Declaimer: Todos los personajes pertenecen a S. Meyer.
Sin Sentimientos.
Ven a casa. Salgamos a dar una vuelta.
E.C.
Ese era el mensaje que me había enviado mi mejor amigo. Luego de vestirme, una polera azul, unos pantalones pitillos negros, un buzo gris holgado y mis zapatillas negras, salí en dirección a su casa.
Con Edward nos habíamos conocido hacía cuatro años, llevábamos dos años siendo mejores amigos. Digamos que su primera impresión no siempre es la mejor. Edward era un mujeriego de primera, cualquier chica que pasaba por su lado, volteaba a mirarlo, y si ésta era linda Edward le correspondía la mirada.
Luego de salir con cada chica, nos juntábamos y sumábamos a aquella chica a su lista negra, como la solíamos llamar. Ahí anotábamos el nombre de cada putita que salía con Edward, para luego reírnos un rato.
Y es que mi amigo no era para nada feo. Tenía un cuerpo de la hostia, unos músculos bien marcados, pero no en exceso. Si le sumabas su altura increíble y su cara, bueno, mi amigo no era para nada feo, punto.
Luego de recorrer las diez cuadras hasta su casa, llegué a ésta.
Esme y Carlisle, sus padres, no se encontraban en casa, y Alice, su hermana, se encontraba con algunos amigos.
Creo que ella no me soportaba, no sé si porque su hermano comenzaba a contarme sus problemas a mí antes que a ella, o porque simplemente era una niña caprichosa.
Alice tenía unos quince años, recién cumplidos, por lo que estaba en esa etapa de niñita de mamá. Con Edward ya estábamos superados de aquella situación. Su otro hermano, Emmett, era otra cosa. SI bien tenía veintidós años, podías hablar con él sin tener que escuchar cada cinco minutos una rabieta de su parte, a pesar de que Emmett podía llegar a ser demasiado infantil a veces.
Edward abrió la puerta, vestido con una polera bien ajustada a su torso y unos jeans negros.
Luego de pasar un rato escuchando música y hablando de trivialidades, salimos a dar una vuelta.
Cualquier persona que pasara a nuestro lado pensaría que Edward y yo éramos pareja. En invierno, la época en la que nos encontrábamos, de vez en cuando nos abrazábamos cuando alguno tenía frío. Muchas veces nos pegábamos amistosamente, pero Edward se aprovechaba y me pegaba en el trasero diciendo 'alguien tiene que darte unos buenos golpes' para después echarnos a reír.
Nunca faltó el momento en el que Edward se acercaba y me acorralaba contra la pared para decirme cosas como 'estás mucho más linda', 'me voy a enamorar si te sigues comportando así' y luego me amenazaba diciéndome que iba a darme un beso.
De hecho, una vez lo hizo. En una fiesta a la que habíamos ido con unos amigos, Edward se pasó de copas y, mientras le daba un beso a Tanya, mi mejor amiga con la que salió por seis meses para luego dejarla tirada, vino frente a mí y me plantó un beso.
Pero era normal que estando borracho hiciera esas cosas, por lo que no perdí el tiempo retándolo.
Muchas de mis amigas no podían creer que tomara a Edward como mejor amigo y nunca intente tirármelo o algo por el estilo.
Convengamos: Edward está más que bueno, es una de las personas más hermosas que he conocido. Pero lo de afuera es una cosa. Por dentro, Edward podía ser tanto el mejor amigo del mundo, como el mejor hijo. Pero a la hora de salir con él, es mejor que ni siquiera tengas sentimientos hacia Edward, ya que era una escoria en ese aspecto.
Si las mujeres no podían discernir eso y se ilusionaban a la primera cita con Edward, no es mi culpa.
-Bella, Bella. ¿Hola? –pasó su mano por delante de mi cara.
-Te estoy escuchando, ni que fuese una niña –el entendía a qué me refería con eso, por lo que largó una carcajada.
Edward, en este momento, estaba saliendo con una tal Blanca, quien no era más que una niña de quince años, una amiga de su hermana.
Bueno, yo no le llevaba mucha ventaja, tenía dieciséis, pero un año es un año. Edward apenas me llevaba un año, por lo que, según él, tenía mucha más experiencia que yo en cualquier aspecto. Hombres.
En parte era verdad, en mis dieciséis años, todavía no había estado con ningún hombre, no es que me quejara al respecto, de hecho, no tenía ningún tipo de apuro.
Pero Edward parecía presionarme bastante en el tema.
Hacía unos meses, había salido con un chico llamado James, un patán. Por lo que, en la segunda cita, lo mandé a juntar flores, si se puede decir así.
Así que, en gran parte, mi amigo tenía razón.
-Miren a quien tenemos aquí.
Levanté la vista y me encontré con Lissa, una amiga que teníamos en común con Edward. Ella se encontraba con una amiga.
-Hola chicas, ella es mi novia Bella –cada vez que nos encontrábamos con personas que conocían nuestra amistad, nos presentaba de esta forma. Yo simplemente le pegaba y sonreía a los allegados.
Hablamos un rato con ella, sobre cuestiones del club donde habíamos conocido a Lissa.
El club donde la conocimos, donde también lo conocí a Edward, era uno en el que podías realizar cualquier tipo de deporte.
Edward, por ejemplo, iba al club a jugar al futbol americano y al básquet.
Yo jugaba al futbol, donde la conocí a Lissa, hacía ballet y muchas veces jugaba al vóley, donde lo conocí a Edward.
Cuando terminamos la charla con las chicas, continuamos camino. Mas no llegamos a recorrer dos calles cuando nos encontramos con Ángela y Ben, una pareja que habíamos conocido en una fiesta.
De nuevo Edward me presentó como su novia, de nuevo le pegué y continuamos con la conversación.
Finalmente llegamos a destino, el bar de Barry. Desde que nos empezamos a llevar bien con Edward, íbamos a ese bar cada vez que salíamos a dar una vuelta.
Compramos unas bebidas y nos sentamos en una mesa.
Como siempre, nuestras charlas no eran para nada coherentes, por lo que se escuchaban carcajadas a cada rato y un 'Sh, es un lugar público Bella' por parte de Edward.
De pronto comencé a sentir calor, no sé si era por la bebida, o porque en el lugar se habían pasado en la calefacción. Terminé sacándome mi buzo.
Cuando levanté la vista, me di cuenta que Edward precisamente no estaba mirando el color de mi polera. Él lo hizo notar con una pregunta para nada decente.
-Si te tuviese que regalar un sostén, ¿qué medida debería ser? –podría decir que me ruboricé, pero ya me había acostumbrado a este tipo de preguntas indecentes por su parte.
-99, creo.
-Wow –dijo sorprendido-. Creo que nunca toqué unos 99, ¿puedo tocarlos?
-Hazlo y verás mi mano –largó otra carcajada y de repente, tocó uno de mis pechos-. Eres un asco Edward.
Me levanté de la mesa y fui hacia el baño.
Cuando volví, vi que la mirada de Edward estaba enfocada en el rebote de mis pechos.
-No entiendo por qué usas esos buzos y no aprovechas para marcar lo que tienes…
Continuamos hablando sobre diversas estupideces. A veces Edward se iba de mano y tocaba uno de mis pechos, haciendo que lo regañe con la mirada, mientras me guiñaba un ojo y ponía una sonrisa totalmente seductora, pero que no surtía efecto en mí.
-Vamos a mirar una película en casa, hasta que se nos ocurra hacer algo más –luego de pagar la cuenta, nos dirigimos hasta su hogar.
Alice no se encontraba, había dejado un mensaje avisando que se iba a dormir a la casa de una amiga. Seguro.
Pasamos directamente a la habitación de Edward, donde tenía su colección de películas. Mientras iba mirando su colección, Edward aprovecha para tomarme de la cintura hasta que caímos en su cama.
-¿Qué haces, idiota? –comencé a reírme porque el idiota se hacía el dormido. Pero cuando abrió sus ojos, tenía una mirada que no conocía. Una mirada oscura, profunda. Una mirada de deseo.
Me senté en la cama, para relajar el ambiente. Él imitó mi acción y se quedó observándome.
Sin dudarlo, me tomó del buzo, subiéndolo con determinación hasta quitármelo.
No tuve tiempo de parpadear cuando ya tenía a Edward encima de mí, devorándome la boca.
-¿Qué haces, Edward? Aléjate –intenté empujarlo pero no servía. Él continuaba besándome, intentando que yo respondiera a su beso, cosa que no pretendía hacer.
-Vamos, Bells, disfuta del momento. Luego podemos olvidarlo –excelente, esto no estaba para nada en mis expectativas. No es que Edward no me pareciera lindo, ni que sus carnosos labios estuviesen provocando que perdiera la cordura, a medida que mis bragas comenzaban a humedecerse.
Disfruta el momento. Luego podemos olvidarlo.
La idea resultaba tentadora, pero…
-¡No! ¡Edward te dije que pares! –me senté de sopetón en la cama cuando sentí sus manos intentar levantar mi polera-. Ya puse la película, así que te sientas y miras.
-¿Me dirás que no te gustó? No puedes dejar así a Pepe –largué una sonora carcajada.
-¿Pepe? ¿Es que no se te pudo ocurrir una mejor idea? –logré decir entre risas, observando disimuladamente el bulto hinchado en la entrepierna de mi amigo, mientras me descalzaba y paraba para alivianar el ambiente.
Nos sentamos en el sillón, yo apoyando mis piernas sobre las de Edward, pero eso era una costumbre. Elegí una película de detectives, sumamente intrigante. Pero no pasaron más de cinco minutos cuando mi amigo comenzó a acariciar mis piernas. Le ignoré.
-Bells –no respondí-. Belly Bells –seguí sin responder-. Jódete.
De repente empecé a reírme como una loca, Edward había tomado mis pies y comenzó a hacerme cosquillas. Él sabía que ese era mi punto débil. Estuvo así durante un minuto, mientras yo intentaba quitármelo de encima, pero era imposible. Cuando terminó, ambos nos encontrábamos recostados en su sillón, Edward encima de mí. Quedó observándome por unos momentos.
-Eres hermosa Bells –pronunció y quedó mirándome fijo a los ojos.
Sus orbes verdes brillaban a la vez que quedaron más oscuros. Y esa mirada me daba miedo. Pasado el año de que nos conocimos, Edward comenzó a ser mujeriego. Cuando le planteé esto a Rose, mi mejor amiga, mencionó que si Edward cambiaba, y más si comenzaba a ser mujeriego, era porque la persona que él quiere no le corresponde. A mi me pareció una estupidez. Yo creo que la situación de Edward se daba ya que aprovechaba de su fachada.
Su mirada iba de mis labios a mis ojos, sucesivamente.
-Edward, no. Suficiente –él no contestaba, continuaba observándome, y cada vez con más intensidad. Se acercó y depositó sus labios sobre los míos, suavemente. Sus labios estaban fríos, pero el contacto daba calor. Fue un beso que me desconcentró y él lo aprovechó para tomar mis manos y dejarlas sobre mi cabeza.
Disfruta el momento. Disfruta el momento.
Sentía que estaba hecha una piedra, no podía moverme. Primero porque Edward no lo permitía, ya que sostenía mis manos mientras intentaba conseguir mi aceptación. Y segundo porque estaba considerando la idea.
Lo cierto es que tener una experiencia con Edward sería algo raro, quizás único. Pero me daba miedo que lo nuestro cambiara. Yo no podía ver a Edward de otra forma, es como si la parte que lo pudiese querer como algo más está bloqueada, porque no me he permitido querer a una persona así para otra cosa más que como a un amigo. Igualmente, nunca podría querer a Edward de aquella forma, de eso estaba totalmente segura.
-Basta, Edward. Ya te lo he dicho –mis labios estaban siendo totalmente invadidos por los suyos.
Soltó una de sus manos, y la otra sujetó las mías. Dirigió su mano hacia mis labios, intentando separarlos.
-Bast.. –tomó mi labio inferior con sus dedos y lo atrapó con los suyos, absorbiéndolo de una manera sonora. Un gemido se escapó de mis labios. Aquello se sentía bien, y no era correcto.
-Disfrútalo, Bells. Por favor –abrí la boca para intentar responder, pero apenas lo hice, él introdujo su lengua dentro de mí.
Quedé estática, totalmente estática. Era el momento de decidir si disfrutar o no.
-A la mierda todo –la cuestión iba a ser totalmente olvidada. Esto quedará entre Edward y yo.
Edward gimió al escucharme y profundizó aquel beso, si es que era posible.
Esta vez sí respondí. Edward besaba tan bien y su boca tenía una mezcla de sabores extravagantes y exquisitos. Nuestras lenguas luchaban y danzaban a la vez. Era toda una sincronía.
Edward soltó mis manos para quitarse la camiseta para luego volver a besarme y comenzar a conducir sus labios hacia mi cuello. Los gemidos eran incontrolables e hice que giráramos. Gran error. Había olvidado completamente que estábamos en el sofá. Afortunadamente, caí sobre Edward, pero le oí sisear.
Quedamos observándonos por unos segundos, y yo tomé la iniciativa. Besé sus labios y luego bajé hacia su pecho, escuchando cada simple y sonoro gemido, mientras mis manos trazaban sus marcados músculos. Cuando mi mano estaba jugando con el borde de su pantalón, mi amigo me tomó fuertemente de los brazos y unió nuestros labios nuevamente.
Hizo que giráramos y me quitó la polera. Llegué a escuchar un Joder y su voz era ronca. Completamente seductora.
Nunca había estado así en frente de él, pero no me sentía inhibida. De hecho, me sentía bella.
Edward hacía movimientos sobre mí, y aunque estábamos vestidos abajo mi cuerpo estaba a punto de estallar.
-Mi… espalda –logré pronunciar. Hice que nos pusiéramos de rodillas, mientras los besos seguían. Edward hacía pequeños círculos en mi espalda, hasta que dio con el sujetador y me lo quitó.
-Hermosa –dijo mientras sus manos ocupaban lugar en mis pechos. Me alzó para, luego, recostarme en el sofá. Sus labios ocuparon lugar en mi clavícula, donde chupó con fuerza, pero no me importó en aquel momento.
Bajó dejando besos mojados, hasta llegar a mis pechos, donde se ocupó de ellos. Yo no podía soportar más. Estaba completamente excitada, y el ambiente se sentía cada vez más pesado.
Mis manos se dirigieron hacia su cinto. Lo quité velozmente y bajé sus pantalones y bóxers, sintiendo con mayor intensidad su erección. Él imitó mi acción y quitó mis pantalones junto con mis bragas.
Joder. Joder. Joder.
Solté un grito al sentir su miembro junto a mi piel desnuda. Nunca creí que iba a perder mi virginidad con mi mejor amigo, pero era la persona en la que más confiaba, y creo que sería un buen comienzo para mí.
Su miembro comenzó a rozar mis pliegues, separándolos y haciendo el momento cada vez más insoportable. Cuando se posicionó en mi entrada, Edward me observó.
-¿Segura? –obviamente, sabía que yo era virgen. Asentí y comenzó a adentrarse en mí lentamente. Era muy grande-. Joder, Bells. Eres tan estrecha.
Me besó de una forma completamente desorientadora mientras se introducía cada vez más hasta que chocó con aquel tejido. Me miró con una expresión de dolor, pero yo no estaba para eso, así que me moví, haciendo que entrara completamente en mí.
El dolor fue momentáneo, y el placer que venía sintiendo regresó.
Edward se movía lentamente, lo cual era enloquecedor.
Pero su ritmo comenzó a aumentar, yo me sentía tan bien y completa. Se movía mientras comenzaba a levantarme y me sentó contra el respaldo del sofá. Salió de mí para quitarse completamente sus pantalones, y luego me tomó ambas piernas, haciendo que rodeara sus caderas.
-Vamos… a la cama… Estaremos… mejor ahí -caminó mientras nos besábamos. Sentía su punta chocar contra mí. Era demasiado. Terminamos chocando contra la pared.
-¿No… íbamos a… tu cama? –le pregunté.
-Aquí estaremos bien –se adentró en mí y grité tan fuerte que agradecí que no haya nadie en su casa. Había penetrado de una manera tan profunda que no podía creer aquel alcance.
Jo-der.
Se movió cada vez más y más rápido. Sentí la nombrada bola de fuego en mi vientre.
-Ya… Ya –y no pude más. Edward siguió por unos segundos hasta que explotó dentro de mí.
Desperté. Dos segundos fueron los necesarios para que recordara todo lo sucedido y pudiera sentir el dolor posterior a aquella primera vez.
Volteé para buscar a mi amigo y agradecerle el haberme abrigado después de ello. Estaba mirándome. Sus orbes estaban en su color característico, pero aún conservaban el brillo.
-¿Cómo te encuentras? –inquirió con su típica sonrisa torcida.
-Genial. Ha sido genial –me levanté para comenzar a vestirme, él me imitó. En todo el momento había un silencio, pero no sabía que decir-. Gracias, creo. Pero esta única vez quedará entre nosotros.
Edward quedó observándome y luego asintió.
Cuando nos dirigíamos hacia la puerta de entrada, quedé esperando a que él la abriera, pero quedó en silencio.
-¡Joder! –golpeó a la puerta con determinación. Quedé estática mirándolo. Estaba entre la puerta y él, quien cerró los ojos con fuerza.
-¿Qué pasa, Edward? Dime.
No contestó, siguió igual. Abrió sus ojos lentamente. Su brazo bajó y acarició ligeramente mi mejilla.
-Te amo, Bella.
Un balde de agua fría cayó sobre mí. Eso no era verdad. No podía ser verdad. Reí con ganas.
-Es buena, Edward –siguió mirándome-. Basta –nada-. ¡Joder! Fuiste tú el que dijo que esto era una cosa de disfrutar y luego olvidar. No había sentimientos en esto. Fue ocasional.
-Fue ocasional hasta que me di cuenta que no quería que estés en esta situación con nadie más que yo –había lágrimas en sus ojos. Esperaba que fuese alguna broma, pero Edward era un actor que no podía segregar lágrimas a su antojo.
Lo siguiente que se oyó fue una cachetada. Las lágrimas caían incontrolablemente.
-¡Basta! Eres un idiota, sabes que quise detenerte, pero fuiste tú el que me instó a seguir. Fuiste tú el maldito que dijo que era sin sentimientos. ¿Y ahora dices esto? Rose tenía razón –abrí la puerta de su casa y tomé el mango-. Sin sentimientos, ¿verdad? Gracias Edward. Y adiós.
Salí de allí con las lágrimas cayendo descontroladamente. Acababa de perder, sin duda, mi virginidad y a mi mejor amigo.
FIN
