I

La hermana Mayor.

Por un tiempo, todo es perfecto. Al menos para Amy Hudson. Sí, la vida definitivamente le sonríe. Tiene una mamá hermosa y un padre que la consiente mucho, y un par de hermanos que son muy graciosos. En serio, de verdad son divertidos. Por un tiempo. Ella no se queja. No le parece justo. Después de todo, ella pidió tener dos hermanos, mellizos. Ella recuerda el día en que le dijo a su madre que ese era su deseo. De seguro que eso tuvo algo que ver. Si hubiera sabido que las cosas serían así, hubiera preferido tener uno solo (ahora no podría elegir a cual. Los quiere mucho a los dos. Que desastre.). Igualmente, por un tiempo Amy lo tolera. Es su trabajo, ¿no? Ser la hermana mayor y cuidarlos y ayudar a mama y… todo eso. Pero entonces las cosas cambian… demasiado. Mamá ya casi no tiene tiempo para darle las clases privadas de ballet y canto, porque siempre está cansada por el trabajo o los bebés, y papá no puede enseñarle (él realmente no sabe bailar). Y sus tíos están ocupados con Harry y… todo está cambiando. Ella ya no es más la única. Hay otros. Otros a los que les compran cosas y a los que les cantan todas las noches antes de que se acuesten a dormir. Y Amy se debate entre el amor incondicional que les tiene y los celos recalcitrantes que la consumen de a poco.

- ¿Hoy tienes ballet, pulga?- le pregunta su padre, mientras se prende el traje apresuradamente.

- Mañana. Hoy es martes.- responde ella, revolviendo el cereal que él le preparó. Finn la mira por un segundo, como tanteando el terreno.

- ¿Te pasa algo? ¿Te siguen molestando los niños en la escuela?- inquiere, sentándose a su lado y dándole un sorbo a su taza de café.

- No, no me ocurre nada.- contesta ella, mecánicamente.- Esos niños no saben valorar mi talento. Algun día se darán cuenta de cuan mezquinos son.- agrega, terminándose su desayuno. Finn sonríe. Es la típica sonrisa que su padre tiene en su rostro cuando ella dice ese tipo de cosas. Aparentemente, le recuerda mucho a mamá (algo que pone a Amy muy contenta, porque su madre es la persona más increíble del mundo). Finn toma la tiza verde y marca otro día en la pequeña pizarra que tienen en la cocina. Amy ya ni siquiera mira esa pizarra. Sus padres tienen una apuesta allí: cada uno a marcado una fecha en la que creen que los bebés dirán su primer palabra, y pelean por eso todo el tiempo (OK, no pelean… discuten. Lo que sea).

- Bien. Ve a despedirte de mamá, así nos vamos.- le ordena su padre. Amy obedece, poniéndose de pie con gracia y subiendo las escaleras hasta el cuarto de sus padres. En cuanto abre la puerta, la ira la consume: su madre está recostada en la cama, leyendo algo en su computador, mientras sus hermanos duermen a su lado. Ella también quiere estar ahí. Ella quiere quitarse el horrible uniforme de la escuela y quedarse en la cama con mamá todo el día, comiendo galletas y hablando de… de cosas.

- ¿Ya te vas, cariño?- le pregunta su madre en un susurro, extendiéndole los brazos para que ella se acerque.

- Si, vine a despedirme.- responde ella, sentándose en el borde de la cama. Rachel la rodea con sus brazos, besándole la coronilla, y ella se aferra un poco a su madre, respirando su dulce perfume, cediendo ante sus caricias.

- ¿Estás bien?- le pregunta, cuando ella se demora un poco en soltarla. Amy sólo asiente con la cabeza.- Nos vemos más tarde entonces. Te quiero.- le dice, dándole un beso sonoro en la mejilla. Amy besa a cada uno de sus hermanos en la frente y se retira de la habitación, intentando que su corazón no se rompa en mil pedazos.

- El sábado podemos hacer un picnic en el parque, ¿Qué te parece?- le propone su padre, mientras ambos se suben a la camioneta. Amy se frunce de hombros, sin hacerse muchas ilusiones. Se queda en silencio el resto del viaje hasta la escuela, aunque él tararea un par de sus canciones preferidas, invitándola a unirse.

- ¿Pulga?- la llama, antes de que ella pueda bajarse del auto. Amy se gira en su asiento para mirarlo, y su padre le toma una de sus manos.- Se que últimamente las cosas están cambiando y quiero que sepas que… mamá y yo estamos muy orgullosos de ti. Estás portándote tan bien y la ayudas tanto con los bebés… en serio, Amy, realmente nos haces sentir orgullosos.- le dice, acomodándole la chaqueta del uniforme. Amy intenta no llorar. Traga saliva para aligerar el nudo que se le forma en la garganta, y sólo asiente, dándole a su padre un beso en la mejilla antes de bajar del auto. A veces, piensa, debe conformarse con ese tipo de cosas.

-oo-

- ¿Qué haces?- le pregunta su madre más tarde ese día, mientras ella juega con la casa de muñecas que el abuelo Burt y la abuela Carole le regalaron.

- Nada.- responde.

- Vamos, entonces.- le dice Rachel, tendiéndole una mano. Amy frunce el ceño.

- ¿Adónde?- inquiere, tomándole la mano.

- Oh, ya verás.

-oo-

- ¿Quieres contarme que te ocurre?- inquiere Rachel, mirándola por sobre la carta del pequeño café en el que están sentadas. Amy suspira.

- ¿Porqué todo el mundo cree que me ocurre algo?- responde ella, cruzándose de brazos y mirando por la ventana hacia el parque de enfrente. Su madre coloca la carta de nuevo sobre la mesa y le toma una de sus manos en las de ella. Son suaves y siempre huelen a coco y a Amy le encantan. Le encanta cuando le acomodan el cabello o le acarician la mejilla o… o simplemente le toman las suyas. A veces, a Amy le cuesta recordar como era su vida antes de que Rachel se convirtiera en su madre. Aún ahora, cuando no pasan tanto tiempo juntas como a la niña le gustaría, Amy se pregunta como sería si le quitaran a su madre de nuevo. No es que piense mucho en eso. Es demasiado triste. Su madre se queda en silencio, esperando otra respuesta, y Amy no la mira a los ojos. No puede. Si la mira va a decirle la verdad, va a confesarle que se despierta algunas mañanas soñando que los bebes ya no están y que ella vuelve a ser la reina de la casa. Se siente tan avergonzada de si misma que es como si las dulces manos de su madre estuvieran quemándole las propias así que, a su pesar, se suelta disimuladamente de ellas y coloca las propias en su falda.

- Mira, Amy…- continúa Rachel, suspirando, y a la niña se le rompe el corazón cuando ve la expresión triste de los ojos de su madre.- Papá y yo sabemos que estás creciendo y que… que las cosas están cambiando, sobretodo con la llegada de los bebés y mi trabajo nuevo. Pero debes saber que… tanto para él como para mi no hay nada más importante en el mundo que ustedes. Tu eres nuestra hija, y siempre lo serás. Siempre. Así tengas… dos, tres o cien hermanos. ¿Está bien?- finaliza, mientras el mozo les trae las dos tasas de chocolate caliente y las galletas que pidieron. Amy contiene las lágrimas, tomando un sorbo de chocolate para aligerar el nudo de su garganta. ¿Cómo hace su madre para saber siempre exactamente que es lo que pasa con ella?

- ¿Puedo ir contigo al teatro esta noche?- le pregunta. Rachel sonríe.

- Claro que sí, cariño.- le responde, más animada, tomándola de la mano. Amy finge una sonrisa, sólo porque su madre se la merece.

-oo-

No debería estar escuchando, pero no puede evitarlo. Sobretodo cuando oye su nombre.

- No me ha dicho nada. Ni una palabra.- susurra su madre, con tono triste.

- ¿Crees que los niños la están molestando de nuevo?- responde su padre, en el mismo tono.

- No, no creo que sea eso. Me lo habría dicho.

- ¿Y tal vez… tal vez hay algún niño…?

- No… no, de eso también hablamos.

- Tal vez solo debemos esperar un poco más.- propone él, y su madre suspira.

- Sí. No me gusta verla así, Finn.

- Lo sé, cariño, a mi tampoco me agrada pero… debemos respetarle su espacio.

- Tienes razón.-concede. A veces, Amy se pregunta que hizo para merecer los padres que tiene.

-oo-

- ¿A mi tampoco vas a decirme que te ocurre?- inquiere el tío Kurt, una semana más tarde, mientras ambos arman la decoración para la fiesta navideña del día siguiente con la ayuda de Harry (OK, Harry no ayuda mucho pero… está allí). Generalmente ellos vuelven a Lima para esa época del año, pero Rachel y Kurt deben estar en el teatro y Finn y Blaine tienen un juego, entonces los abuelos vendrán a visitarlos y tendrán un par de fiestas allí en su casa. Amy está muy entusiasmada: pasarán juntos las noches de Hannukka y la Navidad, y cuando los abuelos vienen hay mucha más gente en la casa y salen a divertirse siempre. Tal vez pueda convencer al abuelo Burt de armar un muñeco de nieve o algo así. Sí, Amy realmente no quiere hablar con el tío Kurt justo ahora que está comenzando a animarse un poco más. Sin embargo, él no parece opinar lo mismo.- En serio, Amy… tus padres están preocupados. Tal vez si lo hablas con ellos…

- No puedo hablar de esto con ellos…- dice ella, negando con la cabeza, mientras pone brillantina en las pequeñas estrellas que ambos cortaron. No quiere hablar, pero no puede evitarlo. Es casi como si… si ya no pudiera contener las palabras. Se alegra de que esto ocurra con el tío Kurt, puesto que no habría sido conveniente de que le ocurriera con su madre o su padre. Suspira antes de continuar, y su tío deja lo que está haciendo para prestarle atención.- Se avergonzarían de mi. No puedo.

- Cariño, créeme. Nada de lo que hagas hará que tus padres dejen de quererte.

- Lo se pero… no puedo decírselos. Yo… estoy celosa, tío. No puedo tolerarlo.- Kurt suelta una carcajada, y Amy cree que tal vez fue demasiado dramática (de todas formas a ella no le hace ninguna gracia).

- Lo siento, Amy, pero es que… ¡eso es lo más natural del mundo!

- ¡Pero no me gusta sentirme así! Yo quiero a mis hermanos, los quiero mucho. Pero a veces….

- A veces quisieras que se los llevaran lejos.- finaliza él, recomponiéndose y echándole una mirada cómplice. Amy asiente, y poco a poco ese peso que ha sentido en su pecho por un tiempo se va aligerando. El tío Kurt la mira con detenimiento por un segundo antes de hablar.

- ¿Quieres que te cuente algo que no le conté nunca a nadie?- le murmura, acercándose más. Amy asiente.- Yo solía tenerle muchos celos a tu padre. Muchísimos.- le confiesa, y la niña abre los ojos en señal de sorpresa.

- Pero… ¿porqué? ¡Papá y tu son mejores amigos!

- Lo somos ahora, pero no lo fuimos siempre. Verás… cuando el abuelo Burt y la abuela Carole se conocieron yo me puse muy feliz. Teníamos una familia. Ella era muy dulce conmigo, como la madre que yo había perdido, y pasábamos mucho tiempo juntos. Comenzamos a ir de compras y al cine, o nos sentábamos a tomar té y a charlar… y a mi me encantaba. Y entonces… Finn comenzó a pasar tiempo con el abuelo Burt. A hacer cosas con él que yo no hacía con mi padre. Y eso, Amy, eso me molestaba. Era como si se me quemaran las entrañas cada vez que los veía mirando un partido de basketball en la televisión o charlando sobre carreras de autos. Moría de los celos.

- ¿Y cómo… cómo lo superaste?

- Entendiendo que en las familias todo debe compartirse. El especio, los juguetes, el tiempo… y, a veces, el cariño de nuestros padres. Yo lo sufrí mucho, no voy a mentirte, pero entonces me dí cuenta de que ése era el precio que debía pagar para tener una madre tan increíble como Carole y un hermano como Finn, que se preocupaba por mi y que me defendía y que estaba siempre conmigo. Tener un hermano, Amy… es de las mejores cosas que pueden pasarte. Te da la certeza de que nunca estarás solo. Y tu tienes la suerte de tener dos. Y sí, a veces es difícil hacerse a la idea de que uno no está más solo. Pero… ¿no es eso acaso más positivo que negativo?- finaliza, volviendo a su tarea de colgar estrellas del techo. Amy sabe que el tío Kurt no espera que le conteste esa pregunta, si no que pretende que reflexione sobre eso. Así que ella también vuelve a sus tareas, sin abrir la boca, y se pasa el resto de la tarde pensando en sus palabras.

-oo-

Amy se despierta en la mañana de Navidad sintiéndose como no se ha sentido en mucho tiempo. La casa huele a galletas y chocolate caliente, y se calza en sus pantuflas para bajar al comedor, salteándose los escalones de a dos.

- ¡Tranquila, pulga! Nadie va a robarte los regalos.- le dice su padre, despeinándola un poco cuando ella entra a la sala, en donde todos la están esperando en sus pijamas para comenzar con el intercambio de regalos. Se sientan en los sillones a comer galletas y a charlar, mientras que el tío Kurt y mamá reparten los regalos de todos para poder comenzar a abrirlos.

- ¡CHRIS! ¡Deja de morder ese paquete, ese es de Amy!- lo reprende su madre, puesto que su hermano se está comiendo la brillante envoltura rosada de una pequeña cajita. Chris la mira por un momento, como si estuviera por largarse a llorar, y Amy tiene que contener un resoplido (en serio, ¿Qué ni siquiera puede tener una mañana de Navidad tranquila, sin que sus hermanos se la arruinen?). Sin embargo, Chris no llora, si no que hace algo muy raro: se pone de pie, trastabillando un poco, y da un par de pasos hasta adonde está ella, sentada en la alfombra. Cuando llega a su lado se deja caer, dándole la pequeña caja a su hermana. Amy abre los ojos, y toda la sala se queda en silencio. Chris la mira por un segundo, y a Amy le parece que le está pidiendo perdón.

- Amy.- dice Chris, fuerte y claro, extendiendo su mano para tocarle una de las de ella.

- Amy.- repite Fanny en el mismo tono, también caminando a tientas hasta ella y sentándose a su lado.

- ¿Qué dijeron?- les pregunta ella, sin entender.

- Amy.- repiten los dos. Amy mira a su madre, que tiene ambas manos en la boca y los ojos llenos de lágrimas.

- Es… es la primera vez que hablan.- murmura su padre, mirando a sus hijos con la misma expresión de ternura que su esposa tiene en los ojos.

- Ni "papá" ni "mamá". "Amy".- le dice el tío Kurt, mirándola fijamente, y ella sabe a que se refiere. Amy le acaricia el suave cabello a Chris y le da un beso en la mejilla a Fanny.

- Gracias.- les dice, y el resto de los mayores suelta una carcajada.

- ¡Amy!- repite Fanny, mostrándole el elefante de felpa que acaban de regalarle.

- Es muy lindo, Fan. Es muy lindo.- le murmura ella, intentando no llorar. Su padre busca la cámara de video y su madre los abraza y los besa un millón de veces (Amy no se queja para nada). La abuela Carole se larga a llorar y Harry comienza a gritar "Amy, Amy, Amy" porque cree que es algún tipo de juego o algo así. Amy ni siquiera piensa en sus regalos o en las galletas o en los muñecos de nieve. Nunca se ha sentido tan estúpida como ahora, cuando se da cuenta de que, realmente, tener dos hermanos es lo mejor del universo. Nunca se ha sentido tan estúpida y, a la vez, nunca se ha sentido tan feliz.

-oo-

- ¿Mamá?- le dice más tarde, mientras ambas se sientan con su padre en el gran sillón del living.

- ¿Si?- le pregunta ella, abrazándola con más fuerza.

- Si… si quieren tener más hijos… por mí está bien. Yo puedo manejarlo.- le responde, mirando hacia el pequeño corral en el que sus hermanos duermen. Sus padres se miran por un momento, y eso a Amy le encanta. La forma en que se miran sus padres. Son como esas… esas parejas de película.

- Gracias.- murmura su padre, abrazándolas a las dos y besándole la coronilla. Ella se queda dormida esa noche con la impresión de que les costará mucho superar esa Navidad. Al menos a ella.