El amor es un duende. El amor es un demonio. No hay ningún ángel maligno; excepto el amor. Con esta frase de Shakespeare planeo abrir el San Valentín de este año, mis lectores. No habrá historias felices en mi memoria. Son todas mentira.
De acuerdo, tal vez esto es demasiado fuerte, y no del todo sincero, pero es lo que quiero expresar con este realmente drabble. Disfruten, y sí tengo historias felices este 14 de febrero.
Nico cerró lentamente la puerta de su cabaña.
Suspiró. El suelo de ónix era tan brillante que el hijo de Hades podía ver su escuálido reflejo. Nico quería creer que era una cuestión visual, pero sabía que estaba tan pálido y ojeroso y delgado como la persona que le devolvía la mirada desde el suelo. Apartó la vista, asqueado de su propia imagen. Se sentó en su litera, intentando quitar de su mente todo asunto para poder dormir.
Vio el resplandor del río de fuego, lo único brillante que podía recordar del Tártaro. Nico nunca le había temido a la oscuridad, y sin embargo, se sobresaltó cuando las sombras empezaron a surgir a su alrededor. Maldijo. Era lo malo de ser un niño de Inframundo; las sombras parecían doblegarse a sus estados de ánimo, lo cual no ayudaba precisamente. Trató de mantener sus pensamientos lejos del lugar más oscuro de todos. Pensó en otras cosas, como el recuerdo del aire salado sobre su rostro, mientras navegaban hacia Grecia, con el suave rumor de las olas a sus pies, el brillo de la espuma sobre las aguas...
Si había algo que podía empeorar el ánimo de Nico, era pensar en el mar. Porque eso equivalía a pensar en Percy Jackson.
Les dije que era corto. Ojalá les haya gustado.
