"En el Génesis del Mundo Digital hubo gran guerra. El más puro de todos los Ángeles se volvió contra el creador del Mundo Digital. Y sus hermanos le siguieron. Durante eones, la guerra amenazó con destruirlo todo… Luego de muchos sacrificios, los antiguos guerreros encontraron la forma de mantener alejados a aquel Ángel y a los suyos. Creando los Siete Pilares, que poseían la magia más pura, pusieron una barrera entre el Orden y el Caos, que mantendría a los Demonios aislados para siempre en el Área de la Oscuridad.
Para preservar el poder de los Pilares se creó el Círculo de los Siete, como un grupo de magos y guerreros sagrados encargados de su protección. Al principio, los guardianes de estos pilares eran Antiguos, pero la raza de los Antiguos se extinguió, y con ellos los Guardianes de los pilares (…). Una profecía oscura y antigua vaticina el regreso de los Guardianes cuando el mundo se encuentre en su tercera edad (…).
(…) Del Círculo de los Siete, sin duda el rol más importante es el del Guardián del Equilibrio. Es él quien debe mantener el balance entre los poderes de los demás guardianes. (…)
¿Sin embargo, como mantener el equilibrio si se está en un solo lado de la balanza?
El Heredero del Equilibrio deberá conocer el lado Oscuro… la profundidad del lago de las Tinieblas, antes de poder alzarse como Guardián del Pilar del Centro".
Tomado del libro de las Crónicas Oscuras, según la traducción de Balzac el Wisemon, en el año 1608 de la Segunda Era del Mundo Digital.
Excesivamente cerca, a un mundo extremadamente distante…
El vacío; ambos digimon luchaban en medio de la nada. El joven miró a su adversario, quien se encontraba flotando a unos metros sobre él. Aquel tamer enmascarado lo observaba fríamente mientras los dos dragones se batían a muerte. Los rugidos de ambas bestias colosales resonaron en aquel vacío multicolor, el campo de batalla de los mismos Dioses, mientras sus garras chocaban entre sí y ambos digimon se herían mutuamente.
–Ahora, acepta tu destino… – la tenebrosa voz del enmascarado resonó en aquel espacio con un eco ensordecedor.
– ¡Me niego! – contestó el joven, mientras utilizaba su extraño guantelete para enviar ordenes a su digimon.
El DORUgoramon, el digimon de aquel joven, se movió rápidamente y con un brutal zarpazo empujó a su contrincante, Death-X-DORUgoramon, hacía atrás. La herida parecía grave pero empezó a sanar tan pronto se abrió.
–No puedes negar mi existencia – fue la respuesta del enmascarado.
Con un repentino movimiento, Death-X-DORUgoramon uso la bola de su cola para golpear al DORUgoramon, quien solo pudo rugir de dolor ante semejante castigo.
–Volveremos a ser un único ente – dijo solemne el enmascarado.
– ¿Y vagar para siempre en tu mundo? ¿¡Acaso no te has fijado cuantas veces hemos repetido éste círculo!? – refutó el joven, con impotencia.
Ante la reacción de su tamer, DORUgoramon imbuyó sus garras con flamas incandescentes y se abalanzó contra su némesis, solo para ser golpeado con fuerza titánica por su doble oscuro, quien era mucho más rápido y fuerte que él.
–Ya te lo dije… es nuestro destino – dijo secamente el enmascarado –. No puede ser diferente esta vez.
Un pilar de energía oscura emanó con gran potencia del cuerpo del enmascarado, distorsionando la realidad de aquel espacio en el que luchaban. La energía empezó a recorrer el cuerpo de Death-X-DORUgoramon, quien comenzó a acumular una bola de fuego en sus garras.
–DORUgoramon… ¡libera tu poder! – gritó el otro joven, mientras liberaba su aura, un gran pilar de color azul, el cual era absorbido por el guantelete que llevaba y trasmitido al digimon. Al recibir tal poder, las flamas en las garras de DORUgoramon se hicieron más y más grandes, mientras éste lanzaba un rugido de furia.
–Ahora, regresa al vacío… ¡DORU DIN! – ordenó el enmascarado a su Digimon.
– ¡Contraataca! – emuló el joven, dando la orden que su digimon necesitaba para disparar su propio DORU Din.
Ambas ráfagas de energía chocaron, causando una explosión que deformó el espacio y el tiempo de aquel vacío. El joven tamer sintió el jalón cuántico, mientras era arrastrado por una fuerza imparable hacía el agujero de gusano que se había formado en el epicentro de la distorsión…
El chico se levantó bruscamente. Había sido un sueño muy vívido. Varias gotas de sudor recorrían su rostro y su playera blanca estaba empapada. Se tranquilizó un poco y trato de recuperar el aliento lentamente. Miro el atardecer desde la ventana de su habitación. El sol rojo, el atardecer naranja, aquellas nubes que parecían sacadas de un cuadro de Van Gogh. Aquel era un hermoso atardecer… Cerró las cortinas, y se adentró en la oscuridad de su cuarto. Aún se encontraba agitado por aquel sueño.
Luego de bañarse y sin nada mejor en que perder el tiempo, se sentó frente a su computador. Lo encendió de una forma muy estoica, algo lenta y casi religiosa. Durante horas de aburrimiento navegó libremente por la red sin hacer nada en especial. Fue en uno de esos momentos tediosos en que estás tan aburrido que comienzas a perder la paciencia, que algo extraño sucedió.
Había anochecido ya. Estaba de licencia en su casa, pues su hermana mayor le había pedido que estuviese para el aniversario de la muerte de sus padres. De lo contrario, estaría en su cuarto del Instituto Neo Arkadia, un prestigioso campus internado donde le habían conseguido cupo para estudiar. Desde hacía tres años los hermanos habían perdido a sus padres y habían sido adoptados por un conocido de estos, un científico bastante prominente. Era privilegiado. El Neo Arkadia, creado hacía una década por el gobierno para seleccionar a las mentes más brillantes del mundo, era exclusivo para genios, humanos superdotados con un coeficiente intelectual superior. Pero él era un humano corriente, alguien común y silvestre, con problemas, de hecho; resaltaba un grave problema de comunicación. Había entrado allí por una influencia mucho más fuerte que el cociente intelectual o la habilidad en los estudios. El dinero de su tutor, su padre adoptivo.
Su nombre, Kaiba Akira, y en esa época tenía 15 años. Era un chico alto, 1.75 cms, de cabello negro lacio y penetrantes ojos azules. De complexión delgada y poco atlética, pues no resaltaba mucho en los deportes. Prefería leer y esas cosas. Usar el cerebro en vez de los músculos. No era un genio, tampoco. Su inteligencia era la de una persona promedio, con la preparación adecuada claro está. Pero su increíble facultad para memorizar las cosas le hacía sobresalir en sus estudios.
En ese momento se encontraba solo, pues su hermana había salido. Para él, eso significaba un pequeño momento de soledad. Una soledad que apreciaba, pues –como se dijo antes, era una persona que prefería estar callada. Afuera comenzó a llover. Lo que inicio como una simple llovizna en pocos minutos se convirtió en un gran aguacero. Cuando parecía que el aburrimiento era lo peor que podía haberle pasado, un rayo retumbó en el cielo haciendo un corto en el suministro de energía.
– ¡Genial! – pensó Akira–, ahora lo único que me queda es irme a…
El chico se sorprendió sobremanera al ver que su computador aún seguía encendido. Sin embargo, nada pasaba… su pantalla se había quedado congelada, aunque la maquina seguía funcionando. Intentó usar los medios que conocía para hacerla funcionar de nuevo, pero de nada sirvió. Decepcionado, se dejo caer en su silla… Observó al techo con suma decepción. Sentía que algo le hacía falta, pero desconocía que era. Entonces, se le ocurrió una idea… Durante varios minutos meditó en eso detenidamente, y aunque tuvo la intención de no pensar más en ello, a medida que el tiempo iba pasando aquella idea se iba arraigando más en su mente. Pronto se volvió una necesidad y a los pocos minutos se transformó en una obsesión.
– ¿Por qué no? –murmuró el joven en voz baja–. No perdería nada con intentarlo…
Y con aire de superstición acercó su mano al monitor LCD súper delgado. Miles de preguntas se pasaron por su cabeza. "¿Por qué se le había ocurrió esa idea tan estúpida? ¿Por qué dudaba tanto en hacer algo tan simple como poner la mano en un monitor? Antes lo había hecho, y no había pasado nada", y otras tantas preguntas por el estilo. Al tocar el monitor, tal y como lo había sospechado, no pasó nada. Absolutamente nada. Una gota de sudor frío recorrió su rostro, mientras el joven soltaba un suspiro de alivio.
Fue solo que bajara la guardia y algo que no esperaba sucedió. Ocurrió en cuestión de segundos. El monitor emitió un pequeño flash, y cuando él se dio cuenta, se encontraba en el suelo… de algún extraño lugar.
Al intentar levantarse sintió que un dolor insoportable le traspasaba la cabeza de lado a lado, como si fuera una onda sónica que atravesara el espacio a grandes velocidades; estaba en un lugar muy oscuro y al parecer vacío… Intentó levantarse nuevamente, pero fue en vano. El dolor, más insoportable que nunca, lo volvió a dejar en el suelo. Al observar directamente al "cielo" de aquel lugar, se dio cuenta que había un gran disco rojo girando, mientras flotaba en el aire. Ese disco estaba divido en siete discos superpuestos, cada uno en diferentes matices del rojo, oscuro el del centro y más claro a medida que llegaban al disco exterior, el cual era también de color oscuro, que oscilaban uno en dirección opuesta del otro, salvo el disco del centro, que no giraba.
Observó aquel lugar con una extraña curiosidad. Pero no vio nada. Todo era oscuro, con una coloración roja producida sin duda por aquel disco que giraba en el cielo.
– ¿Dónde estoy? –se preguntó en voz baja.
–Tú estás en Yggdrasill –dijo una voz electrónica, que provenía de quien sabe dónde.
– ¿Quién eres? –Akira miro a todos lados, para ver si reconocía al que estaba hablando. Tal vez se tratara de una broma, pero no vio a nadie.
–Yo te he invocado, tamer... –respondió aquella voz, sin importarle la pregunta de Akira –. Es tu destino… Tú eres aquél quien debe caminar por ambos senderos, luz y oscuridad, antes de decidir cuál es tu propio camino… así, el Ragnarök no ocurrirá, y ambos mundos, tanto el tuyo como el nuestro, estarán a salvo.
Akira, sin saberlo aún muy bien, dedujo lo que pasaba. Se trataba de algún mensaje telepático, como si alguien estuviese hablándole directamente a su mente. Al concentrarse bien, pudo oír el eco de aquella voz retumbando aún entre sus pensamientos.
–¿Y yo qué tengo que ver con eso? –preguntó Akira, algo mezquino – ¿Por qué no llamas alguien más importante que yo…?
–Tú eres el único ser que puede ayudarme... tú eres un tamer... aún cuando lo desconozcas, tienes el "don"... Ve al Mundo Digital, y salva a los seres que viven allí... tú eres el único que puede enfrentar a la sombra que se aproxima...
El chico, algo sorprendido, se levantó del suelo. Y entonces una pequeña esfera lumínica descendió de aquel gran disco rojo que estaba en el "cielo", y se acercó a Akira. El joven, lleno de una inusitada curiosidad, intentó tocarla con su brazo derecho. La esfera reaccionó y unos pequeños cables salieron de ésta y su aferraron al brazo del joven. Pronto, se fueron adentrando en su piel – ¡dolor!–, hasta llegar a tocar los nervios y los huesos –¡dolor!–, el joven gritó desesperadamente, tratando de librarse de aquel suplicio, pero fue inútil – ¡dolor!–. Al terminar de fundirse en el brazo del joven, la esfera se acercó a éste y se fusionó con él. Varios frames verdes cubrieron su brazo, mientras paquetes de datos que venían de todas partes comenzaban a darle forma, y al fin, la luz se "materializó".
–Este es el nuevo modelo de digivice. Por años he trabajado en él, pero aún es un prototipo. Es el D-Gauntlet. Te lo confío ahora, joven tamer.
Akira observó su brazo derecho. Ahora llevaba puesto un extraño guantelete, de color blanco con franjas azules, que estaba totalmente hecho de un metal muy liviano y resistente. En la parte superior estaba recubierto por dos hojas de aquel metal, cubiertas de unas extrañas inscripciones… un tipo de jeroglífico, tal vez. En la muñeca había una especie de reloj y varios botones.
–Es el mismo que vi en mi sueño… – murmuró entre dientes, bastante confundido.
Nuevamente, del "cielo" bajó una luz, esta vez con forma de pilar. Akira entrecerró los ojos y se cubrió el rostro con su nuevo guante. En el haz de luz bajaba un ser muy extraño. Venia enrollado sobre sí mismo, atrapando su enorme y esponjada cola con sus pequeñas garras delanteras. Al acercarse al suelo, abrió sus enormes ojos color café y se desenroscó, descendiendo lentamente. Se trataba de una enorme ardilla de pelaje morado y pecho blanco. Akira no supo muy bien de que tamaño exactamente seria, pero calculó que podría medir un metro, poco más o menos, solo midiéndola de la cabeza a los pies, sin contar la cola, que terminaba en un mechón de pelaje blanco. En su frente, llevaba un hermoso y enorme cristal, de un brillante color rubí.
–Hola… –dijo aquél ser, en un tono muy amable, casi infantil.
–Éste es un digimon, un monstruo digital, habitante del mundo que estás por visitar. Pero no es un monstruo ordinario; se trata de uno especial, una de mis creaciones preferidas… tú eres su tamer; deberás criarle de la forma adecuada y podrás aprovechar su verdadero potencial…
Akira aún tenía muchas preguntas pero sintió como aquella voz se iba extinguiendo… Sin saber qué hacer, observó a aquel ser digital con cierto desenfado y una curiosidad totalmente nula. Se preguntó como aquel ser podía hablar en japonés, pero casi al mismo instante se decidió a que eso realmente no importaba.
– ¿Quién eres? –preguntó el chico con total naturalidad.
–Yo soy DORUmon, ¡un gusto conocerte! –respondió alegremente el monstruo.
–Igualmente… supongo –el muchacho devolvió el saludo en una especie de suspiro –. Mi nombre es Kaiba Akira… pero, si gustas puedes llamarme Akira.
–Akira-san… –dijo DORUmon al acercarse a su tamer.
Akira también se acercó un poco al monstruo y luego, acariciando con la mano derecha a la barbilla, se puso a pensar en lo que estaba viviendo. La incertidumbre no tardó en apoderarse de él.
–Y ahora… ¿qué hacemos? –se preguntó.
Aquél oscuro mundo se vio invadido por una luz en ese momento. Ambos giraron sus cabezas rápidamente hacia la dirección de donde provenía la luz, algo que parecía ser una puerta. Vieron entonces a un monstruo de gran tamaño, de piel azul, envuelto en una estrafalaria armadura dorada plagada de cristales azules.
–Yo puedo contestar a esa pregunta… –respondió una enérgica voz de… una criatura que parecía ser joven. –. Me presento, soy Magnamon, y seré quien les diga que es lo que deben hacer…
Desde lo más alto de aquel mundo, un titán también volvió su mirada a la luz. Llevaba dos cabezas de digimon por brazos y una ondulante capa en su espalda. Un brillante cristal brillaba en su pecho. Observó todo en silencio, no muy seguro de que pensar al respecto.
–¿Mi lord, está seguro que es él? ¿Y qué éste es el momento indicado para volver a intervenir en el mundo…? – preguntó al fin.
–Sí, mi leal Omegamon. Esta vez es diferente. Esta vez él recuerda… – respondió Yggdrasill, con algo que parecía ser una sonrisa.
