liviana como el concreto, Ginny Weasley se regodeó en su pequeño universo repleto de errores.

Porque sí, Ginny Weasley no paraba de… ¿cometer errores?

No era precisamente como ella los consideraba. Su madre, obviamente, pensaba diferente y Ginny hacía más que probarle lo contrario. Bien, El Debacle Longbotton había sido una estupidez, no era tan mensa como para negarlo. Pero, ¿el resto de ocasiones? ¿Internado en Rumania? Corto, accidentado y peligroso, pero efectivo; no había nadie capaz de negar ahora su conocimiento sobre criaturas fantásticas. ¿Útil? No realmente. ¿Qué tal su pequeña temporada en la academia de Aurores? Si, su madre aún le acusaba de producirle exactamente sesenta días de tres horas de sueño, y ella aún resentía la frigidez de su brazo izquierdo, pero más allá de considerarlo como un corto fracaso, Ginny lo tomó como una manera de probar un punto muy importante: frágil e indefensa no era. Además, "Expulsión" no había sido emitido en su registro. Voluntariamente Ginny Weasley había renunciado a continuar su entrenamiento…a cambio de jamás acercarse a su maestro de combate. Pobre bastardo, seguramente aún trataba de buscar sus bolas entre sus riñones.

¿Qué me dices de tu "último" espectáculo?

En lo más profundo de su bolso, oculto entre la variedad de basura que ellas jamás desechaba de su vida diaria, se hallaba el último número de El Profeta. Tres días fue exactamente el tiempo que se tardaron en hacer público su último error.

Reflexionar, de inmediato, había dejado de ser una opción. No cuando medio Londres ahora era participe en la tarea de recalcar su estupidez. Resentida, Ginny Weasley retomó su tarea de observar su entorno y se dedicó a ello. Estaba oculta, no precisamente oculta de todos, pero si el sombrero y la ropa habían confundido hasta el más sagaz de su tropa de hermanos, Ginny estaba segura que el Ministerio y sus empleados pasarían de largo a la bruja con el sobre extendido bolso rojo tejido.

Una coreografía de la más curiosa, notó sentada en una mesa para dos del pequeño quiosco de cerveza de mantequilla y té del Ministerio. Buscaba ignorar el inmenso elefante rosa en su vida, y con la tenacidad de una mujer criada bajo el escrutinio de una sobreprotectora madre y seis hermanos, Ginny Weasley se dedicó a prestar estudiosa atención al personal del Ministerio de Magia.

Las otras tres mesas de La Pequeña Taberna de Madame Toulouse eran ocupadas por empleados que charlaban a la velocidad de un día atareado. Todos bebían el té especial de Madame Toulouse, el mismo que, además de energía, producía una curiosa reacción de orejas enrojecidas. Suspiró y bebió un sorbo de su bebida sin encontrar algo medianamente interesante en el panorama. A lo largo y ancho del vestíbulo, observó a magos y brujas vestidos con el azul del Ministerio seguir con sus rutinas. Aburrida rutinas, se dijo ya adolorida por considerar que estaba a tan solo minutos de entregarse en cuerpo y alma a una de esas…rutinas. Dos brujos charlaban junto a la fuente. Una bruja no paraba de lanzar pequeños hechizos cosméticos a sus mejillas mientras inspeccionaba el trabajo en su espejo compacto, y a su lado otra bruja, concentrada en aplicarse labial, le comentaba algo entre risitas. La fila de los ascensores cada vez se hacía más y más larga de empleados, mientras las chimeneas no paraban de expulsar magos y brujas entre cenizas.

Un día ocupado en el Ministerio, nada nuevo en ello.

Podría haber seguido como espectadora, de no ser por el ejemplar de El Profeta que ocupaba las manos de la gran mayoría de las personas reunidas en el vestíbulo. Todas inmersas en sus tediosas vidas mientras escrudiñaban con cruel interés el último encabezado de El Profeta, lanzando miradas al entorno quizás con la esperanza de hallar a la protagonista del último escándalo de Skeeter.

Claro, su pequeño desliz de locura era más interesante, eso Ginny lo tenía claro por mucho que ella considerara más interesante el artículo sobre las nuevas leyes en contra de los hombres lobos de la página seis. O la página tres, donde el análisis tras la decisión de Albus Dumbledore por apoyar la causa a favor de las criaturas mágicas y sus derechos, ocupaba un pequeño rincón en medio de un montón de publicidad sobre la nueva basura mágica que el Ministerio se dedicaba a promocionar. Incluso la emotiva carta en la página nueve –justo detrás de los cupones de El Emporio de la Lechuza– de una Squib cuyo esposo, un hombre lobo honrado que se ganaba la vida como carpintero, ahora pagaba una injusta condena de seis meses de interrogación por ser considerado...impredecible.

No, el último artículo de Skeeter DEFINITIVAMENTE era mucho más transcendental.

Echó un vistazo a su reloj de muñeca, el enorme, pesado y un poco vulgar aparato que Charlie solía usar hasta que necesitó uno más grande, y notó con pesar que aún le quedaban un par de minutos para llegar frustrantemente tarde a su cita. Merlín… jamás hubiera adivinado que fastidiar a alguien pudiera ser tan tedioso. Con el más profundo y dramático suspiro que pudo emitir, Ginny se dispuso a darle una oportunidad más al entorno de ser observado por otros diez minutos.

Aurores charlando animados, seguramente sobre la última redada a la ilícita guarida de Veelas en el Callejon Knockturn. Brujas cuchicheando entre sí. Más y más empleados sentirse enojados ante la espera del elevador. Otros solo se acumulaban en los alrededores de la fuente del Brujo y la Bruja agarrados de manos con sus varitas alzadas.

Pero sólo un mago se dedicaba a leer El Quibbler.

―Oh…

¿Cómo no lo había visto antes?

Justo frente a ella, con las piernas reposando en la superficie lisa de la mesa que algún pobre empleado de Mandame Toulouse tendría que limpiar luego, no había duda alguna que se trataba de un brujo que disfrutaba de completar el crucigrama de la página dos del El Quibbler.

Ginny lo consideró una anomalía y se dispuso a escrudiñar semejante misterio.

No había nadie en todo Londres mágico que se interesara con tanto ahínco en esa página, o siquiera al diario. Obscuro, complejo, a veces incompresible y casi siempre imposible, solo alguien como Xenophilus y Luna Lovegood , podían conjurar tremenda excentricidad. Ginny los conocía, Luna era su mejor amiga de toda la vida y no podía negarse a admitir que adoraba El Quibbler.

Al parecer no era la única en disfrutar la única justa –algo desquiciada-, pero verdadera fuente de información en Londres Mágico.

La mesa del entusiasta del crucigrama de Luna estaba a una distancia no tan lejana de la suya, fue fácil para Ginny saber que el extraño apenas iba a comenzar la sexta línea vertical: nombre de criatura de seis letras que infesta el muérdago y son nefastos ladrones. Fue casi imposible para Ginny detener el resoplido que quiso salir de sus labios. Nargle. Una fácil. De reojo notó que el extraño, quien obviamente no sabía la respuesta, rellenó los seis cuadritos con signos de interrogación. Sabia decisión, siguiente pregunta: nueve letras, función específica del pato de hule en el baño. Oh, esa estaba difícil, cultura muggle era el segundo tópico favorito de Luna en sus creaciones.

Un renovado entusiasmo, casi salido fuera de ese mundo, la impulsó a buscar su copia de El Quibbler en su bolsa. Sí, tal como lo recordaba. Diversión. Nueve letras exactas, con presumida autoridad, Ginny volteó a ver al sujeto de la mesa de junto. Diversión. Nueve letras que Ginny jamás pensó verlo escribir con la misma presumida autoridad con la que ella se iba a dedicar a observarle.

Oh, así que ante ella había un experto.

Volvió su miraba a su Quibbler e investigó las otras ocho preguntas con referencias muggle. Todas y cada una de ellas habían sido ya respondidas esa mañana junto a un plato de desayuno inglés que su madre, en consolidación por el agrio destino de su única hija, preparó para ella. Para cuando se dispuso a regodearse de su conocimiento, descubrió que el hombre acaba de terminar la cuarta pregunta muggle del crucigrama. Bien. Ginny Weasley jamás se negaba a una batalla. Tomó su bolso y se dispuso a buscar su pluma. Ver a su contrincante detenerse de culminar el crucigrama la detuvo también, haciéndola notar la serie de discrepancias de ese hombre que Ginny, prestando demasiada atención al evento del crucigrama, había ignorado desde un principio.

En pleno pináculo del más intenso invierno, cada mago y bruja del recinto portaba su mejor capa, su mejor sobrero y su mejor hechizo para prevenir el frío. Ella misma vestía la capa de invierno que su hermano Charlie le había traído de Rumania, una confortable túnica que ella esperaba la hiciera ver profesional y elegante, medias gruesas, guantes, bufanda y su inseparable sobrero de bruja, hechizado para jamás despeinar al portador. Aquel hombre…bien, aunque vestido para el invierno con su capa y sobrero, era la indumentaria ABSOLUTAMENTE muggle que se escondía debajo de su túnica abierta lo que llamaba la atención.

Y las botas. Cómo no notar las gruesas e intimidantes botas con cadenas y calaveras en sus pies.

Así que un nacido de muggles.

Interesante.

No era lo único llamativo. Más allá del hecho de ser un brujo de padres muggles, sentado en pleno Ministerio de Magia, disfrutando un té de Madame Toulouse mientras llenaba el crucigrama de El Quibbler, era el pequeño puffskein…no, pygmy puff rosa que dormitaba en su hombro derecho. La mercancía mejor vendida de la tienda de sus hermanos en Callejón Diagón.

No, había algo más.

Bastó que Ginny se inclinara un poco a su izquierda, pero ahí estaba. Una oscura y alargada varita que sobresalía de la manga de… ¿su chaqueta? Un porta varitas de muñeca, ¿quizás? Un producto común entre Aurores específicamente. ¡Curiorífico y curiorífico! Pensó Ginny, recordando aquella frase que su padre, amante de todo lo relacionado Muggle, gustaba decir. ¿Acaso era un Auror? Se preguntó, consciente de que ella también usaba uno de esos. Hecho un vistazo a su alrededor. En fila para abordar el ascensor habían tres aurores, tres oscuras figuras vestidas con oscuras túnicas fáciles de identificar entre la manada azul de empleados del Ministerio. Otros dos cuchicheaban entre sí frente a la gran fuente del vestíbulo, y otro disfrutaba en solitario su té con las orejas enrojecidas en la mesa más alejada de Mandame Toulouse. Ginny devolvió su mirada al extraño. No, definitivamente no era un Auror. No portaba esa aura de urgencia que los Aurores blandían en su día a día que Ginny aprendió a reconocer luego de su pequeña aventura en la Academia.

Pero no hubo tiempo de investigar más el misterio. Lo vio observar su muñeca, un reloj de pulso casi tan grande y desagradable como el suyo, y sin más que un par de segundos de contemplación, se puso de pie. Por alguna razón, Ginny tomó en cuenta algo que raramente había pasado por alto. Su rostro. Sí, era…lindo, atractivo en la forma que ella consideraba suficiente para llamar su atención con ángulos rectos pero aún delicados, y estaba casi oculto por una gruesa bufanda verde, y un par de gafas, pero Ginny de inmediato supo que lo conocía.

¿De dónde? ¿Hogwarts?

De pie y ajustando su sobrero y túnica, que poco hacía por ocultar su muy muggle ropa, el hombre guardó su copia de El Quibbler en el bolsillo de su chaqueta, y sacudió un poco al pygmy puff.

―Vamos, Po, es hora ―dijo. No, su voz más allá de un agradable barítono placentero a su oído, no se le hizo conocida.

Curiorífico y curiorífico…

Sus manos eran ¿delicadas?, no realmente, pensó Ginny. Eran grandes, pero gráciles, se dijo algo abochornada por prestar atención a algo tan banal mientras lo veía sujetar la pequeña criatura y esconderla en su bolsillo. Bueno, él era grande y grácil. Verlo dirigirse hasta el quiosco de Mandame Toulouse, la hizo ver que él definitivamente NO caminaba. Oh no, caminar era lo que los demás brujos del amplio vestíbulo hacían, algunos tan torpemente que no paraban de tropezar con otros transeúntes. Él, aun usando aquel vil y gigantesco calzado, se deslizaba. No era precísame la palabra que buscaba, pero no tenía otra para describir la elegancia y gracia que ese sujeto despedía de su cuerpo al caminar. Un depredador al asecho.

Ginny sonrió para sí sintiéndose un poco tonta, pero no se detuvo de seguir observándolo. Estaba ahora lejos, lo suficiente para no poder escuchar su realmente bonita voz, pero sólo hizo falta ver a la ruborizada y vacilante Madame Toulouse –Perdita, era su nombre– soltar risitas al recibir el puñado de monedas que él le estaba entregando.

―¡Vuelveg prontog, mon petit chou! ¡Bonne chance! ―La escuchó exclamarle mientras el hombre de dirigía a la larga fila de empleados en espera por abordar el ascensor. Él, caminando de espaldas, respondió lanzándole un beso al aire que sólo ayudo en acalorar a la sobre excitada señora francesa. Ginny no esperó un segundo más. Con el porte de una mujer decidida en llegar al fondo de un misterio, dio tres zancadas que la puso frente a frente a la, aún, encendida Madame Toulouse―. Cuagenta años menos y lo que le hagia a ese repollito―, suspiró. De inmediato notó la inesperada presencia de Ginny y no tardó en guardar la compostura―. ¡Oh, quegida! ¿Necesitas algo?

Miedo escénico, quizás. Verse ante el escrutinio de tan básica pregunta obligó a Ginny a replantarse su propósito. ¿Qué iba a hacer? Miedo escénico se tornó en pánico cuando notó El Profeta sobre el mostrador del quiosco. Una desafortunada coincidencia hizo que Mandame Toulouse mirara el diario y notara los cuatro encabezados del número de ese día.

"Estrella en ascenso… ¿estrellada?

Weasley confunde la bludger con la cabeza de su compañera.

Riña entre rivales, ¿quién ganará?

Renuncia inesperada, Weasley dice: ¡púdrete!"

―Oh…―murmuró con pesar―, ¿algo en lo que pueda ayudagte, quegida? ―Escuchar su lástima dolió casi con la misma intensidad que su puño palpitó el día que le hizo un ojo negro a la perra de Bell tres días atrás. Ginny, quien era una joven de acero difícil de doblegar, soltó la mejor de sus sonrisas.

―No. Todo bien, madame, yo sólo…

―Aquí entreg nosogtras, quegida ―la interrumpió irritándola un poco―, no creo en nada de esa…ordure―, murmuró apuntado el Profeta como quien señala un trozo de mugre que no se puede limpiar. Ginny tuvo una cuñada tan francesa como Madame, y aunque algo agravada por la condescendencia, apreció el intento de la mujer por hacerla sentir mejor―. ¿Sabes qué, mademoiselle Weasley? ¡Por hoy, tú bebida va pog la casag!

―Oh… ―dijo, sintiéndose algo estafada. La cerveza sólo costaba dos knuts. Ginny no supo cómo apreciar el precio que Madame Toulouse le acababa de poner a su des fortuna―. No es necesario, yo…

¡Ça suffit! ¡Insisto!

Dos knuts eran dos knuts. Ginny no tuvo de otra que devolver su bolsa a su bolsillo y permitir que su dolor le saliera barato. Dejado por terminado su interacción con su cliente, Madame se dispuso a limpiar sus coquetas tazas de té, quizás esperando que Ginny dejara de ocupar espacio frente a su mostrador.

Pero…

Renuente, Ginny buscó con la mirada al hombre. A tan solo tres personas de distancia del ascensor, se preguntó si valía la pena perder así el tiempo. Había algo muy importante que debía hacer, algo que, su madre le aseguraba, iba a traer balance a su vida. Algo que…ella fehacientemente no quería hacer, pero era una de esas crueles situaciones donde la respuesta correcta era la menos obvia. Si había algo que volvía loca a Molly Weasley, era la terquedad de su obstinada hija menor. Acostumbrada a la tozudez masculina de seis hijos varones, verse ante la desfachatada obcecación con la que Ginny vivía el día a día, la sacaba de su balanceada vida trayéndole infinitos dolores de cabeza. Y es que Ginny jamás paraba de creer en su instinto, lástima que su último fracaso no sólo la afecto a ella. Ver a su madre llorar mientras colocaba ungüento anti moretones a su apaleada cara, era la única razón por la cual un lunes en la mañana, estaba en el Ministerio de Magia. Tarde.

Sí. Ginny Weasley, ex integrante del equipo de las Arpías de Holyhead, estaba a solo minutos de aplicar a un aburrido empleo de oficina auspiciado por Percy Weasley, alias secretario asistente del Ministro de Magia. Y su hermano mayor.

Con pesar observó la espalda recta del hombre en la fila, y luego los encabezados de El Profeta. Bien, la decisión estaba hecha. Ya sus diez minutos de tardanza estaban completos, lo mejor era ir y terminar de fastidiar a Percy.


Ginny le gustaba visitar el portarretrato del Auror Señor Potter cada vez que se encontraba en el Ministerio. La hacía sentirse algo tonta, pero le resultaba espantoso ver el chistoso y amable hombre compartir muro con el resto de tarados que el Ministro alguna vez entregó Órdenes de Merlín. Además, disfrutaba de sus juegos de palabras y chistes, sus anécdotas de su novia y sobre todo, Ginny adoraba escuchar al hombre hablar sobre su hijo. No recordaba ningún Harry Potter en Hogwarts, y el retrato de un hombre fallecido desde hacía 20 años no era precisamente el mar de la elocuencia, pero Ginny no paraba de imaginarse al adorable bebe en cada de una de las historias que el Señor Potter le relataba. La hacía añorar algo que, por muy amorosa y unida que fuera su propia familia, Ginny sentía la carencia de la misma intimidad que James Potter imprimía en sus recuerdos, gracias al tener que compartir la atención de sus padres con seis personas más.

Sí, el mero pensamiento la hacía sentir terriblemente egoísta.

Desear algo más de atención en unos padres que se partían la espalda por mantener una numerosa familia sin volverse locos, le resultaba terrible pero…lógico. Y era gracias a su profunda culpa, que Ginny se obligaba a disfrutar las tardes de bordado y tejido con su madre, los domingos muggles con su padre y las casi infinitas anécdotas de James Potter sobre un bebe con el que solo pudo interactuar por un año.

Triste.

Era el único tema de conversación junto con los malos chistes que, al parecer el retratista solo pudo conjurar en el cuadro. En vida, James Potter había sido un hombre de familia, dedicado y querido por sus compañeros. Un Auror que había sacrificado su vida por el bien de un grupo de niños en una manada de hombres lobos, se podía leer en la diminuta placa dorada bajo su marco. Ginny resentía la negación de su valentía en su cuadro, además del tono condescendiente empleado para explicar sus acciones, pero apreciaba un poco la peculiaridad de la personalidad imprimida en el retrato, aunque tuviera que recordarle quién era por cada visita que le hacía.

Una falla, le explicó una vez Percy con desinterés.

Un retrato, aunque solo un mero recuerdo de lo que alguna vez un mago había sido, era más "humano" de lo que era el Señor Potter en su marco. Pero la muerte de James Potter había sido tan abrupta como inesperada que, así como su póstuma entrega de la Orden de Merlín, tercera clase, su retrato había sido elaborado con la misma torpeza que el Ministro Cornelius Fudge empleaba cuando las cosas no eran de su interés. Porque, ¿a quién realmente le interesaba un hombre que murió protegiendo a un grupo de niños hombres lobo? Con tantas leyes y regulaciones contra la especie, Ginny se sorprendía de él haber recibido una Orden de Merlín por parte del Ministro, pero una vez captado el funcionamiento de su gobierno gracias las interminables horas de tener que escuchar a Percy hablar sobre su trabajo en la cena, supuso que era necesario. Quizás su acto pudiera haber ser censurado por casi todo el mundo en el Ministerio de Magia, pero Auror James Potter había sido un brujo de sangre pura valiente apreciado por todos.

Era dolosamente obvio como el Ministro había llevado a cabo una tarea que no quiso cumplir en su momento, viendo ahora un retrato que en vez de poseer el mismo raciocinio que el resto de pomposos galardonados del pasillo, solo era capaz de hablar de una vida vivida por un año antes de su trágica muerte.

Y de contar chistes.

― ¡…entonces dijo: pues no sé el tuyo, pero el mío nada! ¿Sabes? ¡NADA!

―¡Porque es un pez! ¡EL NADA! ―Exclamó James Potter.

―¡SÍ, EXACTO!

―¡Ginevra!

Dos cosas sucedieron exactamente al mismo tiempo a una velocidad tan salvaje que Ginny sintió el mismo vértigo ante una caída inminente. Eso o el hecho de que la imponedora figura de Percy se materializó a su lado sin previo aviso, casi haciéndola perder el equilibrio mientras veía sorprendida al hombre extraño del vestíbulo hacer reír al señor Potter. No, no lo estaba imaginando. Allí estaba, riendo y haciendo reír al parlanchín James Potter. Esas botas era DIFÍCILES de perder.

―Llegas tarde ―fueron las palabras que la sacaron del pequeño ensueño en el que sumergió. Aún atolondrada por el vahído de dos sorpresas juntas, Ginny miró a su hermano sin comprender palabra de lo que había dicho, y devolvió la mirada al señor Potter. Se despedían. Él se estaba marchando―. ¡Ginevra! ¿A dónde se supones que vas?

―¿Qué? ―Había dado un paso en su dirección, naturalmente era trabajo de Percy detenerla de hacer el ridículo. Consternada, Ginny se dedicó un segundo en recuperar la compostura y sacudirse la mano que le sostenía del brazo―. ¡Eh, no me manosees, cretino! ―Percy, nada extrañado ante la crudeza del miembro más joven de su familia, se cruzó de brazos.

―Llegas tarde.

―"Llegas tarde" ―repitió Ginny, usando la técnica magistral de sus dos hermanos Fred y George de convertir cada palabra dicha por Percy en un chiste―. Pareces perico, Perce. Además, me dijiste que viniera alrededor de las diez y apenas son las diez y media. Relaja un poco los calzones, ¿de acuerdo?

―¡Yo absolutamente no dije eso! ¡Dije que vinieras a las diez! ―Lo cual era cierto, pero Ginny no quería dar su brazo a torcer, era su deber como hermana fastidiarle, que Percy fuera tan denso para entenderlo no era su culpa―. ¡Tengo una agenda muy ocupada y no…!

―¡Bien, bien! ¡Merlín, Perce! ¡Relaja el calzón!

―¡No me digas…! ―Se detuvo y Ginny sonrió ante la notoria derrota. Si había algo que desequilibraba a su circunspecto y estirado hermano mayor era caer en trampas tan tontas como esas. Toda una vida de ser el juguete y el centro del ochenta por ciento de los chistes de sus hermanos, no lo habían entrenado lo suficiente y Ginny lo sabía. Él lo sabía. Obligada a tener que lidiar con él, lo menos que pedía era el poder fastidiarle un poco―. Ja, ja, muy gracioso Ginevra.

―Bien, basta con el Ginevra, ¿quieres? ―espetó, pero Percy ignoró el comentario con esa irritable habilidad suya de pasar por alto lo que consideraba banal. Ese molesto movimiento de manos, como si en vez de tu presencia, estuviera despidiendo moscas casi la obligó a darle un ojo negro. Ginny lo odiaba.

―No seas boba, Ginevra. Madre te puso ese nombre, y ese nombre usaré. Ahora, ¿serías tan amable de seguirme a mi oficina? Tengo mucho que hacer ―No esperó una respuesta, con naturalidad quitó toda validez a cualquier argumento que Ginny pudo haberle presentado, y tomó el camino contrario directo a una de las oficinas del pasillo. Casi tentada a NO seguirle, Ginny se desquitó un poco haciéndole a sus espaldas una ruda seña de manos.

No tenía otra opción más que seguirle.

La oficina de Percy era exactamente como se esperaba. Fría, sin personalidad y constreñida. Como si una persona eternamente constipada tuviera la desgracia de trabajar allí. De reojo, Ginny observó a su hermano moverse con experticia en el diminuto espacio. Sí, Percy Weasley era una persona constipada. Su escritorio carecía de la más mínima muestra de…algo. No fotos, o si quiera una planta. Nada que no fueran organizados rollos de pergaminos. Ginny casi sintió pena, mientras tomaba asiento en la única silla disponible para visitas. ¡Merlín, qué incómoda era! Aturdida por la dureza con la que su trasero fue recibido, miró a Percy tomar asiento en su silla esperando una reacción como la suya. No, ninguna. Percy era una persona ya incómoda, la silla no era más que una extensión de su personalidad.

―Dime, ¿tienes experiencia con libros de contabilidad? ―Tardó un minuto en comprender que Percy no estaba bromeando. Allí, en su silla salida del mismo infierno, y con un pergamino y pluma e mano, su hermano esperaba una respuesta honesta a su pregunta.

¡Valgame…!

―¿Cómo dices? ―preguntó atontada. Percy chasqueó la lengua, y tachó algo en el pergamino.

―¿Sabes tomar dictados?

―¿Qué? ―Un nuevo tachón.

―¿Qué me dices de redactar memos?

―¿Memos…?

―No me parece que este calificada para este trabajo, Ginevra ―dijo con tan grande descaro que Ginny tardó en sentirse ofendida―. ¿Cuántos EXTASIS dices que completaste? ¿Tres? ―De nuevo, Percy iba tan rápido en su osadía que Ginny se estaba quedando atrás―. Pues me dejas sin más opciones Ginevra, de verdad quise ayudarte. Madre me aseguró que estabas lista, pero me parece que Quidditch es tu único fuerte. Bueno, lo era ―resopló mientras descartaba el pergamino en la basura que Ginny asumió era su resumen de vida―. ¿Golpear a un miembro del equipo? ¡Atroz! Yo siempre lo dije, Quidditch es un deporte para salvajes, pero por alguna razón pensé que al fin habías encontrado algo de sentido, Ginevra. Después de la vergüenza tras tu expulsión de la Academia de Aurores, y tu humillante temporada estudiando criaturas salvajes en Rumania supuse que Quidditch era un trabajo estable y decente para ti. Fue muy estúpido de tu parte en golpear…. ¡AGH!

Fueron los murciélagos que salían despavoridos de su nariz, lo que ayudó a Percy a darse cuenta de su error. Ginny quiso recalcarlo un poco más tomando el pergamino con sus datos que él había tirado a la basura, y colocarlo frente a Percy en su escritorio.

―Esto es lo vamos a hacer, grandísimo cabrón estúpido ―dijo―. Vas a hacer exactamente lo que mamá te dijo que hicieras. Colocaras tu firma aquí y me harás un espacio en tu horrorosa oficina. Luego, iras con tu querido jefe y le dirás que el próximo lunes tendrás una nueva asistente con nueve EXTASIS aprobados por Extraordinarios y Supera las Expectativas, que sí sabe tomar dictados, escribir memos y llevar libros de contabilidad. ¿Me expliqué bien? ―Soltando pequeñas lágrimas por cada murciélago que buscaba escapar de sus orificios nasales, Percy asintió lentamente―. ¡Perfecto!

El hechizo fue levantado al mismo tiempo que ambos Weasley escucharon un inesperado barullo al otro lado de la puerta. Primero fueron las groserías, pero para cuando Ginny escuchó el primer Expelliarmus, tanto ella como Percy corrieron a ver que pasaba. Cuatro Aurores, en medio de una multitud de empleados del Ministerio, buscaban apresar la escurridiza figura de un hombre que no paraba de soltar los más osados insultos que Ginny, maestra en el arte de ofender, no paro de sentirse impresionada.

―¡Quítenme las manos de encima, malditas perras del infierno! ―Exclamó al momento de verse sin varita luego de que uno de los Aurores lograra captúralo de pecho al piso. Resultaba algo…ridículo, como cuatro hombres fuertes y bien entrenados, luchaban tan arduo por mantener sujeto a un solo hombre.

―¡Harry! ¡Detente de una maldita y buena vez! ―De pie, ahí en medio de la sorprendida multitud, estaba el mismísimo Kingsley Shacklebolt quien sólo hizo uso de un Sonorus con su varita para detener lo que Ginny esperaba, era otra letanía de groserías e insultos. Jefe y Líder de la Oficina de Aurores, siempre se esperaba ver al hombre en sus dominios con sus Aurores. Rara vez, desde que Fudge estaba al mando, visitaba la primera planta del Ministerio dedicada exclusivamente al Ministro de Magia y su personal de apoyo. Pero ahí estaba, imponente y peligrosamente enojado, mientras miraba con duros ojos de decepción la figura aprisionada bajo el peso de cuatro Aurores―. ¿Qué, en nombre de Merlín, estás haciendo?

―¡Sólo quiero saber por qué recibimos otra penalización, pero el tarado de Fudge es muy imbécil para entenderlo! ―Ginny estaba…sin palabras. No era la única. Percy estaba a punto de una apoplejía, al igual que la multitud de personal de apoyo del Ministro. ¡Incluso Fudge! La diminuta figura de rostro purpura y temblorosa, franqueada por diez anonadados Aurores, miraba con horror a un civil bajo su gobierno decirle tarado e imbécil en la misma oración. Y en su cara.

Ginny lo consideró amor a primera vista.

―¡Ya basta! ―Espetó Kingsley antes de que Fudge empezara a exigir que se le cortara la cabeza al traidor―. ¡¿Acaso quieres ir a Azkaban?! ¡Dime! ¡¿Quieres ir a la cárcel al igual que el imbécil de Black?! ¡¿Qué va a decir tu madre, mil demonios?!

Eso pareció callarlo. Más no lo detuvo de hacer una mueca malhumorada digna de un niño acabado de ser regañado. Fue de inmediato que Ginny supo quién era: ¡Era él! ¡El extraño del crucigrama! ¡El mismo que no hacía mucho compartía chistes con James Potter! Bien, debajo de cuatro adultos no era precisamente el mejor ángulo para apreciar su rostro, pero la larguirucha lengua del pygmy puff que abusaba salvajemente de cada uno de los orificios de los rostros de los aurores fue su primera pista.

―¡Eh, Kingsley! No seas tan duro con el muchacho, ¿quieres?

Era el Señor Potter quien hablaba, aprisionado entre un pelotón de brujos y brujos de otros cuadros con peores vistas que la de él. Su retrato estaba justo a la mira del incidente, y en medio de dos brujas que buscaban aplastarlo contra el otro lado de su portarretrato, Ginny notó la expresión preocupada del hombre. Oh…ese rostro. Su cuello casi cedió ante el latigazo que Ginny se produjo al tratar de contemplar ambas caras, pero sí, no había duda alguna.

―¡EH, QUITÁLE LAS MANOS ENCIMA A PO! ―gritó el muchacho al ver a su pequeño amiguito aprisionado con crueles intenciones en las manos de uno de los Aurores―. ¡TE VOY A…!

―¡HARRY JAMES BLACK! ―¿Black? Aturdida, Ginny observó al señor Potter, eran…idénticos, pero…―Dawlish, entrégame la criatura ―Exigió Kinsgley, pero ninguno de los dos contaba con lo escurridiza que podía ser una de las creaciones de Fred y George Weasley. Disparado, el pequeño Po mordió a su agresor y saltó lejos, aterrizando en el hombro del mismísimo Líder de la Oficina de Aurores quien, sin inmutarse, aceptó la compañía de la ofendida criaturita.

El Auror, resentido por el ataque del pequeño Po, tomó ambos brazos del joven hasta torcerlos en alguna clase de llave china tras su espalda. Ni Ginny, ni Kinsgley, mucho menos el Señor Potter apreciaron el gesto. Dawlish, recordó Ginny, cretino estúpido que hacía un deporte el ser insufrible, el mismo que le leyó sus derechos cuando Bell llevó a otro extremo su tontada al acusarla con las autoridades y el mismo que no paraba de burlarse de ella en la Academia.

Ginny lo odió solo un poco más.

―Potter ―empezó a decir Kinsgley al retrato, seguramente en medio de buscar una forma de aplacar el desastre, mientras observaba con ojos de desaprobación a uno de sus Aurores enroscar los brazos del presunto criminal en la forma de un pretzel―. Agradecería que no te entrometieras en…

―¡EH! ―La llave china de Dawlish no fue suficiente para detener al joven de retorcerse un poco más en su ira―. ¡NO LE HABLES ASÍ, CRETINO!

―¡BLACK! ―Espetó el Líder de los Aurores con su voz enojada de Líder de los Aurores―. ¡Ya cavaste bien hondo tu tumba, agradecería que te callaras antes de que confine tu triste trasero con el dementor más cercano!

Ginny, sin palabras, se vio a sí misma con la tarea de intentar hacer algo. Pero a su alrededor, nadie parecía apreciar su recién descubrimiento. Percy temblaba como un perrito en pulgas, su rostro tornándose más y más rojo, y cada uno de los empleados, Ministro incluido, esperaban que alguien masacrara al impío.

Sí, definitivamente era su misión el hacer algo.

Tres pasos luego y Ginny se detuvo al ver a Kingsley cruzarse de brazos, pose digna de un padre a punto de reprender a un niño travieso. Con la compostura en orden, soltó un ademán a sus subordinados que Ginny tradujo como: suelten al mocoso que voy a darle una buena tunda. Ninguno de los cuatro se sintió realmente seguro de cumplir con las órdenes, Dawlish estaba disfrutando en exceso el poder tener al rebelde bajo su peso desde que el muchacho, aunque grácil, poseía una fuerza que lo había hecho sudar un par de libras. Bastó la mirada de desaprobación de Kinsgley para que acatara al instante.

―¡Bien, todo el mundo a trabajar! ¡El espectáculo ya acabo! ―no realmente, pensó Ginny, viendo como ninguno de los presentes parecía querer irse sin antes ver al muchacho ser condenado a cadena perpetua por haber insultado a su querido Ministro.

―¡Pero, Kinsgley…!

―Señor Ministro, lamento las molestias ―le interrumpió Kinsgley ganándose el profundo respeto de Ginny―. Le aseguro ―dijo, lanzando una mirada enojada al muchacho que ahora recogía del suelo sus gafas y arrancaba de la mano de uno de los Aurores su varita―, no se va a volver a repetir. ¿Hablé claro? ¿Harry?

―Sí, sí ―espetó fastidiado.

―¡Pero…! ―volvió a intentar Fudge, Kingsley, obviamente no se lo permitió.

―Estoy seguro que Harry no tenía intención de ofenderlo, ¿verdad, Harry?
― era exactamente la misma técnica que su madre usaba con sus hijos. Incluso Percy tuvo la decencia de encogerse un poco de pena. "Harry James Black", pensó Ginny, no pareció captar a la primera El Tono de Kinsgley. Sólo se cruzó de brazos, malhumorado―. ¡Harry!

―¡Bien, bien! ―Gritó―. Lamento haberle dicho tarado e imbécil, señor Ministro. ¡¿Feliz?! ―Incluso Kinsgley sabía escoger sus batallas, dejando pasar por alto la actitud del jovenzuelo bocón.

Infeliz, Fudge decidió dar paso a la calma, quizás consiente que su poder de autoridad había sido eclipsado por la supremacía masculina de Kinsgley Shacklebolt. De seguro nada nuevo para él, pensó Ginny. Su jurisdicción era perpetuamente empañada por casi media población de autoridad del Ministerio. Renuente, Cornelius Fudge recogió su pequeño séquito de compinches y volvió a su oficina. Para su mala suerte, Percy tomó eso como señal de que él también debía volver a la suya, y sin más tomó su brazo dispuesto a arrastrarla a la seguridad de sus cuatro paredes.

Ginny no se había criado bajo el poder de seis hermanos opresivos por nada.

―¿Qué dije acerca de tocarme, estúpido? ―rezongó sacudiéndose de Percy. Kinsgley también había despachado a sus Aurores, quienes, aún reacios, tomaban camino hasta el elevador dejando a su líder con la única compañía de "Harry James Black" y el retrato del Señor Potter.

Además de Ginny y Percy.

―Ginevra…

―¡Cierra el pico!

―Dime, ¿qué voy a hacer contigo? ―Enfurruñado, "Harry James Black" se encogió de hombros ante el tangible sonido de decepción en el barítono de Kinsgley―. Estoy seguro que tu madre no va a estar feliz si eres arrestado, otra vez.

―¡Bien, bien! ¡Lo lamento, está bien! ¡Jesús! ―Exclamó, pero solo dos segundos después y todo el porte de rebeldía y batalla desapareció de su cuerpo. Kinsgley y Ginny lo notaron, como el malhumor se evaporaba dando paso a una tristeza de esas que te rompen el corazón. Incluso la pequeña bola de pelos en el hombro de Kinsgley se conmiseró cambiando su vibrante color rosa por un azul tan igual de triste que su dueño ―. Lo…lo siento, en verdad, Kinsgley―. Suspiró―. También me disculpo, pa…señor Potter―, dijo, esta vez al portarretrato que ahora disfrutaba de su espacio libre de otros retratos chismosos. No se veía feliz con su recién devuelta libertad, de hecho, se veía igual de miserable que el pequeño Po. Incluso Kinsgley se veía abochornado―. Gracias por defenderme, supongo.

―Harry…―empezó Kinsgley, pero Ginny supo al instante que cualquier cosa que quiso haber dicho, no iba a ser suficiente para compensar el declive de esa conversación. De inmediato, Ginny se sintió como la más terrible de las intrusas.

―Ya perdí mi tiempo aquí, debo irme. Con la nueva penalización, mamá debe ir a Gringotts por otro préstamo y prometí que la llevaría, además quiere que le eché un ojo a Teddy. Está muy entusiasmado, hoy los niños les toca entregar los volantes―, mencionó. Ginny no sabía de qué hablaba, naturalmente, pero Kinsgley sólo sonrió tomando con delicadeza al pequeño Po para devolverlo a su dueño―. ¿Te esperamos el próximo sábado? Tonks preparó todo un palco para ti. Dice que espera que esta vez lleves a una novia―. Dijo con una sonrisa que Ginny juró ver en el rostro del Señor Potter cada vez que compartía uno de sus más sórdidos e inapropiados chistes. ¿Acaso ella era la única que lo notaba? Kinsgley respondió encogiéndose de hombros.

―Iré, pero no prometo nada. De llevar a alguien, lo más seguro es que sea Alastor.

Tanto Ginny, como "Harry James Black", respondieron de la manera que cualquier brujo o bruja, de mente cuerda, responde ante la mención de Alastor Moody: encogiéndose del miedo. Ginny lo recordaba, uno de los más temibles profesores en la academia de Aurores, su respeto hacia el hombre era proporcional al miedo que le producía estar en su lista negra.

―Bien, sólo promete que controlaras su varita. Sergei aún se espanta cada vez que alguien dice "vigilancia" en su presencia, ¿de acuerdo? Mamá no quiere tener que explicar, de nuevo, porque un vampiro de cien años sufre de ataques de pánico en la próxima revisión―Murmuró―. Supongo que ya es hora ―dijo―. Nos vemos el sábado, Kinsgley, mamá quiere que te quedes a cenar después del show, Moody incluido.

―Por supuesto.

―Hasta otro día, Señor Potter.

―¡Cuídate querido muchacho!

―No causes más problemas, Harry. Odiaría tener que arrestarte, otra vez.

―¡Eh, no es mi culpa! ―Sonrió ―Yo no busco problemas, ellos…

―Te consiguen a ti. Sí, sí, ya conozco esa historia. Eres tan igual a tu padre… ¡Eh, Harry, cuidado!

―¡Ginevra!

Ginny no supo que había sucedido, o cómo, a solo segundos de diferencia, había pasado de estar en medio del corredor con Percy, a estar en brazos del portador de los ojos verdes más hermosos que ella alguna vez haya visto en su vida. Pero así eran las cosas. Un cliché tan sobre usado que sólo la sorpresa de verse en tan embarazosa situación la detuvo de protestar por ello, eso y el pygmy puff rosa que la miraba acusador desde el hombro de su dueño. Pero así eran las cosas. Había estado en su camino, se sentía tonta por no adivinar la colisión entre ambos cuando era tan obvia e inevitable, pero aún perchada en medio de dos…bien formados brazos… Ginny se permitió el derecho de la duda.

Sí, ese rostro, aunque algo más joven, era el mismo rostro en el retrato del Señor Potter.

¿Cómo era la única en notarlo? Se preguntó.

―¡Ginevra! ―Más pronto de lo que hubiera querida, Ginny se vio fuera de aquel abrazo directo al no apreciado intento de su hermano por salvar su dignidad. Qué cabrón―. ¡¿Podrías tener más cuidado por dónde caminas, salvaje?! ¡Auror Shacklebolt, exijo que…!

―¿Todo bien, señorita Weasley? ― preguntó Kinsgley, tan aturdida como estaba, tardó cinco segundos en descubrir que le hablaba a ella y no a Percy, "la otra señorita" Weasley―. Harry, ¿cuantas veces tu madre te ha dicho que…? ¿Harry?

Ginny no fue la única sorprendida. Kinsgley y Percy compartieron su asombro cuando el sumamente ruborizado aludido se dio la tarea de correr, CORRER, lejos de la escena del crimen para luego desaparecer tras las puertas del elevador. El mar de emociones revoloteando en su interior se aglutinó en una viscosa masa que, Ginny Weasley, definió como confusión mientras miraba su espalda con el pequeño puñado de pelos rosa en su hombro. ¿Qué demonios había sucedido? Buscó alguna clase de respuesta en los rostros de sus acompañantes, pero solo el Señor Potter parecía saber algo. No precisamente la mejor fuente de información para Ginny, hasta que algo cambió en la expresión atolondrada de Kinsgley.

Reconocimiento.

―Lamento esto, señorita Weasley ―dijo, a Ginny se le hizo perturbador ver la sonrisa ladina del señor Potter ser empleada por el Líder de la Oficina de Aurores―. No es para ofenderse, le seguro que Harry se siente muy apenado por este incidente, después de todo, es su más grande fan.

¿Fan?

¿Fan?

Percy resopló, era difícil para él computar el hecho de alguien capaz de ser "fan" de su fracasada hermana menor, y Ginny estaba muy ocupada descifrando las palabras de Kinsgley como para reaccionar ofendida. ¿Él era su Fan? ¿Su fan de qué? Sí, ex miembro de un equipo importante de Quidditch podría ser considerado razón para tener un "Fan". Con una temporada entera como cazadora y una reputación apta de ser considerado como jugadora decente, no era extraño tener algunos aficionados al deporte apreciarle como jugadora. Sin embargo, Ginny había calificado su último debacle suficiente destrucción a sus fanáticos.

Al parecer, aún había gente que la apreciaba por mucho que Skeeter se haya esmerado en ser una perra cruel a la hora de escribir. Incluso luego de Bell haber destruido su reputación alegando que Ginny Weasley hacía trampa.

Recordó las palabras de Madame Toulouse. No creo en nada de esa ordure. Lo había visto como una muestra de lástima, pero… ¿de verdad habían personas que no creían en lo que El Profeta había escrito sobre ella?

¿Y por qué la palabra Fan sonada diferente una vez dicha por Kinsgley?

Curiorífico y curiorífico.

―¡Bien! Mi trabajo aquí ya está hecho ―dijo Kingsley―. Weasley, señorita Weasley, que pasen un buen día.

Se fue. La masa viscosa definida como confusión en su interior, se tornó de un violento color rojo y Ginny tuvo que cambiarle el nombre a irritación. Obviamente, Ginny se estaba perdiendo el mensaje y eso…no le estaba gustando, en lo absoluto. Percy se comportó con la misma gentileza de siempre, exigiendo seguramente su atención de la manera más molesta y ofensiva posible, pero Ginny no le escuchaba.

―Te veo el Lunes, Perce. No lo olvides: nueve Extasis, ¿bien? ―dijo y también se fue.


¡MUAJAJAJA!

Primera historia en esta cuenta. No saben lo emocionada que estoy, Ringmistress es mi nuevo bebe consentido.

*Notas: Me disculpo si cometí algún error. No tengo un beta que me ayude. Y sí, este capítulo abre un montón de preguntas. Esa fue mi intención. Ahora, ¿puedo responder esas preguntas ahora? No realmente. No ahora, mi historia las responderá a su debido tiempo. NO CREO que haya falta decir que esto es un Universo Alterno. Voldemort no existe (o eso creen ustedes), así que ninguna de las guerras se dio a cabo, y hay otros pequeños detalles que CLARO no son parte de la historia original y que desvergonzadamente cambié. Pero no se preocupen: la banda entera de personajes que todos adoramos estarán aquí, sin falta alguna. En fin, Ginny es uno de mis personajes favoritos, y me entristece que no se le haga justicia lo suficiente. Así que plasmé ese sentimiento aquí y ahora me gustaría leer sus comentarios acerca de esta alocada historia que se me ocurrió un día mientras veía una película que no voy a mencionar. Decir el nombre, para mí, ya es un spoiler, incluso cuando creo que es obvio a qué me refiero.

Bueno, no digo más. Se les quiere. El próximo capítulo puede que esté listo en dos semanas, no desesperen.

Deedeem