Tenía ganas de subir esta historia... al principio iba a tener solo un cap, pero en la noche se me ocurrió todo, realmente todo xd Espero que les guste esta histo, tiene una trama emocionante, realmente. y si le va bien y la termino, creo que tendrá segunda temporada. Se me ocurrió todo. Incluso digo que tiene Soundtrack, y las canciones principales de este fic son:

~ Already Over - Red

~ Careful - Paramore

Como qe le van caleta xd yayayaya espero les guste y nos leemos abajo!


Prólogo

De un día como aquel, podría decirse, que esperé

por contemplar el amanecer al lado de un esqueleto.

O-o-O-o-O-o-O-o-O-o-O-o-O

Cuando Alfred supo la noticia, estaba sentado sobre la cama con su hermano en las rodillas y cubriéndole la frente con pañuelos de agua fría. El pequeño, que temblaba en fiebre, no hacía más que decir los nombres de sus padres y a Alfred aquello le provocaba un dolor tan profundo en el corazón, que evitaba pensar en cómo hablaría con Matthew sobre eso cuando se recuperara.

Estaban solos. Ahora realmente solos. Solos en su casa y solos en el mundo. Su abuelo, Damián, era el único familiar que sobrevivía y el mayor de los hermanos tenía seguridad en que él lograría vivir, al menos por un par de años más, al menos hasta que él y su hermano gemelo fueran lo suficientemente independientes como para valerse por sí mismos. Estaba seguro, quería convencerse de ello, lo necesitaba; requería hacerlo, porque de otra forma nunca obtendría la verdadera fuerza que precisaba para cuidar de Matthew por siempre.

El niño tosió, delirando, pronunciando ''Mamá, papá, mamá, papá, Al ¡Al!'' Alfred se puso de pie, abrió las sábanas y acostó dentro a Matthew, que tenía el cabello húmedo pegado a sus sienes; como el pequeño no quería soltar las manos de Alfred, optó por mantenerse a su lado unos minutos, quitándole los paños de la cabeza. Los estrujó y se levantó, casi corriendo hasta el baño porque no quería perderse algún momento, sentía que la vida de Matthew dependía de él.

Alfred abrió la puerta y luego la llave, metió en el lavamanos los pañitos y dejó que se mojaran, esperando asustado; le temblaba el cuerpo de sólo pensar en el grave accidente que habíale ocurrido a sus padres hace dos días. Los extraños acontecimientos que rodeaban la muerte de papá y mamá le hacían pensar en un homicidio, pero ¿de quién? ¿Quién deseaba practicarle a él y a su hermano tal daño?

Nunca habían pasado ni siquiera un día sin sus padres, no sabían cómo hacerlo.

Y Alfred tenía miedo. No miedo por lo que pudiera ocurrirle a él, sino por lo que los demás eran capaces de hacerle a Matthew y él… él moriría. Matthew despertaba cosas que se encontraban guardadas bajo una coraza y un título llamado ''familia'', cosas que no debería sentir, porque estaban mal.

Cuando volvió a la que era su habitación y la de Matthew, vio a su abuelo a los pies de la cama. Tenía una mano sobre la frente del niño y le miraba fijamente como contemplando algún material valioso. Alfred se acercó y se dejó caer a su lado, colocando otra vez los paños fríos, que fueron bien recibidos por su hermanito.

- ¿Sabes lo que va a ocurrir ahora, Alfred? –habló su abuelo y él se atemorizó.

- No.

- Matthew y tú quedarán bajo mi custodia. Voy a cuidarlos muy bien. Tú debes encargarte de tu gemelo, no queremos que nada le ocurra.

- ¿Por qué él debe irse? –preguntó, inocente como los corderos. Pero Damián no respondió, se levantó y se quedó en el umbral de la puerta, observando a Alfred que cogió la mano de su hermano y la apretó.

Rezó hasta que el sueño lo dejó vencido en la cama de Matthew.


Casa de Muñecas

Alfred F. Jones, a la sazón de 21 años, aguardaba con tres libros en la mano frente a la facultad de psicología de la Universidad Estatal de Nueva York; esperaba a su novio, ése chico juguetón y amable que se las arreglaba todo el tiempo para darse un break y beber juntos una soda, o ver una película, o pasar una tarde caliente en su departamento. A Alfred siempre le daba un poquito de felicidad el ver a Iván, oler su suave aroma, acariciar su rostro, sus ojos violeta, le recordaba a Matthew.

El timbre de salida sonó despertando a Alfred del ensueño que vivía todos los días por culpa del remordimiento y el dolor que mantenía alimentando su alma. Se odiaba a sí mismo por dejar ir a su hermano, jamás pudo superar esa pérdida, jamás pudo aliviar la carga y el dolor de su corazón, era demasiado, demasiado fuerte. Habían pasado años y toda la gente caminaba frente a él sin notar sus miserias, y Alfred se las tragaba porque aún tenía la esperanza de volver a encontrar a Matthew. Todo éste tiempo se había sentido solo, pero también había aprendido a vivir en el miedo.

Entre toda la multitud que avanzaba hacia él, apareció Iván, tan alto, que sobresalía entre los demás chicos rubios. Agitaba una mano y le sonreía, le sonreía y volvía a agitar su mano, parecía un colibrí travieso.

Iván se acercó y le besó los labios, cuando se separaron, ambos estaban sonriendo.

Emprendieron camino hasta el departamento de Alfred cogidos de la mano.

- Toma –dijo de repente él, abriendo su mochila. Iván se detuvo y miró, expectante.

- ¿Qué?

- Espero que te guste.

-¿Qué?

Alfred sacó una cajita de color negro que tenía atada una rosa de color escarlata. Iván la miró con los ojos abiertos y subió la vista hasta Alfred; tomó el regalo en las manos y lo desató ansiosamente. Dentro, había una cadena con un círculo, era toda de plata fina, Iván notó que se podía abrir, y lo hizo, había una foto de él y de Alfred.

Los ojos de Iván se sintieron aguados, nadie había sido demasiado bueno con él y, eran oportunidades como aquellas, en las que se cuestionaba lo factible del sistema capitalista.

- ¡Alfred! -gritó y se le arrimó a los brazos. El contacto hizo que la cabeza de Alfred se viera confusa, y de pronto, un par de ojos lila aparecieron dentro. Se lamentó para sí que los de Iván no lucieran tan lindos como los de su hermano.

- Me alegro que te haya gustado.

- ¿Gustarme? ¡Me encantó! Enserio, es lindo, muy lindo, bello. Alfred, te amo.

- Te amo. -repitió y Iván le dio la mano, separándose. Se volteó para que Alfred le colocara el collar y lo anudara, disfrutó del roce de su mano con su cuello y el escalofrío que eso le provocaba; comenzó a imaginar lo que harían al llegar al departamento de Alfred. Se estremeció.

- ¿Cómo queda?

- Se te ve perfecto.

- Me gusta. Gracias, Al. Prometo que tendrás tu recompensa.

Iván se volteó y meneó el trasero de su novio con una sonrisa socarrona, los ojos de Alfred chispearon y sintió el deseo recorrerle el cuerpo y esas hormigas, ese fuego en la ingle, le devoraban. Siguió a su novio y disfrutó de que la acariciara las caderas, no en la calle, a veces, se dormía sólo pensando en tener a Iván sobre él, moviéndose y empujando en su interior. Entonces, esa noche se convertiría en una de esas en las que caía sólo por imaginar a Iván corriéndose dentro de él. Siempre silencioso, sabía que su abuelo conocía sobre estos pensamientos lujuriosos y que también los disfrutaba.

Exhaló y siguió a Iván.


Iván lo besó con tanta pasión que casi se cayó en la cama, pero mantuvo el equilibrio y se aferró a la cintura del de cabello rubio, tocando sus muslos hacia arriba y hacia abajo con un ritmo constante. Alfred dejaba que Iván le invadiera la boca con todo el ardor del mundo, mientras se deslizaba para lamer sus tetillas con aspiración. El placer para el estudiante de psicología era inmenso, de su boca salieron gemidos agudos.

Pronto ambos se encontraron sin ropa, agarrándose a las sábanas, al otro a algo. Las palabras les fueron innecesarias, con Alfred deslizando su mano para satisfacer a su novio. Jugó de arriba hacia abajo intentando hacerle sentir bien, él ya se encontraba lo suficientemente listo con sólo imaginar lo que sentiría con la gran hombría de Iván en su interior húmedo. Las emociones les eran difusas a los dos, Iván no podía pensar en otra cosa y su mente y boca formulaban un claro y firme ''quiero follarte'' pero Alfred, sentimental al momento de unirse con el chico que más amaba, dejaba que sus alteres fluyeran con libertad y no negaba imaginarse un mundo idílico que lo conformaban él y…

- Oh… -gimió Alfred, al sentir los dedos del que había inmigrado desde Rusia empujando su interior.

Él y Matthew. ¿Acaso había un día en que él no ocupara su mente? Ocupaba su vida entera. Estudiaba medicina por él, porque cuando niños jugaban a ser doctores, asimilaba salvar vidas para buscar indulto debido a la nula ayuda que le entregó a su pequeño hermano el día que desapareció… pero él tenía 11 años, no era más que un infante incapaz de defender a su Matthew.

Suspiró y los músculos de su trasero se apretaron contra los dedos de Iván. Resopló seguido y rogó por ser follado de inmediato, sentía que explotaría en cualquier momento, así que agarró las muñecas de su novio mientras le miraba fijamente a los ojos, luego cayó en la conciencia de que Iván estaba besándole el cuello con pasión y diciéndole apodos a su oído.

El rubio no pudo evitar botar lágrimas recordando cómo su hermanito lo llamaba, jugando con su cabello, así como lo hacía Iván en estos momentos. Él rió y se retorció, derribando a Alfred y buscando que las piernas del más delgado se cerraran en torno a su cintura y su erección se deslizó directamente entre los muslos de Alfred, golpeando ligeramente sus testículos, haciendo que gimiera audiblemente. El rostro del estudiante de medicina se contrajo, e Iván le lamió el cuello otra vez, saboreando sal; miró hacia arriba y pudo ver los ojos de su amante, derramaban lágrimas.

- Alfred, Alfred –masculló, tomándole el rostro y acariciando. Esos ojos azules, que parecían hielo, flotaban en un mar negro de desesperación y e Iván sintió lástima- Dime, ¿qué ocurre?

- Te amo –gritó besándolo- Te amo, te amo. Ámame.

- Te amo –devolvió, preocupado. Alfred enterró su rostro en el espacio entre los hombros fuertes de Iván y lo tocó cuantas veces quiso, lo mordió en la mayoría, y le susurró palabras dulces para que ese fetichismo que había desarrollado durante los años en alabarle comenzara a causar esa bestia que poseía en él mismo. Iván lo posicionó de una manera salvaje como a Alfred le gustaba –intentaba recomponerse-, y que gritaba en cada situación en que se encontraban en ese estado, aun así no dejó de sentirlo dulcemente, de hacerle el amor como al americano le encantaba.

Embistiéndolo un poco profundo, luego fuerte, después despacio, para iniciar calmadamente, desesperando a su yanqui al borde de griteríos, pequeñas lágrimas se escaparan de su hermosa cara blanca, casi suplicándole que terminara pronto, porque ya el límite que los corrompía llegaba a su final. Iván le enterró las uñas en el brazo, al momento que Alfred colocó su pierna en su hombro, estaba fundiéndose en él, convirtiéndose en uno.

No eran necesarias las palabras. Iván podía ver los ojos de Alfred cerrados con fuerza y su boca abierta y el sudor bañando todo su cuerpo, mientras sus caderas vibraban y le obligaba a penetrarlo con más fuerza. Los sonidos en aquella pequeña habitación se hacían cada vez más y más fuertes, notorios, feroces, e Iván pensó riendo mentalmente que si los vecinos no subían y reclamaban, comenzaría a tener en consideración volverse creyente. Suspiró, y Alfred apretó los músculos en torno a su pene, completamente estrecho dentro del estadounidense, y entonces supo que se iba a correr.

Con suavidad se lo comunicó a su novio, y obtuvo por respuesta que él también lo haría y asumió gustoso escuchando cierto sobrenombre, adoraba cuando Alfred lo llamaba por ese apelativo, porque así podía comprender que el americano empezaba a estrechar lazos perfecto entre ellos, que de alguna manera los ataba para siempre. Y le recordaba a su pequeño…

Un gemido al unísono dio por finalizado el encuentro íntimo, habían llegado a su clímax, sus corazones latiendo a un mismo ritmo, en una misma secuencia.

Iván salió con cuidado de Alfred, abrazándolo por completo, sonriendo gustoso y feliz, dándole pequeños besos alrededor de sus mejillas, con todo el cariño posible.

Alfred suspiró.

En este mundo donde se encontraba –ahora- solo, Iván era el único ángel con el que podía contar, él que no le desampararía, él que le cuidaría siempre y amaría.

Porque todos los demás eran demonios.

Iván estaba despierto al momento que Alfred Jones abrió sus ojos. Fumaba un cigarrillo y se concentraba en contar las miles de formas erráticas del techo, algunas más claras, otras oscuras, creyó ver un conejo. Estaba vagando espiritualmente, recordando lo prestigioso de su propio trabajo, el desamparo de estar solo. Podía ser que Alfred se uniera con él en cuerpo, pero jamás podría ser en alma. Otra persona ocupaba ese lugar.

Suspiró y miró al rubio, pestañaba y bostezaba perezoso, Iván sonrió acariciando un mechón que caía en su frente sudada.

- Hola –susurró el de cabello más claro.

- Hola –contestó con simpleza.

- Alfred, contéstame algo.

- Dime.

- ¿Estabas llorando por él, verdad?

- ¿Por él?

- Por tu hermano, esa niño, Matthew.

Alfred se sorprendió, casi nunca Iván sonaba tan frío. Casi nunca, -excepto cuando hablaban de él-.

- No –mintió al fin- Ya lo estoy olvidando, cada vez me esfuerzo y ya casi nunca… nunca lo recuerdo.

- ¡Mentiroso! –Gritó Iván acomodándose.- Es una mierda, todo el tiempo, hacemos el amor y estás pensando en él. Creo que tienes una obsesión con tu hermano, mierda, ¡es tu hermano! Y desapareció hace diez años, deberías asumirlo.

- Iván…

- Me ves como un muñeco, como tu puta, como el hombre que puedes llamar cuando te sientes caliente y quieres que te follen, pero no estoy dispuesto a eso Alfred.

- Iván, ¡Iván, óyeme, espera!

Iván tomó su ropa esparcida por el piso y comenzó a vestirse bajo la vista impotente de su amante de medio día. Se sentía frustrado y apartado, mientras Alfred no sabía por qué la repentina reacción de su novio.; aun así no se levantó y se quedó mirándolo fijamente; era precioso, en toda la extensión de la palabra. Mal momento para pensar eso.

- No me llames, quiero estar solo –dijo Iván, tomando la manilla de la puerta de la habitación del rubio y saliendo al exterior. – Estoy harto de esto. Cuando follamos no somos uno, te unes a él, no a mí.

Las palabras cayeron como ladrillos sobre la espalda de Alfred y sus ojos azules se aguaron. Se sentía como un sonámbulo, desde la desaparición de Matthew no estaba dormido pero tampoco despierto. Vivía en una pesadilla a la que llamaba ''su vida''

Déjame fuera de este sueño.


Era noche, el viento azotaba frío y nadie más visitaba el cementerio, pero Iván se encontraba de rodillas junto a un ramo de flores que colocaba minucioso en un pequeño florero de cristal sobre la tumba blanca. Sus orbes estaban borrosos y su cabello era un desastre en su cara, el cuerpo le temblaba con leves espasmos, pensó que pronto llovería. Aún así no se contuvo y comenzó a llorar como jamás nadie le había escuchado en su vida, y tampoco nadie lo haría ahora. Lentamente se recostó sobre la tumba, acariciando el mármol y suspirando palabras inentendibles para alguien que no comparte el mismo afecto perdido que Iván.

Suspira y se retrae, sonríe y llora. Desea estar junto a ella…

- Te extraño tanto, Natalia –llora con gritos silenciosos, golpeando la lápida con manos fuertes, que en el fondo nunca han sido más frágiles.

Él también se une a otra persona cuando hace el amor con Alfred.


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